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PRÓLOGO

El yoga está atravesando un gran momento, aunque en ciertos aspectos parecería más bien lo opuesto. El auge de la informática está acercando a la gente y sus culturas, ideas, lenguas, religiones y ocupaciones a un ritmo vertiginoso y desconcertante. Hasta ahora, ninguna cultura, religión o gobierno ha sido capaz de establecer un marco de referencia absoluto que pudiera abarcar esta práctica en su totalidad.

La práctica del yoga se está extendiendo rápidamente como consecuencia de la ecléctica cultura mundial de las multinacionales, los cibercafés y Starbucks. Hay algo de las posturas de yoga que les resulta atractivo por naturaleza a toda clase de personas. Abordar la realidad a través de la cualidad física inmediata del cuerpo, los sentidos y la respiración esquiva los prejuicios religiosos, culturales y nacionales, y despierta un amor por lo mejor y más bello que hay en todo. Esto conduce a la gente hacia el yoga en tal medida que pueden hallarse practicantes instruidos, sinceros y entusiastas incluso en rincones remotos de Asia, Medio Oriente, Europa y toda América. El yoga ofrece algo notablemente universal. Con su misticismo genérico, atrae a una amplia audiencia sin arrojar una sofocante red de una creencia, un marco o un concepto de dios únicos sobre el proceso abierto e indeterminado de la inteligencia viviente. Aun así, existe cierta inocencia e ingenuidad con respecto a la apertura y el entusiasmo que se ha mostrado por el yoga en todo el mundo. ¿Es posible mantener la inocencia una vez que nos volvemos lo suficientemente sabios para llegar a comprender con amor los engañosos caminos de nuestro propio ego? ¿O acaso esa inocencia será explotada por toda la especulación, el proselitismo, la seducción y la degradación a cargo de nuestro ego para evitar el verdadero yoga? ¿Podrá nuestro yoga sobrellevar la extraordinaria velocidad de su expansión? ¿Logrará esta potente y antigua tradición soportar su éxito comercial? Estas preguntas aún permanecen sin resolver para los entusiastas del yoga, tanto a nivel personal como a nivel colectivo.

Resulta perfectamente comprensible que exista una fuerte tendencia a extraer el componente activo del yoga, a presentarlo de modo tal que agrade y venda, a evitar el verdadero centro de la práctica y, por ende, a evitar la realidad. El auténtico yoga revela la insustancialidad y la vacuidad de nuestra autoimagen, lo que nos permite ver estas dos características en todo. Con el tiempo, surgen de la práctica del yoga un coraje, un compromiso y una compasión extraordinarios y, a través de estos, una alegría y un entendimiento increíbles. El yoga es mucho más bello que cualquier cosa que podríamos haber deseado o esperado. Simplemente no hemos sido capaces de comprenderlo con nuestra mente; por eso, antes de estudiarlo como correspondería, lo vendemos en el mercado espiritual sin abrirlo ni probarlo. Lo que está faltando es el contexto tradicional del yoga: despertar a la simple verdad de la transitoriedad, a la muerte universal. Esto es lo que despierta nuestra compasión y nos muestra la interconexión no solo de todos los seres, sino también de las técnicas, los estilos y las perspectivas. Despeja la mente y nos despierta del orgullo espiritual y el materialismo.

El yoga siempre ha sido y seguirá siendo algo sutil e imposible de expresar literalmente. Al igual que el amor, se lo enseña mediante metáforas y poesías, así como mediante una práctica estructurada y una liberación extática. En ocasiones, y siempre con mal gusto, el ego puede hacernos creer que el lenguaje y la técnica de nuestra práctica han alcanzado un estado universal, cuando en realidad permanecen extremadamente limitados y plagados de puntos ciegos. En cualquier momento, un practicante de yoga puede entender la técnica y el lenguaje de su práctica de manera literal y así perderse algo mucho más inteligente y agradable. Como seres humanos provistos de ego, podemos –y, de hecho, lo hacemos con frecuencia– echar a perder incluso lo sutil y lo bello. Hoy en día, nuestro yoga se está popularizando en el mundo moderno. La diversidad de perspectivas, de técnicas y de estilos, las actitudes y filosofías crean un colorido conjunto de tendencias que reúnen lo mejor y lo peor de las culturas modernas de todo el mundo. Por un lado, tenemos nuevos estilos extremos de yoga vulgarizados a niveles obscenos, narcisismo de culto, ascetismo condescendiente. Esta adoración del ego genera un camino de competencia y vanidad. Además, con tanta información y conexión intercultural, surgen nuevos sistemas y lenguajes de enseñanza maravillosos, así como técnicas cada vez más refinadas del arte del yoga que vale la pena transmitir a otros.

Michael Stone nos ha hecho un verdadero regalo al permitir que nos acerquemos a las prácticas y filosofías del yoga desde un lugar donde su diversidad cobra sentido. Nos deja partir desde donde estamos, rodeados de las situaciones del corazón. Nuestros vínculos y nuestras creencias acerca del mundo ejercen un efecto directo en las sensaciones profundas del cuerpo que conectan emociones y percepciones. La conexión entre la mente y el cuerpo, entre el citta y el prāa, constituyen el axioma en torno al cual giran muchas prácticas internas de yoga. Observar atentamente las sensaciones mediante el mindfulness de la respiración revela la naturaleza vibratoria y transitoria de las cosas y hace que podamos descondicionar la mente de los patrones de respuesta habituales y de la asociación con esos sentimientos y sensaciones. La tradición profunda del yoga nos permite empezar a practicar con el mayor nivel de profundidad antes de comprometernos con una perspectiva, un sistema de creencias o un estilo en particular. Esta aproximación psicológica al yoga nos lleva directo al corazón de las percepciones erróneas sobre quiénes somos y qué nos constituye. Para adentrarnos en la filosofía o en la técnica del yoga, debemos partir de una base psicológica. Así lograremos evitar los juegos del ego en los que podríamos caer cuando el yoga se presentara como una filosofía compleja o como un arte estimulante y desafiante a nivel físico.

La tradición profunda del yoga ve el yoga tal cual es y por lo tanto nos muestra un sistema simple y compasivo a través de la diversidad, la complejidad y los desafíos a los que nos enfrentamos en nuestra práctica personal y, de manera colectiva, cuando creamos una cultura basada en los principios más universales del yoga. Aborda la práctica y la filosofía del yoga desde la experiencia inmediata de nuestros sentimientos, vínculos, emociones, sensaciones y pensamientos dentro del contexto de nuestra vida real. Al indagar en lo que realmente importa –lo que está justo en el centro del corazón–, nos da la perspicacia para navegar en el océano de las opiniones, técnicas y emociones.

Se nos invita a hacernos preguntas simples que podrían clarificar nuestra relación con el yoga moderno. ¿Acaso nuestra práctica de yoga cubre superficialmente nuestras miserias y nos distrae del trabajo profundo del corazón? ¿Estamos enamorados de la verdad de la vida o nos hechiza la imagen que vemos en el espejo? ¿Qué es lo que realmente nos importa? ¿Nuestras extensiones hacia atrás, nuestras posturas de equilibrio y las opiniones que los demás tienen de nosotros? Cuando nos acerquemos al final de esta vida, ¿nos habrá servido de algo nuestra práctica de yoga? ¿Pasaremos a lo desconocido en completa calma y alegría, llenos de amor por todos los seres? ¿O tendremos remordimientos?

Al indagar en los poderosos sentimientos y sensaciones que nos cultivan el gusto por el amor, la familia, el nacimiento, la muerte, la enfermedad, la vejez, la ira, la lujuria, los celos, el orgullo, la envidia, el miedo, la bondad y la compasión, La tradición profunda del yoga inspira al lector para que continúe su práctica con paciencia y honestidad, sabiendo que una verdadera práctica de yoga se halla en la unión de la mente con el cuerpo.

RICHARD FREEMAN

Septiembre de 2007

La tradición profunda del yoga

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