Читать книгу El caso Passion - Miguel Ángel Rincón Peña - Страница 13
4 Passion
ОглавлениеVolvieron a pasar los días y el matrimonio no acababa de acercar posturas; nunca mejor dicho. Discutían igual que antes y se lanzaban reproches a la más mínima ocasión. Marcos llevaba ya casi una semana durmiendo en el sofá de su despacho. Allí tenía más privacidad que en el salón. Su humor ya no era el mismo. En el instituto, era mucho más seco con el alumnado y con sus compañeros. Incluso el conserje se preocupó por él, pues había dejado de ir a jugar al pádel. Se encontraba, en definitiva, entristecido.
Eva seguía con su día a día, igual que antes de aquella cena, pero fue dándose cuenta de que realmente la cosa no iba nada bien. Empezó a pensar que quizá, solo quizá, la idea de su marido no era tan descabellada. Al menos él intentó poner de su parte, aportar soluciones, y ella lo cortó de una manera radical. Pero aquel tema le daba mucha inseguridad. Sentía una mezcla entre desconfianza y vergüenza al imaginarse a sí misma entrando en uno de esos locales liberales. Una mañana que estaba sola en casa encendió su tableta y decidió informarse bien de todo lo relacionado con el mundo swinger, al menos para hacerse una leve idea en lo que a teoría se refería.
No le atraía nada aquella forma de vida liberal en la que las parejas se intercambiaban para realizar sexo, tampoco los tríos, y mucho menos las bacanales, pero pensándolo con detenimiento, podrían ir alguna noche para tomar una copa. Así, Marcos, saldría de esa especie de depresión por cabezonería que últimamente parecía poseerlo. A Eva le costaba mucho reconocer que tenía, de un tiempo a esta parte, un serio problema de inapetencia sexual y falta de deseo. Hacía mucho que no tenía un buen orgasmo. Ninguna de las terapias que hicieron logró solucionar sus problemas de pareja, entonces, ¿por qué no darle una oportunidad a la propuesta de su marido? Estuvo varios días pensándolo muy bien, hasta que una tarde, cuando Marcos llegó del trabajo, lo llamó a la cocina.
—Mira, Marcos, he estado pensando en eso que me dijiste de las parejas swingers.
Él la interrumpió de inmediato:
—No tienes que decir nada más, es algo que ya está olvidado. Quizá metí la pata, y no hay por qué seguir pensando en eso. Ya veremos otra forma mejor de…
Eva volvió a tomar la palabra, interrumpiéndolo también:
—Escúchame, lo he pensado bien, me he informado, al igual que hiciste tú, y he llegado a la conclusión de que podríamos probar a ir una noche a alguno de esos locales que me comentaste. Pero solo para tomar algo y ver las instalaciones. He leído que son parecidos a discotecas o bares musicales.
Marcos no daba mucho crédito a lo que estaba escuchando. Al principio creyó que Eva estaba de broma, pero al comprobar que hablaba en serio, unas cosquillas empezaron a invadirle la barriga. Notablemente nervioso, le contestó, probando suerte:
—Hoy es jueves, así que podríamos ir este sábado. Dicen que esa es la noche que mejor se pone.
—Mejor vamos mañana viernes, que estará aquello más tranquilo. Déjate de agobios. Y esta vez llama a tus padres para que se queden con los niños. Los míos estarán de viaje todo el fin de semana.
El viernes, después de la cena, Eva empezó a prepararse. Se enfundó un vestido blanco ceñido al cuerpo que le hacía un escote bastante pronunciado, medias a juego y zapatos de tacón. Marcos vestía vaqueros, camisa celeste y una americana. Iban dispuestos a visitar el club de El Puerto de Santa María, pero con los nervios se equivocaron de salida y tomaron dirección a Chiclana. En el trayecto hablaron poco, pues iban abstraídos en sus pensamientos. Llegaron a la entrada de un conocido polígono, y allí, a unos doscientos metros estaba el local, con su letrero luminoso en la fachada: «Passion». El marido sacó del bolsillo interior de la chaqueta una pequeña petaca y se la ofreció a Eva. Era ron añejo, para envalentonarse un poco y poder entrar en aquel local sin que les temblaran las piernas.
Llamaron al timbre y pasaron a un pequeño recibidor. A unos metros, un pequeño pasillo conducía hasta una lujosa barra de bar. Aquello se asemejaba bastante a una discoteca, con la salvedad de que allí estaban rodeados de parejas morbosas que bebían, charlaban, se acariciaban y se besaban.
Eva y Marcos pidieron dos gin-tonics y echaron un vistazo a su alrededor. Estaba claro que allí todas las mujeres se ponían sus mejores galas, cosa que no sucedía tanto entre los hombres. Había gente bailando en la pista, y también varias parejas se encontraban sentadas en unos butacones negros. Observaron que al fondo había una entrada a lo que parecía un largo pasillo. Estaban los dos tan tensos que casi no se dieron cuenta de que una chica estaba hablándoles. Era la relaciones públicas del local. Después de las presentaciones, Marcos le comentó que era la primera vez que visitaban un sitio así y que estaban bastante nerviosos. La chica les explicó cómo funcionaba todo aquello, de una manera muy amable y empática.
—¡Todos hemos tenido nuestra primera vez! —exclamó sonriente.
Los invitó a otra copa y a que la acompañaran para ver el local. Fueron relajándose poco a poco. Copa en mano, atravesaron la pista de baile y se metieron en el misterioso pasillo que daba a otra pista más pequeña con una gran cama redonda en el centro. Se fijaron en que a los lados del pasillo había muchas puertas. Eran habitaciones, en las cuales las parejas hacían realidad sus fantasías, y además podían elegir si querían que los mirones disfrutasen de las vistas o no. Algunas puertas estaban entreabiertas y pudieron ver algo de reojo mientras seguían a la chica. ¡Cómo se lo pasaban de bien los que estaban allí dentro!
A Marcos se le subió la temperatura con tanto morbo rodeándolo, sin embargo, Eva estaba muerta de vergüenza, ya que le daba mucha ansiedad y sentía una sensación extraña. Cuando llegaron a la segunda pista, la relaciones públicas se despidió hasta más tarde, pues tenía que seguir atendiendo a las demás parejas que iban entrando en el local. El matrimonio se acercó a una segunda barra que había nada más entrar y se sentaron en unos taburetes metálicos. No tardaron en aparecer miradas cómplices y sonrisas pícaras y sensuales de otras parejas hacia ellos.
Eva se acercó al oído de su marido.
—Marcos, bébete la copa, que yo quiero irme ya.
—Pero ¿cómo vamos a irnos, si acabamos de llegar? No llevamos ni media hora. Tranquila.
Pero ella insistió:
—O te bebes el gin-tonic, o me voy yo sola al coche. ¿No ves que van a acercársenos? Me muero de la vergüenza.
—Vaya tela. Venga, vámonos.
Se levantaron, dejando las copas a medias, y tomaron dirección hacia el pasillo. Las puertas laterales seguían llamándole mucho la atención a Marcos. Con voz juguetona, le insinuó a su mujer una nueva propuesta:
—Oye, por qué no entramos en una habitación de esas, los dos solitos, y hacemos el amor. —Mientras hablaba, agarró con su mano derecha el trasero de Eva.
—¡Qué dices! Déjate de tonterías y vámonos —le respondió ella justo cuando pasaban por la puerta abierta de uno de aquellos pequeños habitáculos.
—Venga, mujer, vamos dentro, que esta está vacía. Mira.
De un pequeño impulso, se metieron en el interior. Cerraron la puerta de un taconazo, o eso creyeron ellos, porque en realidad la puerta no llegó a cerrarse por completo. Una cómoda cama situada frente a un enorme cuadro rectangular con una pintura erótica los esperaba. Empezaron a besarse, aunque Eva lo hacía con bastante recelo y sin dejar de mirar a su alrededor. Marcos comenzó a desvestirse y a desvestirla a ella también, hasta que sus cuerpos cayeron en la cama, libres de toda prenda. La pasión, esa que había desaparecido durante demasiado tiempo, apareció de nuevo entre los dos. Después de que se recorrieran cada centímetro de piel con besos y caricias, Eva, ya más decidida, se colocó encima de su marido y empezó a mover las caderas rítmicamente. Marcos estaba en el paraíso terrenal en aquel momento. Levantó la vista y contempló a su esposa totalmente desnuda, con aquellos pechos en movimiento que deseaba besar toda la noche. Se alzó para tocarlos y besarlos cuando, de repente, comprobó con sorpresa que la puerta estaba entreabierta y que había un mirón. El voyeur era un treintañero que estaba pasándoselo genial viéndolos en acción. Aquello excitó tanto a Marcos que se acercó al oído de su mujer, quien, sentada encima de él, gemía de placer.
—No te escandalices, pero en la puerta hay algo muy parecido a un mirón observándonos —le dijo con voz susurrante.
—¿Te gusta que nos miren, te pone eso?
En otras circunstancias, Eva habría gritado, pero se encontraba tan excitada en ese momento que le daba igual. Bajó un poco el ritmo de sus caderas y giró su cabeza hacia la derecha, mirando con fijeza al extraño y sin parar en sus jadeos. Su marido estaba disfrutando de lo lindo con aquella situación.
—Sí, me pone tremendamente y quiero que te ponga también a ti.
Eva se levantó con parsimonia, giró su cuerpo y se colocó en posición de cuatro frente al treintañero. Marcos empezó las embestidas. Los dos observaban con disimulo a aquel joven desconocido que parecía masturbarse justo en la entrada, en la mismísima frontera invisible que separaba la habitación del pasillo. Eva empezó a gemir con más fuerza, al igual que su marido; sus rostros mostraban la excitación máxima que estaban experimentando. El orgasmo llegaría pronto para los dos —o para los tres—.
Terminada la faena, a Eva le entró una vergüenza terrible. El chico se subió los pantalones y desapareció. Los dos se vistieron apresuradamente y salieron de la habitación. La música envolvía todos los rincones del club. Aquel chimpún chimpún reggaetonero se metía por los oídos y les retumbaba por todos los rincones de la cabeza. Decidieron de mutuo acuerdo que lo mejor sería volver a casa. Se despidieron de la relaciones públicas y salieron del local. Atrás dejaban toneladas de morbo y lujuria en plena efervescencia.
Comenzaron a caminar por el aparcamiento en busca del coche cuando, de repente, vieron que el treintañero mirón salía también del club. Lo siguieron con la vista, no sin cierta curiosidad. Cuando llegó a su coche, un Audi R8 negro, dos tipos aparecieron por la espalda del joven y empezaron a discutir con él. Uno de aquellos hombres sacó una pequeña navaja y le asestó varias puñaladas. Eva y Marcos pararon sus pasos en seco y regresaron corriendo hacia la entrada del club. Volvieron a entrar en el recibidor y le contaron a la chica lo que había pasado en el parquin. Esta se quedó bastante extrañada y avisó a un compañero. Los cuatro salieron a la calle, se acercaron con mucha precaución al Audi y encontraron un gran charco de sangre en el suelo, pero del muchacho no había ni rastro. A juzgar por toda aquella sangría, muy probablemente fuera ya cadáver.
A la media hora, el club estaba cerrado al público y con la Guardia Civil registrando los alrededores. Eva y Marcos se encontraban sentados en uno de los sofás de escay negro mientras un agente les hacía varias preguntas. Ella quería morirse de la vergüenza, tanto que le temblaban las manos. El guardiacivil, al notarlo, le aseguró a la pareja que actuarían con la máxima discreción; la identidad de los dos estaba totalmente a salvo. Eso los tranquilizó bastante.