Читать книгу Papeles de Ana - Maria Ines Krimer - Страница 10

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Querida tía Dora:

No lo vas a poder creer, pero el otro día la crucé a Graciela Borges en la Richmond. Tomaba un té en una mesa cercana a la vidriera acompañada de un churro bárbaro. El vestido le quedaba pintado, el escote tenía la forma de corazón como el que te conté, el que le hizo la modista. Di una vuelta manzana. Al volver, ella terminaba su merienda. Se limpió las manos con una servilleta de tela, extendió los dedos, se paró y los dos salieron del salón. Ahí me fijé bien en él, me parece que es el marido, Juan Manuel Bordeu, vi su foto en la Radiolandia. Se despidieron con un beso. La seguí a lo largo de Florida. Pese a que había quedado en encontrarme con mi novio (ya te cuento), no quería perderla de vista. Por un momento se paró y miró hacia atrás, hacia el lugar donde estaba. Me quedé congelada. Quería pedirle un autógrafo pero seguí como un poste. Ella continuó en dirección a Santa Fe, de tanto en tanto se paraba en una vidriera para mirar los maniquíes, acá está el último grito de la moda. Se detuvo en un kiosco y compró una Tita (yo no me la podía imaginar haciendo las mismas cosas que hacemos todos). La vi abrir el papel metalizado. Siguió caminando. Se detuvo al cruzar Córdoba, el semáforo tardó una eternidad. Ahí me fijé en los zapatos, de charol, tacos altos, las medias con la costura derechita. Casi la pierdo entre el amontonamiento de turistas. Pasamos por Harrod’s. Cuando me quise acordar estábamos en la plaza San Martín. Se sentó en un banco y una paloma le picoteó el zapato.

Como te habrán contado mis padres, estoy de novia con Norberto Grossman. Lo conocí en la fiesta del Festival de la Paz, es hijo de un médico del Partido, la madre es la secretaria en el consultorio (igual que la tía Ester). Los padres son conocidos de la familia, así que no hubo problema con los permisos. La primera salida fue a los lagos de Palermo, él insistió en alquilar un bote y yo no la pasé muy bien porque ahora le tengo miedo al agua y él no paraba de hablar, dale que dale. La segunda estuvo mejor, fuimos a comer panqueques a la Cabaña del Tío Tom, en Corrientes y Talcahuano. Son redondos, gruesos y sin arrollar y en el centro le ponen como un kilo de dulce de leche. Acá otra moda es el Candy, un helado de crema chantilly. Si sigo así voy a terminar rodando.

Después fuimos al cine a ver Pasaron las grullas, Norberto no me soltó la mano en toda la película (de esto ni una palabra a mamá). Me conmovió mucho con la historia de amor de Verónica y Boris, la más triste que vi en mi vida. Al empezar la guerra ellos están por casarse. A él lo mandan al combate. Un bombardeo en Moscú mata a los padres de ella y se refugia en la casa de su novio. Cansada por no tener noticias y quedarse para vestir santos, se casa con el primo, que resulta un malvado. Se separan y ella sigue esperando el regreso de Boris. Pero al final, mientras los soldados bajan del tren, ella se entera de que su amor murió en el frente. Esa escena me partió el corazón, no paraba de llorar. Norberto me pasaba servilletas de papel. Seguí moqueando cuando prendieron las luces, mientras salíamos del cine. Norberto me besó cuando nos despedimos en la puerta del piso de Caballito. Yo estaba tan emocionada y no aguanté que en la cena el tío hablara del Partido. Cómo habla. Me fui a tomar aire a la cocina. Una de las shikses, Ramona, está de novia con un obrero de la construcción. La otra es paraguaya y tiene una hija que cuida la abuela, mientras lavaba los platos no paraba la mitakuñá aquí, la mitakuñá allá. Las dos trabajan con cama y salen los domingos, así que los fines de semana tardan en emperifollarse. Las escuché contar que van a los piringundines del Bajo (no entiendo qué quiere decir esa palabra, pero parece que ahí la pasan bárbaro) o a la Enramada, en Plaza Italia. Ramona se metió en un lío de la madona y quedó embarazada, pero los tíos solucionaron todo.

Te escribo ahora para que me ayudes a convencer a mis padres, aunque no tengo la menor idea de cómo hacerlo. Sé que a mamá le va a dar otro patatús, no me animo a decirles. No voy a volver a la calle Diamante, al menos por ahora. Ellos tienen derecho a pensar que soy la peor del mundo, pese a que no se hablaban con la tía Sara un día mamá agarró el teléfono y le gritó otra vez robahijas tan fuerte que la tía alejaba el tubo de la oreja. Me encerré en la biblioteca para no ver ni escuchar más, todo es muy doloroso. No puedo darte más detalles por carta, pero quiero mandarla de una vez y sé que debería haberla escrito hace unos días.

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P.D.: Adentro va otra para mi prima, ni se te ocurra abrirla.

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Papeles de Ana

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