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Presentación Por Philomena Franz
ОглавлениеQueridísima María:
Al fin encuentro tiempo de escribirte unas líneas, ya sabes que sigo en el camino… por trabajo, por la literatura. Quiero agradecerte de corazón que hayas escrito este libro que reúne de forma única la historia de sintis y romaníes con la literatura que recuerda Auschwitz. Te deseo con toda el alma que tenga muchos lectores. Me alegra enormemente que hayas terminado este trabajo y te deseo lo mejor. Tenemos que mantener la unión y perseverar hasta nuestro último aliento para que las historias del Holocausto (sean de quien sean) no caigan en el olvido, ¡tenemos que luchar para que sean escritas y no desistir nunca! ¡No deben ser olvidadas, para que el mundo sepa lo que sucedió en Auschwitz, lo que ocurrió en aquella rueda de molino, y que no puede repetirse!
Cuando se está en Auschwitz, no se puede hacer nada por una misma ni por defenderse. Se está completamente desvalida. Esa era mi sensación cuando era una joven presa en el campo.
Te sacaban a gritos de los barracones: «¡Fuera, salid!». Tanto en invierno como en verano, lloviera o nevara, nos sacaban a la intemperie y nos dejaban allí de pie… Abusos y vejaciones que nos podían costar la vida. En la fila en la que yo estaba murió una mujer. Se desplomó, sin más. No lo aguantó.
Allí no quedaban emociones, solo había miedo. Como un perro que acecha cada instante y, en cuanto lo ve venir, se levanta: humillación. Solo nos quedaba la humillación, ya no nos sentíamos seres humanos, no sabíamos si éramos hombres o mujeres; no podíamos pensar ni teníamos más sentimientos, estábamos rendidos.
Yo amaba a Dios y amaba a Jesucristo. También él derramó su bendita sangre y murió en la cruz. Cristo fue decisivo para mí: una persona divina pasó por todo esto y se sacrificó, porque así lo había dispuesto el Padre. En casa rezábamos todas las noches. El abuelo era un hombre creyente. Él me crio y vivía con nosotros. Con él, los niños estábamos en buenas manos.
Jamás dejé de pensar en la huida, sabía que conseguiría salir de allí. Esa convicción me dio fuerzas y coraje para sobrevivir: «¡Llegará el día! ¡Ten paciencia! ¡No te rindas nunca! ¡Jamás!». Después, decían sobre mí: «Si creía en Dios, esa era la única esperanza». Él me mostró el camino. Lo juro por Dios: no tuve sarna en el campo. Fue un milagro. En el mismo catre, a mi lado, dormía mi prima. Teníamos que dormir juntas porque el campo estaba abarrotado. Los demás estaban destrozados y ya no podían tener fe.
En mi Señor confío. Él es mi guía y me libera de mi miedo.
Auschwitz fue nuestro infierno, no ha existido nada peor.
Si hay un infierno, nosotros ya hemos expiado nuestros pecados; los niños y los ancianos no tuvieron la más mínima posibilidad de evitarlo ni de defenderse.
Viví algo único, un infierno. ¡Tenía diecinueve años y quería hacer muchas cosas! De no haber sido por el campo… Pero tras él no quedó nada.
Cuando odiamos, perdemos.
Quizá soy la única de nosotros que ha perdonado. Quizá. A menudo nos confunden a sinti y roma. Yo solo hablo por los sinti. La princesa Irina von Sayn-Wittgenstein-Perleburg fue mi amiga en Frauen Europas [Mujeres de Europa]. Le encantaba mi energía: proponerse algo y llevarlo hasta el final, ganes o pierdas. Cuando has vivido así, no es difícil que acabes perdiendo.
Deseo de todo corazón que no vuelva a existir ningún Auschwitz.
Que no exista nada así, donde quemen a seres humanos y el humo (de seres humanos) suba hacia el cielo.
El ser humano, el humo de seres humanos, los seres humanos que quemaban allí dentro.
¡Que no vuelva a haber chimeneas como esas!
¿Crees que desaparecerá? ¿Qué sueños crees que tengo?
No le deseo a persona alguna de este mundo los momentos de terror que vivo cuando sueño con Auschwitz.
Al cerrar los ojos, sigo viendo el humo en lo alto, saliendo por la chimenea.
En primavera, en cuanto asomaba el sol, me sentaba detrás del barracón. Qué miedo por conseguir un mendrugo de pan, qué hambre, qué frío.
El primer verano derramaba rayos de sol sobre el desolado campo de Birkenau.
Salí del barracón a la luz del sol. Me senté en la parte de atrás y dejé que me diera el sol. Hacía un calor maravilloso; cerré los ojos y me transporté a casa de golpe. Los recuerdos de lo que había vivido fuera se apoderaron de mí. Estaba sentada al sol, con los ojos cerrados, y mi alma se desprendió de mí: estaba fuera, ¡qué fuerza la mía! Volví a estar en casa, comí pan y una buena comida. Estuve horas allí sentada sin abrir los ojos, transportada, lejos de aquel lugar. Al rato, volví en mí y desperté. Despertar de aquella transposición fue horrible, porque me devolvió a ese tiempo atroz. Al ver mi penuria, lloré a lágrima viva por no poder volver a casa. Era domingo.
No creo en las acusaciones. Siempre he buscado un responsable. Pero ¿quién fue? ¿La Gestapo? ¿Adolf Hitler? ¿Los dirigentes? ¿En la conciencia de quién pesa aquella carne humana quemada? Apestaba…, ¡qué hedor tan repugnante! El ser humano tiene mucho aguante. Para superar algo así, tienes que ser lista, los «tontos» terminan muertos.
«Cuando muera, llévame contigo, ¡no permitas que desaparezca aquí, en el infierno del ser humano!».
María, para mí lo importante de este libro es que estos recuerdos sigan llegando a las personas. Volvemos a vivir una época cada vez más crítica y no lo podemos permitir.
Tengo miedo.
Tu Philomena
Superviviente de Auschwitz
NOTAS:
Philomena Franz (1922) fue deportada a Auschwitz cuando tenía veinte años. Sobrevivió a este y otros campos nazis. Fue la primera romaní que publicó sus memorias sobre el holocausto y ha estado implicada en la defensa de los derechos del pueblo gitano, siendo reconocida por ello con múltiples distinciones. Actualmente vive en Bergisch Gladbald, cerca de Colonia, y sigue dando testimonio.
Traducción de Virginia Maza.