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El juego y la diversidad

POR MERCEDES RÍOS

Chance (1979) sugiere que «el juego es como el amor: todos saben lo que es pero nadie puede definirlo». Pese a ello, en general, como juego podemos considerar cualquier actividad con la finalidad de divertirse, pasarlo bien. Existen muchas definiciones de juego y es difícil decantarse por una en concreto. Podemos citar como ejemplo la definición que encontramos de juego en el Diccionario de la RAE: «Jugar: hacer algo con alegría y con el solo fin de entretenerse o divertirse», o bien la que Johan Huizinga nos ofrece en su obra Homo ludens: «Una actividad libre, que se realiza dentro de determinados límites de tiempo y de espacio, según determinadas reglas libremente aceptadas pero absolutamente obligatorias».

Se observa principalmente que el juego es un comportamiento infantil y que es una actividad innata, natural, sin aprendizaje previo, que brota de la vida misma. Si nos fijamos en un grupo de niños que juegan nos sorprende la espontánea alegría. De ello parece que se concluye que tan solo a los niños se le reconozca el derecho a jugar. El adulto, desde este punto de vista, ha de ser una persona seria para poder enfrentarse con éxito a las responsabilidades que ha tenido que adquirir como tal. Sostener esto implica negar lo serio que puede llegar a ser el juego. De hecho, de una manera u otra, conscientemente o no, podríamos decir que el juego está presente en la vida del individuo desde que nace hasta su muerte. La actividad lúdica, evidentemente, será diferente en las diversas etapas biológicas.

Para el ser humano, como para los animales, el juego es una necesidad vital, una función propia, cuyo origen ha de buscarse en una serie de impulsos que se van desarrollando gradualmente según el entorno de cada sujeto. De esta manera se explica que la actividad lúdica esté presente en las más diversas formas, tanto en el hombre como en otras muchas especies animales.

Hay una diversidad muy importante de tipos de juegos. En este sentido, nosotros nos centraremos en el juego motriz, aquel donde está presente principalmente el movimiento.

El niño y la niña se introducen en el conocimiento mediante el juego y van entrando poco a poco en el complejo mundo de los adultos. Como afirma Piaget, «los juegos tienden a construir una amplia red de dispositivos que permiten al niño la asimilación de toda la realidad, incorporándola para revivirla, dominarla o compensarla».

Actualmente, se considera que el juego es una actividad esencial para el desarrollo integral del niño y, sin duda, también del adolescente.

Hacer jugar a un niño o a una niña es sencillo. Cuando juega recibe placer. En el tiempo libre, en el patio, en el gimnasio, etc., jugar es una posibilidad de expresión. Pero ¿es posible hacer algo más? ¿Podemos aportar algo más que el juego lúdico?

Si observamos las primeras veces que el niño juega en grupo podemos constatar individualismo, poca participación de la persona con menos capacidad física, etc. Así pues, el educador ha de proponer estímulos sucesivos que enriquezcan motriz, social e intelectualmente al niño: aprender jugando y aprender a jugar mejor (Blázquez, 1986). Es necesario que mediante el juego, el individuo experimente, descubra, vaya dando respuestas (correctas o no) que compare con otras vividas por los compañeros o con modelos posibles, progresando. Por otro lado, no debemos perder de vista que los aprendizajes que el niño realiza cuando juega pueden ser, y de hecho son, transferidos a otras situaciones no lúdicas.

Así pues, el juego es un instrumento transcendental de aprendizaje que el educador ha de aprovechar como un recurso para incidir más profundamente en la formación integral del individuo. Es necesario facilitar siempre la experimentación, no esperar del niño que de la respuesta que daríamos nosotros como adultos. Cada individuo debe poder ir dando sus respuestas, siguiendo el sistema de ensayo/error, para poder reflexionar sobre ellas. Por tanto, el educador debe proponer juegos adecuados a la edad del grupo. La dificultad irá aumentando paralelamente a los progresos individuales y a las características de cada uno de los miembros para poder contribuir positivamente en su formación.

El juego motriz es para el niño la primera herramienta de interacción con lo que le rodea, y a la vez le ayuda a construir sus relaciones sociales y otros tipos de aprendizaje. El juego es una de las primeras experiencias que ayudan al individuo a socializarse. El juego no solamente promueve el desarrollo de las capacidades físicas y motrices, es también una práctica que introduce al niño en el mundo de los valores y actitudes: el respeto a las diferencias, a la norma, al espíritu de equipo, a la cooperación y a la superación.

Es en este último aspecto donde reside la importancia de la integración en los juegos. Buscar soluciones para la participación de todos supondrá una dificultad añadida para el educador. El esfuerzo principal consistirá, en situaciones muy competitivas, en compensar la desventaja de los alumnos con discapacidad, facilitando la participación de todos. Jugar significa disfrutar, reír, discutir, comunicarse, llegar a acuerdos, establecer estrategias, etc., una experiencia vital que también forma parte de la educación del individuo. Cuando se excluye a un alumno de un juego a causa de su discapacidad, de su diferencia, le estamos privando de una fuente de relación y de formación a la cual tiene derecho, llegando a influir en su desarrollo emocional y psicológico, a su proceso madurativo. Esta idea no es en absoluto una afirmación teórica. En observaciones hechas en centros de tiempo libre, se evidencia que muchos adolescentes con discapacidad no saben jugar. No han compartido los juegos habituales con el resto de sus compañeros (por ejemplo, el pañuelo, un-dos-tres pica pared,etc.) y, por otro lado, y en consecuencia, sus respuestas motrices están muy lejos de lo que pudiera esperarse en su grupo de edad. Ello, sin duda, repercutirá en su integración y normalización social.

Por todo ello no podemos negar la posibilidad, el derecho a jugar. El reto del educador será posibilitar la asunción de roles activos por parte de todos, independientemente de sus características y peculiaridades. Evitar lo que se ha denominado falsa integración, es decir, que el alumno con discapacidad adopte roles pasivos reduciendo sensiblemente su participación normalizada en un juego. Tampoco se trata de equiparar la integración a la asimilación de modelos, a una absorción de un colectivo superior a uno inferior. No se trata de la predominancia de una manera de hacer sobre otra, sino de trabajar la convivencia en la diversidad. Educar con la diversidad, en la diversidad, base de futuras actitudes de respeto en un entorno motivador donde todos juegan.

El juego y los alumnos con discapacidad

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