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Capítulo 1

Argentum sobrevuela la zona con su precario traje de superhéroe, un conjunto deportivo con capucha gris y cuello de polar haciendo juego que le tapa hasta la nariz. Parece más un profesor de educación física con frío que cualquier otra cosa. Se enoja al ver nuevamente la situación del día anterior y desciende. ¡PAM!, golpea el capó del taxi tratando de llamar la atención del conductor, abollándolo sin querer y cayendo frente a la óptica izquierda

—¿Qué hacés, flaco?, la repu...—le grita el taxista en un impulso por el susto.

—¡Epa! ¿Con esa boquita le das besos a tu mamá? —le dice Argentum interrumpiendo la grosería.

—¡Me rompiste el auto!

Argentum sabe que se le fue la mano, algunas cosas no controla muy bien todavía, pero se mantiene firme.

—El auto, andá, exagerado, te abollé un poquito el capó, nomás.

No es el estilo que quiere tener ni disfruta rompiendo propiedad privada, pero conoce al taxista de chico, era el bully de la escuela, que siempre obtenía lo que quería patoteando a los demás, por lo que de última parece una lección apropiada.

—Bueno, me abollaste el capó, ¿te parece que está bien?

—Y... si no entendés por las buenas... Es la tercera vez y te dije que la próxima vez que dobles a la izquierda y te pongas de la derecha te rompía el auto. Agradecé que es solo un bollo, la próxima te arranco la trompa... —Se refiere a la del auto, pero como sonó feo, se planta—... A vos y al auto —le dice desafiante señalándolo con el dedo, total ya no le tiene miedo.

—Ya te dije ayer que no te calienta dónde me ponga porque pongo el guiño.

—Ponés la luz de giro, el guiño es otra cosa, y le tapás la visión de la avenida al que está bien ubicado para doblar a la izquierda y aparte bloqueás al que quiere doblar a la derecha, que podría salir mientras vos esperás que no venga nadie de la mano de enfrente, ¿tan difícil es de entender?

Se escuchan los bocinazos de los trabados en el tránsito detrás del taxi.

—¡Ya va, ya va! ¡Es un minuto nomás, lo estoy educando! —le contesta a los impacientes conductores, mientras asciende ignorando los insultos del taxista.

La ciudad y alrededores están muy tranquilos desde que Enrique decidió salir al mundo con su rol de superhéroe no hace todavía un par de semanas, practicó mucho tiempo para controlar sus poderes desde aquel accidente en el sur del país, ya se siente más seguro, pero sabe que es vulnerable y todavía tiene mucho que aprender. ¿Tiene miedo? Seguramente, pero también sabe que sin miedo no se puede ser valiente, se lo dice a sí mismo para darse ánimo, no puede no hacer nada, siempre lo irritó la injusticia y decidió que ya era momento de empezar a contribuir.

Solo le quedan dos concentrados de ATP, mañana en el laboratorio deberá preparar al menos una docena para unas semanas tranquilas y puede gastar los dos que tiene para practicar cosas nuevas.

Entrenó mucho, por más de tres años y no fue fácil regular su fuerza ni por dónde expulsar energía para controlar su movimiento en el aire. Todo ese esfuerzo y tiempo invertido tiene el simple objetivo de hacer de este mundo un lugar mejor, lo que le pasó, le pasó de casualidad, pero es un idealista y un poco terco también, por lo que no puede no hacer nada y dejar que las cosas sucedan. Recién arranca y prácticamente interviene en pavadas, pero ya alguien va a necesitar su ayuda y quiere estar preparado.

La gente empieza a hablar, no entiende si vuela, o si hace trucos y lo parece. ¿Quién es este loco de jogging gris, algo boca sucia, que cae de quién sabe dónde a pelearse con los que no levantan la caca del perro, con los taxistas o con los que estacionan en las rampas de personas con discapacidad?

Es lunes y llega al laboratorio puntual a las 8, su amigo Iván ya tiene el mate listo, un joven científico de 31 años, de pelo ondulado corto y castaño oscuro, flaco, de nariz algo ganchuda y una cabeza más bajo que Enrique, su viejo amigo que ahora intenta ser superhéroe:

—¿Qué hacés, Argentum? Me desvelé y me vine temprano, te preparé ATP.

Enrique abre grande sus ojos y lo mira con cara de “callate”.

—¿En qué quedamos?, se te va a escapar delante de alguien y cagamos.

—¿No ves que no hay nadie?

—Bueno, practicá, generá hábitos.

Iván se ríe y se burla.

—Tu secreto está a salvo, Kal-El.

—Clark Kent es un virgo, yo soy más canchero, gil. ¿Cuántos concentrados preparaste?

—Sos canchero ahora que estás flaco... cuatro.

Enrique mide 1,75 m, los mismos ojos café que su amigo, de cabello castaño claro, lacio con raya al costado, antes del accidente era rellenito, pero ahora si bien no es musculoso es delgado, come mucho y consume mucha energía.

—¿Cuántos te quedan? —pregunta Iván.

—Dos, pero quiero ir al campo a practicar hoy a la tarde, ¿venís?

—No, Quique, vos porque vas volando, pero yo tengo que manejar 2 horas de ida y dos de vuelta para ir al monasterio.

—¿Te llevo a upa?

—Nunca más —le dice Iván simulando un escalofrío.

—Qué cagón que sos... quiero tener al menos una docena, después si tenemos tiempo preparo más.

—Quique, no podés gastar toda la energía volando para vigilar el tránsito, guardá los concentrados para emergencias, son recursos del estado y el Conicet necesita los fondos para que gente como nosotros investigue, para lo otro están los inspectores de la municipalidad.

—La tesis la tenemos casi lista, la estamos estirando para hacerme los “caramelos”.

—Callate, la parte teórica está lista, ahora, si con los animales no tenemos los resultados esperados, ¿de qué nos disfrazamos?, perdimos mucho tiempo analizando el tema de tu accidente, afortunado, ya sé, pero tuviste suerte.

—Bueno, no se va a repetir, ya esa etapa la pasamos, los cobayos no me van a hacer nada... no voy a hacer el quilombo que hice en el Balseiro, ¿te acordás?, ¡mamita!

—Sí, menos mal que no trabajás en Atucha, hacés un Chernóbil en la Argentina.

—Pará, exagerado, tampoco soy tan idiota.

—No sé, menos mal que no usamos uranio y usamos plata —le dice Iván que disfruta de tomarle el pelo—. Me acuerdo por el nombre de tu alter ego, mua, ja, ja —le dice con una risa grave y falsa con las manos en garra a los costados de la cabeza como tratando de dar miedo.

—¿Qué te hacés el tétrico, tarado, sabés que quiere decir alter ego?

—No importa, es en latín, el idioma del diablo... ¡Mua, ja, ja!... Uh, callate que golpearon.

El diálogo nada productivo es interrumpido por el ingreso de Karina, la nueva secretaria del director del centro de investigación. Era alta, delgada y bastante voluptuosa, de pelo lacio negro y ojos azules, era preciosa. Ya Enrique se quiso hacer el galán con ella en la cafetería del edificio, ella no le dio ni cinco de bola y a él le pareció muy seca y seria y hasta por momentos un poco hueca.

—Buen día, doctores.

—No somos doctores todavía —contesta Iván saliendo de la oficina—, pero como le dicen doctor a todos, no pasa nada, te escuchamos.

—El Dr. Medina está pidiendo informes de los avances de las investigaciones para este viernes —le dice erguida y elegante, siempre con su clipboard que en ocasiones abraza para tapar su escote de miradas inapropiadas—. Los voy a pasar a buscar al mediodía porque los quiere impresos, no en magnético, para revisarlos en la casa durante el fin de semana.

—¿Magnético? —pregunta Iván—, ¿lo va a pegar en la heladera?

—Él me dijo así, a mí también me pareció raro, supuse que era un código entre ustedes, yo transmito el mensaje, nomás —contesta Karina encogiéndose de hombros.

—Los disquetes eran magnéticos, ¿no? —pregunta Enrique mirando a Iván—, menos mal —le dice a ella con sonrisa canchera—, porque el único que tengo es de 5 y ¼ y tiene el Arkanoid. —Si esperaba sacarle una sonrisa a Karina con ese chiste, que si alguien lo entendiera sería muy malo, estaba equivocado.

—Ni idea qué es eso —contesta Karina cambiando la mirada altanera hacia Iván—, pero los quiere impresos, paso el viernes al mediodía, ¡bye! —Ninguno de los dos perdió la oportunidad de verla “irse”, dos marmotas atónitos con la cabeza inclinada hacia un costado.

—Hasta luego —contesta Enrique, que espera que se cierre la puerta y mira a Iván—. ¡Mamadera! No sabe lo que es un disquete, decí que está buenísima, si no se muere de hambre.

—No seas así, cuando se dejaron de usar ella ni había nacido, aparte las veces que hablé con ella no me pareció que sea ninguna boba.

—¿Cómo puede ser?, si vos sos más inteligente que yo.

—Debe ser que te trata hasta ahí porque no bien la viste le tiraste una jauría de galgos.

—Nada que ver, me fijé qué onda nomás... Pero bueno, volviendo al tema, no me puse Argentum porque es plata en latín, es porque soy argentino… y patriota. —Saca pecho con la mirada al horizonte haciéndose el glorioso.

—¡Seguro! San Martín debe estar orgulloso de vos discutiendo con los infractores de tránsito. Concentrá los pocos recursos que tenemos para cosas importantes y ponete a laburar que no tenemos casi nada que agregar al informe del mes pasado.

—Bueno, dale... y me gusta más Belgrano que hizo la primera mitad y estaba menos preparado... Y no salgo a vigilar el tránsito, boludo, salgo como… no sé, a patrullar y veo infracciones, ¿no hago nada? Aguantá, recién arranco; si vos supieras volar, ¿te quedarías en tu casa?

—Tengo 2 pibes —le dice Iván encogiéndose de hombros.

—Yo no y me aburro.

—Bueno, si te ponés a laburar te preparo 10 “caramelos” y te acompaño al campo, pero esta vez no te junto las latitas —le dice Iván mientras vuelve a la oficina.

—Sale y vale —responde Enrique acercándose a la mesada de los equipos.

—¿Ahora hablás como el Chapulín Colorado?

—Y… me gusta más, es más heroico que tu ídolo de Kriptón que no asume ningún riesgo, es fácil ser héroe si te rebotan las balas.

—Vos sos más parecido a Superman, y no por lo fachero, porque de gracioso no tenés nada.

—Pero si me pegás un tiro me muero... Eso es lo que se me ocurrió practicar hoy, tengo una idea. ¿Cómo consigo un chaleco antibalas por las dudas?

—Si estás pensando en que te pegue un tiro estás en pedo.

—¡Con chaleco!

—Largá el paco y traé los bichos del bioterio, haceme el favor.

—Cagón, cagóóón, qué grande sooos —le canta aplaudiendo al ritmo de la marcha peronista.

—Ya te tuve que salvar la vida una vez, no vas a tener siempre la misma suerte y salir con poderes, podrías ser más agradecido y no pedirme locuras.

—Tampoco te hagas el Mandela que me cortaste un dedo.

—Te corté la punta del meñique, nadie lo usa.

—¿Qué te metés en la oreja?, ¿el pulgar?

Iván que trataba de hacerse el serio no pudo evitar reírse, son muy amigos, tienen licencia para decirse cualquier barbaridad entre ellos sin enojarse. Ninguno de los dos tiene recuerdos sin el otro y su relación es vergonzosamente infantil.

—No me vas a poder hacer sentir culpable con lo del dedo, vos no lo viste, estabas inconsciente, la mancha negra avanzaba por la falange, la ambulancia tardaba, improvisé y salió bien.

—Tengo un injerto de culo y sin uña.

—Hacete un tatuaje —le dice Iván como sin importancia.

—Ey... ¡Esa es buena!, pero no me jode, ni se ve.

—¿En la cadera te quedó marca?, ¿donde te dio el haz de la suerte?

—Ya casi ni se nota —contestó Enrique mientras encendía los equipos para que se vayan iniciando— lo que sabés, eso me afectó la médula, pero quedó confinada en el hueso, no hace nada.

—¿No hace nada? Te aceleró el metabolismo unas 2500 veces, sin ATP no durás 2 días.

—Suerte que tengo un amigo bioquímico —le palmea la espalda mientras entra a la oficina y mira el estado en el que está el mate.

—Vos sos químico, no está tan afuera de tu campo... Cambiale la yerba.

—No. ¿Pero de quién fue la idea del ATP? —le dice agachado sobre el tacho de basura.

—Cualquiera con dos dedos de frente se hubiese dado cuenta, bajaste 32 kg en una semana. Traigo los bichos y arrancamos, ese informe no se va a hacer solo.

—No, pará —dice Enrique todavía en cuclillas —, procesemos los datos que tenemos hasta el viernes, y solamente hacemos referencia al trabajo de esta semana, si no, no llegamos.

—Tenés razón, nos sacamos de encima el informe hoy y mañana arrancamos tranquilos con lo nuevo.

—Listo, apago los equipos que prendí al pedo, y hoy hacemos solo trabajo de compu.

Trabajan muy bien en equipo, mientras uno redacta, el otro hace tablas y gráficos, para las doce y media ya tienen compilado todo y terminado el informe.

—Terminamos retemprano —dice Enrique sonriendo y frotándose las manos—. ¿Siesta y campo?

—Me voy a almorzar a casa, te encuentro allá a las 5 —contesta Iván mirándolo con cara seria—. O sea que salgo a las 3.

Se van cada uno en su auto. Enrique duerme la siesta, se levanta a las cuatro, maneja hasta fuera de la zona urbana. Cuando nadie lo ve, a las cuatro y media, se pone un concentrado de ATP en la boca y vuela hasta el campo, llega menos diez.

El concentrado no se consume por completo, pone el sobrante de nuevo en el envoltorio y se recuesta en un árbol a esperar hasta que se hacen las cinco y cuarto, se aburre, saca el celular sin señal para mirar el horario del mensaje. “Saliendo”, dice el mensaje de Iván de hace casi dos horas. Enrique asciende solo unos metros por encima del monasterio abandonado, cubriéndose con el viejo tanque de agua, no quiere ser visto desde la ruta.

—Ahí viene.

—¿Viniste en carreta? —pregunta Enrique apoyado en la tranquera del predio.

—Agradecé que no te cobro los peajes cada vez que me hacés venir al culo del mundo —contesta Iván mientras se desprende el cinturón de seguridad.

—¡Más respeto, che! Esto está abandonado, pero era un monasterio.

—Sí, un monasterio en el culo del mundo, contame bien esa idea que tenés, y olvidate del balazo —dice Iván cerrando la tranquera.

—Sí, voy a arrancar con algo menos riesgoso, te explico, tengo que lograr que me tires las latas, pero no para dispararles como antes, tengo que hacer que no me toquen.

—¿Sin las manos?, bueno, hacé lo mismo que hacés siempre, concentrate y expulsá la energía como te enseñó don Icario, pero para el lado del que viene la lata —le dice Iván mientras avanzan hacia el interior del campo.

—¡Qué grande el cacique!, tendríamos que ir a visitarlo alguna vez.

—Sí, pensar que dijiste que era un “ladri”, y mirá ahora todo lo que te enseñó.

—¿Y qué querés? Con el diario del lunes es fácil... ¿Qué querías que piense? Decían que usaba la energía de su cuerpo para curar gente, sonaba a “currandero” vos también pusiste cara de no creer nada.

—Sí, pero yo no le tuve que pedir que me enseñe nada a las dos semanas, vos tuviste que ir al pie.

—Bueno, vos me llevaste, pero sí, me enseñó a canalizar la energía, dejé de desmayarme y de quemar cosas al tocarlas, ¿pero quién me enseñó a balancearla?, no te hagas el humilde.

—Son integrales de superficie y vectores —dice Iván levantando las manos como si hablara de una pavada—. Si no te copiaste en las clases de Cálculo vos también sabés hacerlo.

—Sí, supongo que si me pongo, sí, pero me da fiaca, necesito que me ayudes, ¿no te gusta ser mi Alfred?

—¿Sabés la sopa que te falta para Batman a vos?

—Bueno, en serio, repasemos... En estos años lo que aprendí a hacer es a expulsar el “ki” por la palma de la mano y golpear o calentar cosas dependiendo de la intensidad.

—¿El ki?

—Sí, como Gokú, ¿qué tiene?, Al decir energía a cada rato parece que hacemos reiki.

—Dale, Krillin, seguí... A ver, ¿qué querés hacer?

—Para volar, no libero ki por la planta de los pies, sino con diferente intensidad por distintas partes del cuerpo, con mayor intensidad en el sentido opuesto a donde quiero ir, ¿me seguís?

—Obvio, fue mi idea, ¿por qué me explicás eso?

—Para explicarte que ahora lo que quiero lograr es una sumatoria que dé cero.

—Pero te quedarías en el mismo lugar —dice Iván con el ceño fruncido y la mano en el mentón—, lo que querés es quedarte en el lugar y frenar lo que te tire, expulsando energía para todos lados... No digas ki, Quique, parecés un pelotudo, somos científicos, decimos energía a cada rato.

—Bueno, le quería poner un poco de onda, che... pero está bien, tenés razón... A lo que voy es que es más difícil sumar cero que volar, porque si libero más energía hacia adelante para frenar algo mientras estoy en el aire...

—Te vas para atrás.

—Exacto, y si libero mucha energía no puedo mantenerme en el lugar, no lo puedo controlar, trato de emanar la misma cantidad de energía por todos lados, pero me muevo igual.

—Te vas para adelante.

—Sí, ¿cómo sabés?

—Las superficies laterales son equivalentes, pero tu frente y tu superficie posterior...—le dice sonriente.

—¿De qué te reís? —pregunta Enrique

—El trompetero, nabo, tenés más culo que picha, la misma energía por distintas superficies te desbalancea, tenés que bajar la intensidad, apenas, de lo que sale por popa, concentrate en eso, ¿probamos?... Si lográs el balance probamos con las latas, las vacías primero, las juntás vos.

Practican por una hora y media hasta el atardecer y lo logran sobre el final, aunque un ajuste tan fino requiere una concentración difícil de lograr. Enrique ya logra tal control que cada cosa que se propone practicar le es mucho más fácil que al principio. Al final, no usan las latas por falta de tiempo y deciden que es suficiente por ese día.

—Arrancá que es tarde y la Tana te va a dejar durmiendo afuera —le dice Enrique a Iván.

—Le dije a Adriana que íbamos a trabajar hasta tarde por el informe de Medina —le contesta mientras abre la puerta del auto, al prenderse la luz del interior, Enrique lo llama:

—A ver, mirame... tenés las cejas chamuscadas.

—¿Sí? —pregunta Iván sacudiéndose la cara con los dedos—. Es que tirás mucho calor y en un momento me acerqué demasiado, me parece que lo que estuvimos practicando no sirve, si para frenar una bala vas a prender fuego todo lo que tenés alrededor, vas a tener que frenarla con un golpe de energía más puntual.

—¿Puntual?, ¿cómo veo una bala?

—Mirá, no sé, por ahí no tan puntual, algo más grande, tipo un escudo, qué sé yo, que vaya en dirección opuesta a la bala.

—Qué piola, rompo todo lo que está atrás.

—Qué sé yo, atrás de la bala está el chorro —le dice Iván y viendo la cara que pone Enrique rectifica—. Sí, ya sé, respetar la vida, incluso la de los delincuentes, es lo que nos hace distinto a ellos. Yo opino igual, Quique, pero, bueno, algo se me va a ocurrir, dejámelo pensar bien, mañana hablamos. Me debés un par de cejas.

—Te lo cambio por la uña... ¿Esas flores son para tu esposa o para los viejos? —pregunta Enrique viendo flores en el asiento de atrás.

—Ah, me olvidaba, para los 3 —le dice Iván y juntos van al costado de la iglesia del monasterio.

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