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Prólogo
ОглавлениеEste trabajo de investigación, en el contexto de los retos de la interculturalidad y el diálogo entre las religiones del “Proyecto diversidad, pensamiento y sentido: el papel de las construcciones simbólicas en la revolución intercultural del siglo XXI”, del Grupo Teología, Religión y Cultura (CIDI 2018), quiere provocar una reflexión sobre las propuestas actuales para las religiones, para las experiencias de la fe, para el encuentro con la divinidad, para tender puentes, dialogar con altura, sin pretender imponer el propio punto de vista y con la intención, esto sí, de dar testimonio de un camino en el cual el intercambio con el otro, sea hermano, amigo, interlocutor o, aun, aparente enemigo, nos ayude a todos a crecer como seres humanos y a apropiarnos de valores capaces de dejarnos vivir1.
Con Memo Ánjel hemos compartido a dos voces, judía y católica, una conversación sobre los Salmos (Tehilim), otra sobre la encíclica Laudato si’ y los comienzos del libro del Génesis, y ahora, con alegría y esperanza, una tercera, esta vez sobre Abraham. En la academia hemos podido intercambiar pareceres y opiniones; en ella nos sentimos más humanos, más hermanos y más capaces de vivir nuestra propia fe dentro de un amplio y revelador horizonte.
De acuerdo con el texto bíblico, Abraham obedece y solo en el último momento Dios interviene e impide al patriarca sacrificar al mismo tiempo al hijo y a su futuro. En otros episodios, en cambio, el padre de los creyentes asoma más pusilánime. Por ejemplo, en dos oportunidades le pide a Sara, su esposa, hacerse pasar como su hermana porque teme ser asesinado (Gn 12,10-20; 20,1-17). En otras dos ocasiones, Abraham le obedece a Sara, su mujer, quien le pide enviar fuera de casa a Agar, con su hijo Ismael, porque ambas mujeres se han levantado como rivales y enemigas (Gn 16; Gn 21).
Por lo tanto, en la vida y en la historia de Abraham hallamos aspectos y escenas marcadas por el contraste y la oposición. Así son las aventuras de los seres humanos, contradictorias, con sus lances ideales, con sus vacilaciones y sus andanzas dubitativas.
Conocemos intentos para presentar a Abraham como un “modelo” de nuevas generaciones, las cuales harán de la Torá de Israel una “patria portátil”, según la expresión del poeta Heinrich Heine, nacido en el seno de una familia judía ortodoxa, en Alemania (siglo XVIII)2. Abraham, como un creyente paradigmático, incluso es alabado por el mismo Señor: “Porque él [Abraham] obedeció a mi voz y observó cuanto le ordené: mis mandatos, mis estatutos, y mis leyes” (Gn 26,5).
En el mundo hebreo, Abraham, como uno de los protagonistas de la historia de este pueblo, ha tenido un inmenso éxito. Con mucha frecuencia ha sido idealizado porque, como padre, él debe abrir todos los senderos que han de seguir después sus descendientes. Una frase del rabino español Nahmánides (1194-1270) resume bastante bien el espíritu de la tradición hebrea: “Todo cuanto le sucede al padre les sucede también a los hijos”3. En el proceso de relectura, la figura paradigmática de Abraham pierde quizá en espesor humano aquello que gana en altura moral, y el resultado, incluso, es fascinante.
El Nuevo Testamento, primero, y el mundo cristiano, después, buscarán profundizar por su cuenta algunos rasgos de Abraham. El patriarca será, en la vida de los primeros cristianos, un ejemplo para seguir. Será también, como en la tradición hebrea posterior, el “padre” que acoge a los creyentes en el Reino de los cielos. Pero quizá uno de los aspectos más originales esté en las epístolas de Pablo de Tarso, quien ve en Abraham al primer creyente, aquel que, antes de ser circuncidado, tuvo fe en Dios, llegando a ser así, según Pablo, padre de todos los creyentes, circuncisos e incircuncisos.
Para el pensamiento del mundo antiguo, cuanto va primero en el tiempo es siempre más importante, si se compara con lo que sigue. La fe de Abraham (Gn 15,6) precede, en el relato bíblico, a su circuncisión (Gn 17) y, por lo tanto, esta fe del patriarca en Dios es anterior y superior a la circuncisión. Abraham, todavía en el relato bíblico, es anterior a la figura de Moisés y al don de la Torá en el monte Sinaí. Por este mismo motivo de “antigüedad”, la fe es, siempre siguiendo a Pablo, superior a la observancia de la Torá.
En el contexto global del islam es posible encontrar un fenómeno similar, sobre todo en dos aspectos principales. Por un lado, Abraham como persona le permite al mundo musulmán escapar de las controversias que confrontan a los judíos y a los cristianos sobre el valor respectivo o de Moisés o de Jesús de Nazaret: “Abraham es más antiguo y anterior a ambos”. De hecho, la religión musulmana se define a sí misma como “la religión de Abraham” (millat Ibrahim)4.
En segundo lugar, para el islam, la experiencia fundamental de Abraham se apoya en su “descubrimiento” de un Dios único. Esta conversión, de la cual también encontramos algunas huellas en las tradiciones hebreas más allá de la misma Biblia, está en la tradición musulmana, en el momento original de la migración de Abraham desde Mesopotamia hacia la tierra de la promesa. Después, Abraham construirá con su hijo Ismael la Ka’ba de La Mecca.
En síntesis, Abraham tiene muchos rostros, los cuales se revelan en las diversas tradiciones que lo asumen como “padre”. Pero hay otra dimensión, quizá más importante, aquella del esfuerzo constante de relectura y de actualización que cada tradición nos ofrece en el curso de la historia. De esta manera, Abraham es al mismo tiempo una riqueza para explorar, un texto para la exégesis y un reto para reflexionar y para orar. En este contexto, Abraham, Sara y todas sus historias siguen vigentes, están vivos y hacen vibrar nuestros propios entornos. Este dinamismo se recoge bastante bien en el título: Abraham hace camino al andar.