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Capítulo 8 Una carta para no entregar

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No es normal que hagas todas las tareas domésticas y además tengas media jornada laboral, pero no puedas disponer del «dinero de la casa», en el que metes tu sueldo íntegro porque no es tuyo y no puedes comprar algo que sea solo para ti, porque no trabajas tanto como él, no sabes lo que cuesta ganarlo y eres una «gastona».

Da igual que compres la ropa más barata por Internet, que ni te tomes un café con las amigas por no gastar y que hayas dejado de ir a conciertos que no sean gratuitos. Poco a poco, él te habrá ido convenciendo de que todo eso son lujos y de que solo le necesitas a él. Y mientras tanto, él necesitará otras cosas y se gastará lo que haga falta, que para eso el dinero es suyo, porque él sí se lo gana y sabe cómo gastarlo.

No es normal que te diga «si me dejas, me mato», que te lo escriba con un rotulador indeleble en todas las pinzas de la ropa y lo llame ser romántico, que te lo repita cada vez que te ve suficientemente fuerte como para irte.

No es normal que te deje notas «románticas» diciéndote que te quiere más que a su vida y que si necesitas que te lleve a comprar en coche al día siguiente, primero tienes que despertarle con todo tu amor, bien con un beso o con una mamada, preferiblemente lo segundo si de verdad quieres compensar el esfuerzo. No es normal que no sea broma, que espere que lo hagas de verdad, que cuente las mamadas que le debes y te las cobre cuando le apetezca como una renta de carne.

No es normal que si tú no quieres follar, porque hacer el amor es otra cosa, él te diga que te des la vuelta porque «va a ser rápido y a ti qué más te da», que, si le quieres, que se lo demuestres.

La primera vez que pase, llorarás, y él te pedirá perdón; llorarás más veces, pero él seguirá haciéndolo porque, si a ti no te apetece, es porque no le quieres y a él le apetece porque te quiere de verdad, ¿acaso lo dudas?

Cuantas más veces pase, más fácilmente lo aceptarás y será porque no podrás hacer otra cosa. Indefensión aprendida, lo llaman. El abuso se convierte en lo normal y pasarán los años y serás tú la que te des la vuelta y le dirás que no te importa.

No es normal que uno de sus «juegos» favoritos sea inmovilizarte, de pie contra una pared y cogiéndote por las muñecas o sobre la cama bajo su peso para decirte cosas como «tienes que ser más fuerte, esto te lo puede hacer cualquiera». Le pedirás que te suelte, él no lo hará y tú gritarás y temblarás y cuando por fin te suelte será para llamarte loca por ponerte tan nerviosa, por tomarte el juego en serio. Te dirá que no quería hacerte daño, que tenía que enseñarte que debes ser más fuerte y, al final, te tendrás que disculpar por reaccionar de manera exagerada.

Le pedirás perdón y le rogarás que no lo haga más, pero él no dejará de hacerlo porque lo hace por amor.

¿Y sabes qué? No habrá una última vez hasta que tú hagas que sea la última.

Te voy a contar una de mis últimas veces, o puede que incluso la última de verdad, no lo recuerdo. Lo que sí recuerdo es que estábamos de pie, él me tenía contra el armario del dormitorio y estaba descalzo, pero yo no lo estaba. Le pisé con ganas y me soltó. Luego tuve que pedirle perdón, pero me soltó al momento.

Así aprendí que me tenía que defender. Cuando te pase a ti, si te pasa, si te obliga a jugar a ese «juego» u a otro que tú no quieras, defiéndete.

Y date cuenta de que, si te tienes que defender de tu pareja, es porque te tienes que salvar a ti misma.

Nadie más puede hacerlo.

Sálvate a ti misma.

Yo lo hice y me fui, me fui a mil kilómetros y vino detrás, vino a mi puerta y me dijo que todo tenía solución y que me esperaría siempre, pero yo ya era libre.

Mi maldición ahora es tuya, como en las películas de terror, como en la barca del infierno que te libras de remar cuando otro coge el remo. Es tu decisión aceptarlo. Si piensas que contigo será distinto, al principio conmigo también lo era.

Y ahora he vuelto a ese principio antes de él. He perdido muchos años, pero los que me queden son míos para vivirlos como quiera.

Ahora soy libre.

Soy libre.

Subrayó la última palabra y se sintió mejor, se había sacado el dolor y la rabia fuera del organismo y había terminado con una idea positiva, tal y como la psicóloga le había enseñado a hacer.

Entretanto se había hecho de día y su hermana no tardaría en levantarse. Se duchó deprisa, preparó un buen desayuno para las dos y se prometió que, si tenía más pesadillas porque no podía dominar lo que pensaba estando dormida, al menos no volvería a revivirlas al despertar porque eso sí que podía controlarlo.

Si iba a soñar despierta, serían solo cosas buenas.

Buscó la canción adecuada para empezar el día, le dio al play y disfrutó del primer sorbo de su té con canela con la voz de Óscar Navas. Le animaba a sonreír, aunque fuese en caída libre.

Amor sobre ruedas

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