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Capítulo 3

Enrique entra al laboratorio media hora tarde y bostezando, Iván lo saluda desde la oficina adjunta con sarcasmo:

—Buenas tardes, licenciado Lercosh.

—Cuánta formalidad, licenciado Tawson, ¿qué le pasa, no me dice más Quique?

—Depende del bolazo que vayas a meter por el horario, ¿te acostaste tarde?

—No, me dormí temprano, pero me quedé pegado nada más, aparte hasta las 9 siempre tomamos mate y leés el diario en la compu.

Iván con la vista fija en la pantalla le retruca:

—¿Sabés que te olvidaste la tablet en el auto por bajarte rápido a hacerte el vivo con las gomas de mi hermana, no?

—¿Me estás jodiendo? ¿Desde cuándo te enojás cuando la cargo a Nati?

—Nada que ver, no es por eso, con la tablet ubico tu celular, por eso me doy cuenta de que me mentís. A las diez de la noche estabas en el correo, me levanté al baño a la una de la madrugada y todavía estabas ahí. ¿Se puede saber qué te pasa?

—Nada, estaba vigilando a ver si aparecía algún quilombo.

Iván saca la vista de la pantalla, y agarrando con ambas manos los posabrazos de la silla se inclina y lo mira fijo.

—Mirá, corta la bocha, si eso fuese verdad me lo contarías, no dirías que te acostaste temprano, y si de verdad quisieras vigilar la ciudad te irías a la terraza del hospital, que está más centrado en el mapa y tiene cinco pisos, dos más que el correo que está casi en una punta.

—¡Bueno, no te enojes! En primer lugar, elegí el correo porque en el hospital hay helipuerto en la terraza y segundo no quería que te calientes porque gasto energía y recursos para infracciones.

—¿Ah, sí? Primero te contesto lo segundo, no me molesta para nada tu nuevo rol de superhéroe, todo lo contrario, me da orgullo que uses lo que te pasó para tratar de hacer de este mundo algo mejor, por eso incluso tengo en casa el material para hacerte los concentrados, para emergencias.

—Bueno, gracias —dice Enrique—, podemos cristalizar ATP un domingo en ojotas en tu galpón.

—De nada, y no me insultes el cerebro —le contesta con seriedad en su expresión—. El helipuerto del hospital está en el terreno lindero al ras del suelo, ¿qué te pensaste que había ahí, una canchita?

Por la mirada de Enrique, Iván se da cuenta de que su amigo no encuentra excusa para eludir lo obvio, entonces baja el tono de la conversación y pregunta:

—Quique, desde el correo se ve directamente el departamento de Carla y desde el hospital se ve el contrafrente, no te hagas el boludo. ¿Qué te pasa?

—Tiene novio —dice Enrique triste y resignando sus excusas.

—¿Y?, ¿no la largaste vos? No serás de esos tarados que no quieren estar con una chica, pero tampoco quieren que esté con nadie, ¿no? Carla te quería muchísimo, incluso cuando tenías forma de paquete de yerba. Vos fuiste el que después del accidente levantó la autoestima y empezaste a salir como a los veinte años, ¿qué te molesta lo que haga, pobre piba?

—Bueno, pero no es que tampoco me fue tan bien.

—¿Quééé? —le dice Iván con ojos bien abiertos—. Decís eso porque ninguna te gustó como ella, pero sacaste bastante punta.

—Bueno, che, caballero no tiene memoria.

—Con el resto del mundo puede ser, a mí no me vengas a versear que me las contaste todas, y hay algo que no me estás diciendo y siempre te guardaste.

—Voy a buscar los cobayos y después hablamos.

—No te escapes, que no vas a zafar, y dejá los cobayos que faltan tres horas para que se cumplan las 24, sentate ahí que cambio la yerba. Me cacho en diez, nos criamos juntos, te pasa algo con tu ex y no me contás, empezá a hablar.

Mientras Iván ceba el primer mate de la tanda, Enrique respira hondo y confiesa:

—Mirá, yo la quería a Carla, eso es innegable, pero tenía síndrome de vaca atada.

Iván lo mira sorprendido justo cuando iba a chupar la bombilla.

—Eso no existe, lo acabás de inventar.

Enrique continúa:

—Es hermosa, y era mucho para mí, y supongo que ella lo sabía, no digo que no me quería, ojo. —Estira el brazo para agarrar el mate toma un poco y sigue—: Con cualquier discusión boluda, yo tenía que ceder, sentía como que ella pensaba “vas a tener que ceder porque otra como yo no conseguís ni a palos”. —Da otro sorbo.

—¿Entonces te trataba mal?

—No, nada que ver, era redulce, pero en cada intercambio de opinión tenía que ceder y me quedaba recaliente y frustrado.

—Pará, ella no te decía “dame la razón porque si no te largo”, porque eso me lo hubieses contado.

Enrique quiere volver a tomar del mate, pero se detiene para contestar:

—No, no, no, pero me lo hacía sentir.

—El mate —señala Iván.

—Entonces, después del accidente, cuando volvimos del sur, estábamos menos tiempo juntos porque yo tenía mucho “trabajo”. —Hace comillas en el aire con las manos, una de ellas todavía con el mate—. Por trabajo entiéndase que me iba a practicar volar y tirarles a las latas.

—El mate —vuelve a señalar Iván.

—Entre que estaba flaco, con más autoestima…

—¡Largá el mate, que no es micrófono, carajo!

—Bueeenooo. —Chupa, hace ruido, lo devuelve y sigue—: Como te decía, tenía más autoestima, tengo poderes, nadie me toca el culo, qué sé yo, pensé, hago la vida loca y la cantidad me la va a sacar de la cabeza, y si me enamoro de alguien, mejor, un clavo saca a otro clavo.

—¿Entonces el clavo sigue ahí después de un año y medio?

Enrique asiente en silencio, Iván intenta consolarlo:

—Mirá, ya sé que es muy linda, pero no te sentías bien a su lado, ¿sentías que no te quería tanto como vos a ella? Listo, a otra cosa mariposa, querido, ¿qué es lo que extrañás? —Le vuelve a dar el mate, pero Enrique tiene la mirada perdida, no lo ve, entonces Iván sigue—: ¡Ah!, y si querés mi opinión, eso de la vaca atada es cosa tuya, vos te sentías así, ella no hizo nada, y preguntale a Adriana, la que sufrió es ella, vos hiciste la vida loca.

—La hice sufrir, ¿no?

Iván mira a Enrique con ojos entre paternales y psicoanalíticos:

—Quique, siempre me decís cagón a mí por ser acrofóbico, que de última tiene lógica... ¿Vos te das cuenta de la decisión que tomaste con Carli?

—Que vos sos cagón entendí, lo otro no.

—Tenías tanto miedo de que te deje que la dejaste vos para liberarte de la presión, no se puede ser más boludo.

Enrique agarra el mate y sin tomarlo piensa un momento y le dice:

—Tenés razón, era un problema de carácter mío... Lo primero que hice estas dos semanas que empecé a patrullar es ir a verla, por eso me compré los largavistas.

—¿La espiás con el novio?, nada bien te puede hacer eso.

—No, nunca vi nada de eso, por suerte, pero cuando el flaco se va, se pone a llorar, saca algo de un cajón y lo abraza, ahora pude ver qué era. —Toma el mate y sonríe con una muesca entre tristeza y alivio.

—¿Qué abraza?

—Un portarretratos con una foto nuestra en la Garganta del Diablo.

—Nosotros no fuimos juntos a Cataratas.

—¡Una foto de ella y mía, nabo!

—¡Ya sé, te estoy cargando! —le dice Iván riendo—. A ver si cambiás esa cara, ¡mirá yo que sonriente que estoy ahora!

—¿Y por qué sonreís?, ¿disfrutás de mi desgracia?

—Sí, pero aparte de eso, porque tengo razón, sos un tarado.

—A ver, vos que sos tan inteligente y tuviste una sola novia, ¿qué hago?

—Prepará las placas de fluorescencia, calibrá el equipo y después andá al bioterio a buscar los bichos, yo leí el diario local nada más porque te pusiste a llorisquear, me falta el de Buenos Aires todavía, y si te portás bien voy a la panadería, ¡chop, chop! —dice con dos palmazos al unísono.

—Dale, en serio, ¿la llamo?

—Mirá, ahora tiene novio, si se lo vas a soplar, asegurate de querer una relación seria con ella, si no, no le arruines lo que tiene.

—¿Y si me saca carpiendo?

—Es lo más probable después de lo idiota que fuiste, ¿pero te querés quedar con la duda?, llora abrazada con un cuadrito tuyo, Quique, y si te saca carpiendo es porque te cepillaste a medio mundo, ¿o te pensás que no sabe?, pero hablar tenés que hablar, si no te carcome la duda.

—¿Y si me asomo por la ventana y le doy una sorpresa?

—Si vive en un tercer pis… ¡QUE NI SE TE OCURRA! —grita Iván al darse cuenta de a qué se refiere Enrique y susurra—: Ni una palabra de Argentum.

—Bueno, pero si vuelve a ser mi novia le tengo que contar —susurra también Enrique tomándole el pelo.

—No, porque, si la relación fracasa, ¿cómo te asegurás que guarde el secreto? ¿Y si más adelante se casa con otro y le cuenta?

—¡¡Ehhh!!, ¡ya me la casaste con otro!

—Vos andá y hablá con ella y fijate qué onda, de ese tema, nada de nada, más adelante vemos.

—Sí, papi —ironiza.

—¿Me dejás leer el diario? Placas, equipos, bichos, ¡chop, chop! —Iván vuelve a dar los palmazos.

—Pará, loco, que no sos mi jefe, ¿eh?

—No, pero llegaste tarde, ¡chop, chop!

—Dos mates me diste —dice Enrique con tono de decepción.

—De media hora cada uno —dice Iván cuando de pronto ve el titular principal del diario—. Naaa, ¡no te puedo creer! Diputados aprobó el cambio de la movilidad jubilatoria.

—¿Le bajan el sueldo a los jubilados?, pero si el oficialismo no tiene mayoría en Diputados, ¿cómo votaron que sí a eso?

—En el Senado tienen mayoría, sesionan la semana que viene, cagaron los viejos —contesta Iván reclinándose hacia atrás y moviendo la cabeza a los lados con resignación.

—¿Estás seguro, a ver? —Enrique se asoma a ver la pantalla por sobre el hombro de Iván, lee, frunce el ceño y dice—: Acá pasa algo raro, no pueden votar eso.

—La oposición votó en contra, pero los bloques chicos se unieron al oficiali… se me fueron las ganas de leer el diario —dice Iván levantándose de repente—. Vamos a laburar que ya perdimos mucho tiempo.

—Si me devolvés la tablet pongo la tele con la aplicación del cable.

—Bueno, andá al bioterio que yo pongo la tele y preparo lo demás.

—Evidentemente ya sabés la clave.

—¿A papá mono con bananas verdes? Alfred sabe todo, gil —le dice sonriendo y agrandado.

—Ando medio bajón, me vendría bien un Robin —le dice acariciándole la mejilla a Iván para molestarlo.

—Salí, marmota —le dice Iván riéndose y alejándose rápidamente de la caricia—. ¡Andá a buscar los cobayos y dejate de joder!

Enrique vuelve con el carro-jaula con los animales a los 5 minutos, Iván está con la tablet en la mano, el equipo apagado y otra vez enojado.

—¿Sabés qué pasó? —le dice Iván no bien ve llegar a su amigo—. Se filtró un audio y se armó la gorda, con la plata que les sacan a los jubilados van a aumentar la coparticipación de las provincias, entonces los gobernadores les pidieron a los diputados que voten a favor de la reforma jubilatoria.

—¿O sea que en el Congreso, símbolo de la democracia, no hay democracia?

—Así parece, una vergüenza. —Iván apoya la tablet en una de las mesadas, enciende el equipo y le dice mientras se inicia—. ¿Me acompañás al auto?, te tengo una sorpresa.

—¿Fotos hot de tu esposa?, ya tengo, gracias.

—Vení, tarado, que te va a gustar.

Van hasta el estacionamiento, al auto de Iván, que abre el baúl y le dice:

—Mirá, lo puse en un bolso para que te lo puedas llevar con carpa, pero no daba para bajarlo, miralo adentro del baúl.

Enrique abre el bolso y no entiende lo que ve.

—¿Qué es?

—Sacalo del bolso, pero adentro del baúl, así no ven las cámaras.

Enrique sigue las instrucciones y se queda perplejo con la boca abierta al ver lo que hay en el bolso.

—¿Y esto?

—El traje de Argentum, ¿te gusta o querés seguir de jogging?

—¿Cómo lo hiciste?, ¡está buenísimo!

—Guardalo de nuevo y pasalo a tu auto, así te lo probás en tu casa, te va a quedar bien, es tu talle, y dale que tenemos que arrancar.

—Dale, pero andá contándome cómo lo hiciste.

—Bueno, primero compré un disfraz de Batman...

Enrique se detiene y lo mira:

—No lo vi muy bien, ¿pero tiene cuernitos?

—Ja, ja, ja, no. —Se ríe Iván frente al comentario—. No pensaba usar la parte de la cabeza, vos te tapás de la nariz para abajo, y Batman de la nariz para arriba, pero pensaba usar el traje, porque viene con los músculos marcados y esas cosas. Me pareció que quedaba bueno, pero el disfraz es de esponja, muy inflamable, no daba... Aparte Batman no tiene “cuernitos”, son orejas de murciélago, no entendés nada.

Enrique abre el baúl de su auto, mete el bolso y lo vuelve a abrir para sacar el traje y verlo de nuevo, está entusiasmado.

—Guardalo que parece que estamos traficando algo de baúl a baúl.

—¿Es neopreno?

—Sí, compré un traje de buzo gris oscuro de tu talle, usado, son recaros, le corté los músculos de plástico al disfraz y los pinté de plateado con un aerosol, para ponerle onda... Cerrá y vamos yendo que te sigo contando.

—Me lo quiero poner ya, te luciste, ¿y esa rejilla?

—Eso te tapa de la nariz para abajo, era un mosquitero de plástico verde que también pinté de plateado. —Se ríe sacando la lengua haciéndose el ocurrente, y de hecho lo es—. Se lo pegué a la capucha y le redondeé los bordes con calor para que no te pinche.

—Sos un groso —le dice Enrique abrazándolo con una mano mientras arranca el regreso al laboratorio—. Ya me veo en todos los diarios con mi traje nuevo y mi capa al viento.

—No te hice capa. ¿Dónde viste capa?

Enrique frena la marcha abruptamente, abre los brazos y lo mira:

—¿No tengo capa?

—No pensé en capa, qué sé yo, tu traje improvisado no tiene.

—Porque no es un traje, es un jogging con capucha y un cuellito de polar.

—¿Y el tema del calor que emanás?, ¿si se te prende fuego?

—No pasa nada… Ahora te explico.

Interrumpen la conversación al llegar al edificio para que nadie los escuche hasta que entran al laboratorio, se aseguran que no haya nadie, la tablet sigue donde la dejaron encendida en el canal del noticiero.

Enrique continúa muy entusiasmado con lo que estaba diciendo:

—El asunto del calor lo controlo con lo que me enseñó el cacique, y ahora mucho mejor, ¿te acordás que antes me quemaba las manos? Bueno, ahora puedo generar una zona fría, y más allá de la ropa, si no andaría en bolas cada vez que levanto vuelo.

—Bueno, si vos lo decís, a mí no me parecen prácticas las capas, son solo decorativas, deben molestar si hay viento o si volás muy rápido, deben tironear... pero, bueno, de última probamos, ¿de qué color?

—¿Plateada como los musculitos?

Mientras Iván agarra nuevamente las placas, lo mira desconcertado:

—¿Querés parecer un adorno del arbolito de Navidad?

Enrique se encoge de hombros y agrega.

—La plata es plateada.

—¿Gris claro? —pregunta Iván con expresión de buena idea—. Traje gris oscuro, detalles plateados y capa gris claro, todo a tono.

—Me gusta, y a la capa le podemos poner…

—¡NADA! —interrumpe Iván—. No seas cachivachero, todo el tiempo que invierto en vos es porque creo que te estás embarcando en algo serio, con una función social importante, así que un traje para ocultar tu identidad, sí, pero disfraz de payaso al cotillón, flaco.

—Parááá, no pensaba en ponerle tubos de neón, pensaba en un discreto, “Ag”, el símbolo de la plata.

—Se le puede poner algo de eso en el traje, vemos, en blanco con bordes celestes, así Argentum queda bien argento.

—¡Pensás en todo, chavón, si Batman existiera tendría un pijama tuyo! —Lo abraza, lo levanta y lo sacude entre risas.

—Bueno, basta, dejate de joder y andá sacando bichos de a uno que los vamos escaneando a ver cómo evolucionaron, y sacá ese noticiero que me cansó.

Enrique se acerca a los cobayos y cuando pasa por la tablet, le dice:

—Pongo el canal local de fondo, ¿te parece?

—Bueno, dale, y vení que te sigo contando del traje que falta.

Cuando cambia de canal se escucha en la transmisión “TOMA DE REHENES EN EL BANCO MUNICIPAL”.

Iván se da vuelta súbitamente en dirección a Enrique y la tablet. Enrique levanta la vista, lo mira fijo y con una sonrisa de costado le dice:

—¿Estrenamos?

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