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Capítulo III
Dani Montes
Оглавление20 de agosto de 2001. Dani.
«El camino de vuelta se me ha hecho eterno. No quería irme, pero debía huir. Es una noche fría, aunque sea agosto. Se escucha el abrumador rugido de las olas del mar, que pierde fuerza según me alejo. Con avidez salto al paseo marítimo, me quito las bambas y sacudo toda la arena. Miro una vez más hacia atrás y allí sigue tu silueta, inmóvil, con tu melena morena al viento en esta noche de levante gaditano. Todavía tengo tu olor a vainilla impregnado en mis sentidos, la humedad en mis labios del choque con los tuyos. Esta noche jamás la voy a olvidar».
Dani se extrañó que Tamara y Esperanza no vinieran a ver a Carla. Algo estaba ocurriendo porque cada día del verano era una situación que se repetía todas las tardes y entorno a la misma hora. Él solía estar en casa sobre las ocho a propósito para ver a Esperanza. Dani está loco por ella, duerme pensándola. Lleva años así, no se la puede quitar de la cabeza. Se levanta por las mañanas calculando a dónde ir y qué hacer para verla.
Hubo un instante concreto en el que Dani comprendió que Esperanza sería su única mitad. Ese día ella tenía 12 años y él acababa de cumplir los 18. Dani ya salía con Susana por entonces.
—Me tienes que pasar la plancha en el pelo, con este trapo encima, tienes que hacerlo, lo siento —le suplicó una noche de primavera Esperanza a Dani.
—¡Qué dices, estás loca! —contestó.
—Tú has visto a tu hermana hacerlo así que haz el favor de echarme una mano, que sola no puedo —insistió ella.
—¡Te he dicho que no, niñata! —dijo desacertadamente Dani.
La niña bajó la mirada al suelo, con su pelo encrespado, encorvada y con los hombros caídos. Tenía puesta una camiseta blanca de manga corta que le llegaba casi a las rodillas, con dos agujeros en el costado izquierdo. Estaba descalza y se puso a llorar.
—¡Pero no llores! —dijo Dani acercándose a ella.
—Si tú quieres a tu hermana debes hacer esto por mí porque yo soy importante para ella. ¡Hazlo y ya! —balbuceó Esperanza mucho más madura de lo que se interpretaba.
—Está bien, lo haré —desistió Dani. Tomó la plancha y la enchufó.
Carla estaba en una emergencia total. Tamara había llamado para decir que su madre no la iba a dejar salir. Carla fue al rescate, vive solo dos casas más abajo. Empezaban las fiestas regionales y no podían faltar, ya se sentían mayores. Tamara había suspendido Lenguaje y sus padres eran muy estrictos cuando de las obligaciones se trataba, pero tenían devoción por Carla. Esperaban que el plan funcionase.
Esperanza estaba muy alta para su edad. Dani arrimó la mesa de planchado y se acercó a ella, le puso las manos en el cuello y la miró fijamente. Se dio cuenta de los ojos tan bonitos de inocencia que tenía esa chiquilla caprichosa. Cuando tocó su pelo pensó que era el más salvaje que había visto nunca, y su olor, vigorizante, le embriagó. Sin saber muy bien cómo, empezó a plancharle el pelo siguiendo todas sus indicaciones. Con la cabeza hacia delante, Dani observaba su huesudo cuello y la forma tan bonita de su espalda.
Esperanza no dejaba de hablar y él no paraba de reír:
—No me vayas a quemar. ¡Ay! Qué me quemas. Qué te estoy vigilando, chaval, ten cuidado. Como me quemes no vas a tener lugar para esconderte, Dani —cotorreaba sin parar la niña feliz y traviesa.
—Pues ya está. Yo creo que ya, mírate anda —concluyó él.
Ella echó su cabeza hacia atrás con ímpetu, con esa melena negra abundante, y a él le pareció la muchacha más linda y apetecible que jamás había visto. Tenía dos pechitos turgentes, pequeños, que se adivinaban bajo esa camiseta vieja. No pudo remediar ese pensamiento, volvió a su vera para cepillarle el pelo mientras hacia todos los esfuerzos por no comérsela allí mismo. Desde ese día no ha podido dormir sin verla en sus sueños. La ha visto crecer y hacerse mujer.
El día 20 de agosto de 2001, Dani preguntó a su hermana por qué no habían ido sus amigas a casa.
—¿No vais a salir?
—¡No, vete de mi cuarto ahora, Dani! —contestó su hermana.
Él se asomó al balcón del salón, desde allí puede verse la fachada y la puerta de acceso de la casa de Esperanza. Aún no se había puesto el sol, las calles estaban vacías y el cielo gris con nubes agarradas.
De pronto, ella salió vacilante y con gestos hacia su madre, que estaba postrada en la puerta con los brazos cruzados y reprendiéndola.
Dani, ágil, cogió las llaves de casa, la chaqueta, se giró en el espejo del hall para atusarse el flequillo y corrió escaleras abajo en busca de ella.
Es un chico castaño, de ojos rasgados color miel, tiene una nariz prominente, pero muy sexy, su sonrisa es de revista, perfecta como la de los famosos, y eso que nunca ha llevado aparatos. Es delgado y mide 178 centímetros. Ha estudiado mecánica del motor y trabaja en el taller de los padres de su novia Susana. Antes era muy amigo de Nacho, que ahora está en la cárcel porque se metió donde no debía. Nachote es el hermano de Susana, de apodo así por machote, porque tenía locas a todas las niñas, incluso a las señoras mayores. Era muy educado, pero le pillaron con una embarcación llena de inmigrantes en la Línea de la Concepción. Lo acontecido se divulgó en todas las noticias de la televisión, en la radio y en los periódicos. Por un tiempo Guadiaro fue muy conocido. Los periodistas aparecieron en el pueblo preguntando a diestro y siniestro.
«Doblo la esquina y te veo en el paseo marítimo mirando las olas del mar. A contracorriente, tu cabello ondea por doquier y casi puedo olerte. Te observo con cuidado, al acecho, procurando que no me veas.
Eres caótica y serena, la noche y el día, la risa y la angustia, eres todo lo que quieras ser porque vives sin miedo al qué dirán, expresas lo que piensas, no mides las consecuencias. Te conozco en la sombra, eres verdadera, eres transparente.
Llevas puesto un pantalón corto. Dibujo tus piernas infinitas con el dedo hasta la curva de tus glúteos, que se marcan voluminosos debajo de la tela vaquera. Te has puesto la sudadera ancha blanca con capucha que tanto me gusta. Te la quitas con ímpetu, a pesar de que hace un poco de frío esta tarde, y la metes en tu mochila.
¿Qué estarás pensando? Ojalá pudiera abrazarte, darte todo mi apoyo. Ansío besarte, acariciar tus mejillas sonrojadas. Me voy a armar de valor y voy a acercarme a ti.
Mientras ordeno mis pensamientos y antes de que el sol se ponga, te has escapado. Has saltado el paseo de hormigón y con las sandalias en la mano estás corriendo como una loca hacia el mar.
Algunos surfistas están recogiendo sus tablas y neoprenos. No queda casi nadie en la orilla. El temporal es desapacible y no anima a quedarse, menos a ti, que parece encantarte. Te sientas y te apoyas sobre una embarcación de recreo.
He decidido correr detrás de ti. Estoy armado de valor. Me estoy acercando, estoy cerca de ti. En este preciso instante no existen ojos acusadores a mi alrededor. Estamos solos tú y yo. Hoy voy a ser ese yo, mi yo, el que escondo día a día y para el que no estoy preparado. Yo no soy valiente, Esperanza.
—Hola —retumba mi voz en tu oído.
Me miras y sonríes.
—Ya estás aquí —me dices burlona, dejándome a cuadros y en el punto de partida.
Te levantas y empezamos a caminar en el silencio del atardecer. Tú te mojas los pies en estas aguas gélidas que tenemos en Guadiaro, y no te inmutas.
—Dani, ¿tú crees que yo dejaré huella en este mundo? —me preguntas.
Una vez más me dejas sin respuesta. Eres única, tan profunda en tus reflexiones que cuesta imaginarte toda la vida en este escenario austero de pueblo tranquilo.
—Claro que sí, tú ya dejas huella, te lo aseguro —te digo convencido.
Me vuelves a esbozar esa sonrisa que me tumba el corazón, con todos los pelos en la cara y los ojos entreabiertos. Miras el reloj de tu muñeca y haces una mueca. Ya no hay mucha luz, solo la que refleja la luna menguante en la estrecha costa, y el adiós del sol despidiéndose en las montañas.
No puedo controlarme, esta vez no. Te cojo la mano izquierda, serio y tímido, entrelazo mis dedos con los tuyos, te miro con deseo y me acerco a tu oreja. Te digo bajito:
—Me encantas.
He fantaseado contigo tantas veces. Te estrecho con fuerza con el otro brazo alrededor de tu cintura. Me quemas. Se para el tiempo. Tú te muestras cauta, no estás nerviosa, no tiemblas, se te ve segura, como si supieras que esto llegaría. Me sorprendes tanto, Esperanza. Te beso enérgico, sin lengua, un beso largo, de labios contra labios, un poco húmedos. Cierro los ojos esperando que no se acabe nunca y noto todo tu cuerpo pegado al mío, todo tu maravilloso cuerpo con olor a vainilla».