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5 Los Evangelios

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Piense en los dibujos, pinturas y otras fotos de Jesús que haya visto. ¿Cómo lo representan? ¿Qué le atrae a usted? ¿Hay fotos que en realidad le gustan o le disgustan? ¿Por qué?

¡No tiene que buscar ejemplos muy lejos! Este libro contiene una amplia variedad. Por ejemplo, en el último capítulo hay un retrato de Jesús que intenta lograr realismo y trata de describir al hombre como en realidad pudo haber sido. Y luego hay ejemplos de obras de arte que van por otro camino; intencionalmente, presentan a Jesús de maneras que ayudan a la gente contemporánea a relacionarse con él. Estos artistas no tratan de ser literales; quieren pintar a Jesús «como lo vemos hoy día».

A medida que comenzamos nuestro estudio de los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento, puede ser útil pensar que los libros proporcionan «retratos de Jesús», y es posible que usted desee pensar un poco la pregunta de qué clase de retrato se proporciona. ¿Se esforzaron los autores del Evangelio en describir a la persona y obra de Jesús con una exactitud precisa, literal e histórica, o estaban más interesados en presentar a Jesús de una manera que lo haría pertinente para una audiencia proyectada? No se sorprenderá al escuchar que los eruditos no concuerdan en este punto, pero la discordia puede ser exagerada. Muy pocos eruditos sostendrían que los escritores del Evangelio no tenían interés en la representación históricamente exacta, y prácticamente ninguno negaría que le dieron forma a sus relatos de Jesús de maneras que resaltarían su importancia para sus lectores. La pregunta es si un interés dominó al otro.

Podemos seguir adelante con esta analogía porque «la reconstrucción histórica versus la pertinencia contemporánea» es solamente un asunto que considerar. Observe los cuadros de Jesús y encontrará obras que exhiben a Jesús en términos muy espirituales, mirando hacia el cielo, con un halo sobre su cabeza; otras veces se ve como cualquier otro hombre, como «uno de nosotros». Algunos artistas lo representan como gentil y tierno, con un corderito en su pecho o con niños en su regazo. Pero eso no se parece mucho al Jesús que les gritó a los fariseos («¡Camada de víboras!») o que sacó a los cambistas de dinero del templo. Las preguntas que los artistas enfrentan inevitablemente son estas: «¿Cuál Jesús quiero presentar? ¿Qué aspectos de su persona multifacética quiero enfatizar?».

De igual manera, cada uno de los cuatro Evangelios presenta un retrato de Jesús que es distinto a los otros tres. Cerca del final del siglo II (como cien años después de que se escribieron los Evangelios), Ireneo, obispo de Lyon, sugirió que los Evangelios fueran simbolizados por las cuatro «criaturas vivas» que se mencionan tanto en Ezequiel 1:4-14 como en Apocalipsis 4:6-8. Esto llegó a ser una práctica estándar en el arte cristiano a lo largo de los siglos. A Mateo se le representa como hombre, a Marcos como león, a Lucas como buey y a Juan como águila. De esa manera, la iglesia reconoció desde el principio que cada Evangelio era único.

La tentación para los lectores de la Biblia es combinar los cuatro retratos para obtener un cuadro de Jesús tan completo como sea posible. Pero hacer eso nos hace perder la imagen particular que cada escritor del Evangelio quería presentar. La meta del estudio del Evangelio debe ser primero reconocer los cuatro retratos separados que dan estos libros individuales (véase el cuadro 5.1). Cuando nos enfocamos en cualquiera de los Evangelios, y solamente en ese Evangelio, ¿cuál es la imagen que surge? Esa es la imagen que el autor (un artista literario) quería mostrarnos. Una vez que vemos a ese Jesús, podemos continuar con otro Evangelio y obtener una segunda imagen, y luego una tercera y una cuarta.

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