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Agradecimientos

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A mi querida esposa, Rosita Lerner, no sólo por el marco de amor que me brindó para desarrollar mi nueva vida, sino también por sus sutiles y agudas observaciones y su infinita paciencia. Al doctor Eugenio Raúl Zaffaroni, por el honor de prologar este libro y por su invalorable aliento. Muy especialmente a Ana María Careaga por el tiempo que dedicó a analizar el manuscrito, por sus atinados consejos y por su apoyo. Fundamentalmente, a Nora Strejilevich por su atenta lectura, inteligentes señalamientos y correcciones de estilo. A Carlos Slepoy, por su crítica acertada y vigoroso estímulo. A mi querida amiga Susana Poch por su cuidadosa lectura, adecuadas sugerencias y su afecto incondicional. A Roberto Ramírez, Jorge Allega, Juan Carlos Guarino, con quienes compartí cautiverio, reflexiones y apoyo mutuo en momentos difíciles. A todos aquellos sobrevivientes, muchos para nombrarlos aquí sin correr el riesgo de omisiones, con quienes discutí, acordando o no, diversas cuestiones que nuestra común experiencia nos suscitó. A Mariela y Néstor, en cuya comprensión y afecto siempre encontré y encuentro apoyo. A los miembros de mi familia y amigos, que han sabido soportarme y apuntalarme. Y, finalmente, a mis tres nietos que, sin sospecharlo, constituyen el refugio al que llego en busca de alivio, cada vez que vuelvo de mis duros viajes al pasado para la escritura de estas memorias.

MARIO VILLANI

Son muchas las personas a las que debo agradecer por su aliento y sus intervenciones (grandes o pequeñas, presentes o pasadas) que me posibilitaron encontrar el tiempo y el deseo de colaborar en la escritura de este libro. Mi agradecimiento va en primer término a Yvette, mi esposa, por su paciencia, apoyo y comprensión durante las interminables horas que pasé transcribiendo al papel las entrevistas grabadas. También a Nora Strejilevich, por su lectura atenta del manuscrito y las correcciones y sugerencias que sólo una persona como ella, con su experiencia de escritora y de sobreviviente, podría hacer. A Ana María Careaga, por las charlas que tuvimos sobre este proyecto en medio de su ajetreada tarea en el Instituto Espacio para la Memoria de Buenos Aires. A Rosita, la esposa de Mario, por su jovial amistad y sobre todo por ser el pilar que sostuvo a Mario en tantos años de lucha por la memoria. A mi sobrina Antonella, de Miami, por alegrarme la vida con sus juegos cada vez que venía de entrevistar a Mario, y a su mamá Albita por ser tan buena anfitriona cuando me alojé en su departamento. También a mis sobrinos de Argentina (Vicente, Carolina, Gastón, Estefanía, Carla y ahora Margarita) que me inspiran a continuar esta tarea: a ellos pertenece el futuro y su generación decidirá qué hacer con estas historias. A mi hermano Gustavo, a quien en 1976 le tocó en suerte el papel menos reconocido y tal vez más difícil durante la represión: cuidar de toda la familia cuando mis padres se exiliaron y mi hermano Eugenio (de apenas diecisiete años) y yo fuimos a la cárcel; a mi prima Inés que a riesgo de su vida escondió a mis padres mientras buscaban cómo escapar, y a mi prima Graciela, que también sufrió por la familia. A Alba y sus hijas Luciana y Virginia en Buenos Aires, que me permitieron asomarme al mundo doloroso de HIJOS. Al doctor Avrum Weiss, el extraordinario terapeuta de Atlanta que me enseñó a hablar sobre el trauma y a aprender de él. A Ralph y Evelyn Lehman, mis “padres” norteamericanos, que me recibieron hace años en su hogar de St. Louis cuando salí de la Argentina y hoy continúan siendo parte de mi familia.

Y al Center for Human Rights and Democracy (CHRD) de Georgia State University, por su generoso apoyo que permitió en parte la concreción de este proyecto.

FERNANDO REATI

Desaparecido: memorias de un cautiverio

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