Читать книгу Más allá de las caracolas - Marga Serrano - Страница 12
ОглавлениеREFLEXIONES EN PANTUFLAS
Sobre la experiencia hice mis propias disquisiciones mentales, reflexionando en mi sillón, frente a la chimenea y en pantuflas, que es como mejor se reflexiona, y llegué a la siguiente conclusión o «parida», que me tranquilizó totalmente, motivo más que suficiente para darla por buena aunque con ello se me abría todo un abanico de posibilidades para trabajar, investigar y experimentar: creo que en el universo todo está interconectado y, por lo tanto, en nuestro microcosmos también. Todo lo que existe, ya sea animal, vegetal o mineral, no son más que diferentes manifestaciones de la energía inteligente que crea y mueve la vida. Todas esas manifestaciones vitales están preparadas, cada una en su campo, para sobrevivir en el medio en el que se desarrollan, y para ello van adquiriendo con el paso evolutivo las facultades necesarias para permitirles esa supervivencia, no solo como entes aislados, sino como especie.
El ser humano, como animal racional, ha ido adquiriendo también en su evolución las facultades propias a su especie para sobrevivir. Para deambular por este nuestro mundo físico poseemos los sentidos de la vista, el oído, el olfato y el tacto, además de la facultad parlante, que algunos se han tomado demasiado en serio ignorando la sabiduría del silencio. También estamos dotados de un cerebro, cuyo complejísimo funcionamiento estamos estudiando, y de un cuerpecito que dista muchísimo de ser perfecto y que, después de siglos de evolución, nos sigue dando disgustos y al final se le agota la batería. Pero también poseemos algo más, algo intangible, eso que se llama «sexto sentido» o intuición, que está demostrado que existe aunque no sepamos a ciencia cierta cómo o por qué funciona.
Si observamos nuestros sentidos, por ejemplo, tenemos vista y oído, pero tanto nuestra visión como nuestra audición se mueven dentro de una escala. Nuestro espectro audible está formado por las frecuencias que oscilan entre los 20 Hz y los 20 kHz. Por encima de ellas están los ultrasonidos y por debajo, los infrasonidos; ambos, por tanto, fuera de nuestro campo auditivo. Sin embargo, curiosamente, sí parecen estar dentro del campo auditivo de algunos animales. Por ejemplo, es sabido que perros y gatos, entre otros, son capaces de notar un seísmo antes de que este llegue a sentirse por los seres humanos, es decir, por el Homo sapiens, ese ser al que hemos colocado en la cúspide de la evolución. Asimismo, según estudios e investigaciones realizados últimamente en África, se cree que algunos mamíferos como los elefantes se comunican entre ellos por medio de ondas que se transmiten a través del suelo.
Con respecto a nuestra capacidad visual, también está muy limitada. De todas las radiaciones electromagnéticas, el ojo humano no percibe el ultravioleta, ni el infrarrojo, ni las microondas. Tampoco vemos la polarización de la luz, ni percibimos movimientos demasiado rápidos, ni somos capaces de ver con intensidades de luz muy bajas y podemos dañar nuestra vista con intensidades muy altas.
Es decir, que fuera de las escalas de audición y visión, tanto por encima como por debajo, ni vemos cosas que existen ni percibimos otros sonidos que también están ahí, porque nuestro cerebro no está preparado para ello. Esto no quiere decir que ese otro mundo que no vemos o no escuchamos no exista realmente. Por poner otro sencillo ejemplo, tampoco vemos las ondas de la radio o de la TV que viajan a través del espacio, pero gracias a un aparato preparado para captarlas podemos oírlas y verlas. Si tenemos en cuenta todo eso, no me parece nada disparatado pensar que puede haber otro tipo de manifestaciones o de realidades que no podemos captar porque no estamos facultados para ello, porque nuestro desarrollo no ha llegado a ese punto, porque nuestra especie se mueve en otra frecuencia o porque aún no hemos inventado ningún artilugio que nos permita entrar en contacto con ellas. El día que, gracias a nuestra futura evolución o a la ciencia, se pueda llegar a conocer y comprender esas otras posibles realidades que nos rodean, tendremos los fundamentos necesarios para explicar lo que llamamos milagros y los fenómenos paranormales.
A pesar de una línea del pensamiento científico que asegura que el ser humano, como especie, ha dejado de evolucionar, yo no lo creo. Al contrario, creo que la evolución de las especies es imparable, porque la vida está en una constante evolución; generación tras generación, nos estamos transformando continuamente. Por lo tanto, tampoco me parece tan disparatado pensar que, si la evolución no se ha parado ni se para en el actual Homo sapiens, este pueda seguir evolucionando de forma divergente y quizás una de esas modificaciones pudiera seguir la pauta de aumentar su parte energética en detrimento de su parte física, dando lugar a un sistema, a un ser, a una manifestación menos densa que no estamos preparados para ver. ¿Y si eso hubiese sucedido ya?
Llegados a este punto, me inclino a creer que quizás puedan existir otras formas de vida más evolucionadas, de las que no somos conscientes porque nuestro cerebro no tiene la capacidad para ello. No podemos ver ni captar determinadas ondas o formas de vida más espirituales o energéticas, pero ello no quiere decir que no estén ahí, a nuestro alrededor. Sé que esta idea no es ninguna tontería. Si han leído algo sobre los últimos descubrimientos en física cuántica, sobre todo lo que se refiere a los multiversos y mundos paralelos, comprobarán que podría ser posible. Por poner un ejemplo, el físico y premio nobel Steven Weinberg, citado por otro famoso físico, Michiu Kaku, en uno de sus divulgativos libros, equipara esta teoría del universo múltiple a la radio: «A nuestro alrededor —dice Weinberg— hay cientos de ondas de radio que se emiten desde emisoras distantes. En cualquier momento dado, nuestra oficina, coche o sala de estar están llenos de estas ondas de radio. Sin embargo, si conectamos la radio podremos escuchar solo una frecuencia cada vez. Cada estación tiene una energía diferente, una frecuencia diferente. Como resultado, nuestra radio solo puede sintonizar una emisora cada vez. Del mismo modo, en nuestro universo estamos «sintonizados» en una frecuencia que corresponde a la realidad física, pero hay un número infinito de realidades paralelas que coexisten con nosotros en la misma habitación aunque no podamos «sintonizarlas». Aunque estos mundos son muy parecidos, cada uno tiene una energía diferente».
Sé que algunas personas en determinados momentos de su vida (me incluyo entre ellas) han tenido algún tipo de experiencia extrasensorial. Intentando comprender este tipo de fenómenos, había llegado a creer que todo era producto de la mente, ilusiones producidas por nuestro cerebro, aunque desconocía qué mecanismo era el que hacía que nuestras neuronas nos engañasen, haciendo que nos pareciese real un episodio completamente imaginario e ilusorio.
Sin embargo, tras mi experiencia tan impresionante con el agua, lo que había sentido no me parecía ilusorio, sino otra cosa muy distinta. Algo mental, desde luego, pero no imaginario. Y siguiendo con mis cábalas deductivas, pienso que determinados estímulos puntuales, o un periodo de aprendizaje y mucha práctica, pueden despertar algunas facultades de nuestro cerebro, acaso atrofiadas o acaso sin desarrollar, que nos permiten tomar contacto no con mundos imaginarios, sino con otras realidades que, en las condiciones normales de nuestro día a día, no sabemos o no podemos captar.
Así que, definitivamente, pensaba que todo, absolutamente todo lo que existe, no es más que la misma energía, que, al vibrar en distintas escalas, se manifiesta de diferentes formas. Me viene ahora a la mente una frase del genial científico Nikola Tesla: «Si lo que quieres es encontrar los secretos del universo, piensa en términos de energía, frecuencia y vibración».
Resumiendo (sigo con las pantuflas puestas), tenía el convencimiento de que lo que me ocurrió frente al océano fue que mi energía vibró en aquellos momentos en la misma frecuencia que la del agua y por eso llegué a fusionarme con ella. Mental y energéticamente, fui agua. Así de complicado y, a la vez, así de simple.
Recuerdo que cuando acabé mis reflexiones sentí un enorme alivio, pues pensé que había descubierto algo así como la piedra filosofal. Y me quedé mirando el fuego… Siempre me ha fascinado contemplar las figuras caprichosas de las llamas. Igual que puedo pasarme horas frente al mar, puedo pasarme horas frente a una chimenea. Rememoré algunos viajes con amigos y amigas y estancias en casas con chimenea o acampadas al aire libre con hogueras nocturnas, y cómo teníamos que echar a suertes quién se encargaba de encenderla porque todos queríamos hacerlo. ¿Nos vendrá esa fascinación de nuestros recuerdos ancestrales de las fogatas en las cavernas?
El caso es que me quedé mirando fijamente las llamas, aunque no había dejado de mirarlas durante toda mi disquisición «pantuflo-enciclopédica», y pensé: «Pues igual que lo he conseguido con el agua, puedo intentarlo con el fuego».
Y me puse a ello. Fijé mi vista en los troncos ardiendo e intenté sentirme llama… Sentirme llama… Soy la llama…
Cuando desperté, estaba amaneciendo y en la chimenea solo quedaban rescoldos. No recordaba haberme sentido fuego, ni llama, ni flama, ni lumbre, ni brasa… vamos, que ni siquiera cerilla. En ese momento lo único que sentía era un dolor enorme en las cervicales, por lo que deduje que me había fusionado con algún contorsionista.
Pero no vayan a pensar ustedes que por ello me desanimé. De eso nada. Tenía la seguridad de que el análisis de mi experiencia con el agua estaba bien planteado y aclaraba, de momento, todas mis interrogantes. Así que pensé que tendría que practicar más veces o que quizás no había dado resultado por el cansancio, pero mi disposición a seguir investigando y avanzando por aquel camino era total.