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4. Lista de tareas

Un día, a media jornada, Isadora esperaba sentada en la vieja butaca del rojo vestíbulo. Se encontraba muy inquieta después de mirar y mirar la hora del reloj del local. Arco seguía sin aparecer. Estaba deseando hilar los últimos preparativos del viaje. Quería dejarlo todo bien atado. Lo siguiente era la lista de tareas y, como siempre, se precipitaba intentando asumir inconscientemente el control de la situación. En ese instante la puerta se abrió con un pequeño chirrido y la imagen fue la esperada.

—Voy a comprar unos calcetines antiampollas, nos pueden evitar muchos disgustos. Seguro que también escojo una nueva mochila, no sé. Ya he mirado un poco lo de las guías del itinerario mediante una aplicación para el móvil del Camino de Santiago. ¡Es un lujo! ¡Todo está ahí descrito!

—Espera un poco, Isadora. Acabo de llegar de una buena caminata. ¡Relájate! —comentó Arco sin tapujos.

Isadora leía todo lo que caía en sus manos sobre la peregrinación a Santiago, despertando con ello sus ansias de empezar, de que pasara parte del verano, aun sabiendo que con ello volvería a empezar la marcha de un nuevo taller y la correspondiente complejidad del año. Pero quedaba mucho para eso; era cuestión de disfrutar y saber qué sentido le daría a su caminar. Descartaba que su motivo para peregrinar fuese una razón religiosa, pero su subconsciente la impulsaba a finalizar el camino como promesa implícita a su madre, la cual, con su fe, se lo transmitiría todos los días.

—¡Tiene que haber algo más! —se repetía una y otra vez—. ¡Seguro que el camino se nos da bien! —se auto-afirmaba Isadora, haciendo partícipe a Arco.

—Por supuesto. Aprender nuevas formas de llevar a cabo buenas rutas senderistas y sacarles más partido, ja, ja, ja. ¡Yo sí lo sé!

Intrínsecamente, Arco también deseaba descargar su mochila llena de peso y sentirse ligero de equipaje, pero ¡qué equivocado estaba! Llegar al final del Camino de Santiago no sería más que el principio de su caminar, de su futuro tránsito posterior.

Al igual que lo harían los demás peregrinos, se dispuso a preparar su gran mochila y escuchó un montón de consejos para el camino. Todo estaba ya casi preparado: la ropa colocada en perfecto estado en los distintos compartimentos de su equipaje, los nervios a flor de piel, un poco de incertidumbre y también de emoción.

La última noche antes de partir, a Arco le costó dormir de lo nervioso y malhumorado que estaba. Mientras él dormía, su pareja estaba trabajando de noche. Sería su presencia, a su regreso, la que lo despertase a la mañana siguiente.

Era hora de partir y formar parte de esa gran familia, aún por conocer, del Camino de Santiago, con sus ovejas blancas y negras, pues no todas las personas son lo que parecen.

ARCO. Los peregrinos perdidos

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