Читать книгу Como en una canción de amor - Maurene Goo - Страница 17

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Capítulo seis

JACK

¿Han visto esa escena de Harry Potter en la que viaja en ese autobús de varios pisos que corre como loco por Londres?

Los autobuses de Hong Kong se le parecen bastante.

Sentado en el segundo nivel del autobús de doble piso (uno de los remanentes culturales de la historia colonial británica en Hong Kong), podía ver las calles serpenteantes del Distrito Central llenas de gente. Después de todo, era un viernes por la noche.

Toda Hong Kong es bastante grande. Su territorio se divide entre la Isla de Hong Kong, la península de Kowloon, los Nuevos Territorios y algunas islas más pequeñas. Kowloon se encuentra cruzando el puerto Victoria desde la isla y está conectada a la China continental. Pero yo vivía en la Isla de Hong Kong, y el autobús nos llevaba ahora por el Distrito Central, el centro económico y financiero de la ciudad ubicado en la parte norte de la isla, cerca del agua. El Distrito Central estaba repleto de rascacielos y altísimas torres de apartamentos y muy cerca de los puntos turísticos más importantes.

En Asia, existía esta especie de electricidad del futuro en todos lados. Y algo de todo eso me hacía sentir más vivo. Además, en una ciudad tan enorme como esta, había espacio infinito para la improvisación, para la reinvención. Era el opuesto de crecer en los suburbios del sur de California, por ejemplo, donde parecía haber un solo camino para todos, donde las actividades nocturnas se limitaban a plazas comerciales pequeñas, cines y teatros. Donde, incluso con un amplio paisaje a tu alrededor, te sentías atrapado.

Yo amaba el autobús por muchas razones, y ahora mismo era un buen lugar para trabajar. Le estaba pasando las fotos a Trevor. Habían salido muy bien. Incluso con la luz tan baja y con las hojas del arreglo floral colgando por todos lados, se podía ver a Teddy y a Celeste en una misma habitación de hotel, y juntos. En todas las fotos, también salía la silueta de un tipo que se inclinaba sobre un enorme arreglo floral. Había intervenido apenas los tonos para poder identificar mejor sus rostros y dejar mi imagen más en la penumbra. Estas fotos serían mi gran paga.

Seguía oyendo las palabras de Celeste en mi cabeza mientras repasaba las fotos. Podrías arruinar muchas vidas. Unos meses atrás, ese comentario sí me habría molestado. Se me hubiera enterrado bajo la piel y eso me habría hecho odiar lo que estaba haciendo. Pero docenas de encuentros con celebridades más tarde (donde los había visto envueltos en una aventura amorosa, o tratando de mala manera al personal, haciendo berrinches, gritándoles a sus niños), yo ya había superado esa etapa. Para mí esto era solo mi trabajo. Eso era todo. Nada personal. Es el precio de la fama, Celeste.

De inmediato recibí un texto. Era de Trevor, que me respondía:

Buen trabajo. Uno más de estos y recibirás una posición de tiempo completo.

¿Tiempo completo? Me senté derecho en mi asiento tapizado. Sabía que a Trevor le había estado gustando mi trabajo, pero esto era algo nuevo. Una nueva oportunidad. Me daría algo para hacer en lugar de tener que ir a la universidad. Incluso si mis padres se enteraban, bueno, ahora podría solventar mis gastos yo solo. No iba a tener que lidiar con su decepción respecto de mis decisiones en la vida ni con sus esperanzas de que terminara estudiando Negocios o Ingeniería. El hecho de que mis padres hubieran elegido estabilidad en lugar de cosas más excitantes no significaba que yo debiera hacer lo mismo.

El autobús frenó de golpe. Cuando levanté la vista y miré por la ventanilla, me di cuenta de que había hecho el recorrido completo. Estaba de vuelta cerca del hotel. Miré mi teléfono. Todavía no eran las once de la noche, aún tenía tiempo para encontrarme con algún amigo y tomar algo. La edad legal para poder beber alcohol en Hong Kong es dieciocho, lo que me había hecho explotar la cabeza de la emoción cuando me mudé aquí.

Le mandé un mensaje a mi compañero de cuarto, Charlie Yu.

¿Tienes tiempo para ir a tomar algo?

Respondió un minuto después.

CLARO. En una hora, cuando me pueda tomar mi “horario de almuerzo”

Cuando su tío se jubiló, Charlie heredó su profesión de taxista y su clásico Toyota rojo. Los taxis eran una institución en Hong Kong y Charlie trabajaba de noche. Solía tomarse descansos extendidos para beber cerveza conmigo.

Qué bien. Tengo algo enorme para Trevor. YO INVITO LAS CERVEZAS.

Charlie respondió:

VENGA ESE DINERO.

Sacudí la cabeza y sonreí. Charlie y yo siempre estábamos necesitando dinero. Las quejas sobre nuestros trabajos y la falta de dinero llenaban nuestro apartamento mientras jugábamos videojuegos y comíamos ramen. Era nuestra fuente principal de convivencia.

Le respondí:

Siempre. $$$ Déjame elegir un lugar y te vuelvo a escribir.

Asegúrate de que sea un lugar con muchachas dentro. No como ese último bar repleto de machos extraños que olían a pescadores retirados.

Aquel bar había estado muy bien, muchas gracias. Pero a él le fascinaban las chicas y siempre se las arreglaba para demostrar cierto encanto cuando coqueteaba con ellas. Además, se veía como el chico malo que te pasaría a buscar en un scooter para luego llevarte lejos de tus estrictos padres.

Le estaba respondiendo el mensaje cuando alguien pasó a mi lado y me golpeó. Era una muchacha; venía tambaleándose por el pasillo. Bien hecho, borrachita. Volví a concentrarme en mi mensaje de texto cuando la oí gruñir fastidiada y luego un “Baegopa jughaeso!”. Levanté la vista de la pantalla. Era la versión coreana de “¡Tengo tanta hambre que podría morir!”.

Cuando miré detrás de mí, pude ver a la muchacha borracha en un asiento, con la cabeza apoyada contra la ventanilla y con los ojos cerrados.

¿Por qué me resultaba tan familiar?

Llevaba una gorra verde y el cabello largo; el rostro no se le veía muy bien. Ah, era la misma muchacha que me había cruzado en el elevador del hotel minutos antes. Cuando le miré los pies, las pantuflas del hotel me lo confirmaron.

La muchacha del hotel que había dejado en claro que no quería que le hablase porque prácticamente se había dejado absorber por las paredes del elevador.

Así que volví a mirar al frente, muy a pesar de mi curiosidad. No quería parecer un loco mirón cuando aquella niñita rica que venía de su propio penthouse en un hotel seguramente quería que la dejaran en paz.

Pero seguía murmurando cosas. En inglés y en coreano. ¿Sería norteamericana?

Las otras personas en el autobús también la estaban mirando, pero nadie hizo nada.

Volví a mirar hacia adelante. No te involucres, Jack. No necesita tu ayuda.

Una a una, las personas fueron descendiendo del autobús, y la muchacha se quedó. Cuando me di vuelta para mirarla una vez más, ya estaba prácticamente desmayada en su sueño, con la boca apenas abierta.

Como no podía ver bien su rostro, no me quedaba claro cuántos años podría tener, pero se la veía más o menos de mi edad o tal vez un poco más joven.

Y era mitad coreana y mitad norteamericana. O eso supuse. Sé que sonará irracional, pero sentí una especie de obligación de cuidar de mi propia gente allí en Hong Kong. Esto no era para nada lo que tenía en mente cuando dije que quería celebrar esta noche. Ya podía oír a Charlie, un diablo en miniatura sobre mi hombro, alentándome. Es muuuuuy bonita, diría con su voz chillona.

Me puse de pie y caminé hasta su asiento, los movimientos del autobús me hacían tambalear.

–Eh… ¿hola?

No movió un solo pelo. La visera de la gorra le escondía el rostro.

–Disculpe –hice una pausa–. ¿Señorita? –bueno, esa era la primera vez que había llamado así a alguien.

Nuevamente no hubo ningún movimiento ni nada que me dijera que ella sabía que yo estaba allí. Me incliné hacia adelante y con un dedo sobre su hombro la llamé. Nada. La sacudí apenas un poco más fuerte. Movió la cabeza, pero eso fue todo.

–Ya –dije levantando la voz, esperando que mi informal saludo coreano la despertara. Fue un poco descortés, pero una medida desesperada. Vi que retorcía los labios. Algo estaba comenzando a registrar. Y luego murmuró otra vez su “Baegopa”. Seguía con hambre.

Era muy malo hablando coreano, así que cambié al inglés.

–Si te levantas, podrás comer.

Mis ojos se clavaron en sus labios, que eran muy bonitos sin lugar a dudas. Se veían muy rosados, como si se los hubiese maquillado más temprano. El labio superior era más mullido que el inferior.

Ey, deja de mirarle la boca a una muchacha borracha.

Me senté en el asiento junto a ella, esperando encontrar su teléfono en algún lado y poder llamar a alguien para que viniera a buscarla. Busqué con la mirada en los bolsillos de su abrigo. Y justo en ese instante, ella cambió de posición y apoyó su cabeza sobre mi hombro.

La caída fue lenta. Exuberante casi. Su chaqueta rozó la mía y su hombro dio contra mi brazo. Su cabeza aterrizó justo en mi hombro y ella suspiró. Su cabello largo sobre mi brazo; los mechones sedosos y oscuros tocaron mis nudillos.

Guau.

Salte de esta, Jack. Con mucho cuidado, le corrí la cabeza y estaba a punto de empujarla para el lado de la ventanilla cuando se despertó.

–Hola –sus ojos soñolientos se encontraron con los míos.

Era la primera vez que podía verle bien el rostro y debí aclararme la garganta ante la electricidad que emanaba.

–Hola… Hola, ¿cómo estás? Te habías quedado dormida y estaba intentando despertarte.

Pestañeó y miró a su alrededor.

–¿Dónde estoy?

–El autobús… Eh… ¿Hong Kong? –no tenía idea de cuán perdida estaba.

Sus ojos registraron los asientos, las ventanillas, la ciudad, y luego a mí.

–Ah… Ahh… Oh, oh –dijo, y luego se echó a reír–. Santa María, ¡estoy en problemas! –su expresión me resultó tan anticuada y extraña que me desconcertó. ¿Era norteamericana acaso?

–¿Necesitas ayuda para llegar a algún lugar? –le pregunté, con mucho cuidado de no cruzar la línea de lo amable y pasar a sonar demasiado entusiasta.

Negó con la cabeza.

–No, estoy bien. ¡Estoy OK! –Con una mano, hizo el símbolo de OK y se encerró el ojo con él. Algo sobre ese movimiento me resultó familiar. Luego se rio otra vez y yo volví a sentirme obligado a asegurarme de que estuviese a salvo.

–¿Estás segura?

–Estoy segura de estar segura –dijo con un hipo. Ah, niña… Un hipo. Parecía uno de esos ratones de dibujitos animados que ha bebido demasiado. El autobús se detuvo y ella se levantó tan rápido que yo me caí de trasero al suelo–. ¡Esta es mi parada! –exclamó, levantando el dedo índice en el aire.

Se apresuró a llegar a la puerta en esas ridículas pantuflas de hotel y yo la seguí.

La sostuve del brazo antes de que descendiera por las diminutas escaleras.

–Te ayudaré de todos modos. Estas escaleras son muy empinadas.

–No hay problema –dijo encogiéndose de hombros. Noté que, al hablar, sonaba como una especie de vaquero; estiraba las vocales. Eso me provocó una sonrisa. ¿Se estaría burlando de mí?

Apenas logramos descender las escaleras y el conductor ni siquiera nos vio cuando caímos a la calle. Miré a mi alrededor. Aterrizamos en el medio de la zona de bares, justamente donde había planeado encontrarme con Charlie.

Los ojos de la muchacha se volvieron enormes apenas logró asimilar dónde estábamos. Había personas y carteles de luces brillantes por todos lados. Esta zona estaba ubicada en una colina, por lo que las calles eran bien empinadas de un lado y del otro, y había decenas de bares y cafés para elegir.

–Creo que encontraré una buena hamburguesa por aquí.

–¿Una hamburguesa? –le pregunté. Se la veía alerta. El sueño en el que había estado sumida ya era cosa del pasado.

Euh –respondió en coreano, asintiendo con la cabeza–. Tengo hambre.

–Lo entendí –le dije con una sonrisa–. Bueno, no sé dónde podrías conseguir una por aquí.

–¿A dónde estás yendo tú? –de repente, toda su atención se posó en mí. Sentí una ráfaga de calor recorriéndome por dentro. Era como tener un rayo de sol eterno dándome de frente… Agradable, pero un poco demasiado intenso.

Hice una pausa e incliné la cabeza a un lado para poder mirarla bien. Hacía un instante, parecía borracha y fuera de sí; y ahora se la veía raramente sobria.

–¿Por qué? ¿Quieres venir? –ese tono de coqueteo fue casi instintivo y me arrepentí un segundo después.

Ella inclinó la cabeza hacia el mismo lado que yo había inclinado la mía. Precisamente, como un paso de baile. Me apuntó con su delicado dedo.

–Sí. Llévame contigo.

Como en una canción de amor

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