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Prólogo
Eugenio Raúl Zaffaroni*

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Querido Mario:

Cuando me invitaste a escribir este prólogo, sentí que se trataba de un enorme desafío, el de una víctima a un penalista. Pero no sos la víctima del delito común, sino del propio Estado, del que el derecho pretende que su más elemental razón de ser es precisamente evitar la victimización. Creo que, inconscientemente, en el fondo de la invitación me formulabas un interrogante, algo así como: “Decime ¿cómo fue posible?”.

La verdad es que me lo pregunté muchas veces. Hace treinta años que vengo meditando la respuesta y creo que me voy aproximando a ella, aunque tal vez nunca la alcance del todo.

Quizá parte de la respuesta se halle en la misma razón de ser del prólogo que me pedís. ¿Cómo es posible este prólogo?

Si, efectivamente, lo pensamos fuera del contexto que hemos vivido, es casi increíble. Si las cosas hubiesen sido diferentes –normales, por así decir–, tal vez vos y yo nos hubiésemos encontrado enfrentados. Podía haber sido el juez que te sentenciase. Y ahora estoy prologando tu testimonio. En esta paradoja está la primera clave: no hubo dos demonios, sino un infierno que impidió ese enfrentamiento. Cualquiera sea el juicio sobre lo que vos y otros muchos más hayan hecho, el infierno me une a vos en solidaridad con tu dolor de víctima sobreviviente de campos de concentración.

Esto es posible porque la brutal ruptura de toda racionalidad nos une a los que en el derecho debíamos estar enfrentados, simplemente porque aniquiló al derecho y lo reemplazó por el crimen de Estado, acabó con el orden y entronizó el caos del Estado secuestrador, violador, asesino.

Imaginemos una escena hace muchos años. Imaginate que vos eras el procesado y yo el juez –o a la inversa, no importa– y de pronto, en medio de la audiencia, se hubiese desatado un terrible terremoto y juntos nos hubiésemos cobijado debajo de alguna mesa fuerte mientras caían pedazos de mampostería. Algo así ha sucedido y por eso es posible este prólogo.

Pero si cortase aquí estas líneas, dejaría en el tintero algo muy importante y que hace a la pregunta que inconscientemente me lanzás. “¿Cómo fue posible el terremoto mismo? ¿Qué me decís vos con todo tu derecho penal de esto? ¿Dónde quedaron tus penas supuestamente justas y proporcionales? ¿Qué me decís de la racionalidad del derecho cuando el Estado se vuelve asesino?”.

Estas mismas preguntas me las he formulado muchas veces y al final, después de consultar a los hombres sabios y ver que muchas de sus respuestas estaban vacías, llegué a la conclusión de que el poder penal del Estado no es algo racional sino un puro hecho político que sirve fundamentalmente para canalizar venganza, pero que no lo podemos suprimir porque nuestra civilización, por el momento al menos, no lo permite. Quizá algún día ese poder penal pueda desaparecer, pero eso sólo podría suceder mediante un formidable cambio civilizatorio que no está en las pobres manos de los penalistas. Y menos aún cuando creen que manejan ese poder. En realidad, lo único que podemos hacer es esforzarnos por contenerlo y acotarlo.

El derecho penal que sirve al ser humano es el que proyecta el agotamiento del poder jurídico en la contención del poder represivo, filtrándolo en la forma más racional posible. Pero cuando nos quitan de las manos esa posibilidad de filtro de contención, no sólo el derecho penal sino todo el derecho desaparece y el Estado se vuelve el peor de los criminales.

Y esto pasa cuando no se puede contener la construcción de un chivo expiatorio, de un Satán, que en hebreo significa enemigo, al que se atribuyen todos los males y se le asigna el poder de una fuerza destructiva como amenaza universal. En ese momento se descontrola la venganza y quienes debían canalizarla se vuelven aliados de ella. Ése es el terremoto que cobra víctimas borrando los antagonismos que en el mundo jurídico podía haber, porque ese mundo deja de existir, simplemente porque el crimen nunca puede ser derecho. Es el caos provocado por quienes proclaman el orden y la máxima degradación ética del Estado.

Por eso, Mario, debemos estar siempre atentos a estos signos. Todos los días se lanzan semillas de caos cuando se quieren construir nuevos Satanes, que por suerte en la inmensa mayoría de los casos caen en terreno estéril o pierden poder germinativo. Pero no podemos jugar ni distraernos, porque alguna vez puede germinar y arrasar al derecho. No será en tal caso el derecho penal lo que pueda contener el fenómeno, porque es éste el que en esos casos resulta arrasado. Somos nosotros, es nuestra cultura y nuestra civilización, los que debemos romper el ciclo de las masacres estatales que en el siglo pasado se llevaron más de cien millones de vidas humanas.

Es así: cuando el derecho penal se neutraliza en su función de filtro selectivo racional de ese poder que no manejamos, cuando se inutiliza el semáforo jurídico que da luz verde a algún poder represivo, luz roja a otro y amarilla para pensarlo, quedamos aplastados sobre el pavimento.

Te confieso que no lo había entendido antes de darme cuenta de la magnitud del crimen que se estaba cometiendo. Yo también creía que manejaba el poder represivo, porque me habían enseñado a creerlo y jamás me permitieron ponerlo en duda. No ignoraba las atrocidades cometidas en otros países, había vivido en Europa y había escuchado y leído de todo, pero creía que estaba lejos, que nuestro país era diferente, que eso era resultado de particulares desarrollos exóticos.

Ahora sé muy bien que puede pasar en cualquier lado, que no manejo el poder represivo, que sólo puedo contribuir a contenerlo y filtrarlo y, además, aprendí que su naturaleza es peligrosísima y altamente perversa. Por lo menos, el dolor de los que sufrieron lo que testimoniás me ha servido para espantarme ante su explosión y darme cuenta de eso.

Al leer tu relato, no puedo dejar de pensar en Viktor Frankl, el psicólogo que sobrevivió al campo de concentración nazi. Se preguntó qué fue determinante para la supervivencia de algunos y concluyó que había algo diferencial y al análisis de eso dedicó el resto de su vida, construyendo una teoría psicoanalítica entera de vertiente existencial: la logoterapia.

No pretendo meterme en campo ajeno, pero algo hay en eso, por lo menos un fondo de verdad, que tu relato parece confirmar. Pasando las páginas me preguntaba si yo hubiese tenido tu fortaleza para sobrevivir. En frío no creo tenerla, pero viviendo el infierno no sé si no la tendría, o sea que no puedo responderme esa pregunta. Vos –como Frankl– sabés que la tenés.

No sé si estas líneas te sirven de prólogo. Por lo menos espero que nunca volvamos a estar juntos debajo de la mesa, para lo cual debemos tener las antenas bien alertas para detectar los signos amenazadores.

Te mando un abrazo.

Guatemala, abril de 2011

* Carta de Eugenio Raúl Zaffaroni, ministro de la Corte Suprema de Justicia, a Mario Villani.

Desaparecido: memorias de un cautiverio

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