Читать книгу Como en una canción de amor - Maurene Goo - Страница 23
ОглавлениеCapítulo doce
JACK
¿Saben qué es difícil? Cargar a un ser humano sobre la espalda. En especial, cuando está profundamente dormido.
Cambié mi peso de un pie al otro y Fern se quejó entre sueños. Lamento mucho la incomodidad, ¡monstruo sobre mi espalda!
Si esta chica fuese famosa, algún paparazi como yo debería tomar una foto de este momento.
¿Cómo es que mi noche se convirtió en esto? ¿De estar preocupado por una muchachita que se había quedado dormida en el autobús a cargarla sobre la espalda hasta su casa? No a su casa, no. A la mía.
No tenía ningún tipo de identificación encima. Sospechaba que se estaba alojando en el mismo hotel que Teddy Slade, donde la había visto la primera vez, en el elevador; pero llevar a una muchacha borracha hasta el lobby sin saber nada sobre ella no era una buena idea. Y, además, no iba a plantar un pie de nuevo en ese lugar luego de lo de más temprano. Celeste Jiang sabía lo que había hecho, y no quería arriesgarme.
Ya había buscado en sus bolsillos más temprano, esperando encontrar un teléfono y entonces así poder llamar a alguien para que viniera a buscarla. Pero no había encontrado nada.
Era como si la chica hubiese caído del cielo.
Para cuando llegué al complejo donde se encontraba mi apartamento, creí que iba a morir del cansancio. Sentía algo así como sangre brotándome de los ojos. La bajé lo más delicadamente que pude. Cayó sobre el suelo de granito de la entrada. La tienda de hierbas medicinales que estaba en la planta baja del edificio estaba cerrada porque era de noche y la persiana estaba baja, claro, pero el aroma aún podía olerse desde donde estábamos. Ingresé el código para poder entrar en el edificio. Cuando la puerta se destrabó, la abrí con un solo pie y me encargué de Fern, haciendo que colocara su brazo alrededor de mi cuello y volviendo a levantarla.
¿Por qué vivía en un edificio sin elevadores? Todas las decisiones en la vida que me habían conducido a este momento resonaban en mi cabeza como el montaje de una película para castigarme, y maldije cada una de ellas.
Cuando finalmente llegamos al cuarto piso, yo estaba jadeando y la parte superior de mi cuerpo estaba acalambrada y me dolía. Apoyé la espalda contra la pared, intenté encontrar la llave en mi bolsillo; pero Fern, que también había quedado con su espalda apoyada contra la pared a mi lado, cayó deslizándose hacia abajo.
Dejé que se quedara sentada un segundo más mientras destrababa la puerta. Tomé un zapato de la entrada, una de esas pantuflas caseras de goma de Charlie, y la usé para frenar la puerta y dejarla abierta.
Fern se parecía a un fideo largo de esos que uno encontraría en un plato de ramen, completamente encorvada; sus pies apuntando en dos direcciones diferentes, como la Bruja Mala del Este.
Luego de algunos intentos para moverla, ya estaba sudando. Jesús, ¿por qué esta niña era tan difícil de mover? Finalmente la tomé por debajo de las axilas y la arrastré hasta la sala. Si alguien me hubiese visto, habría creído que acababa de matarla y ahora intentaba esconder el cuerpo.
Apoyé su cabeza contra el sofá, donde quedó acostada.
–Ay, mi Dios –dije mirando al techo, pasándome ambas manos por el rostro. Había tantas cosas que podían salir mal.
Uno, si Fern despertaba y no sabía dónde estaba y se asustaba al verme, saldría corriendo y yo quedaría como algún loquito que seguramente la había drogado en el bar antes de llevarla a su casa. Dos, si la mujer que me alquilaba el apartamento se enteraba de esto por alguna razón, estoy seguro de que sería golpeado a muerte con un zapato.