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Cuadro 5.5 Historias de milagros en los Evangelios

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Las historias de curaciones se traslapan considerablemente con los relatos de exorcismos. En la Biblia, la posesión por un espíritu inmundo no hace que una persona llegue a ser pecadora o inmoral; más bien, hace que la persona enceguezca o enmudezca, que tenga convulsiones o que quede lisiada, o que experimente alguna otra clase de aflicción física o emocional. Las historias de exorcismos del Nuevo Testamento generalmente se enfocan en la interacción de Jesús con el espíritu inmundo, la persona afectada aparentemente es incapaz de acción o reacción independiente, lo que puede explicar por qué ninguna de esas personas en el Nuevo Testamento alguna vez pide un exorcismo (observe cómo el padre pide ayuda para su hijo poseído por un demonio en Mr. 9:18, 22).

espíritu inmundo: demonio, ser espiritual que habita en las personas y las hace estar enfermas o discapacitadas.

También hay un puñado de historias de milagros en los Evangelios, en las que Jesús rescata a la gente del peligro (el apaciguamiento de la tormenta en el mar) o provee para las necesidades físicas de las personas (la multiplicación de hogazas de pan, la transformación del agua en vino, la producción de una gran pesca). Y, finalmente, hay un par de ocasiones de lo que a veces se llaman «milagros de epifanía», porque sirven para manifestar la presencia divina de Jesús (caminar en agua, la transfiguración).

epifanía: manifestación de la divina verdad o presencia.

En nuestro mundo moderno, las historias de milagros frecuentemente parecen presentar a Jesús como alguien que viola las leyes conocidas de la naturaleza o, de alguna otra manera, hace lo que los científicos consideran imposible. Semejante actitud sería anacrónica para el mundo del Nuevo Testamento, en el que casi todos creían que había fuerzas espirituales y mágicas que podrían permitirle a la gente hacer lo que no podrían haber hecho por su cuenta. De esa manera, la reacción más común a los milagros en el Nuevo Testamento no es incredulidad sino asombro (véase, p. ej., Mt. 9:33-34). Los espectadores reconocen que un poder extraordinario está en marcha; la pregunta supone qué poder y con qué fin.

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