Читать книгу Papeles de Ana - Maria Ines Krimer - Страница 14

Оглавление

Buenos Aires, 11 de agosto de 1967

Querida tía Dora:

Ni loca vuelvo a ese taller, no quiero ver a un escritor más en mi vida. Ni bien entré al departamento de Caballito encontré un papelito con la letra de la tía: Está internada en el Roballos. Me di cuenta de que se refería a mamá. Llamé a papá para decirle que volvía, ni esperé la noche para consultar a los tíos. Ya había comprado el pasaje en Retiro cuando al regresar me encuentro con tu carta donde me contabas que fue un susto nada más, la llevaron ahí porque en el Ferroviario no había camas. Papá debe estar destrozado, para colmo nadie le explicó por qué la ambulancia tomó hacia la ruta y cuando se quiso dar cuenta estaban en la puerta del loquero. Pobre, ahora está solo para enfrentar todo, me vuelvo ni bien pueda. Pero es un lío cambiar el pasaje y me salió carísimo, tengo que ir a Retiro para hacerlo. Seguro que si les explico a los tíos ellos entenderán, pero no quiero ocasionarles el disgusto ni que piensen que soy una desagradecida por irme sin avisarles.

No sé si te conté, pero a la tía Sara se le han metido entre ceja y ceja los derechos de la mujer, tema que el Partido ve con buenos ojos. Hablan un montón sobre el divorcio. Qué raro el matrimonio, mis padres llevan casados mucho tiempo pero nunca parecían estar bien, uno por un lado y el otro por otro. A lo mejor si se hubieran divorciado serían más felices. Antes soñaba con casarme, pero ahora lo voy a pensar un poco, hay cosas que con seguridad no me gustarían, como estar pegoteada con el otro todo el santo día. Debe ser muy aburrido saber todo del otro, verlo desde que se despierta hasta cuando se acuesta. Y pensar que en algún momento había decidido irme de la calle Diamante si me quedaba soltera. Pero una cosa es vestir santos en un pueblo y otra hacerlo en Buenos Aires.

Un viernes, la tía Sara me invitó a salir. Me emperifollé, creí que volvíamos a repetir la visita a Harrod’s. Pero el chofer tomó por avenida Rivadavia. La casa tenía un cartel: Unión de Mujeres Argentinas. El chofer volvió a arrancar y nos dejó a dos cuadras porque no había donde estacionar. Subimos una escalera de mármol larga. Arriba había un montón de mujeres, hablaban al mismo tiempo (la tía, de lejos, era la mejor vestida). Las otras estaban medio de entrecasa. Y fumaban como en el taller de Vallejos, solo que Virginia Slims mentolados. ¿Viste alguna vez la propaganda con Claudia Sánchez? Esa modelo tan linda, el tío levanta la vista de La Nación cuando aparece la propaganda de L&M en la pantalla. En la reunión se habló de los derechos de las mujeres, además del divorcio está la patria potestad compartida (¿podría un hijo elegir a uno?). Los mentolados largaban más humo que los cigarrillos del taller literario, pero ya me estaba acostumbrando. La primera en hablar fue la tía Sara. Estaba enojada porque a una amiga suya, Fina Warschaver, el Partido le había destrozado su novela. Leyó una nota firmada años atrás por Elías Castelnuovo: Si se tiene en cuenta que La casa Modesa ha sido escrita por una mujer, muy buena. Sabe usted escribir, sabe pensar y también construir. Su fuerte, no obstante, es a mi juicio su punto vulnerable. Para frecuentar los así llamados territorios nocturnos del alma se requiere una franqueza difícil en el hombre, casi insalvable en una mujer. No debemos olvidar esa injusticia, concluyó la tía. Todas se pusieron como locas, algunas golpeaban los pies contra el piso, otras estrujaban papeles como si estuvieran agarrando al crítico del cogote. Y seguro que la pobre se había quemado las pestañas para escribir esa historia. ¡Qué difícil es para nosotras ese bendito Partido! Anoté el nombre de la novela en el cuaderno. Sentía curiosidad por leerla, según me contó la tía el personaje era un ama de casa que intentaba pensar en algo más que fregar los pisos o zurcir las medias de los hijos. Nos recomendaron otras lecturas, si te interesan, te las paso.

Cuando terminó la reunión, Norberto Grossman me esperaba en la esquina. Fuimos a tomar un café a un bar en la avenida Rivadavia. Le conté todo lo que había escuchado sobre la pobre Fina pero él no me prestaba atención, miraba hacia la calle. Le pregunté si le interesaba lo que le estaba diciendo o pasaba la carroza. Disculpame, dijo, estaba distraído. De pronto confundí su cara con la del tío, una revelación, se me corrió la venda de los ojos, como si una gitana me adivinara el futuro. Me vi casada con él y haciendo de secretaria en su estudio. La verdad es que desde que me enteré de que nuestro encuentro fue arreglado, ya no tenía tantas ganas de verlo como al principio. Una cosa es que alguien se vuelva loco por una y otra que te den todo servido. El mozo nos trajo el café. Lo tomamos en silencio. Ahora me imaginaba cómo hacer para escribir una novela mientras fregaba el piso, batía claras a nieve o lavaba la ropa de los chicos. Tengo que decidir qué voy a hacer con mi vida. Pero es que me lo tomo todo a la tremenda. Lo cierto es que es raro que ahora no piense en casarme mientras que antes era lo que más deseaba en el mundo. Cuando terminamos el café salimos y caminamos unas cuadras. Volví a insistir en lo mal que estuvo el Partido con Fina. Norberto prendió un cigarrillo y aspiró el humo.

__

P.D.: Qué alivio que mamá ya esté en casa.

• • •

Papeles de Ana

Подняться наверх