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Introducción Una historia, muchas historias

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1942, es primavera en Viena.

Rosa Mettbach, 17 años, toma un tren con destino a Múnich. Al entrar en el vagón, no puede evitar un sobresalto: su único compañero de viaje es un militar húngaro de avanzada edad, que luce medallas en el uniforme. Ella va bien vestida. Debe disimular a toda costa que se ha fugado del campo de Lackenbach. No es fácil, no tiene papeles; pero ya en otra ocasión ha conseguido escapar de las garras de la policía nazi.

Cada vez que el tren para en una estación, Rosa se refugia en el baño para evitar al inspector que recorre los vagones solicitando la documentación a los pasajeros. Así hasta la frontera con Alemania, cerca de Salzburgo, porque aquí el control llega antes de que pueda moverse del asiento. «Se acabó», piensa, y en un último esfuerzo cierra los ojos para hacerse la dormida. Oye entonces la voz del viejo militar, quien detiene al hombre que iba a despertarla: «Deje en paz a la chica. Ha sido identificada diez veces desde que salimos de Viena. Déjela dormir; yo sé que tiene documentación». El inspector le obedece.

Cuando están de nuevo a solas, se dirige a Rosa: «Ya puedes abrir los ojos».

* * *

De pocos encuentros más de aquel tiempo podría Rosa Mettbach guardar buen recuerdo. Nacida en Austria en el seno de una familia sinti dedicada a la música, tenía 14 años cuando se produjo la unificación del país con la Alemania nazi en 1938. Poco después, tras ser expulsada del colegio y obligada a residir en un lugar controlado por la policía, su familia fue recluida en Lackenbach, un campo de detención para gitanos austriacos desde el que muchos eran luego deportados fuera del territorio reservado para la población alemana considerada racialmente pura. Durante el traslado en tren de toda su familia al gueto polaco de Lodz, ella logró escaparse y vivió refugiada durante algún tiempo, pero fue nuevamente apresada y enviada a Lackenbach. Tras una segunda fuga, consiguió llegar a Múnich, donde se casó con Hamlet Mettbach, soldado del ejército alemán hasta su expulsión por motivos raciales en 1942. Poco después de dar a luz, Rosa fue detenida por tercera vez y enviada en esta ocasión a Auschwitz. Mientras, supo que su madre, hermana y sobrinos habían muerto en Lodz. Ella resistió el paso por los campos de Auschwitz-Birkenau y Ravensbrück. Su testimonio como superviviente del Holocausto ha sido recogido por Toby Sonneman en un libro fundamental para la comprensión del genocidio romaní perpetrado por el nazismo, del que está tomada la escena anterior: Shared Sorrows. A Gypsy family remembers the Holocaust.

La de Rosa Mettbach es solo una de las miles de historias particulares que forman parte de la historia general del genocidio del pueblo gitano bajo el régimen de Hitler. Aunque aún no está definitivamente determinado el número de víctimas de esta persecución, se estima que en torno a medio millón de personas consideradas zigeuner (gitanas) murieron en los campos de concentración nazis, los guetos o víctimas de los fusilamientos masivos ejecutados por las fuerzas especiales. Medio millón de víctimas directas, cuyas historias mayoritariamente perdidas forman parte de una red mucho más extensa. Rosa Mettbach no puede ser enumerada entre las víctimas mortales de la persecución nazi, pero es una de las muchas personas que por ser considerada gitana fue encerrada, expoliada, obligada a realizar trabajos forzados y sometida a tortura bajo un régimen que acabó con buena parte de su familia. Su historia es una de las muchas que se deberían contar y que deberíamos conocer. Solo una. Este libro selecciona algunas de ellas, rescatando únicamente algunos nombres y caras, algunas emociones y razones; pero quien lo escribe siente el vértigo de la Historia que componen todas las historias que no puede contar.

Se trata de una historia muy desconocida en España, no solo por parte del público general, sino también de los profesionales de la investigación y la docencia. Los gitanos europeos fueron perseguidos y asesinados por el nazismo, encuadrados dentro de la política racial que afectó a millones de judíos y a otros colectivos. Sin embargo, tras la derrota de Hitler, se les denegó durante mucho tiempo cualquier reconocimiento como víctimas del nazismo, una negación que está en la base tanto del olvido social y académico de este asesinato de masas como de su invisibilidad posterior. Este libro pretende colaborar en la construcción de un conocimiento público sobre el tema, desde la convicción de que nos obliga a enfrentar el problema del racismo en nuestras sociedades actuales y promueve actitudes autocríticas indispensables para la convivencia social en el futuro. Los prejuicios contra grupos colectivamente caracterizados con estereotipos negativos son la base de un racismo banal —ese que tenemos naturalizado sin considerarnos racistas y que sale a la superficie en forma de chistes y otras muchas reacciones— que puede resultar tan peligroso en nuestros tiempos como en la Europa de entreguerras, cuando las políticas nazis de exterminio de las «razas inferiores» contaron con amplio apoyo social.

Este libro consta de dos secciones. La Parte I sistematiza lo que ya se sabe sobre el genocidio romaní perpetrado bajo el Tercer Reich, ofreciendo un estado de la cuestión de un amplio número de investigaciones en otras lenguas que apenas han permeado en la historiografía española. Se trata de un repaso que pone en diálogo estudios de muy distinto alcance territorial, temporal y temático, pues la investigación ha avanzado de forma fragmentaria y hay aún pocas visiones de conjunto sobre este fenómeno histórico. Con ello, se aspira a ofrecer un resumen actualizado, que informe al lector de las coordenadas y los hechos más importantes del proceso. Pero la intención de convertir el conocimiento científico en conocimiento público que guía este libro encuentra en esta Parte I un espacio de divulgación concebido de forma ambiciosa: a la vez que se informa sobre los datos básicos que conocemos de los fenómenos estudiados, se aporta una mirada crítica sobre problemas significativos de la investigación (por ejemplo, el retardo de la misma en lo que ha sido considerado como un «holocausto olvidado»), sin eludir la toma de postura en la interpretación de los aspectos conflictivos.

La Parte II propone adentrarse en la historia del genocidio romaní a través de las memorias publicadas de sus supervivientes. Se trata de un grupo de textos de distinto formato, intención y cronología que tuvieron que esperar hasta la década de 1980 para encontrar un marco social y cultural que hiciera posible a sus autores elevar la voz desde este lugar de enunciación. La mayoría de estas memorias están editadas en alemán, aunque hay algunas ya traducidas al inglés, al francés y —apenas— al español. No hay ningún estudio que las emplee colectivamente como material para trazar la historia del holocausto gitano, aunque sí hay algunos trabajos desde el enfoque de los estudios culturales y literarios que las han analizado para abordar los procesos de conformación de la identidad individual y colectiva a través de la escritura de tipo autobiográfico (señaladamente, la tesis doctoral de Marianne Zwicker del año 2009). En la Parte II de este libro se combinarán relatos de mujeres y hombres romaníes de diverso origen y edad con el objeto de proponer una historia emocional de la experiencia del holocausto. Son relatos que pueden ser leídos desde muchas claves. Aquí se atiende preferentemente al recurso que sus autoras y autores hacen del lenguaje de las emociones (miedo, dolor, esperanza, desilusión…) para articular la expresión de lo vivido. Estas palabras y nociones son una forma más de trabajar la memoria de aquellas experiencias que ayuda a los supervivientes a articular un discurso inteligible para quienes no estuvieron allí, rompiendo el estrecho círculo del entendimiento «natural» entre víctimas del holocausto. Si se atiende a esta clase de lógica interna de los relatos, que confluyen así en una serie de elementos fundamentales, se profundiza en su aporte testimonial a la vez que se trazan puentes de comunicación con el lector. Sin pretender hacer de las emociones un lenguaje universal, pues la expresión de los sentimientos depende mucho del contexto social e histórico, lo cierto es que constituyen un recurso cultural que cobra gran potencia interlocutora si lo cruzamos con el enfoque biográfico. Conocer el nombre, el rostro, la familia, la trayectoria vital —antes y después de llegar a los campos— de las personas que están recurriendo a este tipo de expresiones para elaborar y hacer llegar a otros los recuerdos de sus experiencias es algo que nos interpela directamente.

Antes de contar estas historias es necesario hacer explícitas algunas opciones terminológicas adoptadas en este libro, pues están relacionadas con problemas que no son meramente nominales. La primera aclaración tiene que ver con los nombres gitano y romaní, ambos empleados en estas páginas. La forma más correcta internacionalmente para referirse a esta comunidad es la segunda (roma como sustantivo, romaní como adjetivo), pues se trata de un endónimo, es decir, de un nombre que se ha dado a sí mismo el pueblo considerado (y llamado) «gitano» por quienes no pertenecen a él. Fue en el I Congreso Internacional Romaní celebrado en Londres en 1971 cuando se escogió esta denominación, como parte de un proceso de reivindicación de derechos y demanda de reconocimiento precisamente para las víctimas del nazismo. No es extraño que se optara por este nombre propio en lengua romaní, si se tiene en cuenta la pesada carga despectiva que conllevaban (y aún conllevan) otras denominaciones en múltiples lenguas: gypsy en inglés, gitane en francés, zigeuner en alemán, etc., son todos nombres impuestos desde fuera de la comunidad así etiquetada, convertidos en sinónimos de otras condiciones despreciadas por la sociedad mayoritaria, según se comentará en el Capítulo 1. Estas palabras han servido para criminalizar y perseguir a quienes han sido así etiquetados, un tipo de nombre cada vez más negativo que ha castigado a sus portadores, hasta el extremo de haber quedado grabado en la piel —la Z de zigeuner— de los prisioneros en el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau. Es lógico que la lucha por el reconocimiento de la dignidad como grupo pasara por el rechazo de estos términos y la adopción de un nombre propio, una decisión con intenciones políticas que puede ser discutida, pero que ha resultado eficaz y operativa.

Si este libro se publicara en otra lengua, se habrían empleado sistemáticamente los términos roma y romaní. Pero se da la particularidad de que en España el nombre gitano/a ha sido objeto de reivindicación en positivo por parte de la comunidad a la que históricamente se ha denominado así, siendo este término parte de un proceso de autoafirmación identitaria. A partir de la obra del escritor y catedrático gitano José Heredia Maya, Camelamos Naquerar (1976), la denuncia del antigitanismo ha ido de la mano de la demanda de un uso limpio del nombre gitano, que las asociaciones y los distintos portavoces de este pueblo reclaman sea entendido en positivo, sin la carga pesada de estereotipos peyorativos arrastrada a lo largo del tiempo. Por este motivo, en este libro se emplea el nombre gitano intencionadamente, asumiendo ese reto reivindicativo al usarlo en el mismo registro que la palabra romaní. Solo cuando se citan documentos que utilizan las palabras zigeuner o gypsy (‘gitano’ en su traducción al castellano) se mantienen estos términos en su sentido originario, entendiéndolos como parte del discurso histórico analizado; de manera parecida, se mantienen (siempre entre comillas) expresiones de la época no desprovistas de connotaciones negativas: por ejemplo, «nómada» como categoría legal francesa. Por último, kalderash, lovara, manouche y calé son, como sinti, denominaciones para las diversas comunidades mundiales romaníes constituidas históricamente que tienen connotaciones territoriales, culturales e identitarias generalmente aceptadas. Así, Rosa Mettbach, con cuya historia se inician estas páginas, se presenta a sí misma como sinti, la comunidad mayoritaria de gitanos tradicionalmente asentados en Alemania.

Un segundo grupo de opciones terminológicas que debo justificar aquí son las que giran en torno al difícil empeño de poner nombre a un fenómeno histórico de naturaleza y dimensiones tan inéditas como es el holocausto—lo que no quiere decir que no tenga precedentes ni sea imposible realizar analogías—. La palabra tiene en origen un significado religioso, el de sacrificio ritual de víctimas propiciatorias por el fuego; y, aunque empleado con otros sentidos previamente, fue a partir de finales de la década de 1950 y durante la de 1960 cuando los estudiosos judíos lo introdujeron para hablar del asesinato de millones de judíos europeos como consecuencia de la política racial nazi. Es un término que, tanto por su sentido originario como por su consolidación posterior, está lleno de connotaciones (religiosas, nacionalistas, científicas) que pueden hacer discutible su utilización actual. Como señala en este sentido Dominick LaCapra (2008), ningún nombre carece de intención ni es puramente objetivo, pues tras las distintas opciones subyace la estimación de si estamos o no ante un hecho único e incomparable, que requiere un nuevo nombre y marco de comprensión. Sin embargo, como este mismo autor afirma, la extensión social del término holocausto (algo que sucedió especialmente a partir de la emisión de la serie de televisión Holocausto en 1978) indica una apropiación y un uso públicos que resultan positivos para la difusión del conocimiento científico. Un efecto similar tuvo la película de Claude Lanzmann titulada Shoah (1985) en la popularización de la palabra hebrea con el mismo significado (shoah significa literalmente ‘catástrofe’). En la actualidad, hay un consenso académico relativamente amplio en torno al significado del término holocausto como la «destrucción sistemática de seis millones de judíos y otros grupos cometida por la Alemania nazi y sus colaboradores durante la Segunda Guerra Mundial» (según la Enciclopedia Británica (https://www.britannica.com/event/Holocaust, 14 enero 2020).

Como puede apreciarse en la definición anterior, la categoría de «otras» víctimas invisibiliza o al menos coloca en un lugar secundario a grupos que sufrieron la misma destrucción masiva, como es el caso de la población romaní europea. En este contexto se explica que se haya hablado con cierta frecuencia de un «holocausto olvidado» para referirse al caso de los gitanos. De hecho, aunque las investigaciones existentes son ya muchas, como se verá a continuación, es muy limitada la transferencia del conocimiento científico al espacio de lo público y, consecuentemente, muy escaso el impacto social y político de estas investigaciones, nada comparable a lo que sucede con el caso judío. En este mismo contexto hay que situar el surgimiento de nombres en romanés propuestos más recientemente por algunos intelectuales romaníes, con la intención de reclamar lugares de reconocimiento y memoria para estas víctimas de la política racial nazi. El académico afincado en los Estados Unidos Ian Hancock ha empleado la palabra porrajmos, un neologismo que significa ‘destruir’ o ‘devorar’. Debido a algunas connotaciones sexuales de este término, otros autores como el lingüista francés Marcel Courthiade lo han discutido; su propuesta alternativa de samuradipen —‘destrucción de todos’ o ‘destrucción en masa’— es la que emplean actualmente la Unión Internacional Romaní y la mayoría de las asociaciones locales.

Estos nombres buscan levantar el velo de silencio e invisibilidad que durante mucho tiempo se impuso sobre estas víctimas de la política racial nazi y, a la vez, vienen a recalcar la singularidad del caso romaní. Es cierto que la persecución y el asesinato masivo de los gitanos europeos por el nazismo y otros gobiernos fascistas presenta rasgos específicos, como se mostrará en el Capítulo 2 de este libro. En varios sentidos, estas características peculiares agravan lo que fue el patrón general de limpieza racial que llevó a la práctica el régimen nazi. Sin embargo, creo que inscribir el genocidio romaní en el contexto del conjunto de políticas genocidas del Tercer Reich explica más de lo que oculta. Estudiar de forma fragmentaria este complejo fenómeno histórico conlleva una guetificación del conocimiento que, de alguna manera, colabora a la guetificación social que precisamente el nazismo pretendió. Por el contrario, encontrar relaciones y establecer comparaciones —de las que se derivan no solo similitudes, sino también diferencias— entre los distintos casos de persecución racial y asesinato colectivo perpetrados por el nazismo proporciona un tipo de conocimiento útil para combatir mejor los tópicos que pesaron sobre los gitanos europeos en aquel tiempo.

Desde su mismo título, este libro emplea el término holocausto. Primero, porque permite la comparación entre casos y habilita un esquema de comprensión general. Segundo, porque se trata de un término de uso extendido académica y socialmente, lo que trabaja a favor de la principal intención de la obra: contribuir a la conversión del conocimiento científico en conocimiento público. Por todo ello, consciente de que Holocausto tiene las connotaciones de origen antes mencionadas, aquí se prefiere holocausto con minúscula, utilizable en plural. Se trata de situarse en una tensión productiva entre la postura que remarca la inconmensurabilidad del fenómeno histórico así denominado y la opción de buscar referencias comparativas que lo hagan inteligible. Remito al libro de Enrique Moradiellos La semilla de la barbarie, para una posición que comparto sobre la conveniencia de usar este término. El hecho de que estemos hablando de un programa de eliminación sistemática de grupos raciales considerados inferiores que afectó a millones de personas, acometido con todos los recursos administrativos del Estado, implementado por una extensa burocracia que incluyó a técnicos de diverso tipo (científicos, ingenieros, policías, militares…), ejecutado a través de un sistema industrial de destrucción masiva y aplicado sobre la población civil más allá de cualquier lógica militar de combate, nos sitúa ante un hecho histórico con un impacto moral especial no ya solo para los historiadores, sino también para cualquier ciudadano consciente.

Es cierto, por otra parte, que el holocausto debe ser entendido en su contexto histórico —un contexto de extrema violencia— para no convertirlo en un fenómeno tan excepcional que en su asimilación social actual quede encapsulado en la categoría de lo insólito, monstruoso e inigualable. Como ha señalado Enzo Traverso (2009), Europa vivió inmersa en una situación parecida a una guerra civil desde 1914 hasta 1945, con la extensión de una cultura dominada por imaginarios violentos y el triunfo del concepto de «guerra total», que no respetó las divisorias tradicionales entre frente y retaguardia, entre militares combatientes y población civil. Si la Primera Guerra Mundial fue la matriz de todo ello, Traverso y otros autores coinciden en señalar la invasión nazi de la Unión Soviética en 1941 como un punto sin retorno en la deshumanización del enemigo y la violencia consiguiente. Si no entendemos estas coordenadas generales, perderemos de vista todo lo que el régimen nazi pudo encontrar «servido en bandeja» en forma de medidas legales, estudios científicos y productos culturales previos de carácter decididamente racista. Ignoraremos también la complicidad de buena parte de la sociedad ante los fenómenos de hostigamiento, maltrato, deportación y asesinato de aquellos marcados como «enemigos» raciales de la nación. Olvidaremos que el asesinato de millones de personas por estos motivos es algo que tuvo responsables y ejecutores con nombres propios, pero también otros que nos son desconocidos. Perderemos, en definitiva, la capacidad de estar advertidos contra la «banalidad del mal» que denunció Hannah Arendt en su crónica del juicio de Eichmann en Jerusalén, y quedaremos bajo la ingenua convicción de que el holocausto es un asunto del pasado, ya cerrado.

En la tensión terminológica en la que se sitúa este libro, el nombre de genocidio es probablemente la opción más segura. Como se explicará al comienzo del Capítulo 2, hay poca duda sobre que este término se pueda aplicar al fenómeno de destrucción de la población romaní europea bajo el nazismo. Como categoría jurídica, el término genocidio nació justamente tras la Segunda Guerra Mundial, en un esfuerzo por crear instrumentos con los que atender el reto del tratamiento legal y judicial de los crímenes nazis. Fue, en este sentido, una categoría promovida por un jurista judío de origen polaco exiliado en Estados Unidos, Raphael Lemkin, quien por cierto incluyó a los gitanos en tempranas formulaciones de su idea. Pero, más allá de su significado legal, genocidio es la categoría académica más empleada hoy en día en los estudios sobre la persecución y destrucción de las comunidades romaníes en la Europa de Hitler. Remito al libro de Anton Weiss-Wendt, The Nazi Genocide of the Roma (2013), y especialmente a su introducción, para el debate sobre la oportunidad de emplear este término, especialmente a partir de las nuevas evidencias de archivo surgidas en países del este de Europa y en la antigua Unión Soviética, que muestran la magnitud y la determinación ideológica de los episodios de persecución sufridos por los gitanos por el hecho de ser «gitanos».

El mencionado libro de Weiss-Wendt ofrece también un buen balance de una cuestión más que está relacionada con las anteriores y que ha sido abordada igualmente por otros estudiosos: la comparación entre el holocausto judío y el holocausto gitano. No me refiero ahora a las grandes diferencias entre los movimientos que han impulsado el estudio y reconocimiento de ambos casos, sino a las posiciones desde las cuales se ha venido desarrollando la investigación. En este sentido, hay algunas voces contrarias o cuando menos refractarias a semejante comparación, tanto de historiadores judíos que se resisten a aceptar la inclusión de otros grupos de víctimas en términos de igualdad, como de activistas romaníes que han preferido destacar la singularidad de la persecución contra los gitanos. En este espectro se sitúa, aunque sin ser lo uno ni lo otro, la obra del historiador Guenter Lewy (2000), una aportación importante para el avance del conocimiento sobre el holocausto gitano que, sin embargo, opta por minimizar el alcance del genocidio que afectó al pueblo romaní en comparación con el caso judío.

Sin embargo, la mayoría de los investigadores coinciden actualmente en señalar las similitudes de la política racial de agresión hacia ambos colectivos y de sus efectos: la consideración en términos raciales del «problema» que para el nazismo representaba la presencia de estas minorías, los procesos de privación de derechos legales, los destinos comunes en la deportación a guetos y campos de concentración —señaladamente hacia el muy simbólico de Auschwitz—, el fusilamiento de judíos y gitanos por los Einsatzgruppen (las unidades móviles especiales de acción que acompañaban al ejército alemán en su avance hacia el este), etc. No es extraño que muchos historiadores que han abordado el análisis del genocidio romaní provengan, de hecho, del campo de estudio del holocausto judío, pues en los mismos archivos que trabajaban con este último fin encontraron evidencias del destino parejo de los romaníes europeos. Esta disposición a la comparación y a la comunicación entre casos no conlleva un borrado de las diferencias ni una negación de las singularidades. Como ha planteado Weiss, no se trata de pesar el número de víctimas en una comparación burda, sino de enfocar la investigación de manera que permita una contextualización constante de los nuevos datos y un estudio global de la política racial nazi.

En el estado de la cuestión que se ofrece en la Parte I de este libro se ha procurado atender a este consejo, reparando tanto en las semejanzas como en las diferencias que permite la comparación (Capítulo 2), rastreando precedentes a largo plazo de los procesos estudiados (Capítulo 1) y reflexionando sobre el agravamiento de las secuelas de la persecución nazi debido a la desconsideración posterior de sus víctimas romaníes (Capítulo 3). En la redacción se han evitado las notas a pie de página, con el objeto de hacer la lectura más ágil, pero se ha indicado siempre el origen de los principales datos e interpretaciones manejados, proporcionando el nombre de los autores (y las fechas de sus aportaciones en el caso de emplearse varias) para remitir con ello a una bibliografía final que, por su extensión y carácter comentado, pretende ofrecer al lector interesado una guía de lecturas para profundizar en el tema. En la Parte II se han empleado un conjunto de memorias de supervivientes que se detallan tanto al principio de esta sección como en la misma bibliografía final, y a las que se hace igualmente referencia precisa a lo largo del texto. Las traducciones de las citas que originariamente estaban en inglés y francés son de la propia autora, quien agradece la ayuda de Gloria Rodríguez Tur y Virginia Maza para las citas en alemán.

Como se observará, este libro también emplea material gráfico procedente de diversos archivos. El esfuerzo realizado para localizar y reproducir estas imágenes tiene en sí mismo una historia que merecería ser contada. Quedará para otra ocasión, pero sí es preciso decir aquí que esta historia sería un buen complemento del Capítulo 3, especialmente para la cuestión de cómo la investigación y la divulgación intervienen en el conocimiento público y la conciencia social en temas tan relevantes cívicamente como este: el contacto directo con los varios centros documentales en los que se conservan estas imágenes demuestra que hay instituciones que realmente cumplen con la labor declarada de ayudar a difundir la historia y la memoria de los holocaustos, mientras que otros defraudan la esperanza de los supervivientes y sus familias como donantes de documentos personales. Al final de este libro se ofrece un listado de las imágenes empleadas, con todos los detalles de referencia y localización posibles. Como autora de estas páginas, animo a una lectura crítica también de esa parte de mi discurso: como dice Susan Sontag, las fotografías nunca representan sin más una realidad supuestamente objetiva, sino que la interpretan e incluso crean [Il. 1]. La selección de imágenes que aquí se presenta, en parte mediada por las posibilidades documentales aludidas, no deja de ser eso, una selección, que forma parte del conjunto de opciones realizadas en este libro.

Aunque sean opciones de las que, obviamente, solo soy responsable como autora, quiero agradecer contribuciones, opiniones y compañías de quienes me han ayudado en esta tarea. Todo trabajo académico se gesta en un entorno en el que el intercambio con los colegas siempre enriquece de forma genérica, pero en esta ocasión además he podido contar con el apoyo directo de dos historiadores que conocen muy bien este espacio y con los que he intercambiado ideas o materiales documentales: gracias a Miguel Martorell, generoso compañero de viaje por tierras oscuras, y gracias también a Eve Rosenhaft, por prestarme su conocimiento experto del genocidio romaní de muchas pequeñas maneras. A Carlos Forcadell le debo, hace tiempo, la confianza de saber que es mejor ponerme toda entera en aquello que escribo. También le debo haber conocido a Virginia Maza, con quien he tenido la suerte de cruzarme durante este trabajo en bucles que prometen continuar y a la que quiero agradecer sus regalos en forma de citas de literatura alemana. Puesto que este libro ha supuesto un reto especial por varios motivos, también mi familia ha participado de mis afanes: agradezco a Sara Sierra, Paco Sierra y Sara Trujillo la atención paciente y empática en todas las ocasiones en las que conduje nuestras conversaciones con apasionamiento hacia mi propio universo mental concentracionario. Finalmente, a Juan Pro le toca la difícil suerte de formar parte de ambos círculos, el profesional y el familiar, y de estar implicado en todos mis empeños. Aquí me limito a agradecerle la lectura más atenta que tuvo este manuscrito antes de que Ricardo Artola, entusiasta editor, lo convirtiese en libro.

NOTA:

Este trabajo se ha realizado en el marco de los proyectos HAR2015-64744P, PID2019-105741GB-I00 y BESTROM-HERA

Holocausto gitano

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