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LA NATURALEZA DEL AMOR NACIDOS PARA AMAR

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El amor es uno de los sentimientos más placenteros que pueda vivir un ser humano. Soñamos con el amor y anhelamos experimentarlo. Ocupa un espacio, un tiempo y una inversión emocional que es la esencia de nuestra vida. Podemos balbucearlo o también escribir con él las más bellas líneas de nuestra historia personal. Por ello, bien merece que le dediquemos una atención especial que a su vez nos permita conocer a fondo su particular naturaleza.

Seamos o no conscientes de ello, hemos nacido para amar, porque donde hay amor, existe vida y crecimiento. Una afectividad sana supone una experiencia de confianza, desarrollo y bienestar pues, en la medida en que se da y se recibe amor, nos fortalecemos y nos sentimos capaces de luchar por nuestros objetivos. El enriquecimiento afectivo, la calidad de las relaciones y la generosidad de los sentimientos crean un entorno idóneo para que la vida, a través del amor, se desarrolle en todo su potencial.

Pero, algo tan natural parece a veces convertirse en un objetivo inalcanzable. Entonces nos cuestionamos: «¿Qué he hecho mal?», o nos culpabilizamos: «Con esta forma de ser no conseguiré tener jamás a nadie a mi lado», «Siempre atraigo a personas poco apropiadas», «¿Por qué no me quiere?»… Y a veces también se le añade la presión social ya que parece que se culpara a quien no tiene pareja de ser la causante de su falta de éxito en el amor.

Pero lo cierto es que la mayoría de la gente quiere hacerlo bien, enamorarse, disfrutar de una afectividad plena y que su proyecto sea un éxito a corto, medio y largo plazo. Entonces, ¿por qué parece tan difícil encontrar a la persona idónea?, ¿por qué no acaban de encajar todas las piezas con nuestra pareja? ¿La respuesta está en nosotros o en nuestras circunstancias?

Un buen punto de partida será entender primero de dónde venimos. Somos hijos de nuestros padres, pero también de nuestra generación y de nuestros hábitos. Lo que aprendemos en el entorno familiar, durante la infancia, con los amigos o los modelos que la vida nos pone, pueden ser tanto fuente de distorsión como de maestría.

Las decisiones que tomamos dependerán de la manera en que hayamos moldeado nuestra percepción de la realidad, de las personas que nos rodean y de nosotros mismos. Y esas decisiones son las que condicionan nuestro éxito o nuestro fra­caso.

¿Y si, llegados a este punto, nos planteamos detectar qué es lo que marcha mal? Si nos atrevemos a analizar nuestras ideas sobre el amor, podremos enfocar bien lo que quizás esté desenfocado y descubrir así cómo queremos vivirlo.

Tenemos además la fortuna de que vivimos en una época histórica en la que podemos practicar el amor libremente. Ya nadie nos impone cómo tenemos que amar. Sobran conductas como el engaño, las exigencias o los reproches, más propias de modelos obsoletos. Nadie ni nada debería obligarnos a seguir con lo que no funciona o que obstaculiza nuestros objetivos más íntimos.

El éxito afectivo depende en gran medida de nuestro saber hacer.

Pero, en el ejercicio de nuestra libertad, quizás hayamos obviado que hacían falta nuevos límites que nos indiquen cuándo y dónde decir no, y cuánto aceptar de ciertas conductas. Lo que en pequeñas dosis puede dar chispa a una relación, si se convierte en algo cotidiano y permanente no hace más que intoxicar uno de los pilares fundamentales de nuestra vida: la afectividad.

El reto es muy estimulante. Parece que, dado que amar es algo intrínseco a nuestra naturaleza, estamos preparados para hacerlo bien. Se nos ha soltado de la mano suponiendo que, por saber dar unos pasos, ya estábamos listos para caminar, correr, saltar o bailar; que lo haríamos bien y que disfrutaríamos con ello. Pero en ciertos momentos este reto implicará estar dispuestos a introducir cambios tanto en el entorno como en nosotros mismos: en lo que sabemos, hacemos, percibimos e incluso en lo que deseamos.

Amor del bueno se refiere no tanto a pensar que siempre está todo bien, sino a saber gestionar y conseguir que nuestras relaciones, más allá de su número o duración, sean mejores y se desarrollen en todo su potencial.

Esto supone también saber poner un punto final cuando ya no aportan nada positivo a nuestros proyectos personales.

Como todas las artes, el de amar no es un camino de rosas, pero es divertido, creativo y suele estar repleto de agradables sorpresas. No hay maestro sin cicatriz ni campeón sin lesiones, pero ambos marcan la diferencia con su actitud de superación. Muchas veces nuestra fuerza está en reconocer la debilidad. Por eso fortalecer las flaquezas, corregir los errores y conocerse cada día un poco mejor, puede ser el camino que nos lleve a hacer realidad nuestros sueños más íntimos.

Si entre ellos está vivir el amor como una experiencia positiva en nuestra vida, independientemente de la forma que tome, os invitamos entonces a que nos acompañéis en este camino en el que detectaremos las vulnerabilidades y las distorsiones, aprenderemos a neutralizar los miedos y analizaremos en qué consiste una afectividad sana hasta lograr que el amor deje de ser tan sólo una quimera y se convierta en la más satisfactoria de las realidades y en nuestra obra de arte personal. Para ello partiremos de unos conceptos básicos sobre la afectividad, que nos permitirán reconocer cuál es el amor del bueno.

Amor del bueno

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