Читать книгу El ladrón de la lechera - Miguel Ángel Romero Muñoz - Страница 10

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Capítulo 2

Aunque ya empezaban a aparecer los olores típicos de la Navidad, en casa de los Rodríguez hacía mucho tiempo que no se celebraba nada. Había días que no les llegaba ni para comer, como para derrochar porque fuera fiesta; sin embargo, intentaban que Juanito recibiera algún regalo. Casi siempre le hacían algún juguete de madera o con lo que encontraban; otras veces alguna familia pudiente les regalaba algo, pero este año no habían recibido nada de momento y no sabían qué regalarle. Juanito ya no era tan pequeño para los juguetes que sus hermanos le hacían.

—Hay que pensar en el regalo de Juanito y en el de mamá. Se nos echa el tiempo encima —comentó Manuel, el hermano mayor. Todos asintieron a lo dicho, aunque nadie aportó nada en ese momento.

Mientras trabajaban en el campo, Manuel se acercó al cortijo a recoger unas herramientas que necesitaban y justo cuando iba a entrar a la casa, se cayó del tejado un trozo de broza. Este fue a darle una patada cuando se dio cuenta de que enrollado en aquella broza venía un gorrión. Cuál fue su sorpresa al comprobar que aquel gorrión no era un gorrión cualquiera. Era albino, un gorrión albino. Manuel nunca los había visto, aunque sí había escuchado hablar de ellos, así que tal cual estaba enrollado en su nido lo cogió y fue a enseñárselo a sus hermanos.

—Ya tengo el regalo de Navidad para Juanito.

Todos se quedaron sorprendidos. A todos les pasaba igual que a Manuel. Nunca habían visto un gorrión así. Decidieron dejarlo dentro del cortijo unos días hasta que llegara Nochebuena. Tenían que preparar una jaula para que a Juanito no se le escapara cuando empezara a volar. Por el momento lo tendrían que alimentar ellos, ya que era muy pequeño para comer solo. Además, lo pondrían en un lugar seguro donde no llegara ningún animal.

Manuel sabía que le haría mucha ilusión. Siempre le decía lo mismo, que cuando fuera mayor tendría muchas mascotas. Solo de pensarlo se emocionaba, para él Juanito era muy especial, era una copia perfecta de su padre.

Llegó el día de Nochebuena. Manuel y sus hermanos ya tenían los regalos preparados. Para Juanito, su nueva mascota con una jaula preciosa que habían hecho con barretas de olivos y algún trozo de madera de chaparro. Todos estaban deseosos de ver la cara que ponía, porque él siempre era agradecido con cualquier cosa que viniera de sus hermanos. Para su madre habían podido ahorrar un poco dinero para la compra de medicamentos, pero habían decidido comprarle una manta, porque la que tenía ya estaba demasiado vieja y le arropaba poco. Ella les pedía y les suplicaba que no se gastaran nada en ella, que se compraran algo ellos, pero desde que se marchó su padre entre todos intentaban siempre regarle cualquier cosa, cualquier detalle que le pudiera levantar el ánimo un poco.

—La manta no le levantará el ánimo, pero seguro que este invierno estará más calentita —afirmó Manuel.

Aquella noche, tan especial para tanta gente, para ellos era una noche cualquiera. Se estaban haciendo mayores y cada vez le daban menos importancia a no poder celebrar nada. Por lo menos querían que fuera especial para el más pequeño y para su querida madre. Se dieron los regalos después de la cena, que les había preparado su vecina Carmen, una gran persona con un inmenso corazón, como su marido Antonio. No es que les sobrara, pero siempre estaban atentos y en días tan especiales mucho más. El primer regalo fue para su madre, que no pudo contener las lágrimas. Todos le dieron un abrazo y le pidieron que no llorara, que no debía ser una noche triste. La madre abrió el regalo y les agradeció el gesto a todos, pero en su interior no podía dejar de llorar. No había derecho a que sus hijos fueran los que trajeran el regalo en lugar de ser ella la que les regalase a todos; sin embargo, se guardó ese pensamiento para ella, ya que no quería que sufrieran más de la cuenta.

Juanito empezó a disimular con la manta de su madre, porque ya entendía la situación que había en su casa. Por supuesto que deseaba tener regalos, pero pensaba que su hermano Manuel tenía que gestionar el dinero para las medicinas de su madre y para poder salir adelante, que ese era el regalo más importante que podían recibir todos.

Dejaron pasar algunos minutos. Todos se miraban con complicidad, pero Manuel no quería hacerlo de sufrir más.

—Juanito, mira debajo de tu cama. A lo mejor te han traído algún regalo.

Juanito soltó la manta y salió corriendo a mirar debajo de la cama. Cuando vio lo que había, salió corriendo a darle un beso a todos, pero la complicidad que tenía con Manuel no la podía disimular. Fue tal el abrazo que le dio que ninguno de ellos pudo contener las lágrimas. La única receta que tenían para la mala suerte que les había deparado la vida era la unión y el amor que compartían todos con todos.

Mientras tanto, Inocencio se había percatado de que llevaba un par de semanas que no escuchaba nada y que tampoco le faltaba leche. No entendía el porqué, pero él continuaba con sus pesquisas.

Esos días, que eran tan especiales para la gente, para él no significaban nada. La poca familia que le quedaba vivía muy lejos. Dedicaba un rato a felicitarlos escribiéndoles alguna postal. Estos lo invitaban todos los años a que fuera a verlos, pero el ganado no entiende de fiestas, y salvo alguna vez que habían decidido venir ellos, solía pasar las fiestas solo. En verdad, no solía estar tan solo. Bajaba a la taberna y compartía comida y alguna que otra copa con Paco el tabernero y su mujer. Por lo demás, como si fuera un día cualquiera. Lo de compartir con ellos era habitual todo el año, pues eran amigos desde hacía mucho tiempo.

Juanito pasó todas las vacaciones cuidando a su nueva mascota. Tenía que darle de comer, aunque ya empezaba a comer solo. Le encantaba el regalo. Poder tener una mascota para él era lo mejor que le había pasado en los últimos años. Ya tenía algo más que hacer y que contar cuando llegara al colegio.

Cuando su hermano le contó que solo hay un gorrión albino entre un millón, aquello le sorprendió y sabía que nadie en el colegio tendría uno igual. Por primera vez sería la envidia de la clase, tendría el regalo más deseado de todo el colegio. Salía con él a todas partes. Como todavía no podía volar, siempre lo llevaba posado en el hombro. Le encantaba darle de comer con la boca, aunque su madre le regañaba cuando lo veía. Había barajado varios nombres, pero después de consultarlo con su hermano y decirle que le gustaba el nombre que había cogido para su mascota, dejó de llamarlo gorrión y pasó a llamarlo Albín.

Se acabaron las vacaciones y Juanito volvió a su rutina, aunque con su nuevo compañero. Le encantaba mirarlo mientras dormía; recogía su pequeña cabeza debajo del ala y se quedaba hecho una bolilla, parecía una bola de nieve. Cuando veía la luz encendida, empezaba a cantar. Parecía que le estaba hablando. Tan rápido como podía lo cogía y se lo colocaba sobre el hombro. No quería que despertara a nadie y era la única manera de callarlo. Después salía a comprar como todas las mañanas.

Todos sus amigos del colegio se habían quedado sorprendidos con Albín. Ninguno había visto algo igual, parecía un canario más que un gorrión. Aquello hacía que por una vez en su vida se sintiera importante. Ahora continuaría con su rutina diaria, pero un poco, o mejor dicho, mucho más feliz.

El ladrón de la lechera

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