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CAPÍTULO IV Cumpleaños de 15

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Al día siguiente volvieron a reunirse, esa vez en lo de Emilia.

—¿Qué vas a ponerte para el cumpleaños de Lucila? —le preguntó la dueña de casa a su amiga.

—El vestido que te mostré el otro día, que me prestó mi prima.

—Cierto, es relindo. Yo llevo un short y una blusa.

—Mostrame —pidió entusiasmada.

Como respuesta, salió apresurada hacia su habitación y le indicó que la siguiera. Era un conjunto muy bonito. Elegante, propio de una fiesta a la que hay que ir de vestimenta formal. El short era de un azul marino con cierto brillo y la blusa combinaba a la perfección, de una textura satinada, mostraba ciertos dibujos irregulares.

—¿Preparándose para el cumpleaños de quince? —indagó la madre, que apareció en el umbral.

—Chusma —sonrió su hija, largando unas carcajadas.

—Totalmente. Estas cuestiones me divierten, chicas. ¿Se olvidan de que fui jovencita como ustedes?

Se quedaron las tres sonriendo.

—Otra cuestión que me entretiene mucho es el amor adolescente. ¿Con Agustín qué pasó?

—Nos ennoviamos hace poco —Tamara se puso colorada.

—¡Oh, qué lindo! Felicitaciones entonces.

—Gracias.

—Está recontenta —intervino Emilia—. Aunque la veas callada y tímida, está contentísima.

—Me imagino que sí. Es una etapa maravillosa. Hay que disfrutarla, con tranquilidad.

—Sí, mamá —suspiró Emilia—. Dejala que viva el momento.

—Exacto, esa es la idea.

Se escuchó un llamado proveniente de algún otro sector de la casa.

—Parece que es tu padre, iré a ver qué necesita. Cualquier cosa me buscan.

A diferencia de Tamara, Emilia vivía con sus padres y su hermano Matías, en una casa enorme en las afueras de la ciudad. Aunque a esa altura ya era parte de la ciudad, que crecía a cada momento. Tenía un fondo gigante lleno de vegetación; un gran roble decoraba el centro y en un rincón habían armado un estanque artificial donde criaban unas hermosas carpas de colores.

—Hablando de Agustín, ¿está muy celoso por la fiesta a la que vas sin él?

—No, solo un poco. Dice que le gustaría ir conmigo para bailar juntos.

—Tu sonrisa es tan obvia, estás muy enamorada.

—No es verdad. Un poquito.

—Eso pensarás vos.

—Igual no importa si está celoso, le digo que confíe en mí. Si sabe que lo quiero a él.

—Pero como está la cosa hoy en día... Todos los chicos se te tiran arriba en los cumples de quince.

—Lo bueno es que a ti pueden seguir tirándosete arriba —rio Tamara.

Emilia le lanzó una almohada por la cabeza, con un rostro tan serio que daba miedo.

—Vamos a comer algo —dijo cambiando de tema.

—Dale.

Esa noche, el padre de Emilia pasó a buscar a Tamara para llevarlas a la fiesta. Habían quedado en que iban con él y volvían con la mamá de su amiga. Estaban muy entusiasmadas. Esos cumpleaños siempre eran divertidos, no solo por la comida, bebida, baile, sino además por las cuestiones amorosas. Siempre alguien se terminaba ennoviado o cortando el noviazgo. Aparte, era un momento de distensión, donde podían dejar de lado las charlas sobre las clases y profesores.

—Ay, estás preciosa, amiga —le dijo Emilia apenas entró al auto.

—Gracias, vos también. Relinda.

—Gracias.

—Ella es linda —aclaró Héctor, que iba a su lado al volante, acentuando el verbo.

—Es verdad, papá. Modestia aparte.

Rieron juntos.

Al rato, Tamara recibió un mensaje.

—Agustín me escribió. Dice que me divierta y agregó muchas caritas con besos.

—Está que arde. Seguro te escribe toda la noche, no sea cosa que te olvides de que tenés novio.

—Eso no va a pasar. Me encanta él.

—Lo sé, pero los hombres son inseguros.

—Ey —intervino su padre —¿De dónde sacaste esa idea?

—Siempre lo dicen.

—Puro invento. Todos somos diferentes, igual que ustedes las mujeres.

—Bueno, es verdad. Todo el mundo es distinto.

No tardaron en encontrar la dirección del salón de fiestas. Uno de los más grandes de la capital, donde muchas chicas querían celebrar.

—Acá llegamos —anunció el conductor.

Se acercó al cordón de la vereda y las saludó.

Apenas entraron en el salón se asombraron de la cantidad de globos que había flotando en el aire, algunos tocando el techo, otros colgados de unas piolas. Estaba todo hermoso, muy bien decorado. A la derecha, ni bien pasaron la puerta, se encontraba la enorme foto de la chica de cumpleaños, donde algunos compañeros ya estaban dejando dedicatorias y firmas. Ellas decidieron hacerlo después, cuando se vaciara un poco. Siempre estaba atiborrado cuando comenzaba la fiesta. Una muchacha les indicó dónde estaba el sector de los jóvenes luego de preguntarles sus nombres y verificarlos en una lista. Saludaron a sus compañeros de clase y se sentaron cerca de unas chicas con las que se llevaban mejor.

Entonces comenzaron los comentarios infaltables.

—Vieron qué divino está Lorenzo —dijo una de ellas.

—Me encanta su camisa —agregó otra.

—Lucila tiene suerte porque va a sacarla a bailar el vals —opinó la siguiente.

Emilia y Tamara se miraron mutuamente.

—Está lindo, pero tampoco para tanto —le susurró la primera.

—Eso decís porque no es quien te gusta —su amiga hizo un paneo general del sector a ver si encontraba la cara conocida que buscaba.

—Todavía no vino, ya busqué.

—Ah, pícara.

Comenzaron a llegar los bocaditos y refrescos.

Estuvieron charlando y riendo un buen rato antes de que ingresara la cumpleañera. Instantes antes, pasaron el video donde mostraban imágenes de ella cuando era pequeña, además de los frecuentes exteriores. Cuando entró, todos aplaudieron. Saludó a su familia y bailó el vals.

—Ay, qué envidia le tengo —escucharon que decía una de las chicas cuando Lorenzo la sacó.

Ellas rieron al oírlo y siguieron viendo el baile. Su vestido blanco tenía algunos tonos de azul celeste preciosos. Además, lucía un hermoso tocado en su pelo, haciendo juego con el atuendo.

Luego del vals comenzó la música movida para que todos bailaran. Hicieron rondas, juegos y se formaron algunas parejas a lo largo de la noche.

La fiesta continuó muy entretenida. En efecto, Agustín le envió varios mensajes a su novia para asegurarse de que todo iba bien. Ella le mandó fotos del lugar, una suya con su amiga, posando con los globos coloridos, aparte de otra en la que se pusieron gorros y pelucas que estaban disponibles para divertirse. La pasaron muy bien.


Finalmente, llegaron los postres. Deliciosos. Emilia adoraba el lemon pie y Tamara amaba el cheesecake con frutilla. Luego el cotillón. Fue entonces, al final de la fiesta, que uno de los chicos se acercó a charlar con Emilia y la sacó a bailar. Su amiga le sonrió y se quedó junto a otras compañeras en ronda, mientras no le sacaba el ojo de encima. Estuvieron compartiendo unos pasos un buen tiempo, hasta que Tamara tuvo que avisarle que su mamá había llegado a buscarlas. Le había mandado un mensaje. Se despidió del chico y juntas también fueron a darle un beso a la cumpleañera. A los demás les dedicaron un saludo general.

Afuera las esperaba la madre de Tamara.

—¿Cómo estuvo eso? —preguntó.

Su rostro denotaba cansancio.

—Excelente —dijo su hija.

—Buenísimo, sí —aprobó su amiga.

—Emilia bailó con un chico.

—Ey —le dio un codazo.

—Qué bueno, me alegro de que estuviera divertido.

Una madre sabe cuándo no seguir el tema.

Esa noche Emilia se quedó a dormir en lo de Tamara. Se entretuvieron conversando un rato hasta que el sueño les ganó.

Enigmas en el castillo Pittamiglio

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