Читать книгу La lagartija - Luisa Noguera - Страница 9

Оглавление

V

Los tesoros bajo tierra

La casa de la familia Garzón Gartija Realpe era muy grande. Cuando la compraron estaba destartalada, pero era reparable y podía convertirse en una casa muy bonita, como en efecto sucedió. Tenía un sótano, cosa rara por aquel vecindario, donde no se acostumbraba tener uno por ser oscuros, húmedos e innecesarios; al menos eso decía la gente. Pero el sótano de esta casa no era ni húmedo ni oscuro. No llegaba la luz del sol, pero estaba bien iluminado con bombillas de luz blanca y no se sentía el olor penetrante de la humedad. Por esta razón, porque era seco, lo convirtieron en una especie de estudio-biblioteca-cuarto de chécheres.

Allí iban a parar las cosas que querían mucho y que eran incapaces de desechar aunque nunca las usaran, como algunas muñecas que la señora Realpe tuvo cuando niña y que a sus hijas no les gustaban, regalos de matrimonio que no cabían en ninguna parte, las carpetas con las fotocopias de cuando la señora Realpe estudiaba en la universidad, libros de Economía y viejos cuadernos contables del señor Garzón, y en una biblioteca de varios anaqueles, perfectamente ordenadas —nunca cubiertas de polvo, porque siempre una mano cuidadosa las sacudía—, las libretas de notas del señor Gartija, donde había dibujado con todo detalle los animales que estudiaba. Este era un verdadero tesoro, fuente de saber para cualquier biólogo juicioso, que hubiera considerado aquella estantería la antesala del paraíso.


Para las niñas, ese lugar jamás había sido interesante; todo lo que les gustaba estaba arriba: sus juguetes, los libros de cuentos, la alacena —llena de dulces que no podían comer cuando querían—; el jardín, con suficiente pasto y tierra para jugar, sin hablar del sol y el calorcito que jamás llegaban al sótano. Pero aquel era un sitio acogedor. Era un espacio que el señor Garzón valoraba, pues podía hacer allí sus trabajos de contabilidad, tarea que necesita de mucha concentración y cuidado, sin distracciones.

La señora Realpe encontraba allí un espacio silencioso para leer, escuchar tranquilamente la música que no le gustaba a su marido y repasar los álbumes de fotografías de su primera familia. Era muy extraño, casi incomprensible para ella, el saber que había sido muy feliz entonces, pero ser también feliz ahora. Los recuerdos del señor Gartija estaban allí, por todos lados, conviviendo naturalmente con las cosas del señor Garzón, con las suyas y con las de sus niñas.

La lagartija

Подняться наверх