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3. Elección

Los futuros peregrinos habían elegido la vertiente francesa del camino, de unos 118 kilómetros hasta llegar a Santiago de Compostela. ¿Serían capaces de llevarlo a cabo? Soñaban con los castillos templarios y esos hermosos monasterios benedictinos. Transitarían por bosques húmedos y frondosos. Era una idea que les atraía verdaderamente. Atravesarían esos ríos que siempre habían leído que murmuraban y daban miedo. Vivirían las leyendas medievales en la actualidad y aquella magia celta les invitaría quizás no a disfrutar una de las experiencias más increíbles de sus vidas, pero seguro que a algo espiritual. ¿O más bien algo inquietante? El camino lo diría.

Tan excitados estaban los dos compañeros que no podían frenar su entusiasmo. Delante de los demás participantes, en la asolada galería del taller, Isadora mencionó el recorrido. Los alumnos más jóvenes estaban deseosos de saber más detalles. Reclamaban escuchar una leyenda del Camino Francés; después de todo, ellos lo realizarían con posterioridad.

Arco, algo introvertido por dentro pero detallista y creativo, era el primero que no se negaba a narrarla. Decía así:

—Cuenta la leyenda que en el castillo de Nájera vivía Farragut, un gigante descendiente de Goliat, vencedor de los mejores guerreros de Carlomagno, excepto de uno, Roldán. Un día, desde el poyo (colina), Roldán divisó al gigante sentado a la puerta del castillo, cogió una pesada piedra y se la tiró, cayendo este derribado. El cerro terminó llamándose Poyo de Roldán.

Los chavales de la escuela de adultos no daban crédito. Se reían y reían tras escuchar la bendita historia. Curiosidades de la vida, precisamente «el Pollo» sería el nombre del peculiar transportista que fue compañero de viaje en el largo caminar de los dos extremeños: Jon Jack, apodado el Pollo de Roldán. Isadora y Arco habían contratado con anterioridad sus servicios.

Jon había acabado siendo transportista para una empresa gallega, Pozigrín, pero su currículum se extendía más allá del ir y venir. Contaba con catorce años cuando su padre le obligó a trabajar de albañil, cosa que se le daba bastante bien, pero decidió cambiarse a una fábrica embotelladora con intención de mejorar su economía. No era una solución fácil para él, pero en aquellos momentos sí la más adecuada.

El caso era que ni Arco ni Isadora deseaban cargar con sus mochilas, por lo que accedieron al transporte de las mismas. Después de todo, se podían permitir ese privilegio y la empresa para la que trabajaba Jon les había parecido buena opción.

ARCO. Los peregrinos perdidos

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