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¿Qué es el aprendizaje? Los aprendizajes primitivos
Оглавление«Ser es, esencialmente, ser memoria; es encontrar una forma de coherencia, un vínculo entre lo que somos, lo que queríamos ser y lo que hemos sido.»
Emilio Lledó, académico de la lengua, profesor en las universidades de Heidelberg, La Laguna, Barcelona y Madrid, es uno de los pocos sabios españoles que aún vive (aunque se queja de que ser «sabio oficial» es agotador).
Cuando los psicólogos hablan de aprendizaje se refieren a los procesos por los que la conducta puede modificarse a lo largo del tiempo para adaptarse a un entorno cambiante. Esta propiedad cerebral requiere de la capacidad de adquirir información del entorno, evaluarla, y generar una memoria individual (autobiográfica), que se va construyendo con la experiencia y nos proporciona identidad, adaptabilidad y consciencia. Así que, de alguna manera, a través del aprendizaje, las neuronas, el organismo del que forman parte y el medio con el que este interactúa se acoplan funcional y estructuralmente, y estas transformaciones son coherentes con los cambios que se producen en el entorno. Cada aprendizaje se mantendrá o extinguirá según su utilidad para operar en una situación futura.
Como avanzamos en la introducción, el aprendizaje y la memoria son conceptos estrechamente ligados, de forma que mientras que el aprendizaje es la capacidad para adquirir nueva información, la memoria sería la de retener esa información aprendida de modo que pueda ser evocada. En realidad, podría decirse que constituyen dos momentos en la serie de funciones a través de las cuales los organismos procesan y utilizan la información. Sin embargo, no hay que cometer la equivocación de considerar el aprendizaje como un «proceso» (adquisición de información) y la memoria como un «estado» (depósito o almacén). Ambos son procesos. La relación entre aprendizaje y capacidad de combinar contenidos de memoria e imaginar alternativas para escoger la más adecuada puede intuirse en una experiencia de Garry Kasparov, campeón mundial de ajedrez: en 1996 perdió por primera vez una partida contra una computadora, la famosa Deep Blue, capaz de analizar del orden de 100 millones de jugadas por segundo (esto en 1996; después, esta capacidad aumentaría al doble, hasta los 200 millones por segundo). Kasparov solo logró derrotar a Deep Blue cuando empleó estrategias novedosas, que no habían sido introducidas en la memoria de la máquina. Este ejemplo de innovación y creatividad pone de manifiesto que el aprendizaje es fundamentalmente una herramienta para sobrevivir en el futuro, en circunstancias y ambientes cambiantes.
Existen unas formas de aprendizaje básicas y filogenéticamente antiguas, como la habituación y la sensibilización, el aprendizaje perceptivo y motor o los condicionamientos clásico e instrumental, que dan lugar a una memoria fiel, rígida y duradera, llamada «memoria implícita o procedimental». Esta es inaccesible al recuerdo consciente y se expresa básicamente en la ejecución de acciones, no a través de las palabras. Es la información que nos permite ejercer hábitos cognitivos y motores, pero también la que nos «marca» cuando nos sucede algo traumático. Diferentes formas de memoria implícita se adquieren a través de diferentes maneras de aprender y se organizan en regiones encefálicas distintas. Sin embargo, su principal lugar de almacenamiento radica en estructuras subcorticales (es decir, más antiguas evolutivamente que la corteza cerebral y situadas bajo esta), lo que explicaría por qué no son conscientes: la consciencia requirió regiones filogenéticamente más modernas. El funcionamiento de la memoria implícita puede ilustrarse mediante un ejemplo universal: si de pequeños hemos encontrado un gusano en una manzana, incluso aunque no lo recordemos, ese hecho ha quedado grabado gracias a este tipo de aprendizajes, y determina que, aun llegando a apreciar el sabor de las manzanas, siempre sintamos que hay «algo» que no nos permite estar completamente relajados al morderlas.