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Capítulo Seis

Los padres estaban en la línea de la alambrada, arrastrándose y cacareando como gallinas en un corral. Yo recuerdo una época en que los niños volvían de la escuela caminando por su cuenta. Esos días ya han pasado. La vida nos ha enseñado que pueden suceder las cosas más terribles e inimaginables. Ya nadie discute con las madres nerviosas o los padres sobreprotectores. Si podemos dañar todo un mundo, ¿qué posibilidades tienen los niños pequeños?

La guardia de seguridad fingió no reconocerme mientras buscaba mi nombre en su lista. El desprecio que había en su voz contradecía su farsa. Me hablaba de una aversión familiar. Por muy mal que le cayera a la gente a primera vista, siempre empeoraba con el correr del tiempo. Soy la parte de atrás de un zapato que sigue arrancándote la costra de la ampolla, justo antes de que tenga la posibilidad de sanar.

Los rostros sonrientes del mural me esperaban justo donde los había dejado. Pasé por las puertas rojas, crucé el auditorio y entré en el pasillo largo. Había dos aulas, una a cada lado del corredor, cada una de ellas retumbando con la calamidad apagada de los niños rebeldes. Algo del lugar me hizo acordar a la prisión, excepto que las risas eran inocentes y agradables. En prisión, la risa era lo último que querías oír.

Espié una de las aulas a través de una pequeña ventana redonda. Un grupo de unos veinte niños estaba sentado en círculo en el suelo, festejando mientras una niña de piel verde y cabello rubio rojizo hacía muecas en el centro.

Era extraño ver niños de tantas especies distintas jugando juntos. La mayoría de los bares y negocios estaban abiertos para cualquiera, pero las escuelas siempre habían sido exclusivas de cada especie.

Los niños de distintos linajes nunca habían jugado y aprendido juntos como lo hacían en Ridgerock. Había algo dulce y triste en el hecho de que la pequeña aula estuviera llena de niños que nunca entenderían que hacía un tiempo todos habrían sido muy diferentes.

Faltaban diez minutos para la reunión, pero por lo nerviosa que parecía estar la recepcionista, uno pensaría que yo había llegado la noche anterior y había solicitado pensión completa.

—Todavía está dando clase.

—Está bien. Esperaré.

—Usted llegó temprano.

—Lo sé. Mis disculpas. Como dije, no tengo problema en esperar.

—Él es un hombre muy ocupado.

—Me imagino.

Me observó como si yo fuera una misteriosa mancha color café en su alfombra nueva.

—¿Eso es un ojo morado?

—Probablemente.

—Le recomiendo que vuelva a la hora acordada.

Estaba claro que a ella no le gustaba que yo estuviera allí. Quizás no le caía bien la gente que no tenía un buen sentido del horario. Me senté como un niño bueno y traté de no volver a molestarla.

Ella resopló y suspiró con tanta frecuencia que para cuando Burbage llegó, pensé que iba a hiperventilar.

—Entre, señor Phillips. Me alegro de volver a verlo tan pronto.

Cuando pasé por delante de la recepcionista, la oí suspirar de alivio. Eché una mirada hacia atrás y finalmente vi los muñones donde había tenido las alas. Dos montículos incómodos le levantaban la camisa. O se habían marchitado por falta de uso, o se las habían amputado (no era poco frecuente, ya que las alas sin magia podían ser dolorosamente pesadas). Ella había sido una criatura de los cielos. Quizás una Arpía, no estaba seguro. No importaba. Ambos nos alegrábamos de que yo saliera de allí.


Burbage se inclinó hacia adelante en su silla, rígido por la expectativa. Deseé tener más información para darle.

—Me crucé con los cuerpos de dos vampiros. Pronto debería saber su identidad. Como hay tan pocos en la ciudad, es muy probable que hayamos encontrado a nuestro hombre.

Burbage perdió la sonrisa y comenzó a buscarla por el escritorio. En su lugar, encontró una pipa larga. Con sus cuatro dedos extrañamente hábiles, encendió un fósforo, lo metió en la cazoleta y aspiró pensativo.

—¿Cuáles fueron las circunstancias?

Extraje un Clayfield del bolsillo y comencé a masticar.

—Una casa de té que atendía vampis, cerca de la plaza. Dos cadáveres de la Raza de Sangre y una víctima más, de especie desconocida. La policía piensa que podría ser una Pandilla Clavo. Un grupo de mortales que…

—Sé lo que es una Pandilla Clavo, señor Phillips. ¿Eso es todo?

Su carácter comenzó a asomar por primera vez. Quizás yo podría haber sido más delicado al darle la noticia de que a su amigo lo estaban recogiendo con pala y escoba.

—Eso es todo. Ahora nos toca esperar. Si Rye es una de las víctimas, puedo volcar mi investigación a averiguar quién lo hizo. Eso, si usted decide que vale la pena pagar para conseguir esa información. Si no es él, entonces la cacería continúa.

Su pipa se apagó y él no se molestó en volver a encenderla.

—Si no es Edmund, ¿cuál es su siguiente paso?

—Encontré el bar local preferido de Rye. No he presionado mucho a la clientela, pero puedo volver y convertirme en un fastidio.

—Me imagino que eso le sale con bastante naturalidad.

—Practico todo el tiempo. También quisiera conversar con los estudiantes más cercanos a él. Ver si detectaron algo en alguna conversación antes de que él se fuera.

—Yo preferiría que no lo hiciera.

Me encogí de hombros. La ramita que tenía en la boca perdió el sabor, así que la arrojé en el cenicero del viejo.

—Fue solo una idea. Si él no estaba en la casa de té, entonces el motivo más probable de su desaparición es que el cuerpo sencillamente le falló. ¿Ha visto algún cadáver de vampi? No es más que polvo color café. Se lo llevaría el viento y no quedaría nada más que un par de dientes puntiagudos. Encontrarlos en las calles de esta ciudad es una tarea que ni yo tengo ganas de encarar.

Burbage parecía distante. Se estiró hacia adelante, tomó mi analgésico descartado entre dos dedos y lo sostuvo a la luz.

—Recus Malgaria. Yo solía hacer pociones con estos. Un tranquilizante muy potente.

—Ya no. La Coda atenuó los efectos. Ahora es solo un calmante suave.

—¿Usted siente dolores?

Me toqué el pecho.

—Recibí una fuerte herida en el ejército. Me maltrata de tanto en tanto. Estos lo mitigan un poco.

—¿Le fue prescripto o se automedica?

—Me lo dio una enfermera. Yo me automedico con tragos y patadas en la cabeza. —Al anciano ya no le quedaban sonrisas. Asintió con la cabeza y volvió a colocar la rama en el cenicero—. Solo quería mantenerlo al tanto —dije—. Si no lo identifican a raíz del colmillo, seguiré buscando, pero quizás ya le haya llegado la hora.

Burbage resopló y me miró con solemnidad.

—A Edmund Rye le comunicaron que el tiempo se le había acabado hace doscientos cincuenta y seis años. Una especie de enfermedad le había infectado el hígado. La respuesta de Edmund ante esa noticia fue abandonar su hogar y su familia, aventurarse a través del continente hasta llegar a Norgari, encontrar un vampiro y pedirle que lo convirtiera.

”Su deseo fue concedido, pero la inmortalidad tenía un precio. Los vampiros de esa época eran la especie más despreciada de todo Archetellos. Había dos formas en que Rye podía existir en este mundo: o vivía con el resto de la Raza de Sangre en La Recámara (confinado a la oscuridad y a la soledad, solo aventurándose a salir para cazar) o irse por su cuenta., como una pesadilla entre los hombres, ocultándose de la luz solar y de los humanos vengativos que montarían su cabeza en una estaca apenas lo vieran. Para Rye, ninguna de esas opciones era aceptable. Entonces tomó la determinación de crear un mundo nuevo.

”La reforma tuvo inicio en la propia Recámara, con nuevas leyes y códigos de conducta. Una vez que todo estuvo funcionando en orden, un grupo de embajadores vampiros hicieron su primer viaje al Opus para defender su causa. Poco tiempo después, la Liga de los vampiros era aliada de todas las otras especies, y la Raza de Sangre fue libre de salir al exterior.

Ya no había fachada. El simpático anciano estaba dejando surgir sus emociones sin ocultarlas debajo de una máscara de afabilidad. Una cosa estaba clara: él me odiaba.

—Edmund Rye es un ser inmortal, señor Phillips. Él decidirá cuándo le llegará la hora.


Al salir y aspirar un poco de aire fresco, un aroma a clavo me llamó la atención. Dando la vuelta al lateral del edificio, reclinada sobre el mural, había una semi-orco corpulenta con camisa y corbata fumando un pequeño cigarro. Probablemente una maestra. Me le acerqué y le pedí una pitada.

—Claro —dijo—. De todas maneras, debería dejarlo. Trato de echarle la culpa a la Coda por mi estado de salud, pero estos seguro no ayudan.

Le di una pitada corta. El tabaco no era lo mío, pero ese tenía una mezcla dulce de especias que no era desagradable.

—¿Haciendo horas extra?

—Detención. Unas elfas decidieron escarbar la historia y usar sus hallazgos para burlarse de los otros niños. Se desató una pelea con un par de gnomos. Se supone que debo volver a entrar y explicarles por qué todo eso quedó en el pasado—. Su suspiro podría haber hundido un velero.

—¿Todavía están limando las asperezas de la “escuela primaria inclusiva?”.

—Yo solo espero que tengamos la chance. Recibimos más quejas que inscripciones en este momento. Todos los padres quieren que demos a sus hijos la misma educación que ellos tuvieron cuando eran niños. Los enanos quieren metalurgia. Los elfos quieren historia. Los gremlins quieren clargamarismo… que no sé qué mierda es—. Arrojó el cigarro al suelo y lo pisó con la bota—. Hemos salido adelante, pero nadie lo entiende. Preferirían enviar a sus hijos a la Escuela del Primer Arroyo o al Hogar de Educación lycum, donde mantienen a los niños separados y les enseñan estupideces específicas de cada especie que ya no importan.

Ella levantó la mirada y por primera vez me miró adecuadamente, como si recién se hubiera dado cuenta de que había estado hablando con una persona real.

—Tienes algo de tabaco en los dientes —le dije. Se lo quitó de la separación que tenía entre los incisivos.

—¿Tú eres el tipo que contrataron para buscar a Rye? —Asentí con la cabeza—. Bueno, más vale que lo encuentres. Él es el único miembro del personal a quien todos respetan. Sin él, no creo que nos den otro año.

Se alejó tambaleándose hacia adentro, a convencer a unos niños de que el viejo mundo había desaparecido, así que mejor trabajar juntos porque no tenemos alternativa.

Al menos yo estaba comenzando a entender por qué Burbage quería que todo se mantuviera en secreto. Ridgerock era una idea peligrosa. Representaba el hecho de que algunas personas estaban listas para seguir adelante. Muchos de nosotros seguíamos aferrándonos al viejo mundo, ya muerto. Yo tenía mi mansión. Otros tenían fotografías desvaídas o espadas oxidadas con muescas en los laterales para recordar lo temibles que habían sido.

Si Rye todavía estaba vivo, ¿a qué se estaría aferrando? Él parecía haber aceptado su futuro: lento, simple y corto. Quizás en la oficina ya hubiera un mensaje de Richie diciéndome que todo había terminado. ¿Entonces qué? Averiguar quién lo había hecho, supuse. Deducir por qué Rye estaba en la casa de té, para empezar.

Seguro. Eso serviría. Enfocarme en el futuro. Seguir adelante.

La última sonrisa en Sunder City (versión latinoamericana)

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