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Ha sido un largo viaje

Era una mujer aparentemente normal, fuerte y alegre. Nadie creía que por dentro estaba destrozada, decepcionada y con miles de problemas. Dios me permitió vivir todas esas situaciones para que cuando llegara a Él pudiera contar como cambió mi vida.

Por Rosana García

“…ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí…”

(Gálatas 2:20)

Estoy cumpliendo cuatro años en el camino del Señor, y este tiempo me inspira enormemente a contar cómo mi vida fue radicalmente transformada por Dios. Deseo con todo mi corazón llevar este testimonio a personas como yo: madres, ama de casas, mujeres de esas que muchas veces miran por la ventana con un nudo en la garganta, anhelando vivir cualquier vida menos la propia.

Incomprendidas, abusadas, engañadas, las que lloran por horas sin ser consoladas, sintiéndose tan solas. A ellas, porque estuve ahí y sé perfectamente lo que se siente. Llevar un mensaje de esperanza es mi mover, es mi sentir. Jamás imaginé salir de esa vida sin que hubiera sido de la peor manera. Sin embargo, alguien tenía planes para mí.

Mi vida, un caos

Nací en Rojas, provincia de Buenos Aires. Cuando tenía dos años, con mis padres y mi hermano nos mudamos a Venado Tuerto. Éramos una familia humilde, con un padre muy trabajador. Crecimos en un barrio modesto, con muchas familias vecinas, las cuales todos los domingos se reunían para almorzar; era parte de las costumbres.

En un domingo de verano, estábamos en mi casa y habían asistido dos parejas amigas. Después de almorzar, salimos todos los niños a jugar, alejados de nuestros padres. Aprovechando la situación, un vecino ya adolescente abusó de mí, siendo una pequeña de apenas cuatro años.

Advertidas las madres de que algo andaba mal por uno de los niños mayores, corrieron hacia nosotros. Ante semejante situación, mi madre, temiendo que mi padre tomara represalias con ese abusador, decidió callar. La madre del culpable rogaba por él, prometiendo corregir la atrocidad que había cometido.

Por mi parte, solo entendía que era algo malo. En mi mente de niñita no lograba dimensionar lo ocurrido. Solo recuerdo que amaba mucho a mi padre, y al escuchar que no podía saber lo sucedido decidí acompañar la decisión, callando. De hecho, nunca se enteró. Sentía culpa y cargué por años con eso.

A partir de aquel suceso pasaría una infancia muy triste. Era terriblemente vergonzosa, retraída, miedosa. La escuela era el propio infierno para mí. Y entonces llegaría la adolescencia. Si la niñez había sido complicada, la etapa que le siguió fue el caos.

Siendo aún muy joven, me puse de novia. No podía ofrecer nada bueno de mí, si lo que tenía dentro era inseguridad, pánico y angustia desde hacía tanto tiempo. Mi autoestima estaba totalmente deteriorada. Con ese mismo novio me casé muchos años después y tuvimos dos hijos.

No podía dejar de ver que estaba en una relación con muchísimos problemas, peleas y agresiones (físicas y verbales). No existía el respeto. Abundaban las mentiras y excusas. Pero lamentablemente no conocía otro tipo de vida. Mi modelo había sido el matrimonio de mis padres, del que no tenía ningún grato recuerdo. Incluso, se separaron de la peor manera cuando yo tenía once años.

Tantas veces deseé morir, y tuve varios intentos fallidos de suicidio, aunque creo que no eran más que gritos pidiendo ayuda. Pero nadie escuchaba. Éramos sobrevivientes, apenas pudiendo con nuestras vidas. Entonces llegaron mis hijos, y decidí aferrarme a ellos. Me motivaban a seguir tratando de encajar las piezas del rompecabezas que era mi matrimonio.

Pero nada forzado puede perdurar. Y después de años de intentarlo todo, decidí terminar con el matrimonio. De pronto, todo fue nuevo. Estaba sola, con mis hijos de catorce y siete años. Aquel padre resentido no quiso volver a verlos. Nunca entendió que se divorciaba de mí, no de ellos.

Nuestra situación económica cambió. Tenía trabajo, pero ahora teníamos esa única entrada de dinero. Pasamos muchas noches de arroz, y otras de mate cocido, sumado a varias cuentas sin pagar. Lo triste era sentir que ya no había mucho apoyo de nadie, solo unos pocos quedaban. El juicio de los cercanos muchas veces es más duro que el de otra gente.

El panorama no era bueno. Por ese tiempo se acrecentó una adicción a los sedantes que tenía desde la adolescencia. Sumado a eso, también tomaba medicamentos psiquiátricos. Me superaban los problemas y prefería andar como una zombi. Dormía todo el día, era mi escape.

Pasaban los años y no dejaba de sumar relaciones con hombres abusivos, mentirosos, con ninguna intención de compromiso. Fue larga esa temporada. Fueron muchos años de andar descarrilada. Sumado a eso, llegó la muerte de mi padre, lo que acabó por devastarme. Todo era gris por aquel tiempo. Pero…

Planes divinos

Había pasado un mes de vacaciones en mi casa, deprimida. Ni siquiera había salido a la vereda. Pasaba el día acostada, mirando televisión durante la noche y durmiendo de día. Al mes siguiente, me propusieron dar clases de repostería. Era algo nuevo para mí, pero entusiasmada, acepté. Jamás imaginé que ese taller sería la bisagra en mi vida.

Entre ansiedad y alegría, comenzaron las clases. Y aquellas mujeres ayudaron a que abriera mis ojos. Había esperanzas para mí, me sentía útil. No solo aprendían a decorar tortas. Aquellas clases de los lunes se transformaron en reuniones de amigas donde, entre charlas y decoraciones de pasteles, podíamos encontrar ese lugar de paz que tanto necesitábamos.

Las amé. Fueron mujeres que hicieron crecer mi esperanza. Marcaron mi vida, haciéndome notar que era valiosa para ellas. Entonces, sentí en mi corazón un profundo agradecimiento. Tanto, que quería llegar a Dios y decirle “gracias, muchas gracias”.

A las pocas semanas encontré la iglesia por la que había orado para congregarme. Y allí estaba. Casi sin expectativas, pero con muchísimo agradecimiento. Nada me hacía imaginar, y nadie -incluida yo- pudo anticipar que ahí empezaría a vivir otra vida.

Llegué con un corazón totalmente agradecido, y entonces le dije: “Señor, sólo vengo a agradecerte todo lo que has hecho por mí”. Pensaba, claro, que sería sólo eso. Pero Él tenía otros planes. Cuando menos lo pensé, iba tres veces por semana a las reuniones y sentía que me estaba enamorando de aquel que había estado esperando por mí, de mi Señor. Y todo era poco. Empezaba a alimentarme en cada reunión. Ya no escuchaba más que alabanzas, y solo leía su Palabra.

Acepté al Señor y le entregué todas mis cargas. Deseaba que Él pudiera darme la paz y el sustento que tanto necesitaba. Claro que me daría más que eso: Amor, perdón, fe, seguridad, sanidad. Su gracia se posaba sobre mí, mis hijos y mi familia.

Comenzó lo que llamo “la mejor etapa de mi vida”. Descubrí cada día su amor, su interés en mí. ¡Era tan emocionante! Y lo maravilloso es que hoy sigo gozando de eso y más. Cada área de mi vida se iba modificando, cada mochila de cargas era llevada por Dios. Ya no era la misma persona. ¡Qué cambio!

En mis desiertos contigo

A los ocho meses de congregarme tomé la decisión de bautizarme. ¡Qué gratificante! Fue tan emocionante para mí. Dediqué el día sólo al Señor. Ese domingo fueron alabanzas y oración, Dios manifestándose en mi vida de una manera sobrenatural. Me obsequió uno de los días más hermosos de toda mi existencia.

Mi vida había cambiado, dio un giro de ciento ochenta grados. Estaba en esa etapa en la que debía responder a preguntas como: “Ya no eres la misma, ¿qué te pasó?”. Entonces le decía al Señor: “Padre, lo estoy haciendo bien. De esto se trata. Reflejar lo que estás haciendo en mi vida. Soy luz ahora, mi Dios”.

Reflexiono y pienso: valió la pena cada lágrima, sentirme sucia, despreciada, tan sola, haber llegado al borde del abismo. Porque sí había luz al final, sí había amor y consuelo, sí había un Padre amoroso, decidido a darme identidad y a perdonar todos mis pecados.

Cuando Dios me cambió, lo hizo de una manera extrema. Mi percepción de las cosas ya no volvió a ser la misma. Había cambiado mi visión. ¡Veía todo con tanto optimismo! Luego, aprendí que eso era fe. Empecé a tener esos momentos incomparables, donde solo nos limitamos a escuchar Su voz, a tener intimidad con Él.

Al año de congregarme, Dios hizo el milagro más grande que pudiera imaginar: salvó de la muerte a mi hija, quien sufrió una aneurisma cerebral. Durante ese proceso, el Padre Celestial nos dio fuerzas para superar cada hora y cada día, hasta que la sanó por completo.

No puedo dejar de recordar una experiencia respecto a esto. Estaba internada en Rosario (provincia de Santa Fe) con mi hija. Iba frecuentemente a la sala de espera a escuchar alabanzas y a orar. Una noche, orando, vinieron a mí recuerdos de la que había sido mi vida, mi pasado sin Dios, y me vi en ese momento, en ese tremendo proceso, pero con Él.

Estaba segura de dos cosas: no quería volver a vivir esa vida antigua y no quería un presente ni un futuro sin Él. Ahora gozaba de Su presencia. Y aunque estaba pasando el peor momento de mi vida, ya que mi hija estaba al borde de la muerte, podía ver lo bendecida que era. Sentía que Él estaba conmigo, y eso me daba paz, estaba tranquila. Nada de lo vivido en ese proceso hubiera sido lo mismo sin Él.

Mi mensaje de amor

Mi vida fue terrible. Atravesé experiencias traumáticas, muchas lágrimas, dolor, tratamientos por años con psicólogos y psiquiatras. Pero cuando llegué a Dios, Él me estaba esperando. De hecho, nunca dejó de estar a mi lado, ni siquiera en mi pasado. Y cuando llegué a sus pies, me transformó a los casi cincuenta años.

¿Quién dijo que todo está perdido? Empecé una nueva vida. Un camino angosto, como dice Su palabra, pero con Él a mi lado. Ya viví más de la mitad de mi vida, y anhelo que en esta etapa todo lo que viva sea conforme a Su voluntad.

Soy la más beneficiada, pues todo lo que me ha prometido lo ha cumplido. Conocerlo ha sido literalmente eso, conocerlo. Recuerdo el pasaje de Juan 8:32, que dice: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libre”, y trato cada día de ponerlo en práctica.

Dios ha permitido que me inquiete por conocerle, y eso me ha llevado a buscarle, a estudiar, a aprender todo lo que esté relacionado con Su Persona. Cada día quedo cautivada conociendo Sus obras. Me apasiona escuchar lo que hace en la vida de tanta gente.

Puedo asegurar que nada se iguala a lo que se siente al tener una relación con Jesús, con el Espíritu Santo. No tengo una vida sin problemas, porque hasta el Señor lo ha dicho: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.” (Juan 16:33). Más ahí mismo dice que Él es el vencedor. Entonces, ¿a qué temerle?

Los cristianos no estamos exentos de problemas, de tristezas, de angustias y de momentos difíciles, pero sabemos que hay alguien a nuestro lado que secará lágrimas, dará abrazos, nos levantará y perdonará nuestros pecados, haciéndonos sentir valiosos.

Somos sus hijos. Ya no somos huérfanos. Y tiene planes para todos y cada uno de nosotros. Hoy miro desde la ventana a mis vecinos y ya no deseo sus vidas. Estoy donde quiero estar. Y vuelvo a escuchar una canción con la que me siento tan identificada y me emociona profundamente:

“Para esta hora he llegado, para este tiempo nací.

En Sus propósitos eternos yo me vi.

Para esta hora he llegado.

Aunque me ha costado creer,

entre Sus planes para hoy me encontré…

Ha sido largo el viaje…, pero al fin llegué”

Canción: Un viaje largo

Autora: Marcela Gándara

“Tú cambiaste mi tristeza y la convertiste en baile. Me quitaste la ropa de luto y me pusiste ropa de fiesta.” (Salmos 30:11, TLA).



Rosana García reside en la ciudad de Venado Tuerto, provincia de Santa Fe, Argentina. Madre de Evelyn y Ángelo, trabaja como secretaria en el Colegio de Abogados. Se congrega en Cec Ministry a cargo de los pastores Mariela y David Ocampo. Abocada al estudio de la Palabra, integra grupos de mujeres cristianas con la misión de la restauración del alma. Celebra la segunda publicación de sus testimonios en esta nueva antología.

WhatsApp: +54(3462)567373

Instagram: @rogarcia

Facebook: Rosana Garcia

Antología 10: Planes divinos

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