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PREFACIO

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ARUN GANDHI*

Crecer en la Sudáfrica del apartheid en la década de 1940 siendo una persona de color estaba lejos de ser agradable; especialmente si a uno le recordaban, de manera brutal y en todo momento, el color de su piel. Si además, a los diez años te daban una paliza, primero los blancos porque te veían demasiado negro, y luego los negros porque te consideraban demasiado blanco, la experiencia resulta tan humillante que puede desencadenar en cualquier persona las más violentas reacciones de venganza.

Me sentía tan afectado por las experiencias vividas que mis padres decidieron llevarme a la India para que pasara un tiempo con mi abuelo, el legendario M.K. Gandhi, con la intención de que aprendiera de él a manejar los sentimientos de ira, frustración, discriminación y humillación provocados por los violentos prejuicios raciales. En esos dieciocho meses aprendí mucho más de lo que esperaba. Sólo lamento que en aquel entonces tenía apenas trece años y, además, era un estudiante mediocre. Si hubiera sido mayor, un poco más sensato y más reflexivo, habría sacado muchísimo más provecho. Pero uno debe estar contento con lo que recibe y no ser codicioso –lección fundamental en una forma de vivir no violenta–. ¿Cómo podría olvidarlo?

Una de las muchas cosas que aprendí de mi abuelo fue a comprender el alcance y la profundidad de la no violencia, así como a reconocer que todos somos violentos y que es preciso que operemos un cambio cualitativo en nuestras actitudes. A menudo no reconocemos nuestra propia violencia porque ignoramos que la tenemos. Suponemos que no somos violentos porque nuestra concepción de la violencia está asociada con imágenes de peleas, palizas, asesinatos y guerras –el tipo de cosas que las personas comunes y corrientes no hacen.

Para inculcarme este principio, mi abuelo me hizo dibujar un árbol genealógico de la violencia basado en los mismos fundamentos que se utilizan en la genealogía familiar. Consideraba que yo comprendería mejor la no violencia si entendía y reconocía la violencia que existe en el mundo. A este fin, por la noche se dedicaba a analizar conmigo todos los hechos ocurridos durante el día –las cosas que yo había vivido, las que había leído, las que había visto o hecho a los demás– y me ayudaba a anotarlas en el árbol dentro de la categoría «física» (cuando era violencia en donde se había usado la fuerza física) o de la categoría «pasiva» (cuando el tipo de violencia había causado un daño de carácter más emocional).

A los pocos meses había cubierto toda una pared de mi habitación con ejemplos de actos de violencia «pasiva», considerados por mi abuelo más insidiosos aún que los de violencia «física». Me explicó después que la violencia pasiva acaba por generar ira en la víctima que, como individuo o como miembro de una comunidad, responde también con violencia. Dicho con otras palabras, la violencia pasiva es el combustible que alimenta el fuego de la violencia física. Como no entendemos ni valoramos este concepto, nuestros esfuerzos encaminados a trabajar por la paz no dieron sus frutos, o bien, la paz que hemos alcanzado sólo ha sido temporal. ¿Cómo vamos a extinguir un incendio si no eliminamos primero el combustible que alimenta el fuego?

Mi abuelo proclamó siempre la necesidad de la no violencia en las comunicaciones, algo que Marshall Rosenberg viene haciendo de forma admirable desde hace años a través de sus escritos y seminarios. Leí con gran interés el libro de Rosenberg, Comunicación no violenta un lenguaje de vida, y me impresionaron tanto la profundidad de la obra como la simplicidad de las soluciones.

Como decía mi abuelo, a menos que «seamos el cambio que buscamos en el mundo», jamás se producirá cambio alguno. Lamentablemente, todos estamos esperando que sea el otro quien cambie primero.

La no violencia no es una estrategia que pueda usarse hoy y descartarse mañana, así como tampoco es algo que vaya a convertirnos en personas dóciles o fáciles de manipular. La no violencia se centra en inculcar actitudes positivas para reemplazar las actitudes negativas que nos dominan. Todo lo que hacemos está condicionado por motivos egoístas (“qué gano con esto”), especialmente en una sociedad tan abrumadoramente materialista como la nuestra, basada en el individualismo más despiadado. Ninguno de estos conceptos negativos nos llevará a crear una familia, comunidad, sociedad o nación homogénea.

No es importante que en un momento de crisis nos unamos todos y demostremos nuestro patriotismo enarbolando la bandera; no basta con que nos convirtamos en una superpotencia formando un arsenal capaz de destruir varias veces la Tierra; no basta con que sometamos al resto del mundo con nuestro poderío militar, porque no se puede edificar la paz sobre los cimientos del miedo.

La no violencia significa permitir que se manifieste lo positivo que llevamos dentro. Significa dejarnos dominar por el amor, el respeto, la comprensión, el agradecimiento, la compasión y el interés por los demás y no por actitudes egoístas centradas en uno mismo, motivadas por la codicia, el odio, los prejuicios, la desconfianza y la agresividad que habitualmente dominan nuestros pensamientos. La gente suele decir: «Este mundo es cruel y para sobrevivir también hay que ser cruel». Con humildad, disiento con este punto de vista.

Este mundo es lo que hemos hecho de él. Si hoy es cruel es porque lo hemos hecho cruel con nuestras actitudes. Si cambiamos nosotros, podemos cambiar el mundo y el cambio en nosotros comienza cambiando nuestro lenguaje y los métodos de comunicación. Recomiendo calurosamente que lean este libro y que apliquen el proceso de comunicación no violenta que enseña. Constituye un importante primer paso para cambiar nuestra forma de comunicarnos y para crear un mundo en donde impere la compasión.

* Fundador y presidente del Instituto para la No Violencia M.K. Ghandi

Comunicación no violenta

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