Читать книгу El bullerengue colombiano entre el peinao y el despeluque - Martha Ospina Espitia - Страница 30
REPRESENTACIONES SOCIALES, DANZA Y SUBJETIVIDAD
ОглавлениеDesde una perspectiva histórico-cultural, entendemos las representaciones sociales como el elemento articulador que da forma a la subjetividad individual en relación permanente con la subjetividad social. Ello implica entender la subjetividad no como fenómeno exclusivamente individual, sino ante todo como subjetividad constituida desde lo social y constituyente de la subjetividad social. En ella, se considera al sujeto generador en los espacios sociales en que actúa (González 2008, 227).
El concepto de subjetividad se ha ido modificando en el transcurso de su desarrollo, lo que nos permite observar la manera como ha sido tratado desde las ciencias sociales de acuerdo con la transformación de su pensamiento. En el lenguaje de la modernidad, la subjetividad fue tratada como un desliz de los conceptos de cogito y conciencia entre el sentido común y la filosofía. Así, encontramos que en la filosofía kantiana y en la hegeliana
la subjetividad es referida esencialmente a los procesos que, desde contenidos a priori del sujeto, significan las estructuras y procesos esenciales que caracterizan la producción de conocimiento, por lo tanto, lo subjetivo aparece mucho más como una referencia genérica para significar procesos del sujeto que conoce y construye, como una definición ontológica particular de los fenómenos humanos. [La ciencia moderna positivista consideró la subjetividad y la comunicación] como procesos de distorsión del saber objetivo, con lo cual lo subjetivo quedó encapsulado y “controlado” en el principio de la neutralidad que materializó en el positivismo la escisión sujeto-objeto en el campo del conocimiento. (González 2008, 227)
Siguiendo el desarrollo del concepto, el investigador brasilero Fernando González Rey (2008) expone las bases de una propuesta para la comprensión de la subjetividad desde una perspectiva histórico-cultural en la que, prolongando el pensamiento de Lev Vygotsky, propone una comprensión de la psique vista como resultado de la influencia cultural en la conformación de la mente humana, lo que resulta relevante para nuestro estudio. En dicha perspectiva, la subjetividad es la unidad simbólico-emocional producida en el curso de la experiencia, la particularidad cualitativa que da forma a una estructura interna: la conciencia. González, siguiendo a Durkheim, ubica la comprensión de la mente como estructura constituida por estados subjetivos y sitúa la representación dentro del funcionamiento de ese sistema. Resulta esencial para nuestra argumentación metodológica, basada en el análisis de las representaciones sociales y en los performances bullerengueros para indagar en las subjetividades, observar que
la separación de lo individual y social no permite ver que la organización psíquica individual se desarrolla en la experiencia social histórica de los individuos, y tampoco permite considerar cómo las acciones de los individuos, las que son inseparables de su producción subjetiva, tienen un impacto que, de hecho, se asocia a nuevos procesos de transformación de las formas de vida y organización social. (González 2008, 229)
Estos argumentos critican la ausencia —por lo menos en la historia de la psicología moderna— de trabajos teóricos profundos orientados a definir “lo subjetivo como una dimensión esencial de los procesos humanos, que se expresa tanto en el nivel de los procesos y de las organizaciones sociales, como en el nivel del individuo” (González 2008, 230). El concepto de subjetividad es una opción productiva cuando se trata de inteligir la manera como las diferentes formas de organización y los procesos de la vida social
se expresan en la organización de cada espacio y forma de organización de esa vida social, y la forma que esa intricada red subjetivo social adquiere en la organización subjetiva de las personas concretas, quienes, a su vez, constituyen en su acción nuevos momentos de desarrollo del tejido social. (González 2008, 230)
El mismo Vygotsky señalaba en esta dirección que, en el proceso de vida societal,
las emociones entran en nuevas relaciones con otros elementos de la vida psíquica, nuevos sistemas aparecen, nuevos sistemas de funciones psíquicas; unidades de un orden superior emergen, gobernadas por leyes especiales, dependencias mutuas, y formas especiales de conexión y movimiento. (Vygotsky, en González 2008, 233)
González propone la categoría de sentido subjetivo, que se define por la unidad inseparable de las emociones y de los procesos simbólicos y en torno a espacios simbólicos producidos culturalmente. En esta categoría, la presencia de uno de esos procesos evoca al otro sin ser su causa. El sentido subjetivo está asociado de forma inseparable a las configuraciones de la subjetividad individual y expresa las producciones simbólicas y emocionales, configuradas en las dimensiones histórica y social en las actividades humanas. De esta manera, el sentido subjetivo fundamenta una definición de subjetividad que no se restringe a los procesos y a formas de organización de la subjetividad individual, sino que implica la definición de una subjetividad social. El sentido subjetivo se produce entonces por los efectos colaterales y por las consecuencias de acciones y relaciones simultáneas de la persona en sus espacios de vida social. Así, dicho sentido se puede generar por múltiples aspectos (cómo habita su género, sus afectos, sus relaciones, sus experiencias, su corporeidad, etc.), que, en cada persona, constituyen una verdadera red y que se forman de manera diferente en la vida social a través de la historia y los contextos actuales de esa vida social.
Una definición de subjetividad así vista “representa la especificidad de los procesos psíquicos humanos en las condiciones de la cultura” (González 2008, 234), de manera que la organización de las configuraciones subjetivas individuales “representa una verdadera producción sobre una experiencia vivida, en la cual el estado actual del sistema, el contexto y los desdoblamientos de la acción de la persona son inseparables” (234). En consecuencia, las configuraciones subjetivas representan sistemas dinámicos y en desarrollo, pero que “expresan la organización de la subjetividad en su devenir histórico” (234). Definir así la subjetividad nos obliga a ver todo el material simbólico o emocional como constituyente básico de los sentidos subjetivos producidos en la experiencia de vida de las personas, aunque
no como operaciones que se interiorizan, sino como producciones que resultan de la confrontación e interrelación entre las configuraciones subjetivas de los sujetos individuales implicados en un campo de actividad social y los sentidos subjetivos que emergen de las acciones y procesos vividos por esos sujetos en esos espacios, que son inseparables de las configuraciones de la subjetividad social en la cual cada espacio de vida social está integrado. (González 2008, 234)
González nos muestra la subjetividad social como la forma en que se integran sentidos subjetivos y configuraciones subjetivas de diferentes espacios sociales y se forman verdaderos sistemas en los cuales lo que ocurre en un ámbito alimenta los otros. Así, la organización subjetiva de los conflictos “expresa sentidos subjetivos en los que participan emociones y procesos simbólicos configurados en la subjetividad individual de las personas a partir de su acción en otros espacios de la subjetividad social” (234), por lo que las personas constituyen sistemas portadores —en su subjetividad individual— de los efectos colaterales y las contradicciones de otros espacios de la subjetividad social.
En este contexto, las representaciones sociales se organizan de forma compleja para constituir “la base inconsciente de las posiciones socialmente asumidas” (González 2008, 235), de manera que representan una producción de subjetividad social
capaz de integrar sentidos y configuraciones subjetivas que se desarrollan en la multiplicidad de discursos, consecuencias y efectos colaterales de un orden social con diferentes niveles simultáneos de organización y con procesos en desarrollo que no siempre van en la dirección de las formas hegemónicas de institucionalización social. (235)
Aquí el comportamiento individual no es el resultado de una racionalidad situada en el individuo, dado que el conocimiento es una producción subjetiva “que no solo aparece como una construcción intelectual que se apoya en cierto sistema de informaciones, sino que también expresa formas simbólico-emocionales que tienen que ver con la configuración subjetiva de quienes viven una determinada experiencia” (González 2008, 235-236).
La práctica danzaria, en cuanto experiencia corpo-oral sociocultural, forma parte de este sistema complejo de producción de subjetividades, tanto como ámbito que porta y desarrolla discursos, sentidos y, por lo tanto, representaciones sociales, causados-por y en-relación-con el orden social, como por las construcciones y resistencias suscitadas en la interacción del sujeto con este orden. Es una práctica que dinamiza la vida de hombres y mujeres de múltiples formas:
Valida y refleja la organización social, sirve como vehículo para la expresión secular o religiosa, como diversión social o actividad de recreación. Como declaración de valores estéticos y éticos, para lograr propósitos educacionales y para poder conocer una cultura en particular. (Ochoa 2004, 6)
La danza es un ámbito que nos permite comprender tanto las formas de aprehender como “los contenidos de la construcción colectiva de la realidad” (Jodelet 2000, 8); es, al mismo tiempo, práctica intersensible que evidencia representaciones sociales y práctica intersensible que transforma dichas representaciones, dada su naturaleza expresiva, creativa y re-creativa; es en sí un lugar de permanente configuración de subjetividades. De manera que estudiar su dinámica desde las representaciones sociales de los sujetos que la realizan en los diferentes performances en que se produce nos conduce a la comprensión de los saberes y sentidos subjetivos que la constituyen y que constituye.