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Capítulo 5 Un disfraz de diez

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Pepe Durán, cuñado y mánager de Óscar Navas, estaba corriendo sus cuatro kilómetros nocturnos cuando recibió una llamada.

Llevaba el móvil en el bolsillo y contestó directamente sin mirar la pantalla, presionando el botón para descolgar en los auriculares inalámbricos.

—¿Diga?

—El pollo está en el horno —le contestó una voz ronca y oscura, desconocida.

—¿Quién es? —preguntó Pepe, creyendo que había escuchado mal.

—Repito: el pollo está en el horno.

Pepe apenas aminoró el ritmo, abrió la cremallera del bolsillo, sacó su teléfono y comprobó que era un número oculto, así que colgó sin más.

Quince segundos después, su teléfono volvió a sonar y esa vez contestó, molesto:

—Te has equivocado de número y de persona, como vuelvas a…

—Señor Durán, sé muy bien con quién estoy hablando. ¿Lo sabe, usted?

Pepe dejó de correr, no de caminar. Siguió avanzando cautelosamente mirando a un lado y a otro del parque, sospechando de cada sombra como si esperase que alguien pudiese atacarle en cualquier momento.

—No sabe quién soy —continuó el extraño—, pero ¿sabe con quién estoy?

—No dejes que me haga daño, por favor —rogó una nueva voz al teléfono, masculina y aguda, algo sobreactuada.

Pepe se quedó lívido y frenó en seco al instante.

—¿Ca… carlos? —titubeó—. ¿Estás bien?

El reloj de pulsaciones que llevaba en la muñeca enloqueció y sintió que su corazón cobraba vida propia, lo sentía subir por su garganta como si pudiera vomitarlo, cortándole la respiración.

—Su marido está bien —volvió a decir la primera voz— y seguirá estando bien si vuelve a casa con una bolsa de nachos y una tarrina de guacamole. —El extraño empezó a reírse a carcajadas y culminó sin impostar la voz—: Y tráeme cerveza sin alcohol, que no os queda ninguna en la nevera y esa no es forma de tratar a tu cuñado favorito.

—¿Óscar? —inquirió Pepe, pasando de la angustia al alivio y del alivio al enfado tras escuchar las risas de su marido y de su cuñado—. ¿Sois gilipollas? Casi me matáis de un infarto.

—Lo siento, ha sido idea de mi hermano —se disculpó Óscar, sin dejar de reírse—. Esta mañana he tenido la última sesión con la vocal trainer y me apetecía contaros en persona cómo va lo de la cámara oculta, y cenar con vosotros de paso. Quería ver si la voz que voy a usar en el reality es reconocible y mi hermano me ha dicho: «Llama a Pepe y, si le engañas a él, colará con cualquiera».

Pepe suspiró, cansado.

—No me parece buena idea que fuerces la voz. Si la rasgas en exceso, te puede pasar factura… Además, no te van a reconocer si no cantas, hay muchas personas con voces graves y rasgadas como la tuya. Habla normal y que te maquillen bien.

—El maquillaje es de diez, te lo aseguro. Y tienes razón, les diré a los del programa que por recomendación de mi mánager no voy a forzar la voz.

—Estupendo, voy para allá y me lo cuentas, pero no pienso llevar ni cerveza, ni nachos, ni nada —gruñó—. He salido a correr, no he cogido el coche y solo llevo encima un par de monedas. Si quieres comprar algo, díselo al de servicio. Esta semana ha entrado uno nuevo en el turno de noche. Creo que se llama…

—Luis —completó Óscar. Era parte de su encanto, recordaba los nombres con facilidad. No era petulante ni mostraba la frialdad distante de otras superestrellas, a pesar de que había sido famoso desde la cuna. Tenía los pies en el suelo, era cercano y hacía sentir a todo el mundo especial, sobre todo al servicio—. Luis no va a poder ir porque se está encargando del pollo, el personal de cocina ya se ha ido, pero a él no le ha importado ponerse con ello. Te he dicho que el pollo estaba en el horno de manera literal y también en plan código secreto, porque el perfil con comentarios falsos ha sido un buen gancho. ¡La mujer que elegí en primer lugar para mi episodio con cámara oculta me acaba de decir que sí!

—¿La de los albaricoques?

—Esa misma, ya ha hecho efectivo el pago. —Óscar usó un tono misterioso y macabro y susurró—: Tenemos víctima inocente.

—No lo digas así, no es un sacrificio ritual.

Óscar no pudo sofocar una carcajada.

—Ella no, pero, ahora que lo dices, los guionistas querían meter uno como parte del viaje y no sé si al final lo hicieron. Un momento, ¿tú no te habías leído el guion?

Pepe giró fuera de la pista y trotó un poco entre los árboles, buscando el camino más corto para regresar a su casa.

—No me ha llegado el guion definitivo al correo hasta esta mañana, pensaba leerlo después de cenar. Podríamos leerlo juntos.

—Perfecto, ¿vas a tardar mucho?

—Unos diez minutos —supuso Pepe y colgó. Saltó los setos y entró en una avenida, justo cuando pasaba uno de los coches del equipo de seguridad de la urbanización.

El coche aminoró alertado por el movimiento sospechoso. Le había visto aparecer de repente desde la arboleda y le dio las luces largas.

Pepe saludó, el conductor lo reconoció y bajó la ventanilla para darle las buenas noches educadamente, como de costumbre.

Pepe sopesó la posibilidad de pedirle que le acercase y, finalmente, no lo hizo. Decidió que aprovecharía para correr los últimos metros que le separaban de su casa y se arrepintió apenas unos minutos después, cuando vio una figura extraña agazapada junto a la valla de entrada a su mansión.

Las pulsaciones volvieron a subir en su reloj de muñeca e inquirió, autoritario:

—¿Quién anda ahí?

El extraño se puso de pie y Pepe lo inspeccionó a conciencia. Era alto, espigado pero fuerte, y con la pinta que llevaba era imposible que hubiese pasado el control de entrada de la urbanización.

La ropa parecía nueva y estaba limpia; sin embargo, la barba y la melena que lucía se veían muy desaliñadas, y lo más sospechoso era que llevase puestas unas gafas de sol siendo de noche.

El extraño sonreía bajo la luna como el gato de Cheshire y tenía unos dientes grandes, muy grandes, blancos y resplandecientes.

Pepe cerró una mano alrededor de su móvil, preparado para apretar tres veces el botón de inicio y mandar una señal de emergencia a su marido, cuando cayó en la cuenta.

—Óscar, eres tú, ¿verdad? —preguntó, aún desconfiado.

—Si lo tienes que preguntar es porque no lo sabes seguro y sí que es un disfraz de diez.

Pepe se aproximó.

—Ni siquiera a un metro me pareces tú, te veo algo que sí, pero no. ¡Y menudos dientes te han puesto! ¿Puedo…? —Pepe alargó una mano y tocó las carillas falsas. Los dos incisivos centrales se veían muy anchos, ya que cubrían parte de los incisivos laterales. Pepe los golpeó levemente con un dedo y exclamó—: ¡Es un disfraz del carajo, estás horrible!

Óscar se llevó una mano a la nuca y, con alivio por haber pasado la prueba de fuego, frotó el inicio de la peluca, que estaba bien disimulado y sujeto a su propio pelo.

—La peluca puede aguantar días. ¡Me han tenido que enseñar cómo quitármelo todo!

Pepe no dudó en golpear su ego con un comentario en apariencia casual:

—Si te viesen ahora los de Vanity Fair, no volverían a decir que eres el hombre más guapo del mundo.

Óscar asintió, apretando los labios.

—Debería renunciar a la corona, pero ya se la han dado a otro este año. ¿No te lo he contado?

Habían hablado muchas veces del nuevo ganador del concurso de belleza de la revista americana porque este había hecho algunos comentarios públicos menospreciando a Óscar, que no había entrado en la polémica.

Se abrazaron entre risas y la verja se abrió desde dentro para dejarles pasar.

Amor sobre ruedas

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