Читать книгу Como en una canción de amor - Maurene Goo - Страница 22
ОглавлениеCapítulo once
LUCKY
El chico guapo que se llamaba Jack me llevaba de la mano y juntos íbamos corriendo por la calle.
Debí usar toda mi concentración para no tropezarme con mis propias pantuflas. Mientras avanzábamos cuesta abajo por la calle empinada y llena de gente lo observé. Miraba fijo hacia adelante, y apretaba fuerte mi mano.
¿Quién era? ¿Por qué confiaba en él? Un minuto, ¿confiaba en él?
De repente, nada de esto me pareció una buena idea. Todas mis nociones de que era una noche maravillosa que pasaría a la historia se volvieron cenizas mientras luchaba por mantenerle el ritmo. Me dolían los pies.
En el mismo instante en que salí a la calle, debería haber regresado al hotel. Ni al centro comercial siquiera. Debería haberme limitado a comer mi hamburguesa prohibida y haberlo declarado el acto mayor de rebeldía en esta gira.
Pero no. Había salido a la calle… ¡y había montado el autobús! Era tan arriesgado, tan tonto, tan…
Cuando doblamos la esquina, me eché a reír, sabiendo que se vería repentino y extraño.
Sí. Todo esto era una mala idea. Y aun así, era de algún modo sexi.
Jack me miró, sorprendido por mi risotada.
Cuando nuestros ojos coincidieron, dejé de reírme.
Era demasiado lindo, y yo estaba demasiado adormecida.
Finalmente, luego de girar otra esquina y llegar a un callejón, nos detuvimos. Jack me hizo señas de que me quedara contra la pared de ladrillos, todo tan furtivo y pensado.
Sí, qué buena idea estar en un callejón con un completo extraño, Lucky.
Nos llevó un segundo recuperar el aliento, y luego Jack se estiró por encima de mí para espiar qué pasaba del otro lado de la esquina. Ah. Respiré profundo. Sé que es algo espeluznante decirlo, pero olía muy bien. A jabón y un poco a sudor.
–Bueno, creo que estamos a salvo –dijo, sin notar que yo lo estaba oliendo.
Sonreí.
–Yo estoy a salvo. Tú estás a salvo. ¿De qué estamos a salvo?
Jack se puso serio.
–Casi te corren de un bar y probablemente habrías terminado tras las rejas. En un país extranjero –estaba que echaba humo. De hecho, toda su apariencia se veía bastante acalorada, como una especie de Heathcliff mezclado con drama coreano.
–¿Cómo sabes que soy extranjera? –literalmente hipé la última palabra.
Él negó con la cabeza, pasándose esa preciosa mano por ese precioso cabello una vez más.
–¿Qué? Ya hablamos al respecto. Tú eres de los Estados Unidos.
–¡Ja! Eso es lo que tú piensas. Yo vivo en Corea.
Los ojos de Jack se pasearon por todo mi rostro rápidamente, aunque no sin interés. Tenía una manera de mirarme muy profunda. Me otorgó toda su atención. Lo que me provocó un calor extraño aunque para nada desagradable.
–Supongo que puedo ver eso ahora. Tienes la vibra de Corea –me dijo.
–Tú también, pero no me ves hablando de ello –le grité. Dios mío, gritar sí que se sentía bien. No lo hacía muy a menudo.
–¿Qué? –dijo, con ojos grandes e incrédulos–. Está bien, olvídalo. Tú no… No sabes lo que dices. Para nada. Permíteme que te devuelva a donde deberías estar.
Un escalofrío me estremeció el cuerpo entero. Por algún milagro, había logrado escaparme de Ren Chang, el mejor guardaespaldas de Asia, y ahora no quería regresar. La libertad había sido tan corta. No había sido suficiente.
–¡No!
Jack estaba perdiendo la paciencia.
–Vamos, estás ebria. Esto no es seguro.
–¿Cómo te atreves? –le clavé mi dedo índice en el pecho–. ¡Yo no bebo!
–Muy bien. No bebes –su expresión era de una exasperante paciencia, como si estuviese lidiando con una niñita petulante–. No te preocupes. Buscaremos un coche –dijo mientras sacaba el teléfono.
Otra vez, el pánico.
–¡No puedo regresar! ¡Por favor!
Jack levantó la cabeza y me miró preocupado.
–¿Por qué? ¿Qué sucede?
Y aunque yo sabía que esas palabras venían de una preocupación que no me merecía, mis ojos se llenaron de lágrimas. Así, de la nada. ¿Cuándo había sido la última vez que alguien, más allá de mis padres, me había preguntado qué me sucedía? Era la pregunta que me hacían cuando me veían triste o preocupada. O cuando lloraba. Era la pregunta que me hacían las personas que realmente me conocían y realmente se preocupaban por mí.
Era sencillo sonar feliz y relajado en una llamada a través de FaceTime, o a través de mensajes de texto.
Pero pronto podría ver a mi familia en la vida real. El dinero que ganaría sería mucho mejor, y podría hacer traer a toda mi familia en un avión para verme. A pesar de tener dos álbumes éxito en ventas, mi contrato aún le daba mucho de mis ingresos al sello discográfico.
Así era como se hacía y como siempre se había hecho. Se suponía que debía ser agradecida por la fama que había logrado, por haber llegado a la cima en un campo por demás competitivo. ¿Ser una ídola? Hasta hacía muy poco, eso había sido suficiente.
Pero algo había cambiado. ¿Habría sido cuando miré ese video en mi habitación de hotel? Ahora sabía que algo faltaba. Solo que no estaba segura de qué era. Y ahora mismo, esta noche, con este muchacho, había podido ignorar todo eso, había podido olvidar que mis sueños ya alcanzados ya no me llenaban el alma.
Tenía las mejillas mojadas y las extensiones de mis pestañas se estaban despegando. Jack volvió a meter su teléfono en el bolsillo de sus jeans.
–Ey… Ey, no llores –se aseguró de mantener distancia, pero yo sentí su calidez de todos modos.
La sensación que había sentido con este muchacho desde que nos conocimos era de protección. Él me protegía, aunque no había razón para que lo hiciera. Era por eso que lo había seguido por un callejón oscuro.
De repente, me sentí muy, muy cansada. Y avergonzada. No estaba comportándome como siempre. Era un verdadero desastre. Y este muchacho estaba pasando demasiado tiempo conmigo y todo iba a filtrarse y llegaría a la prensa.
Intenté secarme los ojos con las mangas térmicas que se asomaban por debajo de mi abrigo y arrastré con ellas unos mocos también. Ay, Dios, ¿qué acababa de hacer?
Mis ojos se posaron en él. Jack, que sería más alto que yo solo si llevara tacones altos. Intentó desviar su mirada, pero ya era demasiado tarde.
–¡Viste mi komul! –bramé. Ciertas palabras, como “moco”, siempre serían primero en coreano, sin importar qué.
Jack tosió mientras intentaba contener su risa.
–¡No, no es así!
–¡Sí, sí que lo viste! –di vuelta la cara, contra la pared. El ladrillo me raspó la mejilla, pero no me importó.
–¡Lo juro! –dijo detrás de mí.
Con mi frente presionada contra la pared fría y la oscuridad, sentí que los párpados se me cerraban. Y así cedí al cansancio.