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ОглавлениеCapítulo 2
Iván entra con cara de dormido al laboratorio, Enrique le hace seña de silencio:
—Ojo que están los de Analítica Instrumental mostrando los equipos.
—Entonces guardo los bizcochos, que vean que “en laboratorio no se come”, hay que dar el ejemplo a los alumnos.
—El viernes te clavaste flor de milanga.
—No trabajamos con viruela, no pasa nada. ¿Novedades?
—No revisé el correo todavía, estaba con el grupo, llegaron cuando estaba poniendo la pava —le dice Enrique que abre su laptop y automáticamente se abre su email personal donde Iván nota un correo sin leer: “Califique su compra de binoculares…”.
—¿Te compraste largavistas?
—Sí, para mis rondas, así no ando volando por ahí y si me quedo en la terraza de un edificio con largavistas ahorro recursos, como a vos te gusta.
—Mirá qué bien... ¿dónde paraste?
—Arriba del correo, se ve bastante bien de ahí.
—Se ve bastante bien la casa de Carla de ahí, ¿no?
—No empieces —le dice Enrique subiendo la mano expresando que esa discusión lo incomoda.
—Claro, porque nunca la espiaste, ¿no? —lo increpa Iván cruzado de brazos.
—Antes, cuando la extrañaba.
—Si no la hubieses dejado, no la habrías extrañado, seguirías con ella.
—Ya lo hablamos, tema viejo.
—Tema viejo y recurrente... me tomo un café y leo el diario mientras me despabilo, arrancamos cuando se vayan.
—No creo que se queden mucho, voy a buscar a los cobayos, no te duermas, se van a pensar que nos rascamos.
—Y… a veces nos rascamos —le dice Iván, encogiendo los hombros y haciendo una sonrisa forzada mostrando los dientes.
—No, señor, eso se llama brainstorming.
Enrique vuelve a los 5 minutos con el carro-jaula del bioterio y ve que Iván lo llama a través del vidrio que separa la oficina del laboratorio.
—Saliste en el diario, boludo, se quejó un taxista de que le abollaste el auto.
—Naaa, es un tarado, no le calienta nada a ese tipo.
—¿Y para qué le abollaste el auto?
—Fue sin querer, aparte no aprende por las buenas, se piensa que es el dueño de la calle.
—Es empleado, Quique, no podés hacer eso, lo vas a dejar sin laburo. Aparte estas cosas no suman, ¿qué querés?, ¿que te odien?
—No, tenés razón, me ensañé con el loco y se me fue la mano, después veo cómo lo arreglo, no se lo quise abollar. ¿Qué dice?… ¡Hey, chicos, no! —grita Enrique desde la oficina a los alumnos que se acercaban a la jaula de cobayos—. Esos cobayos están en ambiente controlado, no abran la jaula ni los toquen, les pueden afectar algunos parámetros clínicos.
—¿Qué les hacen? —pregunta una alumna con cara de “No me gustan los experimentos con animales”, era una bonita jovencita de veintiún años, bajita, rellenita y rubiona de ojos verdes, bastante pálida.
—Nosotros somos investigadores que trabajamos sobre bioinorgánica de sales plata y cáncer.
—¿Eh? —pregunta la misma alumna con cara de haber escuchado algo en otro idioma.
—Estudiamos los efectos de un tratamiento oncológico en distintos tejidos y para el monitoreo de tumores usamos unas sales radioactivas de plata.
—La plata no es liviana como para excretarse por la orina, ¿se acumula, no? —pregunta la misma alumna.
—Claro, muy bien.
—¿Y por qué no usan sales de metales más livianos? Aluminio, titanio…
—Porque se excretan y no las veo. —Enrique sabe por dónde viene el asunto—. Aparte el aluminio es muy polarizante, es muy tóxico, ¿no cursaron inorgánica?
—Sí, sí, ahora me acuerdo, está bien... ¿Se mueren los cobayos?
—Usamos un isótopo de plata radioactivo, que se adhiere a tumores generados previamente, todos los animales se terminan muriendo.
—¿Qué isótopo? —pregunta curiosa
—Uno raro, plata 115.
—¿Tiene el tiempo medio suficiente para ver los efectos?, ¿no se degrada?
El profesor mira a su alumna con orgullo, Enrique le explica lo que es su especialidad:
—La vida media de la plata 115 es de alrededor de 20 minutos, pero eso es en estado elemental, si se combina para formar las sales antes de la desintegración, se queda con todos los neutrones de forma estable por varias semanas, eso nos da tiempo para trabajar, muy buena tu pregunta, te felicito.
—¿Y tienen que preparar ese menjunje continuamente? —pregunta la jovencita y Enrique escucha la risa a medio contener de Iván desde la oficina.
—Sí, nos mandan periódicamente del Instituto del Menjunje en Bariloche. —La carcajada de Iván hizo reír a Enrique y a todos los presentes.
—Vamos, chicos, que arrancamos el seminario en el aula, si todos tienen la curiosidad de su compañera Pistore y prestaron atención, no van a tener ningún problema con las preguntas —dijo el profesor arreando el grupo hacia afuera.
—Pero le quería preguntar acerca del tratamiento —dice la alumna Pistore mirando al profesor con ruego. El profesor lo mira a Enrique, que estaba pensativo con la vista perdida, entonces interviene Iván, que también lo nota.
—¿Cómo es tu nombre? —pregunta Iván saliendo de la oficina.
—Vanina Pistore.
—Cuando cursaron biología, vieron reproducción celular, ¿no? ¿Cuándo se reproduce una célula?
—Todo el tiempo —contesta un alumno alto y moreno del fondo.
—Mmm… bueno, sí, pero ¿qué es lo que activa que una célula se divida? —Se hace un silencio, todos se miran y se ríen incómodos—. ¿Nadie?
—¿La muerte de la vecina? —dice Vanina, todos la miran con cara de que está delirando y se ríen.
—Correcto —dice Iván señalando a Vanina con el dedo—. ¿Se acuerdan del glucocálix por fuera de la membrana celular?, bueno, el glucocálix participa en el reconocimiento de una célula con la que tiene al lado, entonces cuando se muere la vecina, una célula se divide para rellenar ese espacio, pero en un tumor…
—El crecimiento es descontrolado, ¿entonces el glucocálix de una célula tumoral es distinto? —interviene Vanina entusiasmada, hablaba muy rápido.
Enrique mira al profesor y le dice:
—Che, anda bien esta piba, ¿eh? Hubiesen venido hace 6 años y nos ahorrábamos dos.
Todos se ríen y Vanina sonríe y se sonroja, se pone colorada con mucha facilidad, por vergüenza o por ira.
—¿A cuánto el kilo de tomates? —grita el alumno alto y moreno del fondo, todos se ríen de nuevo.
—¡Basta, idiota! —le dice Vanina que sabe que se pone aún más colorada.
—Chicooos, tranquilos, Gutiérrez, comportate —interviene el profesor molesto, pero displicente.
—Bueno, bueno, no pasa nada —dice Iván interrumpiendo el murmullo—. Ese cambio en el exterior de la célula del tumor es lo que nos permite la selectividad del tratamiento, usamos un anticuerpo que se une a un receptor de membrana por donde en las células normales entraría una molécula que se llama colchicina. —Iván ve que Vanina abre la boca como para interrumpir, pero se arrepiente, mira al grupo y pregunta—: ¿Qué hace la colchicina?
—Cura la gota —contesta otra alumna.
—Bueno, sí, muy bien, es un remedio para la gota, ¿pero a nivel celular?
—Inhibe la formación de microtúbulos —responde Vanina con el ceño fruncido, mirando concentrada hacia el suelo—. Ya sé —dice mirando a Iván con el dedo índice en el aire y con cara de Eureka—, el tumor se queda en metafase, la célula no se reproduce y se frena el crecimiento descontrolado, ¿no hace falta cirugía?
—Muy bien diez, para usted, Pistore —dice Iván sorprendido.
—¡Aflojá, Hermión!, ¡salí un sábado! —dice Gutiérrez riéndose, mientras el portaútiles de Vanina le pega en la frente.
—¡Pistore!, ¡va a romper algo! —grita el profesor
—La cabeza de Gutiérrez voy a romper —contesta Vanina bien colorada como siempre que se enoja—. ¿Entonces encontraron una cura para el cáncer?... Y salgo los sábados, tarado.
—Ojalá fuese una cura —responde Iván riéndose de cómo Vanina se ocupa de las dos situaciones—. Nos vendría bien un premio Nobel, pero falta todavía, estamos trabajando en el rango de dosis justo a partir de hoy.
—¿Por la plata radioactiva?
—No, la plata es para el monitoreo del tumor, fluorece en las placas donde vemos la evolución in vivo, con una sensibilidad en la que podemos ver cambios de volumen del orden del micrómetro cúbico.
—Guau, superinteresante, ¿puedo venir a ver? —dice Pistore con los ojos bien abiertos.
—Eh… sí, de vez en cuando hay visitas como ustedes ahora, si no me mandás un correo y vemos qué día se puede —responde Iván sorprendido, eso no suele pasar—. Bueno, espero que les haya gustado, ahora el profe tiene que seguir la clase y nosotros necesitamos cerrar el laboratorio para trabajar.
Los alumnos van saliendo y Vanina da un último vistazo con lástima a los cobayos.
—For the greater good —murmura. Iván la escucha y sonríe con empatía, él piensa igual.
Cuando están solos Iván mira a Enrique:
—Ya sé que no te gustan mucho las visitas si tenemos que hacerte los concentrados, pero siempre te gustó explicarles a los grupos, ¿qué te pasó que te colgaste?
—No podemos presentar los efectos en el metabolismo de organismos sanos en la tesis. ¿Y si alguien usa la investigación para reproducir lo que me pasó a mí?
—No escribimos nada sobre ninguna prueba de plata 115 elemental aplicada directamente sobre médula ósea. ¿Por eso te quedaste colgado?
—Sí, pero hay sales que liberan el ion, sería similar, ¿o no?, ¿tenemos que eliminar todos los datos del nitrato que es muy soluble?
—Nooo, tendrías que inyectarte litros, ¿o te parece que a alguien se le puede ocurrir inyectarse un metal radioactivo o una sal tan concentrada directamente en la médula?
—No quiero que seamos el Feynman del siglo XXI —aclara Enrique
—¿Perdón? ¿No querés parecerte a un físico premio Nobel mundialmente admirado?
—¿Perdón?, te salió re-Moria, no, no quiero parecerme a alguien cuya investigación terminó en Hiroshima y Nagasaki, imaginate que hagan supersoldados.
Iván piensa y asiente:
—Mirá, te entiendo, pero quedate tranquilo, eso no puede pasar así nomás.
—¿Estoy paranoico?
—Un poco, no es tan fácil reproducir lo que te pasó, hay factores azarosos y algo de predisposición genética de tu parte, no es tan simple, tranquilizate que tenemos una buena tesis, en seis meses o un año nos doctoramos. Dale, etiquetamos los bichos y hacemos las pruebas, uno de control y dosis decrecientes de un mg por kilo para tumores de colon.
Trabajaron hasta las 4 de la tarde y dejaron el laboratorio desordenado para ordenarlo al día siguiente antes empezar, en total querían esperar 24 horas antes de seguir.
—Bueno, lo dejamos así y hacemos las primeras lecturas mañana —dice Enrique mientras agarra sus cosas—. ¿Me llevás?, vine a pata.
—¿Y tu auto?
—Tenía una rueda en llanta y me dio paja.
—¿Paja?, ¿qué te hacés el pendejo?, paja, paja, dicen ahora a cada rato, a mí de chico me preguntaban qué tiene la escoba abajo y me ponía más colorado que la pibita de analítica que vino hoy a la mañana... ¿No habrás venido volando a plena luz del día, no?
—No, vine en bondi, ¿no ves que estoy sin mi superjogging?
—Decí que salimos temprano, si no te volvés en bondi de vuelta, me hacés desviar como 20 cuadras. Aprovecho y paso a ver a mi vieja.
—Buenísimo, me queda cerca. —Iván lo mira con cara de pocos amigos, su madre vive al lado de Enrique.
Iván y Enrique no tienen recuerdos sin conocerse el uno al otro, nacieron medianera de por medio. Iván se mudó cuando se casó a los 27 años. Enrique volvió a su casa familiar cuando murió su madre a los 30 y dejó de alquilar, ninguno de ellos tiene padre, ambos eran bomberos voluntarios y murieron en el mismo incendio. Iván y Enrique tenían 9 años.
Iván estaciona en la puerta de la casa de su madre, detrás del auto de su hermana.
—Está Nati —dice Enrique haciendo gesto de pechos grandes con cara de sexópata.
—¡Es mi hermana, tarado! Ahora entro y le cuento los gestos que hiciste.
—¡Se los hago en la cara, nabo!, la conozco desde que nació, fijate.
Natalia los ve por la ventana y sale a recibirlos y saludar. Enrique baja rápido del auto para burlarse de Iván.
—Natiii… —Y la abraza—, apretá que no explotan, son de plástico.
—Despacio que son carísimas —dice Natalia como siempre riéndose de las payasadas de los dos—, entren que traje facturas.
Para, Hilda, la madre de Iván, Enrique es como un hijo más, como lo era su propio hijo para su mejor amiga y vecina, que murió hace casi un año, dejando a Enrique huérfano. Ella lo adora, le dice “Quiquito” porque “Quique” le decía a su esposo. Así eran de tan amigas las familias que cada uno de sus padres les pusieron el nombre del otro a sus primogénitos, amigos de toda la vida y bomberos de corazón. De ahí el concepto de heroísmo que tiene Enrique, en el que solo se es héroe si hay riesgo. Natalia se llama así, porque a doña Elvira no le gustaba su nombre y no lo permitió.
Desde que se casó Iván y se juntó Natalia, Enrique está para ayudar a la madre de Iván en lo que necesite, pero la vuelve loca con sus bromas.
Hilda le reclamó a Iván que no llevó a sus nietos. Después de explicarle que la visita era inesperada pasaron el rato entre risas recordando travesuras de cuando eran chicos.
—Miren esta foto —les dice Natalia a Iván y a Enrique volviendo de su antigua habitación—. ¿Se acuerdan?
—No —dicen en simultáneo, Hilda se muerde el labio inferior sonriendo, ella sí se acuerda.
—¿Qué hacés llorando arriba de un árbol? —le pregunta Iván.
—Ustedes me hicieron subir y se fueron, me dejaron arriba, estuve como 10 minutos llorando hasta que me vio el tío Iván.
—No me digas que mi viejo antes de bajarte te sacó una foto —le dice Enrique, a las carcajadas—. ¡Qué fenómeno!
—Sus padres eran dos paparulos igual que ustedes dos —les dice Hilda resignada.
Enrique se vuelve a su casa a las seis y media, Iván se va unos minutos después y al llegar a su casa se da cuenta de que Enrique dejó su tablet en el asiento del acompañante.
“Se la olvidó por hacerse el gracioso”, piensa y la baja del auto entre sus cosas, ya está oscuro.
Juega con sus hijos hasta la hora de la cena. Después se relaja en el sillón a mirar un poco de tele, con el irlandés en las rocas que tanto le gusta. Ve sobre el otro sillón su mochila y la funda azul de la tablet de Enrique, la abre, sabe la contraseña. Enrique no sabe que la sabe, pero nunca le preocupó esconderla de él. Abre la aplicación para rastrear el celular, Enrique tiene todos sus dispositivos vinculados. La ubicación es la del correo: “Carla”.