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Capítulo 6

Enrique llega a su casa, cansado y pensando qué decirle a Carla cuando la llame. Pone el bolso con el traje de Argentum entre el ropero y la mesita de luz, trae una zapatilla eléctrica y pone a cargar el traje, el celular, la radio y el cargador portátil, no saca el traje del bolso, solo los cables, se tira vestido a la cama y pone el despertador a las cinco de la tarde.

—Lo pongo a las cinco, me despabilo y la llamo cinco y media.

Carla es docente de primaria, a las cinco sale de la escuela. Es una muchacha muy bonita, con ojos verdes, pelo castaño con bucles y tez mate que le resalta los ojos. No es alta, más o menos de la altura de Iván, es flaquita y bastante voluptuosa, si se pone algo suelto pasa como rellenita, fue compañera del secundario de Adriana, en el mismo colegio que los chicos, pero ellas son 2 años menores.

Suena la alarma, Enrique la pospone, vuelve a sonar y la vuelve a posponer, así unas cuantas veces hasta que se despierta sobresaltado. Agarra el celular y mira la hora:

—Son las 6, no pasa nada, me despabilo y la llamo. —Pero ve que tiene un mensaje de las 4 que dice: “Enrique, ¿fue usted, verdad?”, se despabila de golpe—: ¿Alguien me reconoció?

—No sé de qué habla, y no tengo su número agendado, ¿quién es? —contesta el mensaje.

—Soy Icario, ¿lo puedo llamar?

“¡EL CACIQUE!, me parecía muy cordial”, piensa Enrique y le responde:

—Por supuesto, don Icario, cuando guste.

El cacique es muy educado y tranquilo, como todo hombre sabio. En su pueblo, es la personalidad más respetada, mantiene viva la cultura tehuelche, en condiciones muy humildes. Cuando lo conoció hace unos 5 años, solo algunos jóvenes tenían celulares para cuando iban a la ciudad, no había señal en el pueblo.

Suena el teléfono, Enrique atiende tratando de mostrar alegría:

—Hola, don Icario, qué gusto saber de usted, veo que se modernizó.

—Hola, querido Enrique, sí, mi hija medio que me obligó y me enseñó a usarlo.

—Y veo que aprendió bien, manda mensajes y todo.

—Sí. ¿Fue usted el del banco, Enrique?

—Mire, don Icario, yo estoy muy agradecido con usted y no le puedo mentir, pero entienda por favor que no quisiera…

—Ni a mi sombra, quédese tranquilo por eso, nadie lo va a saber por mí, jamás pondría en peligro algo tan bueno para mi tierra.

—Gracias por comprender, don Icario.

—Espero que usted entienda, Enrique, que cuando la madre tierra da un don hay que ser responsable y trabajar por el pueblo.

—Lo mío no es un don, cacique, fue un accidente.

—No hablo de usted, hablo de mí.

—¡Ah!, por supuesto, usted sí —dice Enrique mientras piensa “me la había creído”.

El cacique continúa:

—La Pachamama me dio el poder de controlar la energía para curar a mi gente, pero es mi responsabilidad ayudarlo, m’ijo.

—Usted me ayudó mucho, don Icario.

—Falta, necesito que me vuelva a ver.

—¿Le parece?, ¿no sabe hacer videollamadas?

—No —responde seco—. Necesito que viaje hasta acá y me vea, ¿se dio cuenta del papel que prendió fuego en el banco?

Enrique se sorprende con el comentario.

—Sí, sí, tengo un temita con el calor.

—Cuando la energía no es calor, es luz; venga a verme, se va a quedar 4 días, la parte más difícil ya la sabe.

—Bueno… eh... sí, cuando usted pueda, don Icario, me hago un lugarcito y lo veo.

—Lo espero mañana, después de la siesta.

—¿Mañana?, cacique, tengo que trabajar.

—No se preocupe que va a poder, mañana después de la siesta —le contesta el tehuelche y cuelga.

—Hola. ¿Hola? ¿Don Icario? —Enrique está sorprendido, curioso de las enseñanzas de don Icario, pero piensa “¿1700 km?, no tengo tanto ATP preparado para un vuelo tan largo... a ver si Iván hizo...”.

—Hola, Iván, tengo que hablar con vos.

—Y hablá, bolas, ¿qué pas…? ¡Gaspar!, ¡¡no te sientes arriba de tu hermano!!

—¿Qué hace mi ahijado?

—Se sienta arriba del chiquito…

—Igual que el padre.

—Dale, marmota, ¿qué te pasó?... ¡Felipe, no! Le está tirando de los pelos a tu ahijado ahora… ¡soltá! ¿Podés creer que se estaban portando bárbaro, se va a bañar la madre y me vuelven loco? —Se escuchan gritos de los nenes, se nota que Iván no tiene el celular en la oreja—. ¿Querés venir a comer y hablamos acá?, se están matando estos dos.

—Dale, me baño y voy.

Enrique llega a la casa de Iván 8 y media y como siempre para en el camino a comprarles cosas a los nenes, compró dos camioncitos de juguete y golosinas.

Estaciona el auto en la bajada del garaje, sabe que a Iván le molesta, aunque ya haya guardado el suyo, pero ya no le dice nada, hay bromas que con el tiempo pierden efecto, pero él las hace igual.

Se acerca a la reja para tocar el portero y escucha: “¡Vino el tío Quique!”, su ahijado salta agarrado de la ventana que da del living al jardín seguramente parado en el sillón que hay debajo. Se escucha que Iván grita algo de adentro y Gaspar replica:

—Dice mi papá que está abierto.

—¡Vení a saludarme, entonces! —dice mientras ya cierra la reja desde el lado de adentro.

Gaspar corre por el jardín para abrazarlo, Felipe de un año y medio se cae en el umbral tratando de seguirlo y se pone a llorar. Aparece Adriana corriendo y Enrique la tranquiliza:

—No se golpeó, Adri, quedate tranquila, cayó con las manos, llorón como el padre nomás.

—Ah, bueno —dice mientras levanta a Felipe a upa—. ¿Cómo andás, Quique?

—Bien, porque voy a comer lo que seguro me cocinaste con mucho amor... Y vos pará de llorar que no te pasó nada.

—No, Iván prendió el fuego, hay asado.

—¿Asado un miércoles?, bien ahí, se ve que cobran bien los docentes, ¿eh?

Adriana lo mira sonriendo como diciendo “sí, justo”.

Adriana es apenas más bajita que Iván, con tacos lo pasa y Enrique se lo hace notar, siempre está de buen humor, sonríe todo el tiempo, tiene hoyuelos en las mejillas y una mirada muy expresiva. Ahora con 2 hijos está rellenita, pero incluso más bonita que antes.

—Si querés te preparo algo rico para acompañar el asado —le dice Adriana con Felipe todavía a upa, pero ya sin llorar, mientras caminan hacia la cocina, donde está la puerta que da al patio de atrás, con Iván y la parrilla.

—No, Adri, una ensaladita así nomás, porque tengo que hablar con Iván de unos asuntos del laburo, me llevo a los nenes para el fondo, si querés, pero tenemos que hablar y hoy no los voy a correr por todos lados, te toca a vos —le dice pellizcándole una mejilla.

—Claro, porque nunca los corro, yo.

—Cococho, tío —le dice Gaspar estirando los brazos hacia él.

—Bueno, pará que bajo las bolsas, traje cerveza para los grandes ¿y…?

—¡Chiches para los chiquitos! —dice Gaspar festejando.

—Me parece que vamos a empezar a guardar los juguetes en la casa del tío Quique, acá no hay más lugar —le dice Adriana a su hijo más grande.

—Sí, veo, qué quilombo que te arman, ja, ja, ja, la próxima, golosinas nomás.

—¿Qué me trajiste, tío?

—Bajá vos, que paraste de moquear —le dice al más chico. Adriana lo baja y él le da a ella la bolsa con los porrones de cerveza y los juguetes a los chicos.

—¿Viste lo del banco, hoy a la mañana? —pregunta Adriana.

—Sí, nos enteramos en el laboratorio, estaban todos hablando de eso, qué loco, ¿no? —le contesta Enrique haciéndose el sorprendido, aunque no hablaron con nadie del tema, prácticamente no salieron del lugar.

—Qué bueno alguien así que proteja a la gente, ¿no?

—Sí, como en el cine... Dame que te ayudo con las botellas, ¿te dejo una afuera para vos?

—No, estoy recansada, si me tomo una cerveza me duermo.

Enrique guarda 4 porrones y deja dos afuera.

—Hoy casi llamo a tu amiga.

—Quique… Ojo, vos te volviste muy barrilete, no hagas sufrir a mi amiga de nuevo.

—No, yo nuca quise que sufra, no es que la dejé para salir de joda... Sé que lo parece, pero no es así.

—Mirá, estuviste dos años con ella y te requería, no empezó a salir con vos por nada superficial, ni eras un supermodelo, ni tenías plata, le gustabas vos, Quique; nunca la vi reírse tanto como cuando ustedes salían juntos, sufrió mucho cuando la dejaste.

—Sí, ya sé, fue muy inmaduro de mi parte... casi 3 años.

—Fue muy cagón de tu parte, nos casamos Iván y yo y te diste cuenta de que te tocaba a vos después, miedo al compromiso tenías.

—Eso es lo de menos, es complicado... Es como que tenía mucho poder y me asustaba.

—¿Cómo poder?

—Ahora me doy cuenta de que eran inseguridades mías, pero yo en ese momento sentía como si fuera mucho para mí y que ella lo sabía, y siempre estaba aterrado de que me deje, entonces cuando junté huevos la dejé yo, así, pum, de golpe, para sacarme esa presión, pero ahora que estoy mejor conmigo mismo, me doy cuenta de que fui un idiota... la extraño.

—¿En serio me decís eso?, ella siempre fue hermosa, de chiquita, y nunca usó su belleza para lograr controlar nada, vos te sentías así, Quique, perdoname, pero eran rollos tuyos.

—¿Y si la llamo? —pregunta Enrique casi sin esperanzas.

Adriana abre los brazos.

—Qué sé yo, Quique, tiene novio, todavía no es nada serio, es más, hoy es el cumpleaños del flaco, le compró un pulóver y no va a la casa porque dice que es muy pronto para conocer a la familia.

—¿De mí hablan a veces?

—Si nos ponemos a recordar cosas de esos tiempos nos matamos de risa, pero se nota que después queda enojada, a mí me encantaría que vuelvan a estar juntos, pero para mí te saca cagando. Probá, no sé qué decirte, yo creo que es peor quedarte con la duda, y si no sale no sale, se cierra el libro y listo.

—Tío, ¿hay más chiches ahí? —Gaspar ya se aburrió del camioncito y señala la tercera bolsa.

—No, tío, esas son golosinas para después de comer, no hagas que tu mamá me rete… de nuevo.

Ella le sonríe, le pone una mano en el brazo y le dice:

—Sos buen tipo, Quique, pero a veces muy pavote, por no decirte otra cosa delante de los nenes.

Enrique mira a Gaspar y le dice:

—¿Ves?, me retó de nuevo, ¿cococho?

—¡Sí! —le dice Gaspar estirando los brazos.

Se pone el nene sobre los hombros, vuelve a poner los porrones en la heladera y saca otros dos más fríos y va hacia la parrilla.

—¡Mirá, papi, el tío Quique! —dice Gaspar desde lo alto.

—No te habrá dado golosinas antes de comer, ¿no? —contesta Iván mientras agarra sonriendo la cerveza que Enrique le pasa.

—¿Me trajiste caramelos, tío?

—Les traje huevitos sorpresa a los dos.

—Sííí, me encantan los huevitos.

—A tu mamá también.

—¡QUIQUE! —lo reta Iván tosiendo cerveza.

—Es chiquito, no entiende —dice Enrique riéndose.

—Todo capta, no sabés las cosas que repite —le dice Iván—, hay que tener un cuidado bárbaro.

—Uh, qué peligro sos vos, ¿eh? —dice hacia arriba mirando a su ahijado.

—Contame qué te pasó, werda, porque repite, hablá con código —le aclara Iván.

—Me llamó don Icario.

—¿Don Icario?, ¿no me digas que.. —baja la voz y susurra—… te reconoció por lo de hoy?

—Y sí, se dio cuenta, obvio que no va a decir nada.

—Sabés que yo estuve pensando en que hay que tapar la parte de arriba también. —Mira al nene, y le dice—. ¿No jugás más con el chiche que te trajo el tío?

Enrique lo baja y le dice:

—Andá a enseñarle a Felipe que vos sos más grande.

Gaspar entra corriendo:

—Mami, dice el tío Quique que a vos te gustan los huevitos.

Adriana se asoma por la puerta, pone las manos en la cintura y mira a Enrique:

—Ojo con lo que decís, vos, ¿eh?

Enrique muestra los dientes y cierra los ojos.

Iván sigue con lo que estaba diciendo:

—Todavía tengo la careta del disfraz, te la pinto de gris y se la pongo, si cada vez que salís te reconocen estás frito.

—Bueno, puede ser, lo tengo en el baúl, después te lo bajo, pero no me llamó porque me reconoció.

—¿Qué quería?

—Ayudarme, vio lo mismo que vos, el papelito que se encendió atrás cuando tiré energía para todos lados, cuando me cagué todo en el momento del tiro, dice que si la energía no es calor es luz, que vaya que me enseña.

—¿Hasta allá?

—Yo le sugerí una videollamada, pero no quiso.

—A vos solo se te ocurre hacer videollamada con un cacique tehuelche —dice Iván no creyendo lo que escucha.

—Bueno, tampoco viven como antes de Colón.

—No, está bien… pero tiene sentido lo que te dice, ni idea cómo lo va a plantear, tenés que ir, una cosa es que me ilumines la cara, otra que me quemes las cejas de nuevo.

—Quiere que vaya mañana, 4 días hasta el domingo.

—¡No!... vienen los inversores japoneses.

—¿Y qué hago?, aparte vienen por la parte biológica del trabajo, no por radioquímica, vos se lo vas a poder decir mejor que yo, estaría de florero al lado tuyo.

—Yo quiero que estemos juntos cuando pasan esas cosas, Quique, pero, bueno, para mí es importante, tenés que ir al sur, digo que estás engripado. ¿Los japoneses no andan con barbijo por la calle?, ¿no son medio paranoicos con los virus?

—¿Esos no eran los chinos?... Qué sé yo, bueno, listo, estoy enfermo y vuelvo el lunes. ¿Tenés ATP acá?, yo tengo uno solo.

—Te puse 6 en el cinturón, pero no para casi 2000 km ida y vuelta.

—¿No dijiste que tenías para hacer acá los concentrados?

—No, lo que compré es el material para hacer la recristalización, pero los reactivos están el en laburo todavía.

Se quedan pensando unos segundos, hasta que Iván, dice resignado:

—Andá en avión, sale un huevo, pero qué va a ser, lo tarjeteás, de paso me dejás el traje y lo retoco, total en avión no lo podés llevar.

—Y no, por ahí te revisan todo en el aeropuerto, lo del banco lo debe haber visto todo el mundo... Bueno, compro desde acá con el celular... ¿No hay que darlo vuelta ya a eso?

—¡Uy! —dice Iván agarrando el tenedor y yendo hacia la parrilla—. Culpa tuya que me distraés.

Enrique compra el vuelo desde el sitio web de la aerolínea, Gaspar se acerca hacia donde se encuentran ellos, su hermanito lo sigue detrás como siempre.

—El hotel lo saco cuando llego, no va a haber problema, no es temporada alta todavía.

—El problema lo vas a tener cuando venga el resumen de la tarjeta, olvidate del aguinaldo… ¡Ustedes hasta ahí nomás! —les dice a los chicos, que se frenan—. Acá saltan chispas.

Enrique ve a los nenes que están observando el fuego:

—Che, Gasparín. —Gaspar sube la vista—. Tirame del dedo.

ARGENTUM

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