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Capítulo V
Intereses

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3 de enero de 2020. Singapur. Marco.

Marco lleva apartado algún tiempo de las investigaciones. Annie, la que había sido su esposa, falleció de cáncer en España en noviembre de 2019. Ellos se divorciaron en 2008. Él se ha tomado un tiempo tras su muerte para ordenar sus ideas y poner en venta algunas propiedades que tenían en común, salvo el chalet de Sotogrande, en el que siempre se queda.

Pasea todos los días por la playa recordando tiempos pasados. Hace una radiografía de su vida y no termina de gustarle.

Mientras, el mundo sufre la mayor caída de los mercados porque en China se ha iniciado una epidemia devastadora, el EVID. Heidenberg no muestra demasiado interés, piensa que es una estrategia política con la que hacer demagogia y amedrentar a las sociedades desarrolladas. No pasa por su cabeza, ni por un segundo, que su organización tiene algo que ver con este suceso. “Pronto alguna farmacéutica anunciará la vacuna”, se dice a sí mismo.

La llamada de Tomson le ha pillado por sorpresa. Después de unas navidades muy duras y solitarias, no tiene la mente preparada para afrontar nuevos retos. Se siente cansado.

Ya en Singapur, Tomson ha informado con más detenimiento a Marco de los acontecimientos y los protocolos que se están llevando a cabo. Han visto necesaria la expansión controlada del virus nombrado por los medios como el virus EVID. Las órdenes vienen directas de arriba.

Richford está trabajando a contrarreloj y mano a mano con todos nosotros —le dice Tomson a Marco.

Quiero hablar con él —expresa Heidenberg.

Con paso ligero sale del despacho de Tomson donde tomaban un café y se dirige a la sala de biología genética donde observa cómo Richford, de espaldas, les habla a un grupo de científicos que atentos asienten con la cabeza. “Corderos”, piensa Marco.

John Richford es un científico y un empresario que trabaja principalmente en la industria petrolera. Es uno de los hombres más ricos de ranking en el mundo.

Richford Oil ha monopolizado los mercados de extracción, refinado y distribución del más del 90 por ciento del petróleo de EE. UU. durante casi medio siglo. Primero inició la acción su padre, pero fue John quien verdaderamente proyectó la empresa hasta el futuro que hoy vive a nivel mundial. Hoy sostiene monopolios enteros en múltiples países.

A John no solo le representa su implacable capacidad competitiva, también dedica gran parte de su fortuna a fundaciones y programas de donación para paliar el hambre en el mundo. Esta actividad choca profundamente con su sentido magnánimo de explotación de los recursos en países menos desarrollados.

Su familia es la más acaudalada de la historia, son intocables, como la realeza de un país, pero con los privilegios de hacer y deshacer a su antojo. Compran gobiernos enteros. No se sabe a cuánto asciende su fortuna, ya que también dominan gran parte de Europa y Latinoamérica.

Su apuesta farmacéutica no es menos relevante. Richford participa activamente en negocios relacionados con la industria desde hace dos décadas. El petróleo se va a acabar —dice siempre en sus comentarios jocosos.

Su farmacéutica más conocida es Mery co, con sedes en todos los continentes. Cientos de profesionales trabajan en investigación y desarrollo, producción y controles de calidad. Sin embargo, la tapadera de sus proyectos más exigentes está en la OIST, en Singapur. Richford es el principal benefactor de esta organización independiente.

En la OIST se realizan ensayos con el fin de introducir nuevos tratamientos en las sociedades. Casi todas las patentes de Mery co proceden de pruebas realizadas a puerta cerrada y no autorizadas por la OMS. Se trabaja con animales domésticos y salvajes, con seres humanos vivos y cadáveres, sin autorizaciones expresas.

Buenas, John —interrumpe Marco.

¡Mi viejo amigo Marco! —se acerca Richford con talante cariñoso y le da un fuerte abrazo a Marco. Hipócrita.

Tomson se queda a un metro por detrás. Marco se mantiene plausible.

No he autorizado el uso de mi patógeno, no acordamos esto —se muestra molesto Heidenberg.

Vayamos a un lugar tranquilo, compañero —dice John, poniendo su mano derecha sobre el hombro de Marco.

Le guía hasta la sala de muestras de la planta cero. Marco le rechaza su gesto.

La reunión larga y tendida, donde solo intervienen Marco, Tomson y John, no ha servido para llegar a un acuerdo loable. Los compañeros de Marco confían en la necesidad de iniciar el proceso de contagio, sin embargo, a Heidenberg le parece un horror, imperdonable. Han jugado sucio, por detrás, esperando a que él estuviese ausente para expandir el virus, su virus, y así involucrarle directamente. Marco va a exigir transparencia en todos los pasos que se han dado sin su conocimiento.

Amenazante, el doctor se levanta colérico y señala a John.

¡Tú! ¡Tú! ¡Lo tenías todo previsto! —grita Marco dejando estupefacto a Tomson que no entiende del todo el comportamiento de su amigo.

De un fuerte porrazo, Marco cierra la puerta del laboratorio y se marcha. Saca su teléfono móvil de la chaqueta y busca en llamadas recientes un teléfono. Mientras, camina por el vasto pasillo blanco e iluminado de la planta cero.

¿Hola? ¿Marco? ¿Eres tú? —se escucha una voz femenina al otro lado del teléfono.

¿Me escuchas bien? Soy yo, Marco.

—Sí, sí, ¿qué pasa? Te noto angustiado —dice ella.

¿Estas en el laboratorio? —pregunta él.

Estoy en la planta cero en la sala 4, ¿qué pasa? —se preocupa ella.

Es el momento, ya ha pasado. Coge tus cosas y sal al pasillo. ¡Tenemos que coordinarnos!

—¡Estás aquí! ¡Voy! —concluye la mujer apresurada.

La voz enérgica de Marco la ha dejado muy preocupada. Toma su bolso disimulada, se quita los guantes y la mascarilla, y los deja a un lado de la encimera. Abre la puerta con su tarjeta de acceso y sale al pasillo de la planta cero. Mira a izquierdas y no ve a nadie, mira a derechas y allí está Marco que camina a paso rápido hasta ella, la toma del brazo y la arrastra radicalmente a la salida. Durante ese trayecto no median palabra y cuando llegan al parking Marco para un segundo para respirar y dice:

Esperanza, han soltado mi virus. Es el EVID de las noticias.

Las constantes del Planeta Tierra. Decreto del 20 de mayo de 2008. Acuerdo aprobado por la élite científica y financiado por la Organización independiente de Salud y Tecnología OIST. Singapur.

Firman: Dr. John Richford, Dr. Paul Tomson, Dra. Marta Ceballos, Dr. Huang, Dra. Catherine Aldunate, Mr. Ernesto Bourdieu, Mr. Josh Lasserre.

Párrafo 43. Pág. 102. «Una gran parte de la producción de la industria farmacéutica corresponde a vacunas. Para introducir un agente patógeno debilitado en un organismo y ver la reacción de los anticuerpos es necesaria la experimentación en personas. Este marco legal es justificable y necesario. No obstante, se permite la experimentación con virus, su mutación y manipulación, a fin de obtener una muestra que podamos dominar y controlar, para su expansión en las sociedades de todo el mundo. El fin a perseguir debe ser el descenso de la población del planeta y así paliar el emergente cambio climático que amenaza nuestra propia existencia».

7700 millones de personas pueblan la Tierra. Es el último estudio desarrollado por Naciones Unidas en 2019. La actividad de toda esta población está causando estragos en el sistema climático. Este debe alcanzar un nuevo equilibrio. A lo largo de la historia del planeta esos cambios se han producido en diferentes eras.

Durante el mes de febrero del año 2008, algunos directivos se reunieron con grupos de personas conscientes de la necesidad de un cambio. En ese momento nació el propósito de jugar a ser Dios. Las teorías se exponían sobre la mesa constantemente. Todos tenían algo que aportar, algo que analizar. El mal de unos pocos sería el bien de muchos. Surgió entonces el concepto de población sana. No sería fácil. Sería un genocidio para muchos, una selección injusta. Por eso mismo se catalogó como un decreto clasificado. El plan de acción se inició con la participación económica del Doctor John Richford, y a él se unieron todos salvo Heidenberg.

El grupo influyente convino entonces en la necesidad de activar un virus existente en la naturaleza para evitar rastreos, que masacrara a la población más enferma: los ancianos y personas con deficiencias inmunológicas, cáncer, sida, problemas cardiovasculares, incluso diabetes y otras patologías. Los niños y juventudes sanas debían quedar protegidas y ellos contribuirían al cambio con sus mentes de masa dominable. Uso de tecnologías como internet o medios de comunicación para instaurar una idea, se convertirían en los instrumentos más necesario para esta conspiración. Mensajes repetitivos: hay que cuidar el planeta, hay que reciclar, hay que ser sostenible, hay que…hay que… hay que…, todo a través de campañas publicitarias y estilos de vida saludables untando a gobiernos. Se iniciaba en este instante el fin y el comienzo de todo sin que nadie pudiera saberlo.

Pero ¿qué virus podía ser asintomático en niños y jóvenes? Aquí se centró toda la investigación por décadas hasta que un buen día, una idea instaurada durante toda una vida en la cabeza del doctor Richford, cobró vida y se convirtió en un hecho. El virus en el que trabajaba Heidenberg era perfecto. Hoy es conocido como EVID, y ya se multiplica avaro por los millones de organismos de personas en todo el mundo, causando muerte, miedo y dolor.

Respirar sin aire

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