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ОглавлениеPor la mañana, Bosch fue a la oficina sur, en Broadway, para reunirse con el inspector Jordy Gant, de la brigada de bandas criminales (GED). Gant estaba sentado al escritorio hablando por teléfono cuando Bosch se presentó, pero la llamada no debía de ser muy importante, pues no tardó en colgar.
—¿Qué tal te ha ido con el amigo Rufus allí arriba? —preguntó.
Sonrió comprensivo, a la espera de que Bosch le dijera que el viaje a San Quintín había resultado inútil.
—Rufus me ha dado un nombre, pero también me ha dicho que el tipo está muerto. He estado jugando con él un poco, y es muy posible que me haya tomado el pelo.
—¿Cómo se llama ese tipo?
—Trumont Story. ¿Te suena?
Gant se limitó a asentir con la cabeza y se volvió hacia un pequeño montón de carpetas que tenía a un lado del escritorio. Junto a las carpetas había una pequeña caja negra con la etiqueta: «Rolling Sixties: 1991-1994». Bosch reconoció que la caja era de las que usaban en los viejos tiempos para guardar informes de entrevistas hechas en el terreno, antes de que el cuerpo empezara a valerse de ordenadores para almacenar los datos de inteligencia.
—Sí que es casualidad —dijo Gant—. Resulta que tengo la carpeta de Tru Story aquí mismo.
—Qué casualidad, sí —convino Bosch, echándole mano a la carpeta.
Lo primero que vio al abrirla fue una fotografía de veinte por veinticinco centímetros de un hombre muerto en una acera. En la sien izquierda tenía una herida a quemarropa. Donde estuviera el ojo derecho había un gran orificio de salida. En la acera había algo de sangre, no mucha, ya coagulada en el momento de tomar la foto.
—Muy bonito —observó Bosch—. Parece que Story dejó que alguien se le acercara demasiado. ¿Este caso sigue abierto?
—Pues sí.
Harry apartó la fotografía y consultó la fecha que aparecía en el informe de incidencias. Trumont Story llevaba tres años muerto. Cerró la carpeta y miró a Gant, quien seguía sentado en la silla, esbozando una sonrisa enigmática en el rostro.
—Tru Story lleva muerto desde 2009... ¿Cómo es que tienes su carpeta en el escritorio?
—No la tenía. La he sacado del archivo para ti. También he sacado otras dos carpetas y he pensado que igual querrías echarle un vistazo a los informes de entrevistas del 92. Quién sabe... Es posible que alguno de los nombres que aparecen mencionados signifique algo para ti.
—Es posible. ¿Por qué has sacado estas carpetas?
—Bueno, después de que estuviéramos hablando de tu caso y de la relación que la ATF había establecido con los otros dos casos, una misma pistola y tres tiradores diferentes, me puse a pensar y...
—No es muy probable, pero los tiradores bien pudieron ser solo dos. El mismo fulano que se carga a mi víctima en el 92 reaparece en 2003 y liquida a Vaughn.
Gant denegó con la cabeza.
—Podría ser, pero lo dudo mucho. Así que supongamos que estamos hablando de tres víctimas, de tres tiradores y de una sola pistola. Me puse a revisar los casos de los Rolling Sixties, esto es, los casos en que miembros de los Rolling Sixties aparecían implicados en episodios violentos. Como asesinos o como asesinados. Me fijé en algunos casos que pudieran estar relacionados con esta pistola y di con tres en los que se produjeron asesinatos con arma de fuego y en los que no fueron encontradas muestras de balística. Dos de esos casos fueron ejecuciones de miembros de los Seven-Treys, y uno de ellos, lo has adivinado, era Tru Story.
Bosch seguía de pie. Cogió una silla y se sentó.
—¿Puedo mirar un momento los otros dos?
Gant le pasó las carpetas por encima del escritorio, y Bosch se puso a estudiarlos con rapidez. No eran fichas de asesinato, sino informes sobre las bandas criminales en los que, en consecuencia, había breves referencias a las muertes de pandilleros. Las fichas de asesinato al completo estarían en manos de los investigadores de homicidios asignados a los casos. Si quería saber más, Bosch tendría que solicitarlas o acercarse al despacho del inspector jefe de homicidios.
—Lo de siempre —observó Gant mientras Bosch seguía leyendo—. Un tipo se pone a trapichear en la esquina equivocada o visita a una chavala en el barrio equivocado, y ya lo han condenado a muerte. La razón por la que he incluido el informe de Tru Story es que a Story le mataron en un sitio y luego dejaron su cadáver en otro lugar.
Bosch levantó los ojos de los informes y miró a Gant.
—¿Qué me quieres decir con eso?
—Que quizá fue un asesinato cometido por su propia gente, por los de su propia pandilla. Es muy raro que trasladen el cadáver en un asesinato entre pandilleros rivales. Ya sabes, lo normal en estos casos son los disparos hechos desde un coche en movimiento o las ejecuciones del tipo aquí te pillo aquí te mato. Nadie se toma la molestia de liquidar a un fulano y después mover su cadáver sin un motivo concreto, por ejemplo, disimular lo que ha sido un ajuste interno de cuentas. El cadáver de Story fue abandonado en territorio de los Seven-Treys, y es probable que a Story le mataran en su propio territorio y que después dejaran el cuerpo tirado en una calle controlada por el enemigo para aparentar que se había adentrado por allí sin darse cuenta.
Bosch tomó buena nota mental. Gant se encogió de hombros.
—Es una simple suposición —dijo—. El caso sigue abierto.
—Esto tiene que ser más que una suposición —indicó Bosch—. ¿Qué es lo que sabes para suponer una cosa así? ¿Eres tú quien lleva este caso?
—Yo no trabajo en homicidios. Yo trabajo en inteligencia. Simplemente me llamaron para hacerme unas consultas; pero de eso hace ya tres años. Ahora tan solo sé que el caso sigue abierto.
En el seno del LAPD, la brigada de bandas criminales era el principal grupo especializado en las pandillas callejeras. La brigada contaba con sus propios investigadores de homicidios, equipos de inspectores, unidades de inteligencia y programas de colaboración con los vecinos.
—Muy bien. Así que te hicieron unas consultas —dijo Bosch—. ¿Y qué es lo que recuerdas de hace tres años?
—Bueno, Story ocupaba una posición bastante elevada en la pirámide. Y allí arriba muchas veces surgen disputas. Todo el mundo quiere llegar a lo más alto, pero cuando llegan arriba tienen que andarse con mucho ojo y no pueden fiarse de nadie.
Gant señaló las carpetas que Bosch tenía en la mano.
—Tú mismo lo has dicho al ver la foto. Story dejó que alguien se le acercara demasiado. ¿Tú sabes en cuántos asesinatos de pandilleros se producen heridas a quemarropa? En casi ninguno, a no ser que la muerte haya sucedido en un tiroteo en un club nocturno o algo parecido. E incluso entonces son muy raras las heridas a quemarropa. El hecho es que, la mayoría de las veces, los ejecutores de las pandillas no se acercan en absoluto a sus víctimas. Pero, esta vez, con Tru Story, sí que lo hicieron. Por eso en su momento se dijo que esta ejecución la habían cometido los Sixties. Alguien situado casi en lo más alto de la pirámide tuvo sus razones para decidir que a Tru Story había que darle el pasaporte, y punto. En referencia a lo que nos interesa, es posible que usaran la misma pistola que andas buscando. Ni la bala ni el casquillo fueron encontrados, pero la herida bien pudo ser hecha con una pistola del nueve... Y ahora que el amigo Rufus Coleman de San Quintín asegura que esa Beretta 92 que tanto te interesa estaba en manos de Tru Story, todo parece encajar muy bien.
Bosch asintió con un gesto. La cosa tenía sentido.
—¿Y la GED nunca llegó a enterarse de qué iba todo esto?
Gant denegó con la cabeza.
—Pues no, ni por asomo. Tienes que entender una cosa, Harry. La pirámide es más vulnerable al cumplimiento de la ley en la base. Al nivel de la calle. También es donde resulta más visible.
Lo que Gant estaba diciendo era que la GED se centraba en los crímenes y trapicheos que tenían lugar a pie de calle. Si un homicidio entre pandilleros no era solventado en cuarenta y ocho horas, pronto habría otro nuevo del que ocuparse. Aquella era una guerra de desgaste para ambos bandos.
—Ya... —musitó Bosch—. Pero volviendo al asesinato de Walter Regis... Coleman dice que Tru Story le pasó la pistola y le dio las instrucciones pertinentes; él cumplió el encargo y luego devolvió la pistola. Según añade, la idea de cargarse a Regis no era de Story. Lo mismo que él, Story tan solo cumplía órdenes de más arriba. ¿Y quién era el jefe de los Rolling Sixties en el 96?
Gant, una vez más, denegó con la cabeza.
—Eso sucedió antes de mi época, Harry. Yo por entonces patrullaba por Southeast. Y para ser sincero contigo, en aquel tiempo éramos un poco ingenuos. Era cuando tratamos de combatir a las bandas con la operación CRASH. ¿Te acuerdas de CRASH?
Bosch se acordaba. El vertiginoso incremento, tanto en integrantes como en violencia, de las bandas criminales se dio con tanta celeridad como la epidemia de consumo de crack en los años ochenta. Los efectivos del LAPD en South Central se vieron abrumados y respondieron con un proyecto llamado Recursos de la Comunidad contra la Delincuencia Callejera, o CRASH en sus siglas inglesas. El operativo tenía un acrónimo ingenioso, y algunos concluyeron que la policía había empleado más tiempo en dar con él que en idear bien la propia operación.
CRASH se centraba en el ataque a las capas inferiores de la pirámide. El operativo complicó los trapicheos callejeros de las pandillas y bandas, pero raras veces ponía en peligro los niveles superiores de la pirámide. Los soldados a pie de calle encargados de vender drogas y ejecutar misiones de venganza e intimidación casi nunca sabían nada, aparte del trabajo que tenían que realizar ese día concreto, e incluso así era muy poco frecuente que dijeran nada a la policía.
Eran hombres jóvenes, crecidos y cocinados en la olla a presión que era South Los Ángeles, donde el odio a la policía era lo habitual. A ello había que añadir un aliño de racismo, drogas, indiferencia por parte de la sociedad y la erosión de las estructuras familiares y educativas tradicionales. Unos jóvenes que, de pronto, se encontraban en la calle y comprobaban que podían ganar más dinero en una jornada que sus madres en un mes entero. Su forma de vida era jaleada por los grandes radiocasetes y los equipos de sonido de los coches, a través del mensaje de la música rap que proclamaba que la policía y el resto de la sociedad ya podían irse a la mierda. Meter a un pandillero de diecinueve años en una habitación y conseguir que delatara al que estaba por encima de él resultaba tan difícil como abrir una lata de guisantes con las uñas. El pandillero no sabía quién estaba por encima de él, y si lo hubiera sabido, tampoco le hubiese delatado.
El calabozo y la cárcel eran aceptados como extensiones de la vida en la banda, en parte como proceso de maduración, en parte como medio de subir de rango en la banda. Cooperar con la policía no reportaba ningún beneficio, solo un gran problema: la enemistad eterna de los demás miembros de la banda, una enemistad que siempre implicaba la amenaza de muerte.
—Si lo he entendido bien —repuso Bosch—, me estás diciendo que no sabemos para quién estaba trabajando Trumont Story por aquel entonces, ni de dónde sacó la pistola que entregó a Coleman para liquidar a Regis.
—Así es, más o menos. Aunque lo de la pistola hay que matizarlo. Lo que yo supongo es que esa pistola en realidad era propiedad de Tru, y este se la prestaba a aquellos que quería que la usaran. Verás. Hoy sabemos bastante más cosas que antes. Y con lo que hoy sabemos, si lo aplicamos a esa situación, podemos suponer que la cosa funcionó así... Todo empieza por un individuo situado en lo más alto, o casi, de esta pirámide llamada la pandilla callejera de los Rolling Sixties. Este individuo viene a ser una especie de capitán, y quiere ver muerto a un fulano llamado Walter «A tope» Regis porque este lleva un tiempo vendiendo donde no puede vender. Así que el capitán habla con su sargento de confianza, un sujeto llamado Trumont Story, y le musita al oído que quiere que alguien se ocupe de darle el pasaporte a Regis. A partir de ahora, el responsable del encargo es Story, quien tiene que hacer que se cumpla para mantener su rango en la organización. De forma que Story habla con uno de sus soldados de confianza, Rufus Coleman, le pasa una pistola y le dice que el hombre a abatir es Regis y que este es el club nocturno al que suele acercarse. Mientras Coleman se dirige a cumplir el encargo, Story tiene que prepararse una coartada, pues la pistola es suya. Se trata de una pequeña precaución, por si algún día alguien lo relaciona con esa pistola. Así es exactamente como operan ahora, y por eso digo que seguramente fue como lo hicieron entonces... Eso sí, por entonces no lo sabíamos con exactitud.
Bosch asintió con la cabeza. Estaba empezando a pensar que su investigación no iba a llegar a ninguna parte. Trumont Story estaba muerto, y la conexión con la pistola se había esfumado con él. En realidad, estaba tan lejos de aclarar quién mató a Anneke Jespersen como lo había estado aquella noche veinte años atrás, cuando le pidió disculpas al cadáver a sus pies. No tenía nada.
Gant se apercibió de su decepción.
—Lo siento, Harry.
—No es culpa tuya.
—Pero, en fin, lo más probable es que así te ahorres un montón de problemas.
—Ah. ¿Por qué lo dices?
—Bueno, ya sabes que hay la tira de casos sin resolver desde entonces... ¿Y qué pasaría si el único que resolviéramos fuese el de una chica de raza blanca? La noticia no sería muy bien acogida por la comunidad negra, ya me entiendes.
Bosch miró a Gant, quien era negro. Bosch no se había parado a pensar seriamente en los ángulos raciales de ese caso. Sencillamente estaba tratando de solventar un asesinato que le perseguía desde hacía veinte años.
—Eso supongo —dijo.
Siguieron sentados en silencio un largo instante hasta que Bosch formuló una pregunta.
—Y bien, ¿tú qué piensas? ¿Te parece que podría volver a pasar?
—¿El qué? ¿Los disturbios?
Bosch asintió con la cabeza. Gant había estado en South Los Ángeles durante toda su carrera profesional. Tenía que saber la respuesta mejor que la mayor parte de los demás policías.
—Claro, allí puede pasar de todo —respondió Gant—. ¿Hay mejor relación entre la gente y el cuerpo de policía? Pues sí, ahora es mucho mejor. De hecho, algunos de los vecinos incluso confían en nosotros. El índice de asesinatos ha bajado mucho. Qué demonios, la criminalidad en general ha bajado mucho, y los pandilleros ya no rondan por las calles con impunidad. Tenemos el control, los vecinos tienen el control...
Se detuvo. Bosch esperó a que dijera algo más, pero eso era todo.
—Pero... —le animó Bosch a seguir.
Gant se encogió de hombros.
—Hay un montón de gente sin trabajo, un montón de tiendas y negocios cerrados. En South Central no hay muchas oportunidades, Harry. Y tú sabes a lo que conduce una situación así. A la agitación, a la frustración, a la desesperación. Por eso digo que puede pasar cualquier cosa. La historia se desarrolla en ciclos. Y siempre se repite. Puede pasar otra vez, claro que sí.
Bosch asintió con la cabeza. Gant había expresado una opinión no muy distinta de la que él mismo tenía.
—¿Puedo llevarme estos informes?
—Siempre que me los devuelvas —dijo Gant—. Llévate también la caja negra.
Se dio la vuelta y se dirigió al fichero. Al volverse de nuevo hacia Bosch, este estaba sonriendo.
—¿Qué...? ¿Es que no la quieres?
—Sí, sí, claro que la quiero. Tan solo estaba pensando en un compañero que tenía hace tiempo. Hace mucho tiempo. Se llamaba Frankie Sheehan y...
—Conocí a Frankie. Fue una lástima lo que sucedió.
—Sí, pero antes de eso, cuando trabajábamos juntos, Frankie siempre decía lo mismo en referencia a la investigación de homicidios. Siempre decía que uno tiene que encontrar la caja negra. Que eso era lo fundamental, dar con la caja negra.
Gant lo miró con una expresión confusa en el rostro.
—¿Como en los aviones, quieres decir?
Bosch asintió con la cabeza.
—Efectivamente, como sucede en los accidentes aéreos. Tienen que encontrar la caja negra, en la que se registran los datos del vuelo. Si encuentran la caja negra pueden saber a ciencia cierta el origen del accidente. Frankie decía que lo mismo sucede en relación con una escena del crimen o un caso de asesinato: que siempre hay un elemento en particular que hace que todo lo demás cobre sentido. Si encuentras ese elemento, te ha tocado la lotería. Es como encontrar la caja negra de un avión. Y resulta que tú ahora me estás dando una caja negra.
—Bueno, tampoco esperes encontrar mucho en esta. Es de las que llamamos cajas CRASH. En ella solo encontrarás las fichas de entrevistas de por aquel entonces.
Antes de la aparición del MDT —la terminal móvil de datos instalada en todos los coches patrulla—, los agentes llevaban fichas de campo en el bolsillo trasero del pantalón: simples fichas de oficina en las que tomar notas durante las entrevistas sobre el terreno. En ellas se incluían la fecha, la hora y el lugar de la entrevista, así como el nombre, la edad, la dirección, los apodos, los tatuajes y la banda y/o pandilla a la que pertenecía el tipo en cuestión. En las fichas también había un espacio para los comentarios del propio agente, en el que se anotaba cualquier otra observación pertinente sobre el individuo.
La delegación de la American Civil Liberties Union[3] llevaba desde siempre protestando contra la práctica del LAPD de efectuar entrevistas en el terreno. Las tildaba de gratuitas y anticonstitucionales, y las consideraba registros personales encubiertos. Sin hacer el menor caso, el cuerpo de policía continuó con ese proceder, por mucho que las fichas de campo fueran conocidas por sus agentes como fichas de registro.
Bosch le pasó la caja a Gant y este la abrió. Estaba llena de un montón de ajadas fichas de cartón.
—¿Cómo es que no se destruyeron cuando se hizo la purga?
Gant sabía que se estaba refiriendo a la adopción por parte del cuerpo de policía de medios digitales de almacenamiento de datos. En todos los niveles del LAPD, los archivos en papel fueron transformados en archivos digitales, con vistas a un futuro por completo electrónico.
—Porque teníamos claro que si pasaban todo esto a archivos de ordenador, se les escaparían la mitad de las cosas, Harry. Estas fichas se escribieron a mano, socio. A veces no hay forma de entender lo que pone en ellas. Sabíamos que la mayor parte de la información que hay en estas fichas no llegaría a introducirse en los ordenadores, así que conservamos todas las cajas negras que pudimos. Y has tenido suerte, Harry: resulta que tenemos una caja con datos sobre los Sixties. Espero que encuentres algo que merezca la pena.
Bosch se levantó de la silla.
—Te devolveré la caja sin falta.