Читать книгу El libro del perdón - Mpho Tutu - Страница 10
Nuestra humanidad compartida
ОглавлениеEl perdón es en última instancia una decisión por tomar, y la capacidad de perdonar procede del reconocimiento de que todos somos imperfectos y humanos. Todos hemos cometido errores y perjudicado a otros. Y volveremos a hacerlo. Es más fácil practicar el perdón cuando reconocemos que los roles habrían podido ser diferentes. Todos pudimos haber sido el perpetrador, no la víctima. Todos pudimos cometer contra otros los agravios que se cometieron contra nosotros. Uno podría decir: “Yo jamás haría tal cosa”, a lo que la humildad genuina contestará: “Nunca digas nunca jamás”. Así que más bien deberíamos decir: “Supongo que, en las mismas circunstancias, yo no haría tal cosa”. Pero quién sabe…
Como explicamos en la introducción, hemos escrito este libro porque en realidad nuestro tema no es una dicotomía. Nadie está siempre en el bando del perpetrador. Nadie será siempre la víctima. En algunas situaciones nos han hecho daño, y en otras hemos sido nosotros los que hemos hecho daño. A veces estamos a caballo entre ambos bandos, como cuando, al calor de una discusión, intercambiamos ofensas con nuestra pareja. No todos los daños son equivalentes, pero ésa no es la cuestión. Quienes quieran comparar cuánto han agraviado con cuánto se les ha agraviado a ellos terminarán ahogándose en un torbellino de victimización y negación. Quienes creen estar más allá de todo reproche no se han visto honestamente al espejo.
No nacemos odiándonos y deseando hacer daño. Ésta es una condición aprendida. Los niños no sueñan con ser violadores o asesinos de grandes, aunque cada violador y asesino fue niño alguna vez. Y cuando yo examino a algunos de los individuos a los que se describe como “monstruos”, creo honestamente que lo mismo podría decirse de cualquiera de nosotros. No digo esto porque yo sea un santo. Lo digo porque he estado con hombres condenados a muerte, he hablado con expolicías que admitieron haber infligido la más cruel de las torturas, he visitado a niños soldados que cometieron actos repugnantes, y en cada uno de ellos advertí una humanidad profunda reflejo de la mía.
El perdón es la gracia por la que permitimos que otros se pongan de pie, y que lo hagan con dignidad, para volver a empezar. No perdonar produce odio y amargura. Al igual que el odio y desprecio por uno mismo, el odio a los demás nos corroe las entrañas. Sea que se le proyecte afuera o se le guarde dentro, el odio corroe siempre el espíritu humano.