Читать книгу Como en una canción de amor - Maurene Goo - Страница 14
ОглавлениеCapítulo cuatro
JACK
Mientras lidiaba con el peso del arreglo floral que tenía el tamaño de un San Bernardo, saqué mi teléfono y avancé por el pasillo; el sonido de mis pasos amortiguado por la alfombra mullida.
Busqué rápidamente a Teddy Slade: la película que estaba filmando aquí en Hong Kong se llamaba Endless Night. Esquivé un aparador elegante en el pasillo mientras iba leyendo la lista del elenco y el equipo de producción. Clavé los ojos en un nombre.
Bien, había dos habitaciones en este piso. Tenía un cincuenta y cincuenta de posibilidades. Si no era una habitación, sería la otra. Me quedé de pie frente a la primera puerta y respiré profundo. Bajé las flores y me quité la chaqueta. La hice un bollo y la arrojé en el pasillo. Luego, escondí mi teléfono en el centro de las flores.
Mi camisa blanca estaba arrugada y desaliñada, pero me la metí en los pantalones negros y rogué para que el arreglo de flores mutante me cubriera. No pude hacer nada con el calzado.
Volví a cargar las pesadas flores en mis brazos y llamé a la puerta. Tres golpes fuertes y seguros. La sangre se me subía a la cabeza, la adrenalina de siempre me invadía.
Cuatro meses atrás, me había infiltrado en una fiesta VIP para impresionar a la muchacha que tanto me gustaba, Courtney. Estábamos en un restaurante y vi que estaban subiendo a algunas celebrities por las escaleras.
–Ay, moriría por estar allí –dijo Courtney casi sin aliento mientras me apretaba el brazo. Algo del hombre cavernícola en mí salió a la superficie y acepté el desafío.
Usando algunos nombres de contacto falsos, nos llevé al primer piso, y luego encontré la manera de que Courtney llegara lo suficientemente cerca de sus actores favoritos y tomara algunas fotografías.
Una mano me detuvo en mitad de una de esas fotos. Cuando me di vuelta, perdí la cabeza. Un tipo asiático de cabello largo me miraba con expresión astuta.
–Niño, ¿cómo llegaste hasta aquí? –yo estaba listo para mentir y salir corriendo, cuando él me sonrió–. Sé que te colaste.
Algo sobre esa sonrisa me relajó.
–Ah, ¿sí?
Él asintió con la cabeza.
–¿Y si pagara por esas fotos? –me dijo.
Desde aquel día, trabajo para Trevor. Últimamente, las asignaciones estaban siendo más y más frecuentes. Estaba comenzando a ganarme su confianza. No era el trabajo de mis sueños, pero sabía que el dinero que haría con él dependería de la cantidad de trabajo que tomara. De alguna manera, este trabajo requería de mis habilidades fotográficas. Se suponía que debía capturar a las celebridades en ese momento en el que justamente no quieren ser fotografiadas.
Unos segundos después de llamar a la puerta, oí el movimiento del otro lado.
–¿Quién es? –una voz masculina.
–Tengo flores de Matthew Diaz –era el productor ejecutivo de Endless Night, según lo que había leído en internet. Hablé exagerando el acento asiático. Cuanto menos palabras intercambiáramos, mejor.
Del otro lado de la puerta, hubo un intercambio de palabras en voz baja. Los brazos ya los sentía cansados de tanto sostener aquella monstruosidad de ramo. Vamos, sé confiado y un poco estúpido, Teddy.
La puerta se abrió, y allí estaba Teddy Slade en toda su gloria. El cabello rojizo desaliñado y un pecho peludo que asomaba por debajo de una bata apenas atada a la cintura. Era más bajo que yo, pero más robusto, igual que aquel hombre que él interpretaba e intimidaba criminales en la pantalla.
–¿Flores de Matt? –preguntó Teddy, con una mano apoyada en la manija de la puerta, obstaculizando mi vista del interior del penthouse. Llegué a oír algo de música. Saxofones. ¿En serio?
Esperaba alguna toma rápida de algún tipo de evidencia física: zapatos de mujer que luego pudiera rastrear en alguna foto de algún evento. Cualquier cosa. Pero primero tenía que poder ingresar.
–Sí, señor. Por favor, coloque esto sobre una superficie segura –le dije, adelantando un paso como para cruzar la puerta. Mi acento era ofensivo incluso para mis propios oídos, pero sabía que Teddy no lo pensaría dos veces. La mayoría de los occidentales que visitaban Hong Kong me hablaban lento y fuerte en inglés, asumiendo que apenas podría comprenderlos. Esta conjetura hacía que la gente bajara la guardia y me subestimara.
–Permítame, yo me encargo –dijo Teddy, alzando los brazos para que le entregase las flores.
–Señor, no. Esto es muy delicado y pesado. Unas flores muy exóticas de una antigua selva. Se dañará.
Lo esquivé y avancé, casi arrojándolo al suelo con las flores gigantes. No sabía a dónde estaba yendo; buscaba algún lugar para el armatoste. Como era de esperar, el penthouse era enorme, con una pared llena de ventanas desde las que se admiraba la imponente ciudad de fondo. Cuando giré para colocar las flores sobre una mesa, casi me caigo de boca al ver a Celeste Jiang sentada en un sillón. Vestida en una camiseta que definitivamente no era de su talle, bebiendo un vaso de agua. Glamorosa, serena y extremadamente hot.
Diablos, esto era mejor de lo que podría haberme imaginado. Metí la mano por entre las flores hasta dar con el teléfono. Tenía unos cinco segundos antes de que el gesto se volviera algo extraño.
Teddy caminaba detrás de mí. Cuando levanté la vista, vi mi propio reflejo en un espejo enorme. También reflejado en el espejo estaban Teddy Slade, de pie junto a las flores y Celeste Jiang sentada en el sofá.
Llegué a sacar unas cuantas fotos.
–Bien, ya es hora de que te marches –dijo Teddy, irritado de repente. Miré a Celeste antes de marcharme; estaba pasmada.
Guardé el teléfono en el bolsillo y Celeste me miró. Sus ojos pesados se posaron en mi mano. Me había visto.
–Sabes que podrías arruinar muchas vidas con esa foto, ¿no es así? –su expresión era neutral; las palabras las decía con voz suave y pausada.
Por un momento, permanecí congelado. Ya me habían gritado, y perseguido por la calle, pero esta era la primera vez que alguien me miraba a los ojos y me decía algo de forma tan directa y serena. ¿Me estaría pidiendo que no publicara la foto?
Pero, para ese entonces, ya tenía a Teddy encima de mí, y salí disparado de la habitación.
–Que tengan muy buenas noches. Señor, señora.
La puerta se cerró con violencia, y mi corazón latía tan fuerte que tenía la sensación de que se me había subido hasta a los mismísimos oídos. Levanté mi chaqueta del suelo y salí corriendo hasta los elevadores.
Fueron ustedes quienes arruinaron sus propias vidas, Celeste.