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Plan D: Causalidad Divina

Si entregamos nuestros planes al Señor, la victoria estará asegurada, ya que pelearemos las batallas con sus fuerzas.

Por Fátima Iraheta

El recordado músico John Lennon decía: “La vida es lo que pasa mientras estás planeándola”. Esa y otras frases similares se han vuelto muy comunes hoy en día. Las personas vivimos saltando de un plan a otro. Si el plan A no funciona, tratamos con el plan B, o con el plan X, Y o Z. No importa cuál sea, y tal vez (solo tal vez) lo logremos. Pero tanto plan se vuelve un caos cuando queremos programar el tiempo de Dios, y hacer que converjan en uno solo con el tiempo nuestro. De esa manera, echamos a perder todo, y dejamos de disfrutar lo que Dios tiene preparado para nosotros, desde la eternidad.

Eso pasó conmigo muchas veces, hasta que entendí que Dios tiene planes de bien para mi vida, mucho mejores que cualquiera que yo estuviese armando, pues la Palabra del Señor dice en Jeremías 29:11: “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis”. Así que todo, absolutamente todo, comienza y termina con Él. Saber esto trajo descanso a mi vida, en el día a día. Si este zapato no cabe para ti, entonces ese plan que estás haciendo no es el deseo de Dios para tu vida.

Ahora bien, las preguntas en base a esa afirmación divina de Jeremías 29:11 son: ¿Qué futuro esperas? ¿Cuál es tu esperanza futura? La Palabra del Señor dice en Proverbios 23:7a: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él”. Como podemos ver, realmente somos lo que pensamos.

Cuando yo tengo la mente de Cristo, a través de creer en Él como salvador de mi alma y de mi vida, eso me permite estar en sintonía espiritual, lo que significa que mis decisiones, principalmente los planes que tengo y todo lo demás, giran en torno a la relación personal que tengo con Jesucristo, pues mi deseo es y será siempre agradarle a Él. Es aquí donde entra la “Causalidad Divina”. Nada en Dios es aleatorio: todo, absolutamente todo tiene un propósito, una causa, un plan marcado desde el principio. Si creías que Dios no planea, estás muy equivocado. Dios tiene el control de todo, pues no puedes controlar lo que no has planeado.

Así que no hay nada que sorprenda a Dios, nada lo saca del plan de redención, y menos del plan de un futuro glorioso para aquellos que esperan en Él. Cuando logramos coincidir en una misma visión, y decidimos planear en Él, en ese momento en que nuestros planes encajan perfectamente con Sus planes divinos, es ahí cuando descubrimos el favor de Dios para nuestras vidas. Y eso que está en nuestra mente, que como dice Proverbios es exactamente lo que somos, será lo que Él quiere que seamos.

Dios tiene planes de bienestar para nosotros, planes de un futuro de paz y bienestar para el mundo espiritual; pero también Dios sabe que hoy por hoy estamos en un mundo físico, que también nos quiere dar “el fin que esperamos” según “nuestro pensamiento”. Así que entonces, seremos lo que pensemos y lo que planeemos.

Es impresionante cómo “el universo” conspira a favor nuestro, cuando tenemos el favor de Dios. Todo responde a la voz del Creador, a la voz del Eterno. Para que nuestros planes estén en la “Causalidad Divina”, en el Plan de Dios, debemos enfocarnos en cuatro puntos importantes:

Primero: Planea con la mente enfocada en Él

Cuando hacemos nuestras cosas enfocados en quién es Dios, y no en quiénes somos nosotros, el plan ya tiene garantizado el éxito. Cuando David enfrentó a Goliat, hizo un plan de ataque, usó sus habilidades, buscó los recursos, y enfrentó al gigante. Pero no con sus fuerzas, sino en el nombre de Jehová de los ejércitos (1 Samuel 17).

Es importante que te conozcas a ti mismo y a tus habilidades al momento de planear. Debes reconocer tus virtudes, como también tus debilidades. David sabía bien quién era, y cómo había sido entrenado para ese momento. Un punto muy importante es que sepas exactamente quién eres como hijo de Dios, y no escuches la voz de los demás diciéndote: “Yo conozco tu soberbia y la malicia de tu corazón, que para ver la batalla has venido”, como le dijo su hermano en 1 Samuel 17:28.

Los demás dirán que te conocen, pero con el fin de hacerte sentir menos, de menospreciarte. Tú debes demostrar quién está contigo, y de qué estás hecho. No permitas que pongan sobre ti una carga que no te corresponde; tú no irás con los argumentos humanos, sino con el respaldo de Dios. El rey Saúl quería que David encajara en su traje de guerra, pero David se conocía y sabía que no iba a poder con eso, y aprendió a decirle al rey “no”. A veces, en la elaboración de los planes de vida, es necesario decir algunos “no”, para luego recibir el “sí” de Dios.

No permitas que el enemigo te menosprecie por la apariencia externa, cíñete como un cristiano valiente. El enemigo querrá atacar tu mente, querrá que cargues un peso de culpa que ya Cristo quitó, y querrá menospreciarte. Cuando eso te esté pasando, entiende esto: estás listo para dar batalla, listo para pelear, listo para derribar ese gigante, y listo para vencer en el nombre de Jesús.

Segundo: Transforma tu mente

David pudo haber salido corriendo de ahí. Tenía excusas de sobra para hacerlo. Era el menor de sus hermanos, y generalmente nadie espera gran cosa de “los pequeños” de la casa, porque ellos solo están para ser protegidos, para recibir tareas menos peligrosas. David enfrentó al gigante de su mente, y ese era superior a Goliat.

David tenía todo en contra: la opinión familiar (su hermano Eliab no tenía un buen concepto de él), el rey Saúl veía a un joven inexperto (esa es la mayor etiqueta para los jóvenes hasta el día de hoy) y, por último, el gigante Goliat, quien lo tuvo en poco. Si David hubiese vivido en el tiempo de “la generación de cristal”, creo que en ese momento se hubiera regresado con sus pequeñas y pocas ovejas. Tenía la excusa perfecta para no enfrentar al gigante, tenía todo en su contra (desde el punto de vista de los demás). Pero también sabía que el tiempo de su preparación cuidando ovejas no había sido en vano. No era casualidad, era causalidad. Estar en un puesto de servicio no te hace miserable, sino que te prepara para pelear las mayores batallas de tu vida.

Transformar la mente significa verte en el tiempo donde Dios te pondrá, donde Dios te usará, donde Dios te va a llevar. Es verte como Dios quiere que seas, como Él te ve. Quizás aún estás repartiendo queso a tus hermanos, pizza, o cualquier otra comida rápida. Tal vez todavía estás en el monte planeando, preparándote para la batalla. Quizás hasta ahora no lo habías visto así, y aún sigues quejándote de que no te dan el lugar que esperas, pero toma este tiempo como tu momento de preparación: pelea con osos, persigue y vence a los lobos, cuida las ovejas y planea tu próxima batalla para cuando estés frente al gigante Goliat. La victoria no radica en tus fuerzas, ni en las piedras que recojas del rio. Enfoca tu mente, transfórmala. Tu victoria radica en el Dios a quien servimos, y la victoria está en Jehová de los ejércitos.

Tercero: ¡Planea vencer! ¡El autosabotaje existe!

Muchas personas hacen planes sin tener la certeza de lo que vendrá; peor aún, sin creer que van a lograrlo. Hebreos 11:1 dice: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”.

Si planeas para perder, pierdes doblemente. Nadie invierte en un negocio si sabe que no va a tener rentabilidad jamás. Debes planear creyendo que esa es la voluntad de Dios, y que lo vas a lograr.

Si David hubiese planeado perder, hubiera tomado solo una piedra. Las cinco piedras eran las oportunidades que David había planeado para enfrentar al gigante y derrotarlo. El fin era vencer, no perder. Enfrentar gigantes requiere planes, pero sobre todo la convicción de que lo vas a lograr. A veces las personas no salen del pantano donde se han metido porque no creen que lo puedan lograr; y cuando están por lograrlo, el enemigo siembra duda en sus mentes, por lo que desisten de su estrategia y fracasan. Vencer requiere carácter, fuerza y gallardía.

¿Cuántas veces intentaste ese negocio? ¿Cuántas veces intentaste mejorar tu relación con tu pareja? ¿Cuántas veces planeaste el bien que quieres recibir del Señor? David tenía 5 estrategias, ¿cuántas son las tuyas? Este es el tiempo para vencer, para que vuelvas a intentarlo, pidiéndole a Dios que te dirija y creyendo que estás en su soberana voluntad. Cuando venzas, sonríe al cielo y dale la gloria a Dios, pues Él la merece.

Cuarto: El tiempo de Dios es perfecto

Cada día que amaneces con vida es la oportunidad de intentarlo. Si Dios lo prometió, Él lo va a cumplir. Le prometió el monte Hebrón a Caleb, hijo de Jefone, y lo hizo por su gallardía, por creerle a Dios, por enfrentar al resto que decía que no. Caleb tenía la total convicción de que Dios le daría la victoria, porque sabía quién era Dios (Números 14:24). Y ese monte recién le fue dado cuarenta y cinco años después de la promesa. ¿Cuánto tiempo has esperado tú, o estabas por rendirte? La edad no es impedimento para que Dios lleve a cabo Sus planes. Confía en Él y lo hará, te dará el vigor y la fuerza necesaria para alcanzar esa promesa; pero es necesario que le recuerdes su promesa, como lo hizo Caleb con Josué, y ponte a alcanzar aquello que te fue prometido.

¿Tienes una promesa de Dios? Entonces este es tu tiempo, haz el plan conforme a lo que el Espíritu Santo ponga en ti, y planea para vencer. Porque el que lo prometió no es hombre para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. No pienses que, porque hayas fallado, Dios no te va a dar lo que te prometió, las cosas no funcionan así. Él sabe todo desde el principio, y no planea destruirte; planea el bien para ti, ese bien que tanto esperas. Entonces, solo vuelve al camino de forma genuina, y camina firmemente. Recuerda que el llamado de Dios es irrevocable, porque no es por quién tú eres, sino por quién es Él.

Evita el autosabotaje, es tu mente la que dirigirá las acciones. Créelo, repítelo mil veces si fuese necesario. Es ahí en la mente donde se inicia la victoria. Por eso el apóstol Pablo escribía inspirado por el Espíritu Santo: “Y no os adaptéis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto”. (Romanos 12:2, LBLA).

El tiempo de Dios es perfecto. A veces olvidamos que Dios es Omnipresente: no estuvo en el pasado, no está en el presente, y no estará en el futuro como quien viaja en una máquina del tiempo. Él es el Eterno, para Él no existe la limitante del tiempo. No es estacionario, no cambia, no hay variación en Dios, su poder no disminuye, Él no se cansa. Cuando entendemos quién es realmente Dios, entonces podemos planear en Él, y transformar nuestro entendimiento. Prepararnos para vencer.

Al escribir este pequeño pero valioso manuscrito, también tuve que esperar el tiempo de Dios. Había escrito meses atrás para ser parte de las antologías anteriores, pero este era el tiempo de Dios para mí. Para mi plan, para mi vida. Disfruto escribir y disfruto planear, pero nada disfruto más que el hecho de que Dios me sorprenda en su tiempo. Porque estoy segura de que sus planes de bien son mejores que los míos. Nada en Dios es casualidad, todo en Él es Causalidad Divina.



Fátima Gissella Iraheta, maestra y escritora salvadoreña. Sus hijas Keiry Jeanette y Alisson son parte de su apoyo en el ministerio de mujeres. Ha trabajado en diferentes áreas dentro de la iglesia, sirviendo a Dios desde hace más de 25 años. Ha sido llamada al trabajo con mujeres dentro y fuera de la iglesia desde hace más de 10 años, actualmente, dirige su ayuda a través de redes sociales con el ministerio “Mujeres con Propósito” y el trabajo en la iglesia local “La Esperanza” de las Asambleas de Dios. Es autora del libro “De Mujer a Mujer”

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Antología 10: Planes divinos

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