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La boca de un hombre desnudo

Me llaman el Loco Aldauc. Antes loco que Aldauc. Dicen que camino rápido y que hablo más rápido de lo que camino. Es que en pueblos como éste no es bueno andar despacio pues siempre hay alguien persiguiendo tus actos para ponerles un nombre. Por eso yo paso más horas en el pozo que en la calle. Ya llevo varios días cavando. El patrón me pidió que llegara a los diez metros para que su familia tome el agua después de mudarse. Esta mañana pasé los seis y no voy a detenerme hasta terminar.

Me gusta hablar mientras cavo porque para mí ambos actos son dos caminos paralelos para llegar al mismo lugar. Por decir cosas como éstas algunos también me llaman poeta. El lenguaje es como la tierra, le dije al patrón la otra noche para justificar mi acto de trabajar y hablar solo; tiene infinitas capas que puedo ir descubriendo si sigo yendo hacia abajo y desmenuzando sus formas hasta pasar a otra capa. Después le seguí diciendo que el lenguaje se moldea entre mis manos, que se ponen marrones, cuando me hundo para llegar en algún momento a beber yo también un poco del agua que le corresponde a su familia. Pero el patrón no pudo escucharme porque yo estaba muy abajo y me era imposible hacer llegar mi voz tan arriba.

Antes de ser loco era policía; poeta fui siempre pero no de esos que, como dice Atahualpa, por cantarle nada más que a la luna se enceguecen y no llegan a ver el fondo de los pozos. Por cantar a lo que se ve desde los pozos fue que mi nombre cambió para siempre. Cuando era policía denuncié a unos cuantos mafiosos compañeros míos por robos de haciendas y otras cosas que ya no recuerdo como para volver a declarar frente a un juez. En venganza mis colegas me encerraron en un cuarto para golpearme durante horas hasta mudarme el nombre. Cuando recobré mi conocimiento ya me llamaban El Loco Aldauc y yo era un cuerpo flaco acostado en la cama fría de un neuropsiquiátrico.

Algunos dicen que era loco desde antes. Ya no puedo saberlo porque viví demasiado tiempo en esos hospitales con gente parecida a mí; hasta la mañana en que me escapé del último para que no me quemaran. Me fui vestido de enfermero porque era más seguro que ser lunático ese día en que el edificio sería reducido por el fuego. Yo era el único en saberlo porque lo había oído detrás de una puerta y aunque se lo advertí a mis compañeros nadie me escuchó. Tuve que salir corriendo para que ninguna llama pudiera alcanzarme. Desde entonces hablo más rápido de lo que camino. Por temor a que un día me callen del todo.

Sigo cavando pero todo está seco. Lo único que veo es tierra y unas pepitas brillantes que seguro son de oro pero si lo digo en el pueblo se me ríen diciendo Aldauc, el loco. Tengo frascos por todos lados que brillan sobre los estantes de mi casa esperando ser analizados por algún geólogo. Hace más de dos años que nadie viene a visitarme. Debe ser por tanto oro junto y el miedo a que les dispare para defenderme.

Me traje pan y fiambre para aguantar acá adentro toda la noche y el día que sigue y terminar mi obra como me lo pidieron. Me gusta trabajar rápido y sin pausas pero como cavar me da calor y el agua tarda en aparecerse, a veces tengo que buscarla afuera. La otra tarde me detuve y bajé corriendo hacia el lago a bañarme desnudo cuidando que nadie me viese. Pero al parecer mi patrón me seguía para observar mis actos desde la orilla porque de pronto creí ver su figura gritándome que salga porque ni los locos pueden soportar el agua helada del lago Buenos Aires en invierno. Me fui hundiendo hasta sentirme lo suficientemente fresco y volví caminando con el agua por las rodillas recitando poemas, como lo hago en la calle, frente a toda esa gente que pasa sin oírme.

Cuando llegué a la orilla me di cuenta de que no era el patrón el que gritaba sino su hijo y que lo que quería era entrar al lago conmigo y no hacerme salir de él. Cuando le hice la confesión del malentendido me contó que desde hacía una semana pasaba sus tardes sentado en el borde del pozo escuchando lo que hablo mientras trabajo porque decía que para él era como escuchar poesía de la boca de un hombre desnudo. Todo eso me dijo el hijo del patrón y mientras cavo pensando en sus palabras oigo cómo resuenan las mías, cada vez más fuertes, adentro y afuera del pozo, ahora que sé de algunos hombres que oyen lo que pasa abajo.

Nomadía

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