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ОглавлениеMotala es una ciudad sueca de tamaño medio. Está situada en la provincia de Östergötland, en la parte norte del lago Vättern, y tiene unos veintisiete mil habitantes. El más alto cargo policial es el de fiscal de la ciudad, que también desempeña la labor de fiscal. Por debajo de él está el comisario, jefe ejecutivo de la Policía de Seguridad Ciudadana y de la Policía Criminal. También hay un subinspector primero de la Policía Criminal —el decimonoveno puesto en la escala salarial—, seis policías y una mujer policía. Uno de ellos es, además, fotógrafo; para exámenes médicos se suele contratar a alguno de los médicos de la ciudad.
Una hora después del primer aviso, la mayoría de los policías citados se habían congregado en el muelle de Borenshult, a unos metros del faro. Había poco espacio alrededor del cadáver y los hombres de la draga ya no podían ver lo que estaba pasando. Seguían a bordo a pesar de que su barco se encontraba amarrado con el estrave de babor junto al rompeolas.
Al otro lado del cordón policial, junto al estribo, el número de personas arremolinadas se multiplicaba por diez. En la orilla opuesta del canal había unos cuantos coches, cuatro pertenecían a la policía, y una ambulancia blanca con cruces rojas en las puertas traseras. Junto a ella, dos hombres con mono blanco fumaban. Parecían ser los únicos a quienes no les interesaba aquella gente junto al faro.
En el rompeolas, el médico comenzó a recoger sus cosas. Mientras tanto hablaba con el comisario, un hombre alto y canoso llamado Larsson.
—Por ahora no puedo decir gran cosa —concluyó el médico.
—¿Tenemos que dejarla aquí?
—Eso más bien debería preguntárselo yo a ustedes —respondió el médico.
—Es poco probable que sea este el lugar del crimen.
—Bien, pues que la trasladen a la morgue. Le llamaré.
Se levantó, cerró su maletín y se fue.
—Ahlberg —dijo el comisario—, mantendrás la zona acordonada, ¿no?
—Hombre, claro.
El fiscal de la ciudad no dijo nada allí, en el faro. No tenía costumbre de entrometerse en la fase preliminar de las investigaciones. Pero de camino a la ciudad, comentó:
—Unos feos moratones.
—Sí.
—Mantenme informado.
Larsson ni siquiera se molestó en asentir con la cabeza.
—¿Dejas a Ahlberg al mando?
—Ahlberg es bueno —contestó el comisario.
—Sí, claro.
La conversación se interrumpió.
Llegaron, se bajaron del coche y se dirigieron a sus despachos. El fiscal de la ciudad hizo una llamada a la capital de la provincia, Linköping, para hablar con el fiscal provincial, máxima autoridad de la policía y de la fiscalía en la región.
—Quedo a la espera —dijo el fiscal provincial.
El comisario mantuvo una breve conversación con Ahlberg.
—Tenemos que averiguar quién es.
—Sí —contestó Ahlberg.
Entró en su despacho, llamó a los bomberos y solicitó dos buceadores. Luego leyó un informe sobre un robo en el puerto. Pronto estaría resuelto. Ahlberg se levantó y se fue a buscar al agente de guardia.
—¿Hay alguna denuncia por desaparición?
—No.
—¿Alguna orden de búsqueda y captura?
—Ninguna que encaje.
Volvió a su despacho.
Esperó.
El teléfono sonó al cabo de quince minutos.
—Tenemos que solicitar una autopsia —dijo el médico.
—¿Ha sido estrangulada?
—Creo que sí.
—¿Violada?
—Eso parece.
El médico hizo una breve pausa. Luego añadió:
—Y con ensañamiento.
Ahlberg se mordió la uña del dedo índice. Pensó en sus vacaciones, que iban a empezar ese mismo viernes, y en lo contenta que se pondría su esposa... El médico malinterpretó el silencio.
—¿Está sorprendido?
—No —contestó Ahlberg.
Colgó y se fue a ver a Larsson. Juntos se dirigieron al despacho del fiscal de la ciudad.
Diez minutos más tarde, el fiscal de la ciudad pidió un examen médico forense al Gobierno Civil, que a su vez se puso en contacto con la Dirección Nacional de Medicina Forense. La autopsia fue realizada por un catedrático de setenta años. Llegó en el tren nocturno de Estocolmo y parecía estar en plena forma. Estuvo trabajando ocho horas sin apenas interrupciones.
Luego entregó un informe preliminar que decía así: «Muerte por estrangulamiento asociada a violencia sexual extrema. Hemorragias internas severas».
A esas alturas, los informes y las actas de los interrogatorios empezaban a amontonarse en la mesa de Ahlberg. Podían resumirse en una sola frase: una mujer muerta había sido hallada en la presa de la esclusa de Borenshult.
No existía ninguna denuncia por desaparición ni en la ciudad ni en los distritos policiales colindantes. Tampoco existían órdenes de búsqueda que encajaran.