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1. VIDYĀ

VER LAS COSAS COMO SON

El yoga comienza en el momento presente, y el momento presente empieza en el silencio. De ese silencio nacen las palabras. El Yoga Sūtra, atribuido a Patañjali (siglo III a. e. c.) y considerado uno de los textos centrales de la psicología del yoga, se inicia con una oración simple: “Atha yogānuśāsanam”. Se la traduce como “La enseñanza del yoga reside en el momento presente”.

El Yoga Sūtra no es un texto especulativo sobre filosofía o metafísica, ni tampoco nos ofrece una teología de la creación o un comentario final acerca de lo que nos espera después de la muerte. La creación y la muerte coexisten sucesivamente con el surgimiento y la desaparición de cada momento. Cada inspiración es un nacimiento, y el final de toda espiración es una pequeña muerte. En cada uno de estos momentos sucesivos, el universo nace y muere una y otra vez mediante el hilo de un ciclo de respiración.

La primera palabra del Yoga Sūtra –atha– significa literalmente “ahora”, “lo que está aquí en este momento”. El yoga empieza en el momento presente. El yoga es el momento presente. Podríamos traducir este primer verso de manera más concisa como “El yoga comienza ahora”. Las enseñanzas del yoga nos orientan hacia este preciso momento; hacen que el futuro se vuelva invisible y que el pasado quede fuera de nuestro alcance. Muchos académicos y practicantes traducen la palabra yoga como una manifestación del verbo yuj –“unir”–, lo que convierte al yoga en algo que uno hace, un tipo de actividad deliberada. Al creer que el yoga es el acto de unir una cosa con otra (la respiración con el movimiento, el cuerpo con la mente, el ser con un otro), confundimos el yoga con el hecho de hacer yoga. Cuando empleamos el término en este sentido (como en la frase “Voy a practicar yoga”), confundimos las técnicas, o la tecnología, de la práctica con la experiencia del yoga. En cada momento que surge, en cualquier encuentro con alguien, incluso cuando nos encontramos con nosotros mismos, todo está completo. Esta plenitud no significa que todo se une en una suerte de plan maestro; se refiere a que todo es interdependiente y que el yoga no es algo que buscamos fuera de nosotros ni un intento deliberado de alcanzar una unión, sino el reconocimiento, en el momento presente, de la unificación de la vida. La interconexión inherente a la existencia revela lo que en términos filosóficos llamamos “no dualidad”: el fracaso de la separación en sujeto y objeto. Cuando experimentamos una sinceridad relajada y una consciencia atenta, el mundo deja al descubierto su plenitud intrínseca. Cuando nos movemos por el mundo, “ocultos y envueltos en nuestros pensamientos”, no hay un contacto directo con la realidad ni sabemos “quiénes” somos o “qué” nos constituye. El yoga comienza con una ligera reverencia al momento presente.

El yoga es una forma de ser y un modo de existir. La existencia es un juego de interconexión y, cuanto más clarifiquemos nuestra percepción y las formas de organizar nuestras experiencias, mayor será la sinceridad y la compasión con que llevaremos a cabo la profunda y a veces confusa tarea de estar en el mundo. Una auténtica práctica de yoga consiste en prestar atención a la experiencia presente de manera ininterrumpida, ya sea en la mente, el cuerpo o el corazón, con un bebé en brazos, al hacer el desayuno o al regular la respiración en un parado de cabeza.

Según la filosofía y la psicología del yoga, el único lugar para comenzar un estudio del yoga –o de cualquier otra cosa– es el momento presente, porque este es todo lo que en verdad está ocurriendo. El futuro aún no ha llegado y el pasado ya pasó; lo único que queda por estudiar, y la única forma de empezar a prestar atención, se halla precisamente en esta experiencia, mientras ocurre aquí y ahora. Por tal motivo, todo estudio de la naturaleza de la realidad y de la verdadera naturaleza de la mente comienza en esta vida, en este cuerpo y en este momento; no puede empezar con ninguna exploración que no sea el aquí y ahora de nuestra experiencia comprobable e inmediata. La mente, con su increíble potencial de distracción y creatividad, se utiliza tanto para tejer concepciones y preferencias en torno al momento presente que, en lugar de conectarnos con lo que realmente está ocurriendo en la vida, solemos reaccionar según nuestros gustos y aversiones. Por eso, la búsqueda psicológica al servicio del despertar empieza con lo que está sucediendo aquí y ahora: una forma de atención centrada en el presente y que se nutre de la aceptación.

A la mente le cuesta observar algo durante mucho tiempo, especialmente cuando se trata de su propio funcionamiento. A la mente le cuesta estar presente mientras la respiración fluye por el cuerpo o mientras aparecen y desaparecen distintas sensaciones en las diferentes posturas de yoga; y, en consecuencia, no solemos estar aquí la mayor parte del tiempo. Esto ocurre no solo en relación con nuestro cuerpo y nuestras emociones, sino también en lo interpersonal. Otras personas interrumpen nuestras ideas acerca del modo en que se supone que son las cosas. Esta interrupción es la materia prima del yoga: volvernos lo suficientemente flexibles para interrumpir nuestros preconceptos y nuestras tendencias elaborativas. Por lo general, descubrimos mucho más en el período de silencio entre los pensamientos que en todas las interpretaciones, ideas y perspectivas que genera nuestra mente. Los momentos de quietud psicológica nos recuerdan que existen otros modos de conocimiento, además del intelectual o acostumbrado. La práctica de yoga, tanto sobre la esterilla como fuera de ella, abre el corazón al revelar nuestros patrones de comprensión y nuestra inflexibilidad. Esta práctica no deja ningún rincón sin revisar. A través de una práctica de yoga disciplinada y diseñada adecuadamente, no solo vemos con claridad nuestros modos de vida condicionados, sino que también aprendemos cómo soltar esos patrones para que nuestras preguntas superen ampliamente a nuestras respuestas. Cuando estamos abiertos y nuestras habituales formas de ser físicas y psicológicas se interrumpen, llegamos a los momentos presentes de la vida con la libertad para responder con un corazón abierto y creativo.

El yoga es la exploración acerca de quién y qué somos. No analizamos simplemente nuestras neurosis diarias (aunque a veces esto sea parte del camino) ni estudiamos metafísica filosóficamente (que, como ya dijimos, representa un modo menor de indagación), sino que examinamos la naturaleza de la existencia comenzando por la mente, la respiración y el cuerpo. Para esto se requiere la capacidad de ser pacientes y de aceptar lo que está ocurriendo en nuestro cuerpo-mente de modo tal que podamos ver algo con la suficiente claridad para estudiarlo. Pero ¿cómo estudiamos nuestra propia mente? ¿Cómo examinamos nuestro propio cuerpo? ¿Cómo puede un ojo verse a sí mismo, o la punta de una uña tocarse, o el oído oírse? Nuestra percepción siempre oculta una sombra. Al parecer, nos resulta imposible ver algo en su totalidad; siempre hay un punto ciego en nuestro campo perceptual.

Percibimos nuestra experiencia –y el universo entero– al etiquetar “cosas” que parecen estar “allí afuera” y ser “sólidas”. Y lo que se vuelve sólido “allí afuera” hace que “yo” también me sienta sólido. Tengo un cuerpo en un espacio y un tiempo determinados. Cuando siento mi cuerpo internamente, siento la respiración, los músculos y los huesos, incluso las fascias. Pero no puedo localizar mi cuerpo exactamente. Cuando digo “hueso”, aparece no solo una sensación, sino también una imagen. La imagen proviene de un esqueleto que vi una vez en un laboratorio. Luego siento la respiración, pero no podría distinguir con exactitud dónde empieza o termina, de dónde parte en las narinas, ni el lugar preciso por donde sale. Cuando como una zanahoria, no puedo distinguir, una vez que la he masticado, dónde termina la zanahoria y dónde empiezo “yo”.

En la meditación subjetiva, el cuerpo no es algo estático, sino básicamente un concepto que se apoya sobre otros conceptos que se entremezclan con respiraciones, sensaciones, sentimientos y percepciones fluctuantes. Puedo sentir una forma que llamaría “cuerpo”, pero no puedo decir dónde está ni qué es. No estoy seguro de dónde empieza o termina, especialmente si tengo los ojos cerrados. El cuerpo no es algo concreto que uno pueda estudiar; el cuerpo y el que lo estudia son uno. El observador y el cuerpo no pueden separarse. Ya sea que examinemos el mundo interior de la mente y el cuerpo o el mundo exterior de las “cosas”, no podremos hallar en nuestra percepción “algo” que exista realmente. Si te digo “Muéstrame tu ego”, ¿podrías hacerlo? ¿Dónde está tu ego? Sabes que tienes un ego, pero ¿cómo lo sabes? Lo sabemos, sobre todo, por inferencia –puedo saberlo cuando pienso egocéntricamente–, pero eso está unos pasos más atrás de la experiencia directa. No puedo encontrar el mecanismo llamado “ego”, ni tampoco eliminarlo. La base carece de base. ¿Cómo determinamos lo que somos y lo que no somos? Si tuviéramos que trazar el perímetro de nuestra existencia, ¿dónde dibujaríamos la línea entre el lugar donde nosotros terminamos y el lugar donde empieza lo externo? El hecho es que las distinciones que solemos hacer entre las cosas son justamente el mecanismo que crea esas “cosas”. La dualidad, la creación de un ser “aquí adentro” que percibe un objeto “allí afuera”, genera siempre separación y alienación. El dualismo es construido por el ser; no se construye en la realidad cuando aparece. Esto nos lleva directo al corazón de la práctica de yoga: el yoga es la unión y la interconexión inherentes a toda existencia antes de que dividamos las cosas en sujeto y objeto, o mediante cualquier otro método de categorización.

Si la percepción dualista está tan incrustada en nuestra estructura psicológica, ¿dónde empieza uno? Para el practicante de yoga, uno comienza justo aquí y en este momento. Ya sea mediante las prácticas de prāāyāma, mantras, āsanas o ética, todos los sistemas de yoga surgen del momento presente y hacia él apuntan. Incluso en la visualización de un patrón de la respiración o la meditación sobre un sonido, disolvemos el mundo exterior y lo convertimos en objeto de concentración. Luego, este objeto de concentración cae en la experiencia de estar completamente centrado y quieto. Esta quietud es un punto de la nada, aunque también lo es todo. Es estar allí sin nadie. Es estar tan presente en una acción (o una no acción) que no es necesario crear un ser. Cuando vivimos de manera auténtica, no estamos creando simultáneamente una idea del “yo, a mí y lo mío”, sino que solo estamos siendo nuestro ser desprovisto de ser.

En la práctica de las posturas de yoga, disolvemos la técnica de mover el cuerpo y la transformamos en puras sensaciones; luego disolvemos la mente y se vuelve esa profunda experiencia sensorial. Y entonces eso es todo lo que queda. Cuando entonamos mantras, por dar otro ejemplo, disolvemos el germen de las sílabas para volverlo puro sonido; luego convertimos el sonido en silencio, el silencio en quietud, y así la quietud deviene nada menos que una mente satisfecha, que se mantiene abierta y receptiva, aguda y tranquila. Cuando la mente regresa a este estado natural, la mente, el cuerpo y el corazón se vuelven un receptáculo para lo que sea que surja; no hay idas y venidas, sino solo surgimiento y disolución, una cosa que se convierte en otra. Como ya hemos dicho, en estas diversas técnicas, la esencia de la práctica es a lo que apunta la técnica, más que la técnica en sí misma. Pero como a la mente le cuesta concentrarse lo suficiente para alcanzar un estado de quietud, necesitamos que la técnica nos ayude a lograrlo. El propósito de la práctica no es la meta, sino el modo en que las distintas etapas del camino nos conducen hacia una forma de ser más abierta y sincera. Esta sinceridad (karua) es el resultado continuo de una práctica de yoga saludable. Si nuestra práctica está creando flexibilidad en el cuerpo sin la correspondiente flexibilidad en el corazón, debemos corregir la forma en que concebimos y abordamos dicha práctica.

Este libro trata sobre cómo cultivar una práctica de yoga, qué es lo que constituye esta práctica, cómo reconocer y trabajar las distintas etapas del camino, y cómo hacer que la tradición del yoga se mantenga viva a través de una práctica dedicada y un verdadero compromiso. En el plano del corazón, este libro trata sobre cultivar la paciencia, la honestidad, la no violencia, la sabiduría y la capacidad de encontrarse con la vida a medida que ocurre en cada momento, sin caer en las formas habituales de aferrarnos a las cosas. Ya sea que recién empieces tu práctica o que hayas estudiado profundamente un sistema en particular, deberías poder encontrar aquí algunos estímulos y sugerencias para profundizar tu práctica.

En este libro se tratan dos temas. En primer lugar, la esencia del yoga nos enseña que todas las formas en que nos aferramos a las cosas generan sufrimiento. Nada puede ser adueñado en los términos de “yo, a mí y lo mío”. Y, en segundo lugar, una práctica disciplinada y adecuada no deja ningún rincón sin revisar. Un amplio conocimiento de la teoría del yoga bien integrado a prácticas específicas lleva las técnicas formales del yoga a niveles más profundos, pero también saca el yoga de la esterilla y de la sala de meditación para trasladarlo al enmarañado mundo de las relaciones interpersonales, los típicos patrones psicológicos habituales y la complejidad de las acciones éticas. Este libro oscila entre estos dos temas –la práctica y la capacidad de soltar–, ya que entrelaza la teoría con una acción capaz de modificarse.

Junto con el tema principal de la capacidad de soltar nuestros apegos, especialmente la autoimagen, este libro pretende llenar el vacío que existe en el yoga contemporáneo entre la teoría y la práctica. Mi objetivo consiste no solo en conciliar teoría y práctica, sino también en explorar cómo ambas cobran vida cuando se las integra en la vida cotidiana. Así, a diferencia de gran parte de las metodologías de enseñanza habituales, este libro se centra en palabras, más que en posturas; en sugerencias, más que en instrucciones; en interpretaciones basadas en la tradición, más que en la apropiación o idealización de esta última. Busca escuchar las palabras de estas páginas con el corazón, más que con el intelecto. Estamos acostumbrados a oír con la mente intelectual lo que solemos llamar “teoría”. Cuando escuchamos las ideas del yoga solo con el intelecto, permanecen alejadas del corazón y, de este modo, podemos perdernos la esencia y la sabiduría de esta práctica, así como su capacidad de desafiar y abrir el corazón. El yoga trata sobre cómo incorporar las enseñanzas y ponerlas en práctica; cómo permanecer abierto desde la mente y el cuerpo, la respiración y la quietud, para luego expandirse hacia el amplio mundo de la naturaleza y de los demás seres humanos. El yoga nos ayuda a alcanzar un estado en el cual el mundo nos atraviesa de la manera más cristalina.

Al igual que la inspiración que aparece y la espiración que desaparece, cada momento es en sí mismo un momento de creación seguido por una disolución. Así como la respiración que asciende y desciende, o el sol que sale y se pone, este libro sigue un ritmo similar. Los primeros capítulos comienzan con una descripción y una definición del yoga, a partir de las cuales presentan los diversos caminos de la práctica. Al igual que el punto culminante de una inhalación, o el sol del mediodía, la primera parte de este libro avanza hacia una descripción de la psicología y los aspectos energéticos del yoga. Al descender de allí, exploramos las enseñanzas de la transitoriedad, la vacuidad y la muerte, que nos conducen esencialmente a un compromiso directo con la vida. Este ciclo se completa de un modo natural, puesto que el acto de contemplar la transitoriedad y la muerte nos conecta con el momento presente, que es donde el yoga se inicia.

El yoga comienza con un encuentro honesto con nuestra experiencia presente, lo que implica ver lo mejor posible todos los aspectos de nuestro ser y de nuestro mundo, incluido lo más complejo o doloroso. El reflejo exterior de nuestra vida creada no siempre ofrece una lectura fiel del estado de la vida interior. ¿Cuánto hemos sufrido a causa de nuestra incapacidad de tolerar y atravesar el cambio? ¿Cuántas dificultades afrontamos como consecuencia de nuestras reacciones a la interactividad de los sentimientos, los pensamientos, los movimientos del cuerpo y la memoria? La profunda percepción de nosotros mismos está entrelazada con la forma en que reaccionamos a los movimientos groseros y sutiles que se producen en la mente y en el cuerpo. La mente y el cuerpo responden a un proceso inmediato, y no a nuestros hábitos de aferrarnos a las cosas ni al modo en que queremos que sean, o desearíamos que fueran, esas cosas. El yoga consiste en liberarse de este ciclo de satisfacción-insatisfacción que llamamos “yo” o “lo mío”. Y el camino hacia este incesante ciclo de hábitos comienza en el momento presente, que se origina en el campo perceptual de nuestro cuerpo y nuestra mente.

En el Yoga Sūtra, un manual sobre el yoga como práctica psicológica, Patañjali inaugura el camino del yoga con dos primeros pasos: la práctica (abhyāsa) y la experiencia de soltar (vairāgya). A lo largo de todo el camino, cultivamos constantemente intenciones y acciones más saludables del cuerpo, el discurso y la mente, y soltamos actitudes históricas y engañosas. Cultivar cualidades positivas y abandonar factores negativos en nuestra estructura psicológica nos brinda un claro punto de partida para nuestra práctica, sin el cual corremos el riesgo de perdernos en la inutilidad de un movimiento sin dirección. Es fácil adoptar un lenguaje de libertad y transitoriedad o pensar que el simple hecho de completar una secuencia reglamentada de posturas de yoga nos liberará de nuestros patrones habituales más arraigados. Pero sentir la transitoriedad, la libertad y una profunda bondad en los huesos no se trata de eso. Solo podemos acceder a una vida bien enraizada, flexible y libre si nos comprometemos a practicar y cultivar la capacidad de soltar.

Después de muchos años de práctica constante, se produjo una brecha entre la teoría que estaba estudiando y el protocolo de la técnica de las posturas, la respiración y la meditación que estaba aplicando, lo que me obligó a hacerme preguntas. Las primeras que me surgieron tenían que ver con cuestiones generales sobre cómo se vinculaban los textos entre sí y por qué ciertas prácticas –como las secuencias de yoga contemporáneas que solían hallarse en los centros de yoga– no estaban representadas en los textos antiguos. Luego las preguntas se tornaron más personales y vinculadas a la ausencia de un conocimiento psicológico en las comunidades de yoga y a la vanidad que resulta de una práctica superficial. Cuando comencé a cuestionar lo que estaba haciendo, sentí que todo lo que sabía y todas las prácticas que había explorado empezaban a desvanecerse. Primero las preguntas me llevaron a la duda y luego a un estado de no saber por qué estaba practicando yoga ni de qué práctica se trataba. Veía a mi alrededor a gente que obtenía grandes logros en cuanto a flexibilidad y posturas increíbles, pero a las que tales prácticas no le garantizaban una apertura proporcional del corazón. La perfección en las posturas de yoga no garantizaba un profundo conocimiento psicológico ni espiritual.

¿A qué aspiramos cuando practicamos yoga? ¿Qué motiva nuestra práctica? ¿Cuál es la razón de que lo hagamos? Algunos dicen que lo hacemos sin ningún motivo en particular, pero la experiencia humana parece construirse siempre en torno a un propósito o sentido. ¿Cómo se lleva una buena vida? ¿Qué es la iluminación? ¿Acaso el yoga se trata de un mero logro físico? Y si no es así, ¿por qué se habla tan poco de las bases éticas y psicológicas del yoga? ¿Es necesario que lleguemos a tocarnos los talones cuando hacemos extensiones hacia atrás o que realicemos posturas de equilibrio mientras nos mantenemos en la postura del loto, o acaso existe alguna otra forma de probar la validez liberadora de esta práctica?

La tradición profunda del yoga

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