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Introducción
ОглавлениеComo estoy plenamente convencido de que forma parte intrínseca de nuestra naturaleza sentirnos satisfechos cuando damos y recibimos algo de manera compasiva o solidaria, hay dos preguntas que me han preocupado durante la mayor parte de mi vida. ¿Qué ocurre que nos desconecta de nuestra naturaleza solidaria y nos lleva a comportarnos de manera violenta y abusiva? Y a la inversa, ¿por qué algunas personas son consecuentes con esta actitud solidaria incluso en las circunstancias más adversas?
Mi preocupación por estas preguntas se remonta a mi infancia, al verano de 1943, cuando mi familia se mudó a Detroit (Michigan). Dos semanas después de haber llegado, un incidente en un parque público desencadenó un enfrentamiento racial. Durante los días que siguieron al hecho fueron asesinadas más de cuarenta personas. El barrio donde vivíamos estaba situado en el centro mismo del estallido de violencia, lo cual nos obligó a permanecer tres días encerrados en nuestra casa.
Cuando terminaron los disturbios y empezaron las clases, descubrí que un apellido puede ser tan peligroso como el color de la piel. El primer día, cuando el maestro pronunció mi nombre, dos chicos me miraron fijamente y murmuraron entre dientes: «¿Eres un kike?», dijeron. No conocía la palabra ni sabía que algunas personas la usan de manera despectiva para referirse a los judíos. A la salida de clase, los dos chicos me estaban esperando y, de un empujón, me derribaron al suelo y me dieron una paliza.
Desde aquel verano del año 1943, he estado analizando las dos preguntas que formulé al principio. ¿Qué nos permite, por ejemplo, mantenernos vinculados a nuestra naturaleza compasiva aun en las peores circunstancias? Pienso en personas como Etty Hillesum, que conservó la compasión pese a verse sometida a las aberrantes condiciones de un campo de concentración alemán. En el diario que llevaba, escribió:
No me asusto fácilmente. No porque sea valiente, sino porque sé que trato con seres humanos y debo esforzarme en comprender sus acciones. Lo que realmente importa en lo que pasó esta mañana no es que un joven oficial de la Gestapo, exasperado, me haya increpado a los gritos, sino que yo no me haya enfadado y que, por el contrario, haya procurado comprenderlo y hasta me hayan entrado ganas de preguntarle: «¿Fuiste infeliz cuando eras niño? ¿Tu novia te decepcionó?». Sí, el joven tenía un aire atormentado, de víctima, estaba triste, parecía sentirse débil. Habría querido empezar a ayudarlo en ese mismo momento porque sé que cuando los jóvenes se sienten desgraciados se convierten en un peligro para los demás.
ETTY HILLESUM: A DIARY
CNV: una manera de comunicarnos que nos lleva a dar desde el corazón.
Mientras estudiaba los factores que afectan a nuestra capacidad de ser compasivos, me sorprendió comprobar la función primordial que desempeñan tanto el lenguaje en sí como el uso que hacemos de las palabras. Desde entonces fui identificando un enfoque específico de la comunicación –hablar y escuchar– que nos lleva a dar desde el corazón, a conectarnos con nosotros mismos y con otras personas de una manera que permite que aflore nuestra compasión natural. Doy a este enfoque el nombre de «comunicación no violenta»; uso la expresión “no violenta” en el mismo sentido en que la utilizaba Gandhi al referirse a la compasión que el ser humano expresa de un modo natural cuando su corazón renuncia a la violencia. Pese a que quizá no consideremos «violenta» nuestra actitud al hablar, a menudo nuestras palabras ofenden o hieren no sólo a los demás, sino también a nosotros mismos. En algunos ámbitos, el proceso que describo se denomina «comunicación compasiva». A lo largo de este libro, utilizo la sigla «CNV» para referirme a la «comunicación no violenta o comunicación compasiva».