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EL FUTURO DEL IMPACTO DEL CAMBIO CLIMÁTICO Y LA CALIDAD DEL AIRE

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Algunas de las mejoras necesarias para reducir aún más las emisiones de contaminantes del aire de los coches irán de la mano de la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. Los coches de mejor eficiencia energética (probablemente) emitirán menores niveles de todos estos contaminantes, tanto los del aire como los gases de efecto invernadero. Otras mejoras podrían requerir una solución intermedia entre la reducción de los gases de efecto invernadero y la de contaminantes del aire, exactamente igual que hicimos con los convertidores catalíticos hace treinta años.

El diseño de los motores de los vehículos no es lo único importante. La contaminación del aire depende de cómo, y cuánto, se conduce el vehículo. Reducir la demanda del tráfico rodado sería fantástico tanto para el clima global como para la calidad del aire local —unos beneficios medioambientales, sin embargo, que hay que considerar teniendo en cuenta la realidad en su conjunto—. Utilizar el coche particular es una decisión del consumidor. Para muchas personas, poder moverse con su automóvil es un componente esencial de su calidad de vida. El coche da acceso a la escuela, al trabajo, a los amigos, a la atención médica, a las actividades de ocio, todo lo cual cumple su función en la salud y el bienestar generales de la sociedad. A estos beneficios hay que contraponer los inconvenientes de este tipo de transporte, entre ellos, además del impacto de la contaminación del aire y los gases de efecto invernadero, el riesgo de accidentes, la ruptura de la comunidad y el impacto visual.

Una forma de reducir el uso del coche y sus efectos es aumentar el coste del transporte privado. Es algo que ya se hace con la tasa de congestión que se aplica en Londres Centro, que con sus 11,50 libras diarias ha sido completamente efectiva para disuadirme de usar el coche por el centro de Londres en horas punta para ir a la universidad a recoger a mi hijo. Un aumento más generalizado del coste del uso de las carreteras o la subida del precio de la gasolina sería, imagino, tan impopular que supondría el suicidio político de quien aplicara una política seria en ese sentido. Subir los impuestos de los carburantes nos afectaría de forma importante casi a todo el mundo, lo cual implicaría una pérdida de votos para quien implementara tal medida.

Aunque…, hablando como miembro nada representativo del electorado (y, además, sin experiencia alguna en política fiscal), subir los impuestos de los carburantes me parece, en principio, atractivo, porque sería fácil de administrar, afectaría sobre todo a los vehículos mayores y más contaminantes, dependería del uso que se haga del coche, y, si se quiere, podría vincularse a los costes más amplios de la contaminación y las emisiones de gases de efecto invernadero de los coches. Naturalmente, el sistema afectaría a todos los usuarios de vehículos, tanto a quienes deciden usar su coche como a quienes no tienen más opción que hacerlo. Es interesante que el coste de un litro de gasolina en el Reino Unido es hoy, en términos reales, muy similar al de 1983,20 y en todos esos treinta y cinco años el precio nunca ha variado más de en torno al 25 %. De modo que, pese a todas las repetidas protestas por el precio de los carburantes, en especial las de los años 2000, 2005 y 2007, subir sus impuestos es un experimento que realmente nunca hemos intentado. ¿Convendría tenerlo en cuenta?

Pensando en cómo conducimos nuestros coches, más que en cuánto los utilizamos, se han impulsado recientemente iniciativas centradas en el control del límite de velocidad. Nos hemos ido familiarizando con los controles de velocidad en las carreteras, y todo lo que contribuya a aminorar la velocidad evita la aceleración excesiva y el uso de los frenos, y disminuir la congestión será bueno también para combatir la polución.

¿Y las zonas con límite de velocidad? Por ejemplo, en la mayor parte de las calles de Edimburgo, la velocidad máxima permitida actualmente es de veinte millas por kilómetro. Veinte millas son más que suficientes, o eso dicen, lo cual es fantástico para mejorar la seguridad del tráfico, pero ¿es posible que conducir a menor velocidad implique que el motor funcione con menos eficiencia, y aumenten las emisiones de contaminantes del aire y de gases de efecto invernadero? Bien, la realidad es que las pruebas de que se dispone apuntan a que hay una enorme diferencia entre las emisiones que se producen en una zona de 20 mph y otra de 30 mph; de hecho, la de veinte millas puede generar menos emisiones de material particulado.21 Lo importante es evitar obstáculos que inciten a acelerar o frenar, algo igualmente perjudicial para la calidad del aire y la suspensión del coche.

Como ocurre con muchas medidas de gestión de la calidad del aire y del clima, estos controles de la velocidad de los vehículos no están pensados primordialmente para reducir las emisiones. Los beneficios para la atmósfera son un efecto secundario de la seguridad vial o las medidas de mejora de la velocidad. Algo que no tiene nada de malo, siempre que, con todos los demás beneficios, se entiendan y se aprovechen plenamente las oportunidades de garantizar la calidad del aire y los beneficios climáticos.

Tal vez solo acabemos por vincular el problema de la contaminación del aire y el del cambio climático cuando empecemos a quedarnos sin combustibles fósiles —o quizás un par de cientos de años después de que esto ocurra, para que el dióxido de carbono de la atmósfera tenga tiempo de disminuir nuevamente—. Tenemos reservas de combustibles fósiles para muchas décadas, así que el final de esos combustibles, con todo lo desconocido que pueda conllevar, no se va a producir en un futuro inmediato. Pero cuando se produzca, ¿qué podremos esperar?: ¿guerras energéticas?, ¿una suave transición a energías renovables?, ¿la vuelta a una sociedad de la Edad de Piedra? Aún tenemos la oportunidad de hacer factible este proceso de transición, inventando nuevas tecnologías, redescubriendo o adaptando antiguas, y quizá cambiando nuestras expectativas sobre la disponibilidad de una energía barata. Volvamos dentro de quinientos años a ver cómo nos las hemos apañado.

El aire que respiras

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