Читать книгу El caso Passion - Miguel Ángel Rincón Peña - Страница 12
3 La cena
ОглавлениеEva era administrativa. Llevaba desempleada cinco largos años, aunque de vez en cuando realizaba pequeños trabajos temporales como declaraciones de la Renta, el papeleo de alguna pequeña empresa y otros trámites parecidos. Por la mañana, mientras los niños estaban en el cole, aprovechaba para ir al gimnasio. Le gustaba estar en forma, y aunque, según ella, con algún kilito de más, se notaba que lo estaba.
A Marcos, en cambio, no le gustaban demasiado los gimnasios. Lo suyo era el pádel. Dos tardes por semana iba con su amigo Daniel, el conserje del instituto, a jugar un rato a una de las pistas que había cerca de su casa. Adoraba su trabajo de profesor. Incluso en verano daba clases particulares gratuitas a algunos chavales del barrio, quienes, por la situación económica de sus padres, no podían permitirse pagar una academia.
Aparentemente, eran un matrimonio felizmente casado, con dos hijos preciosos, una buena casa en propiedad y un par de buenos coches. Pero la realidad era otra, y Marcos había decidido solucionar sus problemas de una vez por todas. Estaba decidido a darle chispa a la relación.
El martes se levantó decidido a hablar con Eva, pero ella no estaba por la labor. Tenía un catarro bastante considerable y se quedó en la cama. Mientras les daba prisa a los niños para que se vistieran, Marcos pensó, con gesto contrariado, que tendría que aparcar la conversación para otro día.
Y así, entre una cosa y otra, pasaron los rutinarios días y llegó el viernes por la mañana. Eva estaba ya totalmente recuperada y él se esforzó en prepararlo todo. Quería crear la situación idónea, así que habló con los abuelos para que se quedaran esa noche con los niños, reservó mesa en un buen restaurante del centro y encargó un ramo de margaritas, las flores favoritas de ella. Solo faltaba que pasaran las horas lo más rápido posible.
Era la primera vez que iban a ese restaurante, uno de bastante lujo —y bastante caro, según le dijo el amigo que se lo recomendó—, con lámparas de araña plateadas, espejos antiguos y fotografías bellamente enmarcadas de lugares emblemáticos de la ciudad de Cádiz. En la entrada del local estaba esperando el metre de turno. Los guio hasta una de las mesas, al fondo del amplio comedor. Dos copas, una botella de vino, un pequeño candelabro con varias velas blancas… La noche comenzaba bastante bien.
Después de ojear la carta, Eva pidió pescado a la plancha. Él también se decidió por lo mismo.
—Qué raro se me hace que me traigas a cenar un viernes noche a un sitio así — comentó ella, mirando a su marido—. Antes no salíamos, y ahora llevamos dos cenas fuera de casa en poco tiempo.
—Es que, de vez en cuando, tenemos que pasar una noche así, una noche para nosotros, como la semana pasada —le respondió, ocultando sus verdaderas intenciones. Marcos no veía el momento propicio para contarle su morbosa propuesta, así que pidió otra botella de vino. Tras aguardar unos minutos, se lanzó—: ¿Sabes?, desde hace unos días quiero comentarte una idea que no deja de darme vueltas en la cabeza.
—¿De qué se trata? —le preguntó Eva medio sonriendo—. No irás a invitar a este camarero también, ¿no?
—No, claro que no. Se trata de nosotros. Como dijimos la semana pasada, hay que darle más vida a la relación, en todos los aspectos. Creo que podríamos empezar por el sexual, avivar la llama todo lo que podamos.
Eva escuchaba atentamente mientras su marido le servía otra copa de vino.
—¿Y qué ha pensado el señor? —le preguntó, esta vez con un claro tono sarcástico.
—¿Recuerdas la pregunta que nos hizo el camarero al que invitamos la otra noche? Aquello de si éramos swingers. Pues he estado informándome sobre el tema y me parece muy interesante. Es algo que podría inyectarle mucha vida a nuestra relación.
—No será alguna terapia de esas raras, ¿no? Ya sabes que paso de más terapias. Tenemos gafe con ellas y con los terapeutas.
—Sí, ya lo sé, no es una terapia. Bueno, no exactamente, aunque podría ser parecido… En fin, esa palabra parece que viene a representar todo ese mundo tabú de las parejas liberales. Ya sabes, locales de intercambio y demás. Estoy informándome. Podríamos probar e ir a uno de ellos. Hay varios que nos pillan cerca. Uno está en El Puerto de Santa María y el otro en Chiclana. Y que conste que no quiero intercambiarte con nadie, ni mucho menos. Solamente me gustaría que fuésemos a ver el ambiente que hay, la gente… Ya sabes, no perdemos nada por probar.
Las mejillas de Eva se enrojecieron rápidamente y un rotundo y contundente no salió por entre sus labios carmesí.
—Ahora sí que te has vuelto loco de remate. ¿Cómo se te ocurre una idea así?
En ese mismo instante, Marcos le ofreció su móvil para que viera la página web. Eva deslizó el dedo por la pantalla táctil y pudo observar las fotografías de la multitud de parejas que allí se exhibían tan alegremente.
—Pero si están todos en pelotas… Y, mira, aquí hay otras fotos peores. Guárdate el móvil antes de que te lo tire en el plato.
Uno de los camareros se acercó a ellos para preguntarles si todo iba bien. Eva sonrió forzadamente. Marcos aprovechó esa circunstancia e hizo desaparecer el iPhone de la vista iracunda de su mujer y se lanzó de nuevo al ataque:
—A ver, sería solo visitar el local y tomarnos algo allí, como en una discoteca o bar de copas. Muchas parejas van solo a mirar y a tomarse unas copitas. Por fisgonear un poco.
Eva repitió su enérgica negativa ante la propuesta de su angustiado marido:
—No me gusta nada la idea, ni lo pienses. ¡Se acabó el tema!
Aquella noche, Marcos decidió dormir en el salón.