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P. Hernán

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Hola, Memo, el punto de partida para nuestro diálogo ha sido el viaje inicial de Abram, descrito en Bereshit (Gn 12,1-5), sin duda un texto conocido en varias tradiciones religiosas. Abram, caminante y peregrino, también aparece allí como una persona dócil y obediente a la voluntad del Señor, deja sus ídolos, como usted bien lo dice, el barro y el horno, para seguir la ruta divina. Estas actitudes, para muchos estudios, descubren a la vez la fe del patriarca, una fe envuelta en una apuesta33.

Gn 12,1-5 marca el inicio del itinerario de Abram: parte hacia Canaán (Gn 12,1), ejecuta así una orientación divina y no solo una aventura humana. Bien se podría llamar a nuestro patriarca “un peregrino de la fe”34. El pueblo venidero, el pueblo de Israel, sin duda nace de este acto de fe. Ya desde los comienzos de la Biblia hebrea se es hijo o descendiente de Abram no solo por ser miembro del pueblo, más bien se debe afianzar otro criterio: ser capaz de fundar la propia existencia y el futuro en una promesa. Ser “hijo de Abram” implica vivir como él, de la oferta divina35.

Pero hay una novedad: el texto de Gn 12,1-5, en verdad fundamental para la fe de Israel, tiene paralelos con otros textos de la Biblia y, a la vez, ese paralelo descubre la originalidad del dicho texto. Abram obedece la orden de Dios (12,4) y para el lector queda una claridad: Dios cumplirá la promesa para ayudar al patriarca (12,2-3)36. Abram abandona su tierra, parentela y dioses. Y en otros lugares de la Biblia se indica cuál puede ser el significado de este abandono.

Para el sentido de la tierra, recordamos cómo David también deja Belén (1S 26,19); Rut deja su patria para seguir a Noemí (Rut 1,16-17; 2,11). Vivir en tierra extranjera, según otros textos, es una maldición (Dt 4,27-28; 28,36.64), propia para Israel cuando no guarda la Torá de Dios. Y una experiencia dolorosa en tierra extranjera sin par es el exilio. Sin embargo, para Abram la situación es distinta, porque él encuentra a Dios en la tierra de Canaán (Gn 12,7-8)37. Además, Israel ha visto a Abram como quien ha hecho experiencia de Dios, como peregrino o como migrante. El Dios de Abram, siendo estrictos, no está ligado a un lugar definitivo (Gn 28,15; 46,4; Ex 13,21-22; Dt 1,32-33; Jr 23,23-24; Ez 33,24)38.

Los textos recuerdan los diversos peligros de la condición de extranjeros o habitantes en tierra ajena (Gn 19,9; 20,13). Abram, y también sus descendientes, son vistos como extranjeros en la región de Canaán, la tierra de la promesa (Gn 17,8; 23,4; 28,4; Ex 6,4; Hb 11,13; 13,14). Otros textos, además, expresan la difícil condición de un extranjero: Sal 69,9; Job 19,13.15; Ex 2,22, en el caso de Moisés.

Quizá por estos motivos, y podrían existir otros más, Israel con frecuencia ha reflexionado sobre su condición de pueblo “peregrino”, extranjero en ocasiones hasta en su propia tierra (cuando las dominaciones de potencias externas) (Lv 25,23; Sal 39,13; 119,19; 1Cro 29,15). De todos modos, la pregunta permanece: ¿por qué era importante subrayar la presencia del Dios de Abram como el Dios de un peregrino? Tal vez para afianzar una verdad: el Dios de Israel es también el Dios de un pueblo en tierra extranjera (2Co 5,1-10; 1Pe 1,17)39.

Otro rasgo presente en Gn 12,1-5 es la bendición40. Para la Biblia, la bendición, de ordinario, se une a la estabilidad y a la prosperidad. Por ejemplo, el Señor bendice a su pueblo en Jerusalén: “El Señor te bendiga por Sion” (Sal 128,5; 133,3; 134,3; 14,7; 20,3; 110,2; 118,26). El Señor bendice desde el lugar donde establece su morada, signo de su soberanía en el pueblo ahora liberado de sus enemigos.

Tal vez por esto sea más difícil imaginar la bendición ligada a un viaje riesgoso e incierto. Entonces, ¿por qué en Gn 12,1-5 la bendición se conecta con la “peregrinación” de Abram? Quizá porque la fe es camino, una apuesta por el futuro, porque la bendición no se enlaza solo con un templo o un lugar sagrado, también con las aventuras de un viaje. Sin duda, este desafío nos alcanza a nosotros, lectores actuales de los relatos, porque nos involucra en ellos para purificar el sentido y el significado de la presencia del Señor en nuestra vida de creyentes41.

Aquí en Gn 12,1-5, Abram asoma como un hombre creyente. Su fe le implica tomar una decisión: partir hacia una tierra desconocida, y la originalidad de esta opción se revela más clara cuando se ponen en paralelo Abram y un héroe de la literatura griega: Ulises42.

Abram y Ulises viven una experiencia humana muy similar: les corresponde asumir su existencia como una aventura, como un largo viaje. Pero en ambos personajes el objetivo final del viaje es diferente. Para Abram significa una partida sin retorno, mientras para Ulises el viaje termina cuando vuelve a casa, a Ítaca, y se encuentra con los suyos. Abram deja su patria y la casa de su padre y no volverá allí nunca más, mientras Ulises regresa a su patria, donde su mujer, su hijo y su padre, al final de sus desafiantes aventuras.

Este sencillo paralelo, sobre el cual quisiera volver más adelante, nos deja al menos un interrogante: ¿es posible descubrir en Gn 12,1-5 algunos rasgos de la fe bíblica?

Abraham hace camino al andar

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