Читать книгу Amor sobre ruedas - Mara Oliver - Страница 17
Capítulo 12 Mojabragas
ОглавлениеAlba sincronizó su lista de reproducción con la radio del coche y buscó su canción favorita, la que compartían en los perfiles.
—Voy a ir a lo seguro, porque lo he visto en tu perfil —repuso, con una sonrisa tímida—. Compartimos la misma canción como favorita. Espero que a Claudia también le guste.
En cuanto sonaron los primeros acordes, Claudia soltó un bufido muy sonoro y protestó:
—¡Pues menudo ojo clínico! No, por favor, ¡una del Navas, no! Lo siento, pero no puedo con el mojabragas ese.
Óscar sabía lo que la actriz iba a decir porque estaba en el guion, aunque en un principio habían acordado que sería él quien pusiese uno de sus propios temas. Se rio y esperó a que Alba lo defendiese.
Ella se limitó a poner la siguiente canción de la lista, una de los Beatles.
Claudia aplaudió la decisión.
—Oh, sí, esta es mucho mejor. Espero no haberte ofendido —se disculpó, mirando a Óscar de pasada, pero centrándose en Alba para recriminarle, indiferente—: A lo mejor eres una superfán del Navas o algo así.
—Algo así —replicó Alba, distante, sin dejar de mirar por la ventanilla—, pero no me ofendes. Y es verdad que es un mojabragas.
Óscar se quedó lívido, la actriz disfrutó de su reacción y recalcó:
—Ah, ¿sí?
Alba sonó resuelta y decidida:
—Sí, a mí se me mojan las bragas siempre que lo escucho. Pero ahora me preocupan más tus bragas, mientras sigan secas y los gemelos en su sitio, por mí bien, te pongo todas las canciones que tú quieras.
Óscar echó el cuerpo hacia delante, como si Alba le hubiese dado una patada en el respaldo, después se rio al ver cómo ella también se reía.
Los gestos de Óscar a menudo eran un poco exagerados, aunque espontáneos. No podía evitarlo, desde pequeño había crecido bajo los focos, solía gesticular mucho y sabía cómo hacerlo para marcar sus rasgos más favorecedores, pero esa vez sus ojos, sus hoyuelos y su mandíbula no quedaban a la vista, todos sus encantos más característicos estaban mitigados por el disfraz.
Claudia siguió con el guion:
—No quería ofenderte, de verdad, pero es que el Navas es para adolescentes.
—Yo no diría exactamente eso. —Alba sonó cansada, como si hubiese explicado lo mismo muchas veces—. En la adolescencia, el fenómeno fan se vive como el primer amor. Es una reacción química interesante. La música provoca en el cerebro una respuesta química muy placentera, liberando grandes dosis de dopamina. Podría decirse que los fans están enamorados, en cierto modo.
—Tú has dicho que eras superfán —le interrumpió Claudia, diciendo palabra por palabra lo que le ordenaban por su pinganillo—. ¿Quieres decir que estás enamorada del Navas?
Óscar contuvo el aliento, esperando la respuesta.
—Yo no soy adolescente —contestó Alba, sin darle más importancia—, pero te digo lo mismo que antes: algo así.
Claudia asintió, aunque su gesto no indicaba que entendiese a lo que Alba se refería, sino que estaba preparada para declamar lo que le acababan de dictar y lo repitió:
—Es que de verdad no quiero molestarte, pero me sorprende que una mujer como tú, profesora de Música y todo, tenga como su canción favorita una de ese tío. Me ha sorprendido mucho… Que te gusten los Beatles es lo normal.
Alba tenía espíritu conciliador y le daba igual que aquella mujer pretendiese ofenderla o no, pero la alusión a lo que debía de ser «lo normal» le hizo revolverse en su asiento y le afiló la lengua. Estuvo a punto de contestarle, pero se la mordió y se contuvo.
Claudia, por el contrario, continuó:
—Los Beatles son música de verdad, de la buena, auténtica, y no esos cantantes que hacen gritar a las niñas como locas. Por mucha química que me digas que produce su cerebro, no sé. No lo entiendo.
—No puedes juzgar a nadie por la reacción que provoca en los demás cuando le ven —respondió Alba, cerrándole la boca con una sonrisa—. Además, la mayoría de las fans de Elvis y de los Beatles eran chicas jóvenes que gritaban como locas.
Claudia se quedó callada y los guionistas también, pero Óscar preguntó, avispado:
—¿Y tú cómo reaccionarías si de pronto te encontrases con el Navas por la calle?
Alba se lo pensó un instante. Era algo que había imaginado muchas veces, de muchas maneras distintas en una miríada de fantasías diferentes, pero no se había parado a pensar qué haría en el mundo real.
—Haría como que no lo conozco —decidió—. Él seguiría andando, me dejaría atrás y yo le miraría el culo de cerca, que tampoco es un mal plan.
Volvieron a sonreírse a través del espejo retrovisor, a Óscar se le erizó la piel y Alba sintió un cosquilleo en el estómago.
—¿Y si él te hablase? —insistió Claudia.
Alba contestó rápido:
—¿Por qué iba Óscar Navas a hablarme a mí?
Claudia resopló con hastío, como si fuese evidente:
—Ay, chica, pues no sé. Ponte en situación, imagina que sales a comprar el pan y el Navas, con el cochazo que debe de tener, va y frena a tu lado a lo Pretty Woman, para preguntarte por una dirección, como si tú fueses Julia Roberts. Eso puede pasar, es raro, pero puede pasar… ¿Qué harías?
Alba no se lo pensó mucho.
—Le daría la información y haría como que no tengo ni puñetera idea de quién es, como la protagonista de Cantando bajo la lluvia. Para él tiene que ser un alivio que no todo el mundo se desmaye a su paso.
Óscar disfrutó la referencia porque era otra de sus películas favoritas, otro punto más a su favor; en contra, la reacción que ella había elegido. ¿Y si le había reconocido y estaba fingiendo?
Claudia bufó:
—¡Pues vaya, no eres tan superfán como pensaba! ¿Le dejarías marchar y te perderías la oportunidad de conocerle?
Óscar las observaba con la sombra de la duda empañando sus gafas de aviador, pensó que podía ser el cazador cazado, valorando la posibilidad de que todo el maquillaje no hubiese servido para engañar a su víctima inocente y fuese ella la que estuviese jugando con él, por lo que elevó la apuesta:
—¿Y si se te acerca y te invita a tomar algo? El típico ligoteo, vamos.
Alba se rio, descreída.
—¡No veo al Navas ligando con alguien como yo!
—¿Por qué no? —Óscar sonó un poco más ofendido de lo que pretendía.
—Porque él solo sale con modelos… —empezó a explicar Alba.
—¡Eso no es cierto! —gruñó Óscar. Le costaba cada vez más mirar solo la carretera, la miraba a ella por el retrovisor y por eso mismo su cuñado no dejaba de regañarle por el pinganillo, ya que desde una de las cámaras del techo podían notarlo.
A Óscar le costaba no mirarla y se dijo que era por la posibilidad de que le hubiese reconocido desde el principio, que le provocaba en exceso.
—No sé si será cierto o no. —La voz de Alba se tiñó de desencanto—. Es lo que he visto en las revistas. Él no confirma ninguna de las relaciones cuando le pillan y les hacen fotos, pero todas son con modelos, cantantes, actores o actrices que quitan el hipo. No lo imagino con alguien como yo.
Desde la sala de producción, Pepe observó la pantalla que mostraba la cámara principal. Era un primer plano de Óscar apretando los labios.
Estaba dolido, que le llamasen superficial era algo que odiaba profundamente. Iba a defenderse y no debía hacerlo, por lo que su cuñado le avisó por el pinganillo de nuevo:
—Cuidado con lo que dices, Óscar. No te descubras.
Él tomó aire y lo soltó con todas sus ganas y las palabras precisas:
—Esto es algo que no entiendo. A veces las personas que son atractivas por fuera, también lo son por dentro, y pensar que solo pueden atraer por su físico es tan superficial como decir que alguien que no tiene un buen físico tiene que tener un buen corazón. No tiene por qué ser así… Y yo de verdad creo que el amor es ciego. —Buscó la mirada de Alba en el retrovisor y fue implacable—: Y lo de que no imaginas al Navas contigo, eso es tu reacción, ¿no? Es lo que has dicho antes, no le puedes culpar por cómo tú reaccionas.
Óscar volvió a centrarse en la carretera, Alba no le contestó y Claudia recibió órdenes y sacó a colación otra frase de cine:
—¿Tengo que recordaros esa otra película de Julia Roberts? ¿La de Notting Hill? Me encanta cuando ella, que hace de archifamosa, le dice al prota que no la vea como una estrella de Hollywood porque solo es una chica pidiéndole a un chico que la quiera.
Alba le dedicó una sonrisa triste y adujo:
—Son películas, en la vida real no pasan esas cosas.
Óscar le corrigió:
—Sí que pasan, el arte imita la vida y la vida imita al arte.
Claudia recondujo la conversación:
—Yo también quiero creer que pasan estas cosas en la vida real y por eso sigo comprando lotería porque ¡un día me va a tocar a mí! Y quizá no es buena idea, quizá me daría un infarto si me tocasen veinte millones de repente… Hay reacciones que no se pueden predecir hasta que te pasan y una no sabe lo que va a hacer hasta que le dan la oportunidad de hacerlo. ¿Me explico? Si nos encontrásemos con el Navas ahora, haciendo autostop, pues lo mismo nos mearíamos todos encima de la ilusión, como aquella pobre chica que grabaron en el aeropuerto pidiéndole un autógrafo.
Las dos mujeres se rieron y Óscar frunció el ceño. Para ellas, era una anécdota más, un vídeo que se había hecho viral; para él, un recuerdo amargo.
Claudia terció con cierto deje de triunfo:
—¿Veis como es un mojabragas? En todos los sentidos. Y por tanto hablar del Navas ahora tengo que hacer pis.
Volvieron a reírse, esa vez los tres, aunque Óscar lo hizo sin ganas.
—Pararemos en la próxima gasolinera, aguanta —aseveró—. Ya no queda mucho.
Alba abandonó la conversación del coche y abrió la que le esperaba con Marisa, en la app de chat de su móvil.