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Las representaciones sociales como método para analizar las subjetividades del bullerengue

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Metodológicamente, podemos afirmar que las representaciones sociales, en cuanto construcción sensible, no podrían estudiarse — en una perspectiva positivista— a través de opiniones individuales —mediante cuestionarios de respuesta consciente y directa—, pues no existe una individualidad racional estrictamente hablando. Habría que advertir lo que las representaciones evocan, lo que está ausente: “cuando nosotros preguntamos ¿de qué objetos nuestro mundo está hecho? nosotros debemos preguntarnos a su vez ¿dentro de qué representación?, ¿percibida de qué forma?” (González 2008, 237), pues las representaciones compartidas están profundamente en todos los intersticios de la realidad que prácticamente la constituyen.

En los planteamientos de González, las representaciones sociales constituyen “producciones simbólico-emocionales compartidas, que se expresan de forma diferenciada en la subjetividad individual, y desde ahí representan una importante fuente de sentido subjetivo de toda producción humana”. Sin embargo no determina dicha producción, pues las producciones subjetivas en los espacios de relación, los climas sociales y los espacios sociales de acción humana “representan momentos activos de una producción subjetiva […] que es parte inseparable de la producción del conocimiento social” (González 2008, 236).

Desde otra perspectiva, Denise Jodelet, una de las más importantes estudiosas de las representaciones sociales,7 nos recuerda que la cultura es la proveedora de la materia prima para las representaciones sociales, que son realidades mentales de cuya existencia podemos encontrar evidencia en la vida cotidiana:

Circulan en el discurso, son acarreadas por las palabras, transportadas al interior de los mensajes y las imágenes mediáticas, cristalizadas en las conductas y las agencias materiales o espaciales […] Son “fenómenos complejos” con “totalidad complejizante” que los seres humanos fabricamos para ubicarnos y orientar nuestras acciones respecto de otros seres humanos. (Jodelet, en Cerda 2002, 118)

Para Jodelet las representaciones sociales se componen de saber cotidiano y práctico, cuyo análisis puede establecerse desde:

I. Los elementos que tiene una representación, es decir, los contenidos que tiene y a los que es posible aproximarse gracias a entrevistas o análisis de discurso o textos literarios o históricos. Dicho contenido se analiza en términos de los elementos que van a contribuir a la construcción de una visión del sujeto social, sea individual o social, acerca de un cierto objeto. El análisis dimensional de la representación la considera como un conjunto de elementos relacionados con informaciones que vienen de afuera (medios, información científica, escolar, etc.), así como con los discursos técnicos, creencias (tradicionales o religiosas transmitidas), imágenes, metáforas y discursos ideológicos que entran en el campo de la representación. La actitud es considerada en este análisis dimensional como la toma de posición frente a los problemas en el mundo (sociales o de la vida cotidiana) con los cuales se confronta (por ejemplo, aceptación o rechazo del objeto dependiendo del origen, la filiación, etc.).

II. La organización de la representación, o los elementos estables y aquellos propios de la coyuntura específica o de una posición de un individuo específico. Así se define en la estructura el núcleo central que entra en relación con los elementos periféricos. Aquí, las creencias ayudan a construir la interpretación del objeto y a constituir un saber tradicional y las representaciones pueden transformarse en creencias debido a la adhesión (aceptación total) que los sujetos sociales les dan a estas. Por un lado, las creencias son contenido de la representación, pero, por otro, a partir de la adhesión, una representación puede convertirse en una creencia fuerte a la cual la gente se adhiere (Jodelet, en Cerda 2002, 123).

Jodelet considera la representación como una forma de saber práctico directamente relacionada con lo que hace la gente: las personas construyen su conocimiento a partir de la experiencia vivida en contacto con los otros, con el entorno material, con los eventos, etc. Así, la experiencia se vincula a la elaboración de la representación y eso tiene que ver con las prácticas sociales de las personas en todos los ámbitos (trabajo, relaciones, prácticas políticas, religiosas, artísticas, etc.). El saber de la representación no se construye como saber de sentido común a partir de nada, en un vacío social; se construye dentro de prácticas, pero también prácticas discursivas que van atravesando la sociedad.

En esta perspectiva, la función social de la representación es la de orientar o guiar la conducta, las relaciones sociales y las comunicaciones sociales. Se evidencia en ella un efecto de la representación sobre las prácticas, en cuanto a que estas nos permiten construir nuestra visión y seguir con la actuación que le corresponde: “La representación es la construcción que hace la gente o los grupos acerca de los objetos o de realidades que los afectan” (Durkheim, en Cerda 2002, 225), por ello, está ligada al interés y a la efectividad social.

Jodelet relaciona el concepto de representación con la noción de habitus de Pierre Bourdieu, sobre la cual afirma que es una categoría sociológica más envolvente, más abarcante que la de representación, en cuanto que esta última se refiere a todo lo que está interiorizado por un sujeto desde su nacimiento en términos de socialización primaria, secundaria, etc., y que entra de manera más o menos inconsciente en su manera de actuar en la sociedad. El habitus tiene que ver con las costumbres, con la manera de pensar. Según la investigadora, la noción de habitus es más inconsciente que la de representación, por lo que podemos definir esta última como un aspecto del sistema de habitus completo que, en cuanto está expresado por los sujetos, parece más consciente. Ahí tenemos el concepto de habitus de un lado más aparente que el de representación social y quizás más determinante en una concepción de presión social, de determinismo social que el concepto de representación social, que supone una libertad, una creatividad del sujeto en la construcción de su mundo, lo que resulta importante.

El habitus más atrayente, más inocente, más determinista; representación social más como parte de construcción del sujeto social, individual o grupal, alrededor de su mundo de vida que puede tener elementos del habitus pero también que supone una construcción más libre, más adecuada e idónea a su mundo de vida y la categorización como uno de los aspectos de la construcción. (Jodelet, en Cerda 2002, 127)

La representación social trata del sujeto social, del individuo asociado, de la interacción, de la co-construcción del mundo en la intersubjetividad y en la intersensibilidad y, en ella, “los sentidos que tienen los objetos están en los productos de la construcción de los sujetos, individuales o sociales, grupales o colectivos” (Jodelet, en Cerda 2002, 131). En este sentido, se puede acercar a una “construcción que expresa la subjetividad, la experiencia de los sujetos mismos, y que va a construir a través de una interpretación de lo que es el objeto” (131). Aparece el sentido que se da al mundo exterior en la construcción del objeto desde el discurso y desde otros elementos susceptibles de análisis como la corporeidad sensible y las dinámicas de ella en los entornos y escenarios sociales y culturales. Es decir que, para estudiar las representaciones, resulta importante entender cómo sienten y actúan en su vida las personas y, para ello, hay que ver cuál es el significado que ponen en su universo, eso es, asumir

el problema de la construcción de su realidad social, que viene de una producción colectiva y personal, a partir de la experiencia, para ver cuál es el sentido que le da a su universo de vida [a fin de] comprender el significado que la gente pone a su existencia cotidiana para dar sentido a su misma vida. (Jodelet 2002, 132)

En el caso concreto de nuestro estudio de la práctica danzaria, la información que constituye la representación proviene del contacto directo y la experiencia sensible que tienen los sujetos del grupo estudiado con el bullerengue. Estos sujetos cuentan con recuerdos emotivos y conocimientos organizados acerca del acontecimiento de esta danza y, desde allí explican y direccionan las interacciones con el entorno de su práctica. Los diferentes tipos de su representación se dan por la variación en la calidad, cantidad y presión vivencial, según momentos, pertenencias grupales o ubicaciones sociales. El campo representacional o imagen proviene de la transformación de los diferentes contenidos mentales relacionados con las vivencias e interacciones del bullerengue. En él se organiza, delimita y jerarquiza el contenido de su representación y este, a su vez, se construye desde el marco cognitivo y la actitud u orientación sensible en términos de motivación, comportamiento, gusto, etc., que se tiene hacia esta práctica objeto de representación social.

El bullerengue colombiano entre el peinao y el despeluque

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