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Capítulo 10 Cenicienta de barrio

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El GPS indicó que había llegado a la ubicación que Alba había compartido y Óscar Navas dejó el coche en doble fila.

Era la calle correcta, aunque no sabía exactamente en qué portal vivía ella.

Llovía tanto que a través de las ventanillas del coche no se distinguía el exterior. Los cristales tenían una cortina de agua en continuo movimiento, como los pies y las manos de Óscar, que no paraba de moverse en su asiento.

—¿Estás nerviosa? —le preguntó a la actriz que haría de primera pasajera y que estaba en el asiento de atrás, repasando su guion.

Ella levantó levemente la vista y respondió:

—No tanto como tú, ¿no tienes ningún ritual para tranquilizarte antes de los conciertos?

Óscar se encogió de hombros.

—Suelo encender una vela para que nos dé suerte y todo salga bien, pero no se me ha ocurrido traerla.

Ella chascó la lengua, pensando deprisa, dejó su móvil junto al freno de mano y puso un vídeo de Internet en el que se veía una llama oscilar en la oscuridad.

—A veces es bueno improvisar —le dijo, comprensiva—. Mira el vídeo e intenta relajarte un poco.

—Gracias.

—Es un barrio humilde —agregó la actriz—. Eso va a funcionar muy bien, es como con la lotería: cuando cae en un bar de curritos o en una ferretería, todo el mundo se alegra. Piensa en eso, piensa que le vas a cambiar la vida a esa chica. Es una Cenicienta.

—Una Cenicienta de barrio —arguyó Óscar.

—¿La elegiste por eso? Porque te ofrecieron unos cincuenta perfiles, ¿no?

Óscar giró la cabeza y le increpó, guasón:

—¿Tú qué eres, una periodista infiltrada?

Ella se rio, coqueta.

—No soy periodista, soy curiosa y, no sé, algo tuvo que llamarte la atención para elegirla a ella, ¿o lo hiciste sin pensar?

—No fue sin pensar, me gustó su perfil y la canción que puso como favorita, Caída libre.

Ella tardó un poco en reaccionar, pero continuó con el interrogatorio:

—Por lo que me han dicho, todos tenían una canción tuya como favorita y esa la tenían varios, así que no fue en eso en lo que te fijaste, ¿fue por la foto?

Óscar le siguió el juego, convencido de que era parte de un guion que a él no le habían pasado.

—Me fijé en los ojos, la sonrisa y la… personalidad, que es lo mismo en lo que me fijo cuando conozco a alguien —confesó, esperando que fuese suficiente información—. Elegí otras dos personas más como posibles candidatas y mandamos tres ofertas con los trayectos que pedían. Ella fue la primera que dijo que sí… Y su perfil era el más ingenioso, así que me alegré, espero que tenga una gran personalidad, que haga el viaje muy divertido.

—¿Gran personalidad quiere decir «grandes tetas»?

Los dos dedos índices de Óscar dieron forma a un cuadrado invisible en el aire.

—Eres muy cuadriculada. Piensa fuera de la caja, por favor. Yo pienso en almas, no en cuerpos.

La actriz tardó un poco en contestar y, como si le estuviesen dictando las palabras, porque así era, contrarrestó:

—Eso no suena a pensar fuera de la caja, suena a pensar fuera del armario.

El comentario malicioso no molestó a Óscar, estaba acostumbrado a que cuestionasen su sexualidad en las entrevistas, precisamente porque nunca se había pronunciado al respecto y jugaba cómodamente con la ambigüedad.

Aquella mujer y el mundo entero podían pensar lo que quisiesen, a él no le importaba.

—El día que me metan en una caja o en un armario, llámalo como quieras, será para incinerarme. —Señaló el fuego de la imagen en el teléfono y propuso—: Vamos a centrarnos en esa llama y a relajarnos un ratito, ¿te parece?

Óscar se concentró en la vela virtual y se sobresaltó al escuchar una risa ajena por el pinganillo, lo llevaba en la oreja izquierda como en los conciertos y estaba tan acostumbrado a él que ni lo notaba.

—Cuñao, no se te ve nada relajao —bromeó Pepe.

Óscar se llevó instintivamente la mano a la oreja del pinganillo y masculló:

—Lo estaba consiguiendo hasta que me has gritado en el oído.

La actriz lo miró confusa y él le dijo por señas que estaba hablando con el equipo de realización, como si no fuese consciente de que posiblemente los guionistas le habían estado dictando a ella lo que tenía que decir, todo el tiempo.

La productora, Supravision, tenía fama de disfrutar de las polémicas. No habían empezado el viaje y ya estaban buscando carnaza.

Óscar chascó la lengua y se dijo que, de seguir en ese plan, no iban a llegar ni a la primera gasolinera con él dentro del coche.

—Queda media hora para que conozcas a tu víctima inocente —continuó Pepe—, tenemos tiempo de sobra para dar los últimos retoques y, por ejemplo, borrar esa arruguita que te acaba de salir entre las cejas. Madre mía, esperemos que se te quite la cara de mala leche pronto, con esos pelos das miedo.

—No sé, a lo mejor no ha sido una buena idea participar en el programa.

—Mascarada lo va a petar en la parrilla de programación, he estado viendo las bromas que ya han grabado y hay gente muy famosa metida en el ajo. —Pepe tenía guardado un as en la manga para tenerlo de nuevo a bordo del plan al cien por cien si le entraban dudas de última hora. La manera más fácil era despertar su curiosidad y elevar sus expectativas, primero con el programa y después con la víctima—. Y he estado investigando sobre tu Cenicienta. Es profesora de Música, está soltera y, aunque sus redes sociales son privadas, unos alumnos la grabaron cantando y lo subieron a sus cuentas en abierto, etiquetándola. Tiene una voz bonita, muy armoniosa. ¿Quieres verlo?

Él asintió, Pepe le mandó el enlace del vídeo al móvil y lo abrió al momento.

La Srta. Albaricoque salía de lejos sobre el escenario del que posiblemente sería el salón de actos de un instituto. La imagen era borrosa y no se escuchaba bien porque los alumnos gritaban y jaleaban, animándola. Estaba tocando una versión de una canción de Pink Floyd con un ukelele y cantaba de un modo muy dulce.

El vídeo no duraba más de treinta segundos, pero fue suficiente para hacer que desapareciese la arruga de la frente de Óscar.

—Ahora dame un buen plano —le instó Pepe. Óscar levantó el pulgar hacia el espejo retrovisor del parabrisas—. Perfecto. Atiende, una docena de cámaras vigila cada uno de tus movimientos y, a la que te acabas de dirigir, es la principal. Es la que mejor plano te da, úsala bien. Las otras son más para captar planos detalle… Y te aviso desde ya, como tengas una erección no va a ser un detalle que aquí les pase por alto.

Óscar se puso la mano derecha sobre la bragueta del pantalón y apretó como si fuese una bocina, justo antes de mostrarle el dedo corazón con la izquierda.

—¿Esto lo ves bien, cuñao? —le provocó.

Los dos se rieron.

—Córtate un poco. Sé tú mismo, pero no demasiado.

Óscar se llevó las manos a la cabeza, cerró los ojos y rogó:

—Échame un cable y recuérdame por qué estamos aquí.

Pepe respiró hondo y soltó de corrido las principales razones por las que habían aceptado la propuesta de la productora:

—Te has metido en este embolao porque vamos a sacar un disco nuevo y esta publicidad es impagable, porque nos van a dar mucha pasta para unas cuantas ONG que se lo merecen mucho y porque va a ser divertido y una experiencia inolvidable.

—Muy divertido. —Óscar lo repitió para convencerse—: Una experiencia única e inolvidable.

—¡Sobre todo si a tu fan le da un infarto cuando te quites la máscara y vea que eres tú el que ha estado a su lado todo el tiempo! A lo mejor se mea encima de la emoción, como esa pobre que te pidió un autógrafo en el aeropuer…

—¡No me estás ayudando! —se quejó Óscar.

—Ok, perdona. Piensa en lo que tú vas a ayudar a esa pobre profesora de Música que no tiene ni para comprarse una guitarra de verdad y va por la vida con un triste ukelele. ¡Le van a pagar muy bien y la vas a hacer muy feliz! Por mal que se lo hagamos pasar primero.

—Y si lo pasa demasiado mal, corto y se acabó. —Óscar miró a la cámara principal para que les quedase claro a todos los que le observaban—. No estamos en directo y en mi contrato se especifica que puedo poner fin al «espectáculo» en cualquier momento, si considero que se daña mi imagen pública o la de ella. Esa salvedad es un salvavidas. Tengo que dar el visto bueno a las dos horas del montaje final y no voy a dejar que nadie se ría de la Srta. Albaricoque, eso os lo aseguro. —Usó el plural para que no cupiese duda alguna de con quién estaba hablando en realidad y, no obstante, recalcó—: ¿Oído, cocina?

Pepe carraspeó y no contestó, hizo un gesto en la sala de control y una mujer contestó en su lugar:

—Hola, Óscar. Soy Lupe, la directora del programa. Te estoy escuchando y lo seguiré haciendo todo el tiempo, pero no voy a volver a intervenir, a no ser que sea necesario. En otros realities similares hemos visto que funciona mejor que el enlace con el equipo sea alguien con quien el gancho, o sea tú, tenga una relación cercana. Te hablo ahora porque quiero que estés tranquilo y sepas que todo va a ir bien. Hay un gran equipo trabajando contigo.

—Eso no lo dudo.

—Bien. También me gustaría que entendieses que esa mujer, al aceptar los términos de uso de la aplicación, nos dio permiso para utilizar su imagen y su voz en cualquier evento publicitario relacionado con Carropool. Es decir, este reality. No obstante, no cometeremos ninguna irregularidad y tú sigues teniendo la última palabra en cuanto a lo que se vaya a emitir.

—Muy bien, eso era lo que necesitaba escuchar, supongo —afirmó Óscar, más calmado.

—Disfruta de la experiencia, nos vemos en plató —se despidió Lupe y Óscar le dijo adiós a la cámara.

Pepe retomó la conversación, aunque no del modo más acertado:

—¿Ves? Si se nos va de las manos, ella fue quien lo aceptó y tú no te sientas mal.

—¡No me jodas, Pepe! —gruñó Óscar—. No creo que nadie se haya leído nunca las tres páginas de letra enana que salen al aceptar la instalación y el uso de la app. Y si ella lo hizo, seguramente pensaría que se referían solo a la foto de perfil y como mucho a los mensajes de audio que haya cruzado con los usuarios.

—Hecha la ley, hecha la trampa —lo interrumpió su cuñado—. Los de la productora Supravision se las saben todas. Y me da igual que nosotros hayamos puesto en el contrato que tienes que aprobar la edición final, imagínate que alguien filtra otras imágenes ilegalmente de algún modo. Te lo digo para que no hagas nada que pienses que vas a poder borrar luego, ya me entiendes.

—Ya, ya. Sé lo que me vas a decir porque ya me lo has dicho: no te fías y crees que ella puede ser otra actriz y que intentará seducirme y…

—No, no. Eso ya no lo creo porque la he investigado y no es un agente doble. En cuanto a lo de que te seduzca, dudo que la seduzcas tú a ella. —Pepe mitigó una carcajada—. Con esa pinta que llevas y esos pelos que te han puesto, yo no te tocaría ni con un palo.

—No lo harías porque somos familia y eres mi mánager, pero si la víctima inocente fueses tú…

—Ni de coña, te han caracterizado demasiado bien. Parece que llevas un año sin ducharte y, si yo fuese ella, pensaría que llevando así lo que se te ve, ¡mejor no imaginar cómo estará el resto que no se ve!

—Está perfectamente afeitado y pulcro, ¿quieres un plano detalle? —Óscar volvió a echarse mano a la entrepierna, pero fue solo un amago.

—A eso exactamente me refiero. Si no quieres que tu polla se haga famosa, guárdatela en el pantalón.

Los dos se rieron y Óscar se descubrió mucho más relajado. Pepe tenía ese efecto en él, le infundía ánimo y confianza, aunque a veces lo llevase al límite de maneras poco ortodoxas.

—Oye, estoy mucho más tranquilo. Gracias, cuñao… Solo que, ahora que me has dicho que dudas de que pueda seducirla con estas pintas, pues me dan ganas de intentarlo.

Pepe se enserió de golpe.

—No jodas.

—Es que nunca he estado con nadie que no supiese quién era yo. No sé, tiene su morbo, ¿no?

Su cuñado fue tajante:

—No te puedes enrollar con ella y punto. No puedes ni echar un kiki rápido en los baños de una gasolinera.

—Mmm, en una gasolinera… Eso tampoco lo he hecho nunca, no sé para qué me das ideas.

Óscar se reía, pero a Pepe le hacían poca gracia esas bromas.

—Escucha, Óscar, el programa controla la ruta y todos los posibles desvíos. Te van a ordenar dónde y cuándo parar. Puede que incluso lleves encima alguna cámara extra, además de las que llevas en las gafas y en el pelo.

Óscar se tocó la peluca.

—Lo de las gafas ya lo sé, pero lo del pelo… es broma, ¿no?

—Esa cosa que te han puesto debe de tener hasta vida propia, yo no me fiaría. ¿Seguro que no ladra?

Amor sobre ruedas

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