Читать книгу Respirar sin aire - Mercedes Macías - Страница 6
Capítulo II
Singapur
Оглавление2 de enero de 2020. Singapur. Marco.
Romina prepara la maleta del señor Heidenberg.
—Salgo en 20 minutos, Romina —le indica Marco a su asistenta.
Se marcha apresurado al aeropuerto para tomar un avión con destino a Singapur. Apenas llevaba dos días en su mansión de La Reserva cuando una llamada inesperada le ha puesto en alerta.
Marco es médico, y es una persona muy influyente en el mundo de la ciencia y Medicina. Asiste asiduamente a conferencias por todo el mundo y hace referencia en sus diálogos a la precariedad de los recursos naturales del planeta como consecuencia de la superpoblación. En las grandes y prestigiosas universidades se estudia su teoría del Caos Viral. Ya hace décadas que forma parte de los temarios. Esto le ha dado una muy buena posición económica y personal a Marco Heidenberg.
Marco nació en España, pero es hijo del famoso teórico William Heidenberg, de Mónaco, que se casó con una mujer andaluza, de ahí el afán de Marco por vivir en Sotogrande la mayor parte de su tiempo libre. No tuvo hermanos y quedó huérfano de madre a temprana edad. No recibió cariño de su padre, solo órdenes, y su madre no estuvo cuando más la necesitaba. La perdió a los 8 años en un vuelo fatal de Mónaco a Barcelona. Heredó una gran fortuna, pero nunca se quedó de brazos cruzados. Quiso seguir contribuyendo al mundo. Tiene una mente privilegiada. Su padre William fue muy exigente con él.
Hoy, 2 de enero de 2020, una teoría ha cobrado vida de la peor forma posible. Se extiende irremediablemente. A las 11:02 de la mañana, Heidenberg recibe una llamada del Doctor Tomson:
—¡Marco! Ya está pasando —Se hace el silencio.
Tomson y Heidenberg estudiaron Medicina juntos en la Universidad Tecnológica de Nanyang, en Singapur. Marco se trasladó desde EE. UU. para finalizar sus estudios en esa prestigiosa universidad. Allí se rodearon de personalidades muy importantes y fueron dando forma a un proyecto único y secreto en el mundo. Pasaron su juventud ideando un plan de acción para salvar el planeta. Crearon la OIST, Organización Independiente de Salud y Tecnología. Esta sociedad empezó a ser financiada por las grandes fortunas de Singapur que en los años 80 crecían con auge.
La organización se convirtió en un laboratorio de investigadores de todo el mundo que firmaban acuerdos de confidencialidad y se comprometían con la causa. Hoy en día sigue sin saberse qué tipo de experimentación se desarrolla en su interior. Este laboratorio está construido en el interior de la colina Bukit Tunah.
Singapur es un pequeño país muy urbanizado y ubicado en el sureste asiático, en el extremo sur de la península de Malaya. Es un pueblo pesquero y con alto tráfico marítimo de exportación e importación.
La biodiversidad, el cambio climático, los residuos y la desertización han sido los temas más controvertidos en una ciudad como Singapur, industrializada al máximo y con sus capacidades al límite.
La financiación de proyectos secretos en la OIST llegó a extremos insospechados: creación de patógenos, virus, experimentos con animales y humanos, estudio de comportamientos medioambientales. Heidenberg y su equipo humano pasaban los días en el área de virología, la zona de máxima seguridad y la más profunda del laboratorio. Allí no llegaba ni la luz del sol.
Hubo un momento en el que el ideal de la OIST se vio truncado por los intereses personales de algunos socios. Entonces Marco empezó a divergirse.
El vuelo se ha hecho muy pesado y largo. Heidenberg se encuentra fatigado, pero por fin pisa tierra firme. Ha llegado al aeropuerto de Changi.
“¿Cuántas veces he estado aquí? Lo vi construir en el 81 y cuánto ha llovido desde entonces”, se dice.
El cielo está encapotado. Las tormentas vespertinas se producen con frecuencia en Singapur, que tiene un clima tropical húmedo. Aquí no hay estaciones muy marcadas porque está a un grado al norte de Ecuador.
Al salir del aeropuerto, Marco toma un taxi con dirección al laboratorio.
Tomson, con su barba blanca y su calvicie, se acerca irreflexivo a Marco y le da un fuerte abrazo diciéndole:
—¡Hermano! Lo hemos conseguido, todo está saliendo como en la teoría. Es el EVID, el que está en China.
Asombrado, Marco se echa las manos a la cabeza y grita:
—¡Qué dices! ¡Cómo se os ocurre!
El mundo lleva dos meses escuchando en las noticias que se ha iniciado una pandemia cuyo foco originario se establece en la ciudad de Wuhan, en China. Las sociedades están avasallando la cultura china porque corre la información de que este virus, el EVID, Emergency Viral Disaster, tiene un origen zoonótico, es decir, que pasó de un huésped animal a uno humano. Todos recibimos videos de mercados chinos comiendo murciélagos fritos, ratas y hasta perros, que fuera de que sean veraces o no, el daño que hacen estas imágenes no se palia con impugnarlas. El odio hacia los chinos por comer estas cosas se extiende por las redes sociales, implacable.
La Organización Mundial de la Salud, OMS, ha declarado pandemia global. Nadie conoce el virus, ni cómo actúa con exactitud, y por qué es tan específico. Se informa a nivel mundial del avance de la epidemia en China, llegando ya a puntos de Europa. Es una enfermedad respiratoria aguda y neumonía grave en humanos, especialmente para aquellos que presenten patologías previas. Los niños se quedan al margen de la enfermedad y nadie puede explicarlo.
Cuando Marco escuchó las noticias la primera vez en diciembre, nunca imaginó que el EVID era su ambiciosa creación que años de sudor y paciencia le había costado. Su virus, procedente del mundo animal y alterado en laboratorio, estaba nombrado por su propio apellido. Su propagación no estaba contemplada a pesar del ideal de la OIST: Despoblar el mundo con fines evolutivos y de conservación en un marco controlado.
Algunos padrinos que financian los proyectos de la organización, a escondidas de muchos científicos, firmaron un decreto en el que se hablaba de iniciar el lanzamiento de un virus en poblaciones controladas al azar, sin motivaciones económicas ni políticas, cuando llegase el momento oportuno.
Este acuerdo nunca saldría a la luz y se protegería con la muerte: Los sacrificios de unos pocos salvarán la humanidad, dice el lema principal del decreto.
—Tomson, necesito que me expliques cómo ha pasado. Yo no lo he autorizado. ¡Esto es una locura! —le dice Marco a su compañero.
—Marco no sé cómo ha pasado, pero ha pasado, y está funcionando. El virus ataca tal y como se preveía, a la población más vulnerable y anciana. Los niños y las juventudes tendrán la oportunidad de cambiar el mundo. ¡Todo está controlado!, es Richford quien está detrás —explica Tomson.
—¿Richford? ¡Cómo no! —expone Marco irónico.
Heidenberg estaba al tanto del decreto porque John Richford intentó convencerle de su propuesta durante años y años, sin conseguirlo.